14. Cerrando ciclos

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Fluver conducía con una lentitud que estaba exasperando a Estela. No quería llegar al evento cuando todo se hubiera acabado, especialmente la comida. Y tomando precauciones respecto a lo último, fue que le envió un mensaje de texto a Esther, donde le pidió que le guardara unas empanadas.

—¿Puedes ir más rápido? —exigió Estela—. A este ritmo vamos a llegar a la fiesta, pero de Navidad.

Fluver ignoró la petición. Toda la tarde aguardó el momento ideal para hablar con Estela, pero ella no estuvo de buena disposición. El tiempo se acababa. El haber estado una semana fuera de la ciudad le jugó en contra; de no ser porque efectivamente había un nuevo cargamento que distribuir en los distintos puntos, hubiera pensado que Vinicio lo sacó de Manta a propósito. Solo le quedaba un día, mas no sería problema, el reto no le quedaría grande.

—Estela, tengo que decirte algo. —Detuvo el auto—. Lo he estado pensando mucho, y tienes razón, vivir con mi madre está afectando nuestra relación. No fue buena idea traerte a vivir a casa de mis padres. —Le dio una mirada arrepentida—. Voy a compensarte por los malos tratos que mi mamá te hizo pasar. Mañana a primera hora buscaré un lugar donde mudarnos.

—Espera, ¿no me dijiste que no había plata para alquilar un departamento y por eso debíamos vivir con tus padres? ¿Me mentiste, acaso? —Lo escudriñó con la mirada.

—No, mi vida, como crees. Voy a pedir un adelanto en el trabajo. —Metió la pata, pero encontró como corregir el error—. Soy uno de los mejores vendedores de la empresa, no creo que me lo nieguen.

—Dudo que mudarnos cambiará las cosas —declaró ella—. Una semana de convivencia me bastó para saber que esa no es la vida que quiero.

El panorama se tornó color gris para Fluver. Estaba perdiendo más y más terreno.

—Estela, no nos aceleremos. Una semana no puede tirar dos años de noviazgo. Cuando vivamos solos, todo será diferente. Y para que veas la seriedad de mi proposición, quiero que nos casemos por el civil, el lunes a más tardar.

—¿Me estás pidiendo por quinta vez que me case contigo? —La proposición de Fluver tomó desprevenida a Estela, pero no fue suficiente para deslumbrarla.

—Sí, tal como escuchaste. —Le agarró las manos—. Empezaremos nuestro hogar con el pie derecho, como marido y mujer. Te juro que tendrás una vida tranquila y...

—Fluver, basta. Ya no digas más.

—¿Qué pasa? Pensé que mi proposición te alegraría.

—Pasa que este no es el lugar ni el momento para hablar de algo tan serio. Lo único que quiero es llegar a la fiesta, pasarla bien y olvidarme de la semana tan horrible que he tenido, ¿puedes darme ese gusto? Mañana podemos hablar de lo que quieras.

—Está bien, pero prométeme que mañana me darás una respuesta.

—Lo que son las cosas, ahora tú eres el afanado por casarte. —Se burló—. Mañana tendrás tu respuesta. Ahora conduce, que mi Spark podrá ser de motor pequeño, pero sí alcanza una buena velocidad.

Él asintió, retomó el camino y aceleró como se lo pidió Estela. Al llegar, estacionó el auto en el parqueadero asignado a los empleados, luego le entregó las llaves a Estela.

Subieron juntos las gradas del edificio. Fluver intentó agarrarle la mano a Estela, pero esta lo rechazó. Y para ratificar que quería espacio, se separó de él en cuanto cruzaron el umbral. La preocupación aumentó en Fluver ante aquel desaire.

El salón de la empresa lucía una decoración blanca con azul, con una iluminación en tonos azules y lilas. La importadora cumplía cuarenta años en el mercado ecuatoriano. Y al ser cuatro décadas, la celebración tenía que ser por todo lo alto.

En el escenario tocaba una conocida orquesta musical de la capital. La gente estaba encantada bailando al son de la cumbia, la salsa y el merengue. El resto de empleados conversaban en las mesas, otros permanecían parados, bebiendo algún licor que repartían los meseros.

Estela buscó entre el gentío a sus amigos. En una esquina divisó a Jair hablando con las chicas de ventas. Desvió la vista a la zona del buffet, ahí estaba Esther con un plato en la mano, agarrando bocadillos de la mesa. La comida tenía muy buena pinta, para abrir el apetito a cualquiera.

—¡Estela, al fin llegas! —Esther la saludó con la mano—. Solo pude guardarte dos empanadas; en cuanto los meseros las trajeron, Jair y los demás cayeron como pirañas sobre ellas.

—Hola, Esther. Tranquila, dos está bien para la dieta —rio, mordiendo una empanada—. No sabes el hambre que tengo, no almorcé.

—¿Y eso, por qué?

—Pues qué va ser, mi suegra que quiso ponerme a cocinar y de paso a lavar la vajilla. Ella cree que soy su sirvienta, y me harté. Tuvimos una discusión que terminó con mi paciencia.

—Ay, amiga, lo siento. ¿Y qué piensas hacer? ¿No vas a volver a esa casa, verdad? —Esther la miró con preocupación.

—No pienso volver, ni siquiera de visita.

Los ojos de Esther se iluminaron.

—Esta es la mejor noticia que he podido escuchar. ¡Gracias, Dios! —Juntó las palmas hacia el cielo—. Al final irte a vivir con Fluver no resultó del todo mal. ¿O solo vas a dejar su casa, pero seguirás con él? Ay no, dime que lo vas a dejar también.

—Fluver me propuso cambiarnos a un departamento donde estemos solo los dos, y quiere que nos casemos el lunes a primera hora —contestó Estela—. ¿Pero te digo algo? No me emociona en lo más mínimo, al contrario. —En la mirada se reflejaba el horror—. No quiero casarme con él, no quiero hijos con él, no quiero absolutamente nada con él.

Esther abrió mucho los ojos, sorprendida por las palabras de Estela, casi que había perdido la esperanza de que algún día recapacitara.

—Se lo dijiste a Fluver, supongo. Eso explicaría que le esté dando duro a la bebida y al cigarrillo. —Señaló con el dedo a la mesa de bebidas—. Bueno, tampoco es raro en él. Beber y fumar es su deporte favorito.

Estela resopló al ver a Fluver prendido de un vaso de whisky.

—Quedé en darle una respuesta mañana, pero, pensándolo bien, ¿para qué esperar? No quiero volver a esa casa, ni hoy, ni nunca —dijo ella, observando cómo Fluver bebía cada vez más—. Ese es otro motivo para que no quiera nada con él. La adicción que tiene es preocupante.

—Concuerdo contigo. Lleva varios vasos en tan poco tiempo—. Negó con la cabeza—. Sí, despáchalo ahora mismo, no esperes a mañana. Gustosa te acompaño a darle la noticia, buena para ti, mala para él. —Sonrió maliciosa, imaginando la cara del desafortunado—. Mmm... Vinicio se nos adelantó. —Fluver se marchaba con el gerente en dirección a las oficinas—. Tocará esperar a que vuelva.

—No pienso esperar ni un minuto más. Lo que tengo que decirle a Fluver es más importante que lo que vaya a hacer con Vinicio. Vamos, acompáñame. —Agarró del brazo a Esther.

En el instante en que Estela tomó la decisión de terminar su relación con Fluver, dio inicio a una cadena de sucesos que le causarían un gran sufrimiento.



Vinicio conversaba con unos ejecutivos y socios de la empresa cuando vio llegar a Fluver y a Estela. No se le pasó por alto la actitud de la pareja, cada uno se fue por su lado, como si fueran dos desconocidos. Sonrió malévolo. La relación de los tortolitos se hundía cual Titanic en el Atlántico.

Siguió con la mirada a Fluver. Este se detuvo en la mesa de bebidas alcohólicas. Varios vasos comenzaron a desfilar, el tipo bebía como si fuera agua y fumaba como chimenea. Ante tal escenario, tomó la decisión de tener una conversación sería y definitiva con él. Pidió disculpas a sus acompañantes y fue hacia su subalterno.

—Acompáñame a mi oficina, de inmediato —exigió a Fluver—. Deja ese licor barato, te necesito lúcido. Hay cosas importantes de qué hablar.

Los dos hombres abandonaron el recinto; atrás quedó la música y el mar de gente.

En el interior de la oficina, Vinicio fue al bar y sacó dos vasos y los llenó con un líquido ambarino.

—Ten, el whisky que te encanta. —Extendió un vaso a Fluver. Después se recostó en el borde de su escritorio.

—Gracias por compartir tan ilustre bebida conmigo —siseó Fluver dando una calada al cigarrillo que tenía en la mano—. ¿De qué quieres hablar conmigo que no puedes esperar al lunes?

—Directo como siempre. Muy bien. ¿Cómo va tu relación con Estela? —arrojó la pregunta con saña—. Nada bien, ¿verdad? La vi lejos de ti, cuando en reuniones anteriores ha estado pegada como chicle, por miedo a que otra le quite a su feo. —Largó una fuerte carcajada, que se oyó hasta el pasillo.

—Ahí están, contando chistes —dijo Estela al oír la estruendosa risa.

Ella y Esther se hallaban a unos metros de la oficina del gerente.

—¿Será? Esa risa no parecía el producto de un chiste —añadió Esther—. Ninguno de los dos son dados a las bromas. Sin mencionar lo poco que tienen en común para ese tipo de confianzas.

—Pienso igual. Fluver y Vinicio son muy dispares. Que sean amigos, es algo que siempre me ha llamado la atención, y luego está el secretismo con que se reúnen en ese despacho. —Estela se quitó los zapatos de tacón e hizo una seña a Esther para que hiciera lo mismo—. Todos están en la fiesta. No tendremos otra oportunidad para saber de qué habla tanto ese par.

Las mujeres caminaron con sigilo y pegaron el oído a la puerta. Lo que escucharían a continuación, sería algo más que un simple chisme para saciar su curiosidad.

—Hasta el día de hoy no puedo creer que Estela se haya metido con un tipo como tú, feo, sin clase...

—¿Me trajiste a tu oficina para insultarme? —refutó Fluver, enojado—. ¿Qué es lo que te molesta, Vinicio? ¿Que un hombre como yo me haya levantado una mujer como Estela o que tú no hayas podido hacerlo?

—Habrás conseguido que ella se fijara en ti, pero solo eso, porque como hombre no has podido cumplirle, ni lo harás —contraatacó Vinicio, herido en su ego masculino—. En tus manos están los culpables. El licor y el cigarrillo te han pasado un alta factura: disfunción eréctil. —Largó otra carcajada.

—¡Jamás debí contarte eso! —bramó Fluver. Maldijo la circunstancia en que borracho le reveló ese secreto.

—¿Has oído hablar de la pastillita azul? —prosiguió Vinicio, sin importarle lo que el otro dijo.

—¿Sabes cuánto cuesta cada pastilla? ¡Veinticinco dólares! No derrocharé dinero cada vez que desee tener sexo. Es cuestión de que deje de beber y fumar y todo volverá a la normalidad.

—Te pasas de tacaño. Siento pena por Estela, por no quedarse solterona, es capaz de aguantar lo que sea a tu lado —escupió con veneno.

—Sí, para qué negarlo. Tengo a Estela comiendo de la palma de mi mano. —El alcohol le había aflojado la lengua a Fluver—. Y te informo que el lunes nos vamos a casar por el civil. Así que ve preparando mi contrato como subgerente de Almacenes Maxifer.

—¿Subgerente de Maxifer? ¡Eso nunca va a pasar! —Lo contempló con desprecio.

—¡Me diste tu palabra! Dijiste que ese puesto sería mío si conseguía que Estela se casara conmigo.

—Sé lo que te dije, pero ese puesto nunca será tuyo. ¡Nunca iba a ser tuyo, te casaras o no! —arremetió. Ya no era necesario mantener el engaño—. Te subestimé, Fluver, lo reconozco. Pensé que por feo no conseguirías que Estela te hiciera caso, y menos aún que considerara casarse contigo.

—¿¡Si no pensabas darme el cargo, entonces por qué todo este juego!? —gritó Fluver—. No, no importa tus razones, ¡vas a cumplir con tu parte del trato!

Estela estaba conmocionada a causa de todas esas revelaciones. La cara pálida, la respiración agitada y el enojo subiendo como olla de presión.

—¿Esther, escuchaste... lo mismo que yo? —inquirió ella con la voz temblorosa—. Dime que no lo imaginé...

—No. Escuché exactamente lo mismo. —Apretó el puño, enfadada. Colocó la mano en la manija, pero Estela le impidió ingresar.

—¿Deseas conocer las razones? —continúo Vinicio—. Quería saber hasta dónde eras capaz de llegar para subir de estatus social —reveló con saña—. ¿Pensaste que le daría ese cargo a un bachiller? ¡Qué iluso eres! Ese puesto es para un profesional titulado, con experiencia y, sobre todo, con presencia. —Lo examinó de arriba abajo—. Algo que tú, ni así de cerca tendrás. —Juntó el dedo pulgar e índice en señal de cantidad.

Lo que llegó después, Vinicio no lo esperó.

La mandíbula del ejecutivo fue volteada a la derecha, gotas de sangre descendieron por la boca. Fluver había conectado un certero golpe en la cara de su compinche.

—¡Has dado un ejemplo de cómo actúa la gente de tu clase! —Vinicio recobró la compostura—. No sabes cómo me divertí contigo —rio mostrando la dentadura ensangrentada.

—¡Hijo de puta! —Fluver lanzó otro golpe, pero esta vez no logró acertar.

Vinicio apartó la cara al ver llegar el puño de su contrincante. La acción ocasionó que Fluver perdiera el equilibrio, lo que fue aprovechado por el otro para devolver el golpe.

La oficina de gerencia se convirtió en un ring de boxeo. Sillas, muebles, crujieron con el peso de los hombres.

Estela y Esther ingresaron al despacho, alarmadas por el ruido.

Encima del escritorio, Fluver, con ambas manos, sostenía a Vinicio del cuello, impidiéndole respirar.

—¡¡Maldito mentiroso!! —gritó Estela, la ira la recorría entera—. ¿¡Así que yo era tu pase para la subgerencia de esta empresa!?

La gresca se detuvo cuando se percataron de la presencia femenina.

—Estela, ¿cuánto llevas ahí? —Fluver fue hacia ella en actitud conciliadora. No podía ser posible que se hubiera enterado de la verdad—. Lo que sea que hayas escuchado, puedo explicarlo.

—¡¿Explicar qué?! ¡Eres lo peor que pude conocer en mi vida! ¡Te odio!

—Estela, cálmate. —Intentó agarrarla de la mano.

—¡¡Suéltame!! —Lanzó una bofetada a Fluver, imprimiendo toda su fuerza—. ¿¡Cómo pudiste hacerme esto!? —Abandonó la oficina, ofuscada por la rabia y el dolor.

—¡Cucaracha de alcantarilla! —Esther le estampó otra bofetada. No se quedaría con las ganas de darle su merecido.

Al salir agarró los zapatos que Estela dejó tirados en el piso y luego corrió tras ella.

—¡Estela, espera! —gritó, acelerando el paso. Llegó con las justas para subirse al auto de su amiga.

Estela conducía echa una furia, al tiempo que lloraba amargamente.

—¡Maldito, maldito, maldito! —repitió, apretando con rabia el volante.

Tomó una curva hacia una calle secundaria. Aceleró a fondo, quería dejar atrás la causa de su desdicha.

—¡Estela, baja la velocidad, por favor! —suplicó Esther—. ¡Detente y hablemos! Estela, nos vamos a accidentar... ¡Cuidado! —gritó al divisar un rompe velocidades.

Estela frenó todo lo que pudo, pero aún así no evitó que el auto saltara a causa del muro.

—¡Auch! —gimió Esther por la sacudida que se llevó.

—¡Lo siento, no lo vi! —Se disculpó Estela. Bajó la cabeza al volante y se echó a llorar—. ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?

Esther sabía que no se refería al rompe velocidades.

—No tengo una respuesta para eso, pero de algo sí estoy segura, no te mereces lo que te pasó. —Abrazó a Estela. Sentía el dolor de ella como si fuera suyo.

Estela se dejó caer en el hombro de Esther, y lloró como pocas veces lo había hecho. Lloró, no por haber perdido un novio, sino por las malas decisiones había tomado y que la llevaron a donde estaba. Lloró por su familia y el sufrimiento que les causó por no saber escucharlos.

—Ahora estás pasando por una tormenta, pero pronto saldrá el sol —dijo Esther, palmeándole la espalda—. Eres una mujer fuerte, esto no te derrumbará.

—Esther..., ¿me puedo quedar en tu casa? —preguntó Estela con la voz entrecortada por el llanto—. No quiero ir donde mis padres... no tengo ánimos para decirles lo que pasó, tampoco quiero lidiar con lo que vayan a hacer.

—Por supuesto. Pero tarde o temprano tendrás que hablar con ellos.

—Lo sé. Pero hoy no quiero hacerlo. —Se limpió las lágrimas del rostro y exhaló una bocanada de aire—. Quiero que mañana me acompañes a la casa de Fluver. —La sangre le hirvió al mencionar ese nombre—. Tengo varias cosas y no deseo hacer dos viajes para llevarme todo. ¿Puedes?

—Obvio que sí, cuenta conmigo. De paso llevaré pintura en spray para dejarle escrito en las paredes las cosas que me faltó decirle —dijo malévola.

—Olvídalo, eso sería darle una importancia que no merece.

Esther asintió de mala gana, pero su amiga tenía razón.

Transcurridos unos minutos, Estela se sentía en mejores condiciones para conducir. El impacto contra la banda de frenado fue suficiente para que no volviera a exceder el límite de velocidad.

No tenía intenciones de abandonar el mundo sin antes ajustar las cuentas con Fluver.




Nota médica

En lo que respecta al problema que padece Fluver, quiero aclarar que detrás hay una rigurosa investigación. En efecto, el exceso de consumo de alcohol y cigarrillo genera problemas de índole sexual. No obstante, los mismos no están dirigidos solo a los hombres, también a las mujeres, presentando otro tipo de síntomas. 

De igual forma, pudieron apreciar que a lo largo de los capítulos fui dejando pistas en relación a la adicción de Fluver. No sé si alguien lo vio llegar, de no ser así, espero haberlos sorprendido.  🤭

Y con las revelaciones que han leído aquí, no quiere decir que el misterio, secretos y demás, se han desvanecido... Aún quedan más cosas por descubrir... muajajaja  😈

Este es uno de los capítulos que más ansiaba escribir, el contenido del mismo lo tenía como ideas sueltas en borrador, esperando el momento de llegar a esta parte.

¿Qué les ha parecido? Quiero saber sus impresiones.  :)


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro