15. Confrontaciones

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Estela, por más que lo intentó, le fue imposible pegar el ojo en toda la noche. En pocas horas llegaría otra confrontación, ver de nuevo a su ex le generó malestar. Y para sumarle al insomnio, Fluver no dejó de llamarla y enviarle mensajes al WhatsApp pidiéndole perdón. Optó por bloquear el número como medida de seguridad. No daría marcha atrás a la decisión que tomó, eso lo tenía claro.

Rememoró varias veces la escena vivida en los exteriores de la oficina de Vinicio. La conversación masculina se repetía una y otra vez, taladrándole las sienes como una dolorosa migraña. Se enfrascó en un monólogo interno que le diera respuestas a sus interrogantes:

¿Por qué a mí?

¿Qué karma estoy pagando?

Fueron algunas preguntas que acudieron a su mente.

El reloj digital de la mesita de noche marcaba las 05:30 a.m., las ganas de dormir desaparecieron al completo. Y mientras veía avanzar el tiempo, un pensamiento malévolo le llegó. Como una forma de desquitarse de su ex suegra, iría a su casa en ese preciso momento, la levantaría de la cama igual que Pilar se lo hiciera a ella el día anterior.

Esther aún dormía, por lo que decidió ir sola a la casa de los Aguilar. Se vistió con rapidez, en una mano llevaba la cartera y en la otra los zapatos. Caminó en puntillas, pero el rechinar que emitió el piso de madera al pasar sobre él no ayudó a ocultar el escape.

—¿Estela? —preguntó Esther desde el marco de la habitación de su madre—. ¿A dónde vas a estas horas? No son ni las seis.

—Hola, Esther. Discúlpame por despertarte. Voy a la casa de mi ex suegra. Ah, qué lindo suena: ex suegra —repitió. Sintió un aire fresco al pronunciar esas palabras—. Esa mujer me despertó ayer a las seis de la mañana, así que le daré una cuchara de su propia medicina.

—¡Eso no me lo quiero perder! —rio bajito para no despertar a su madre—. Espérame en la sala, ya bajo.

—No, Esther, es muy temprano. Iré sola.

—Quedamos en que te acompañaría. Espérame, me cambio súper rápido.

—Está bien. —Estela no volvió a replicar.

Ocho minutos después, Esther bajaba vistiendo un atuendo deportivo y con un gas pimienta en la mano.

—¿Y eso? —Señaló al frasco negro con gris.

—Por si las cosas se complican —dijo ella—. ¿Imagínate que no te dejen sacar las cosas? O que Fluver se ponga en mal plan. Como ya se le cayó el teatrito, a saber con qué nos sale.

—No había considerado ese detalle, tienes razón. Dado que Fluver sabe que estoy al tanto de su engaño, alguna treta intentará. —Llevó una mano al mentón, reflexiva—. Vamos. Al mal paso, darle prisa. Quiero sacar mis cosas y cerrar definitivamente este nefasto capítulo de mi vida.

—Este día habrá que marcarlo en el calendario y festejarlo cada año —rio Esther. Abrió el garaje para que Estela sacara el auto.

Las farolas alumbraban las calles, restos de la noche aún prevalecían en la atmósfera. Estela sonrió maliciosa al imaginar la cara de Pilar.

Veinte minutos después estacionó frente a la casa de la familia Aguilar. Tuvo una especie de deja vu al recordar que hace siete días atrás se detuvo en ese mismo sitio, atravesó el portón con sus maletas para empezar una nueva vida. Y la encontró: la vida le dio una sacudida, dolorosa, sí, pero necesaria para que recuperara el rumbo.

—¿Qué hora es Esther? —Se detuvo en la puerta de hierro, con el dedo suspendido en el timbre.

—Son las seis y cinco de la mañana —dijo, revisando la pantalla de su celular.

—A ver si le gusta que la levanten tan temprano. —Aplastó el aparato con insistencia.

—¡Quién llama a estas horas! —se oyó la voz enojada de Pilar desde el interior de la casa—. ¡Ya vaaaa, caramba!

La mujer abrió la puerta en bata de dormir y con una expresión ceñuda, la cual se acrecentó al ver a Estela.

—¡Bonitas horas de llegar! ¿Estuvo buena la fiesta? —le recriminó—. Mi hijo llegó hace rato. ¿Perdiste el camino a casa? ¿O te perdiste a propósito? —escupió las palabras con segundas intenciones.

—Ni lo uno ni lo otro, señora, pero si le interesa saber por qué llegué a esta hora vaya y pregúntele a su Fluvercito —contestó Estela, enfadada por las impertinencias de su ex suegra—. Vine por mis cosas. ¿Me puede abrir la puerta?

—No despertaré a Fluver por nimiedades. Y para que lo sepas, esta casa no es un hotel, así que te tocará esperar a un horario decente si quieres entrar —sentenció Pilar dando la vuelta.

—¡Señora, espere! ¡Ábrame la puerta! —gritó.

—¡Ya te dije que no, vuelve más tarde!

Estela llamó varias veces sin obtener respuesta.

—Esa vieja es una patada en el hígado —Esther resopló—. Fuiste una mártir por haberla soportado.

—Que ni piense que me voy quedar así. —Estela sacó el celular y marcó un número—. Si ella no me abre, don Afrodisio sí lo hará.

—Aló —saludó una voz masculina adormilada.

—Don Afrodisio, buenos días, disculpe la hora. Estoy afuera de su casa, su esposa no me dejó entrar. ¿Usted me puede abrir?

—¿Estela? ¿Qué pasó, por qué llegas a esta hora? —interrogó, preocupado—. Ya salgo a abrirte.

—Acá le cuento, don Afrodisio. —Cortó la llamada—. Ya me van a abrir. El ojo cuadrado que va a poner la vieja cuando me vea entrar.

Luego de que Afrodisio le permitiera entrar, Estela le comunicó su intención de abandonar la casa para siempre, y cuando su ex suegro le preguntó las razones, no dudo en contarle con pelos y señales lo sucedido con Fluver. El hombre estaba tan avergonzado y enfadado por el actuar de su hijo.

Después de que Estela fuera a recoger sus cosas, él fue a la habitación de Fluver.

—¡Levántate, sinvergüenza! —Quitó las sábanas que lo cubrían. El aludido ni se mosqueó, se hallaba tan sumido en el alcohol que no se dio por enterado.

—Afrodisio, deja dormir a Fluver. Es temprano para que lo levantes —manifestó Pilar, molesta de que interrumpiera el sueño de su hijo.

—¡Qué dormir, ni qué nada! —Asió la jarra que reposaba sobre el velador y le echó el líquido encima al feo durmiente—. ¡Levántate, Fluver! —demandó muy enojado.

—¿Qué... ! —exclamó asustado por el agua que le cayó en la cara sin previo aviso—. ¡¿Qué te pasa, papá?! —Se agarró las sienes. Tenía dolor de cabeza a causa de la resaca.

—Estela está en su cuarto, haciendo las maletas. Se va de la casa.

—¡¿Estela está aquí?! —Fluver se levantó de la cama de inmediato con intención de hablar con ella.

—¡Fluver, espera! —Lo sujetó del brazo—. Tú no vas a ningún lado. Estoy al tanto de lo que pasó entre ustedes dos. ¿¡Cómo pudiste caer tan bajo!? —Desvió la mirada al pantalón que yacía en el piso, se agachó y sacó el cinturón—. ¡Te voy a dar tus buenos correazos, a ver si aprendes a ser un verdadero hombre!

—¡¡No, papá, nooo!! —Fluver se ocultó tras las faldas de su madre.

—¡Afrodisio, qué haces! ¡Deja eso! —protestó Pilar—. ¿Por qué le vas a pegar?, él no ha hecho nada.

—¡Pilar, apártate!

—¡No, mamá, no dejes que me pegue! —gimoteó Fluver, usando a su madre como muro de contención.

—¡No le harás nada a mi niño!

—¡Tu niño tiene treinta y dos años! ¡Ya es hora de que se haga responsable de sus actos!

—No sé qué te dijo esa mujer, pero seguro son puros inventos. —Pilar retrocedió hacia la puerta, maniobra que fue aprovechada por Fluver para escapar de la ira de su padre.

—¡Fluver! —gritó Afrodisio yendo tras él.

El aludido corrió a la habitación de Estela, giró la llave desde dentro y se encerró allí.



Estela tenía toda la ropa encima de la cama, abrió la maleta y acomodó las cosas. En otro bolso guardó los zapatos, las carteras las llevaría en la mano. En la maleta pequeña metería sus artículos personales en cuanto Esther los trajera del baño.

A lo lejos escuchó los reclamos que Afrodisio le hacía a Fluver. Sintió cierta satisfacción, pero nada sería suficiente para compensar las infames canalladas que su ex le hiciera. Se concentró en terminar de hacer las maletas, quería dejar esa casa lo más rápido posible.

No contó con que cierto personaje se colara en su habitación.

—¡¿Qué haces tú aquí?! —Los ojos de Estela llameaban de furia al reencontrarse con Fluver.

—¡Fluver, abre la puerta! ¡Estás empeorando las cosas! —exigió Afrodisio golpeando con ímpetu.

—Estela, tenemos que hablar —pidió él, sin hacer caso a las amenazas de su padre—. Sé que estás muy enojada, y con justa razón...

—¡Claro que con justa razón! —La ira fue en aumento—. ¡El solo verte hace que me hierva la sangre porque me acuerdo de lo que me hiciste!

—Estela, todo lo que hice fue por nosotros. —Compuso un gesto de mortificación más falso que billete de cien dólares—. Mi sueldo como subgerente hubiese sido más alto, y por ende tú no necesitarías trabajar más.

—¿Y quién te dijo a ti que quiero dejar de trabajar? ¿Quién te dijo que te sacrificaras por mí? ¡No me creas estúpida, Fluver, a ti no te mueve el altruismo!

—Es la verdad, Estela, ¡todo lo hice por ti!

—¡No pretendas culpabilizarme de tus acciones, lo que hiciste fue por beneficio propio! —refutó Estela. Era increíble la desfachatez de ese hombre—. Permití que me manipularas en incontables ocasiones, pero se acabó. Eres un ser egoísta, incapaz de pensar en nadie más que no seas tú mismo.

—Estela... mi vida. —Se acercó a ella—. Cometí un error, me dejé embaucar por Vinicio. Él me engañó, me pintó un panorama de lo más sugerente y no pensé en las consecuencias, solo pensé en el maravilloso futuro que tendríamos —manifestó, tratando de justificar lo injustificable.

—¡Ya no más, Fluver, ya no más! —Las excusas de él solo acrecentaron el odio en Estela—. ¡Sal de aquí, desaparece de mi vista!

Fluver, al ver que sus palabras ya no surtían efecto en Estela y que estaba lista para marcharse de la casa, tomó una última acción desesperada: en un rápido movimiento quitó la llave de la puerta y la arrojó por la ventana.

—¡Tú no te vas de esta casa! ¡No dejaré que me abandones! —Le quitó la maleta de las manos.

—¡Cómo te atreves! —gritó furibunda—. ¡Dame mis cosas!

—¡No te las daré!

—¡Auxilio, que alguien me ayude! ¡Este hombre se ha vuelto loco! —Estela clamó por ayuda. Su ex pareja estaba fuera de sí.

La actitud alienada de Fluver no solo causaría revuelo en la casa de los Aguilar, también en un hogar a unos kilómetros de allí. 




La confrontación ha sido fuerte. A Fluver se le corrió la teja. ¿Qué piensan que ocurra?  😱

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