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Eunha era la acompañante terapéutica de Haerin, estaba con ella cinco días a la semana, unas cuatro horas, la joven era muy amorosa, y le encantaba su trabajo, también le gustaba hablar al respecto y Danielle aprovechó eso para saber más de Haerin y de su condición.

—Haerin... ¿Ella será así toda su vida? ¿Todo el tiempo? —le preguntó un día, estaban en el parque, habían salido a una caminata, sólo ellas tres, y estaban descansando un poco, Haerin estaba en su mundo, como de costumbre, y hacía un rato se había metido en medio de un partido de fútbol y tuvieron que apartarla antes de que la golpearan con la pelota sin querer, la pequeña joven no se había dado cuenta de nada.

Eunha suspiró, se ajustó un poco la cola de caballo que mantenía apartado a su largo cabello morado.

—Espero que no, sinceramente, ella es muy dispersa, y ya tiene dieciséis, está grande, debería estar al menos un poco mejor, para que las cosas sean más fácil... Ya casi es una adulta.

—Porque si ella sigue así va a necesitar de alguien que la cuide toda su vida —dijo Danielle—. Ni siquiera mira la calle antes de cruzar, moriría sin alguien que la vigile todo el tiempo.

La chica asintió.

—Si, pero ella está muy difícil, es difícil de tratar..
No se ha conectado con el mundo y creo que es porque nada del exterior le interesa, no tiene ninguna razón para estar fuera de sí misma.

—¿No es porque le da mucho miedo? Es por eso que no se relaciona.

>> Minji siempre dice que ella ha confiado demasiado en quienes la han abandonado que ya no quiere confiar en nadie más.

Eunha negó.

—No, no, esa es una de las razones, y yo también lo pensé así al principio, pero es que Haerin nunca ha tenido ningún interés, ninguna razón para querer ser parte del mundo.

>> Y una de verdad, no juntar cosas azules, no ver un programa de TV de estrellas.

>> Ellos encuentran una razón que los impulsa a mejorar, a salir adelante. A veces es que se dan cuenta que los demás crecen, se dan cuenta que sus hermanos mayores ya tienen un trabajo y una casa propia y ellos se quedaron atrás, después de eso ellos quieren intentar todo para hacer lo mismo, o lo que pueden.

>> Es cuando aparecen las crisis, las de verdad, las fuertes, esas que Haerin nunca tuvo.

—¿Cómo es eso? —preguntó Danielle.

—Depende de cada uno. Ellos sienten una gran cantidad de ansiedad, y a veces huyen creyendo que pueden escapar de aquello, otras sólo se quedan en un lugar y se hacen pequeños, a veces se golpean. Pero siempre terminan llorando y gritando, pero mucho, gritan como si los estuvieran rompiendo por dentro.

Danielle se sintió asustada de sólo imaginarlo.

—¿Y qué hay que hacer si eso pasa?

—Le decimos "contención", sólo para ponerle una palabra bonita, normalmente los abrazamos con fuerza, y si es muy fuerte hay que tirarlos al suelo y apretarlos lo suficiente como para que no se puedan mover, ni golpearse, ni lastimar a otros, se cansan de pelear y es cuando se calman. Eso hacemos con los niños que tienen crisis, Haerin es pequeña pero es muy grande para que yo pueda hacer eso con ella.

—¿Y si somos dos?

Eunha sonrió, le gustaba que otros se interesaran en temas tan fuertes y delicados como aquellos.

Tratar con personas con TEA, o con cualquier otro transtorno igual o más severo, no era para todos y muchas veces le dejaban todo el trabajo a ella, porque era la especialista.

En realidad, debían de incluir a las personas como Haerin en la vida cotidiana de los demás, como algo que formaba parte de aquello, debían hacer unas excepciones con ella, sí, pero no apartarla y dejarla con una terapista como si fuera su niñera.

—Si somos dos estaría bien —dijo.

—Aún así... A Haerin no le van a pasar estas cosas, ¿no? —preguntó Danielle, recordando que la menor nunca había tenido una crisis.

—Quizás cuando Haerin tenga una razón para conectarse al mundo, un interés, al principio estaría llena de crisis, porque ella no conoce nada de lo que estaría pasando ni qué hacer.

>> Entonces sí, le pasarían muchas de esas cosas.

Danielle estaba algo triste por aquello, y preocupada, no quería que Haerin siendo tan especial sufriera por eso.

—Pero es lo que le ha tocado, Danielle —dijo Eunha, sabiendo lo que pensaba por su expresión—. Es lo que tiene que enfrentar si quiere vivir su vida sin que alguien la vigile todo el tiempo, es necesario para que pueda salir de ese estado.

Escucharon unos pasos correr hacia ellas y miraron a Haerin, que se acercaba con una sonrisa, se detuvo frente a Eunha y alzó sus manitos para mostrar lo que había encontrado: unas flores azules, un encendedor azul y un arete azul, nuevas pequeñas cositas para su colección.

—Son muy lindas Haerinie~ —dijo la chica con emoción— ¿Me los das?

Haerin negó con un ligero puchero y se llevó las cositas lejos del alcance de la terapeuta, quien imitó su puchero y se cruzó de brazos.

—Qué mala que eres —dijo, en un tono infantil de berrinche, a lo que Haerin rió, divertida de ser
"mala".

Sus ojitos miraron un momento los de Danielle, y como de costumbre, la mayor alzó su mano y la saludo suavemente, sin responder a aquello, Haerin se dió media vuelta y volvió a correr lejos.

—Te está mirando, Danielle, está conectando contigo.

—¿Tú crees?

Eunha sintió con una sonrisa.

—Es muy lindo cuando comienzan a conectar con alguien más.

Mientras aquellas dos hablaban de lo especiales y selectivos que son aquellos como Haerin para algo tan simple como mirar a alguien a los ojos significaba un nivel de confianza y seguridad bastante alto... La pequeña Haerin seguía mirando el parque, caminando lento y buscando, ya lo conocía, por eso estaba cómoda caminando por alli, de ser un lugar nuevo se asustaría.

Notó unas flores azules bastante grandes, pero estaban en un carro junto con más flores más grandes y de distintos colores, de lejos le gustaban, pero eran muy grandes para su colección, así que solo las admiró un rato sabiendo que no podía llevárselas.

De la nada un chico tomó una de las flores azules, junto con un par más, un señor las envolvió con un papel, y luego de darle algo se llevó sus flores en papel.

Siguió la figura de esa persona, quien fue hasta donde una chica con un vestido rosa claro que también le gustó, parecía estar esperando, entregándole las flores y luego haciendo un gesto que Haerin había visto un par de veces con otras personas, pero le parecía bastante íntimo y había que acercarse demasiado como para realizarlo.

La chica besó los labios de aquel extraño mientras apretaba el papel con las flores contra su pecho.

Se veía bonito.

Y quería hacerlo.

De nuevo, fue en búsqueda de más flores, no buscó las más pequeñas esta vez, buscó un poco más grandes, total, no serían para su colección.

—¡Haerinie~! ¡Es hora de ir a casa! —gritó Eunha a lo que la nombrada negó, aún tenía que encontrar un papel para envolver sus flores—. Haerin, se hace tarde, hay que ir a casa, ya va a ser de noche y no te gusta que esté oscuro.

Con eso sus ojitos miraron al cielo, que estaba teñido en naranjas, rojos y rosas, sus manitos aletearon con nervios.

—Sí, ya sé, tranquila que estás conmigo —Eunha se acercó a él para tomar su mano—. Aquí tengo tu cuaderno de dibujo y tus lápices.

Su rostro se iluminó al ver el cuaderno y se preguntó por qué no lo había pensado antes, lo tomó entre sus manitos y buscó una hoja libre, arrancándola sin mucho cuidado y luego envolviendo el pequeño ramo de flores azules.

Rió al verlo, le había quedado muy bonito.

—¿Qué es eso, Haerinie?

—Flores —dijo, mostrando su pequeña obra—. Regalo.

—¿Es un regalo? —Haerin asintió, mirando su ramo— ¿Para quién?

La pequeña Haerin extendió el ramo hacia quien quería regalar, sus ojitos la miraron sin dudar ni un segundo y Danielle estaba seriamente sorprendida de que tan de golpe, y tan de la nada, Haerin tenga ese gesto con ella.

Eunha estaba boquiabierta, y no pudo evitar sonreír al ver el rubor crecer en las pálidas mejillas de la pelinegra.

—Gracias, Haerinie, son muy bonitas —musitó
Danielle, en un tono calmado, más de lo que ella se encontraba en realidad, se sentia nerviosa y halagada.

Tomó el ramo con una mano, tocando la manito de Haerin y muriendo de ternura por lo bonita que era.

De nuevo, al verla sonreír, al verla con su regalo cerca de su rostro para oler las flores, con aquel rubor en sus mejillas, Haerin volvió a sentir esa abrumadora emoción que la recorría completamente, la hacía temblar y hacía que sintiera mucho calor, especialmente en su rostro, y sus manos comenzaron a golpear sus mejillas para apagar esa emoción.

—No, Haerin —Eunha habló fuerte y la tomó por las muñecas, la menor se detuvo y la miró sin comprender por un segundo—. No, nada de golpearse. A casa. Vamos.

Haerin no respondió con ningún gesto, sólo comenzó a caminar en dirección a su casa como si nada, Eunha tomó su mano para controlarla mientras la pequeña se perdía en su mundo.

—No es la primera vez que Haerin se golpea así, al menos no conmigo, suele hacer eso cuando me mira por más de dos segundos —dijo Danielle, recordando otras veces.

Eunha rió un poco.

—Está confundida, por eso lo hace, no sabe por qué siente calor en sus mejillas y se golpea.

—¿Dices que lo hace porque se ruboriza?

—Diría que sí —dijo asintiendo—. Ellos no reaccionan de la misma forma que haría otra persona, muchas veces sólo tienes que pensar lo más absurdo que se te ocurra y quizás tengas más posibilidades de acertar.

Danielle asintió levemente, sus ojitos miraban el ramo que Haerin le había regalado.

—¿Qué harás con tus flores?

—Las guardaré en un libro, y cuando se sequen las pintaré de azul.

—Sin duda muy lindo —dijo la terapeuta, asintiendo, y Danielle sólo puedo pensar que Haerin era linda.

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