13. Decisiones

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El día no clareaba del todo, pero eso no fue impedimento para que cierto personaje organizara una limpieza matutina; tampoco le importó si con esa acción despertaba a los demás.

Estela descansaba en su habitación, en un sueño de lo más placentero. De pronto le llegó un ruido, que fue aumentando la intensidad. El sonido provenía de una aspiradora. Con un ojo abierto y otro cerrado miró la hora en el celular: las seis y veinte de la mañana. Intentó en vano conciliar el sueño, pero fue imposible.

—¿Por qué, por quééé? —gruñó Estela. Estaba claro que su suegra lo hizo a propósito. Pateó la sábana, enojada. Y dado que dormir ya no era una opción, fue al dormitorio de Fluver a ver si había llegado.

En cuanto abrió la puerta, el ruido de la aspiradora llegó con más fuerza, puso los ojos en blanco. Unos pasos más y quedó frente a la habitación del susodicho. Colocó la mano en el pomo de la puerta y antes de que pudiera girarla, escuchó la voz de Pilar a sus espaldas.

—Fluvercito llegó a las cinco de la mañana, déjalo dormir —exigió en tono severo—. Y ya que estás levantada, ven a hacer la limpieza de la casa.

Estela arqueó las cejas. A razón de compartir el inmueble, la bruja de su suegra pretendía que hiciera todos los quehaceres de la casa. Ni loca se dejaría embaucar de nuevo, que hiciera la limpieza ella solita.

—Ay, qué pena, pero no podré. Quedé en acompañar a mi mami al mercado. Las mejores frutas y verduras se encuentran a primera hora del día. —Regresó apresurada al cuarto. Abrió el armario y sacó un atuendo sport, aprovecharía para hacer algo de deporte.

Optó por ir al parque más alejado del barrio, en caso de que Pilar saliera, no la agarrara en la mentira.

Condujo hasta el Club de tenis, al frente quedaba el Parque Costa Azul, el más grande de Manta y de toda la costa ecuatoriana. Un lugar privilegiado al borde del mar; compuesto de una exuberante vegetación que incluía manglares, árboles de distintas especies y pintorescos jardines. El parque contaba también con un acceso a la playa y a la laguna marina; una colina mirador con vista al mar, donde se levantaba el anfiteatro para espectáculos artísticos y culturales. Otra área estaba destinada a espacios deportivos, comerciales y gastronómicos.

Estacionó en el parqueadero privado del parque. Caminó hasta una palmera y realizó ejercicios de calentamiento; una hora de caminata le vendría bien. Inició el recorrido; en cada paso que daba, mil pensamientos se arremolinaron en su cabeza. Y a medida que el tiempo transcurría, fue poniendo las cosas en perspectiva.

Cuando aceptó vivir con Fluver, pensó que las cosas cambiarían en la convivencia diaria, y sí que cambiaron, pero no como ella esperó. Vivir en casa de sus suegros resultó ser un infierno. Dudaba que la situación cambiase si se mudaban a un departamento como Fluver se lo había ofrecido al principio.

Bajó la vista al reloj de mano: una hora y diecisiete minutos. Aligeró los pasos para recuperar el ritmo cardiaco. Eran casi las 08:30 a.m., el ejercicio le abrió el apetito. Decidió pasar por una de las cafeterías antes de volver a la casa. Emprendió el camino por un sendero diferente, esa vez prestó atención al entorno: personas corriendo, montando en bicicleta, paseando a sus perros...

Estela contuvo el aire. Un hombre, con uniforme de veterinario, paseaba a un labrador dorado. La sorpresa se dibujó en la cara de la joven cuando reconoció al sujeto. Había asumido que no lo volvería a ver. Tuvo el impulso de saludarlo, pero caviló en que él no se acordaría de quién era, por lo que al pasar de cerca, hizo como si no lo hubiera visto. Mas sus impresiones estaban erradas, porque él sí se acordaba de ella.

—¿Estela? ¿Te acuerdas de mí? Soy Martín —saludó con una sonrisa afable.

—¿Martín? Disculpa, andaba distraída y no te vi —mintió—. Qué sorpresa encontrarte aquí. ¿Es tu perro? —preguntó nerviosa por tenerlo enfrente.

—No, es de mi amigo Iván —aclaró—. Le surgió un desayuno importante con unos músicos y me la dejó en el consultorio para que la cuidara, y hasta que vuelva me la traje a dar un paseo. Ella es como esos niños a los que hay que taparles los ojos cuando pasan por una juguetería, pero con los parques —dijo divertido.

La perrita ladró en respuesta, moviendo la cola, confirmando lo dicho por su cuidador.

—Lo imagino, tengo un pato que adora las fuentes. ¿Cómo se llama esta hermosura? —Se agachó a acariciarle la cabeza—. Mis sobrinos tienen un perro de la misma raza, se llama Carbón.

—¿Carbón? —Martín arrugó el entrecejo, extrañado por el peculiar nombre—. ¿Es negro?

—No. Es dorado igual que ella —rio—, a mis sobrinos les pareció un nombre original.

—Sí que lo es. Ella es Duquesa. —Acarició la oreja de la perrita—. ¿Sabes? Mi amigo le está buscando novio, ¿crees que Carbón esté disponible? —preguntó con una expresión pícara.

—Eso habría que consultarlo con mis sobrinos —respondió Estela en tono jovial—. Eso sí, el galán vive en la capital. Pero yo les comento la propuesta, a ver si mi hermana y mi cuñado lo pueden traer para finales de agosto.

—¡Perfecto! Yo hablo con Iván, le encantará saber que Duquesa ya tiene un posible pretendiente, y que pertenece a una familia honorable. —Le guiñó un ojo, cómplice.

—Ay no, tú y yo haciendo de celestinos sin contar con la aprobación de sus dueños —se carcajeó.

—Si resulta el romance, podemos ser los padrinos de los cachorros que tengan. —Esbozó una radiante sonrisa.

A Estela le pareció que la sonrisa de Martín iluminaba más que el sol de la mañana. Sus latidos cardíacos aumentaron, le faltaba el aliento, como si hubiera realizado un sprint a la máxima velocidad. Esas sensaciones hace mucho que no las experimentaba.

—¿Vives por aquí? —consultó Martín, ajeno a las cavilaciones de ella.

—No. Mi casa queda en otro lugar... En los Bosques. —La voz le salió entrecortada—. Pero vine para acá a caminar. Este parque me gusta mucho.

—Es lindo, también me gusta —concordó—. ¿Llegaste recién o ya te vas?

—Terminé hace poco de caminar, iba al patio de comidas a comer algo —respondió—. Y tú, ¿trabajas... vives cerca de aquí?

—Mi veterinaria queda cerca al Club de tenis. —Señaló a unos árboles de tamarindo—. Desde aquí se puede ver. Atendemos las veinticuatro horas; mi turno esta semana es el de la noche, por si se te ofrece algo... O sea, algo con tu mascota —dijo nervioso, al darse cuenta de que sus palabras daban a entender otra cosa—. Vivo cerca, por la avenida universitaria.

—¿La avenida universitaria? —Estela ladeó una media sonrisa, al menos no era la única en un estado azorado—. ¿Qué casualidad? Por ahí queda mi trabajo.

—¿Ah, sí? Interesante. ¿Y en qué trabajas? —preguntó curioso—, disculpa, no quiero parecer metiche.

—Tranquilo, tú me contaste de ti, es lo justo —contestó ella, feliz de extender la charla—. Trabajo en la matriz de Almacenes MaxiFer, es una empresa que provee material ferretero a nivel nacional. Estoy en el área de publicidad.

—Conozco la empresa, he realizado compras en una de sus sucursales. Por cierto, me dijiste que ibas al patio de comidas, ¿me aceptas un desayuno? Quiero agradecerte por el detalle que tuviste conmigo y mis amigos. El no querernos cobrar el pastel fue un gesto muy bonito de tu parte.

En efecto, Martín quería darle las gracias, pero también quería una excusa para pasar un rato más con ella. Desde el instante en que la conoció le había parecido una mujer amable, dulce, risueña. Estela era de esas personas que atraían de diferentes formas, no solo desde la parte física.

—Aclaro que no lo hice esperando algo a cambio. Pero ya que insistes, acepto. —Para qué negarlo, estaba encantada con la invitación—. Pero te aviso que tengo mucha hambre, la caminata me dejó sin fuerzas.

—No hay problema, tú pide con confianza.

Minutos después llegaron a la zona de alimentos.

—¿Qué te gustaría, bolones, empanadas, un encebollado? —inquirió Martín, cuando les pasaron la carta.

—Encebollado... a mi hermano le encanta —sonrió pensando en él—. Te va a caer bien cuando lo conozcas, bueno si nos volvemos a ver otra vez, claro. —La indirecta incluyó un mensaje muy explícito.

—Nos volveremos a ver si tú quieres. A mí me encantaría —sonrió coqueto.

—Hay algo que debo decirte. —Lo miró apenada, al captar su gesto—, tengo novio, aunque mi relación no anda actualmente bien con él, debía decírtelo.

—Novio... Sí, entiendo. —Martín sintió que se le subían los colores al rostro, había sido tan evidente y terminó chocándose contra una pared. ¿Cómo pudo obviar ese detalle?—. Es un hombre con suerte.

—Al parecer él es el único que no lo sabe —dijo con amargura—. Mi relación está en una cuerda floja. Pero ahora no quiero hablar de eso.

—Lo siento, espero que todo mejore.

—Lo dudo, pero gracias. —La cara de desánimo de Estela no pasó inadvertida para Martín.

—Las parejas pasan por momentos difíciles, ya verás que pronto se resolverán los problemas con tu novio.

Estela negó con la cabeza, pero no añadió nada más.

—¿Qué tal la herida? —Cambio de tema, apuntando al brazo—. ¿Te quedó marca?

—Estoy mejor. Sí, me quedó una marca, pero apenas se nota. Cuando alguien me pregunte, diré que es una marca de guerra —soltó una carcajada—. Es usual en los deportistas tener accidentes, esta marca es otra de tantas que me he hecho en la bicicleta.

—Es una buena respuesta, muy heroica —dijo Estela, contagiándose de la risa de Martín, un sonido que de algún modo le aportaba calma—. Y me tranquiliza no ser la única causante de tus accidentes deportivos.

—¿Qué vas a querer? —inquirió Martín cuando la mesera llegó a tomarles el pedido.

—A mí me trae un tigrillo de camarón y un jugo de naranja —pidió a la chica.

—Yo quiero un bolón mixto y un jugo de sandía —solicitó él.

La mesera se marchó a traerles los desayunos.

Y así, degustando una rica comida costeña, fueron conociéndose más.

Estela se enteró de que Martín estaba divorciado y que tenía una hija de dos años. Cuando fue a preguntar la causa de la separación, la cara de él se ensombreció. El amor se acabó, fue lo único que dijo. Pero algo le decía que había otro motivo. Esperaba que no hubiera nada oscuro detrás.

Él luego le habló de sus padres, y de su hermana que vivía en Italia, entre otras cosas. Estela a su vez le contó de su familia, de sus amigas, del trabajo y de Lucas.

Charlaron alrededor de una hora, hasta que llegó el momento de despedirse. Martín le entregó una tarjeta de su consultorio. Estela correspondió dándole su número. Si se daba la oportunidad, volverían a verse nuevamente.

Lo que ellos no sabían es que ese próximo encuentro sería antes de lo previsto, y en circunstancias nada agradables.

Ciertos eventos por suceder, cambiarían la vida de los dos en más de una forma.



A medio camino de la casa, Estela decidió pasar por el centro comercial a comprar unas cosas para el evento de esa noche y a hacerse la manicura. Las manos las tenía maltratadas de tanto traste que le tocó lavar, dado que en la casa de su suegra no se usaba guantes, según ella porque los platos se resbalaban.

Para la fiesta de la empresa llevaría un vestido corto negro, de flores blancas y rojas, y unos zapatos dorados. Solo le hacía falta un bolso que combinara con el atuendo. Había una promoción en carteras en uno de los locales y esperaba hallar algo que le gustara. Y ojalá se demorara mucho, no tenía ganas de volver a la guarida de la bruja.

Pero como nada es inevitable, volvió resignada a la morada de los Aguilar. Al llegar, estacionó el auto en la vereda. Por el retrovisor, observó a su suegra peleándose con una vecina. Pilar empujaba con la escoba un montón de hojas secas a la acera de la otra mujer, esta a su vez se lo devolvía, alegando que esa basura no era suya.

—¡El árbol es suyo, estas hojas le pertenecen! —gritó Pilar—. ¡No tengo por qué recoger basura ajena! —Empujó de nuevo las hojas secas.

—¡En esta calle hay muchos árboles! —rebatió la vecina—. ¡¿Acaso no lo ve?!

Estela bajó del vehículo sin hacer ruido, se llevó una mano a la frente, tapándose la cara, haciendo como que no conocía a su suegra, y entró a la casa sin ser vista por esta. Era una escena vergonzosa, cualquiera en su lugar hubiera hecho lo mismo.

Empero, al cruzar el umbral se encontró con otra escena. En el sofá estaba Fluver acostado, cual morsa en playa rocosa. Miraba una película en la tele de la sala. Desvió la vista a la mesita de centro, había un reguero de comida y otro tanto en el piso.

El humor le cambió al instante.

—Fluver, ¿cómo haces para ensuciar y desordenar la casa con tanta facilidad? —preguntó sarcástica.

—Mmm... pues no sé, ¿talento natural? —respondió burlón, con una pierna sobre el sofá, y una bolsa de doritos en la panza—. Deja el estrés, Estela, que no es para tanto. Nadie vendrá de visita.

—¿O sea que es necesario que haya visitas para limpiar? Estás mal, Fluver, muy mal. Y desde ya te aviso que no voy a limpiar tu chiquero.

—¿A dónde vas? —interrogó él.

—A mi cuarto.

—Ya es casi la hora del almuerzo, ¿no vas a cocinar algo?

—¿Estelita hará el almuerzo? —Pilar ingresó a la sala—. ¡Perfecto! Así podré ir con la manicurista. También lava los platos que están en el fregadero.

A Estela le palpitó una vena en la frente, la ira bulló como lava en un volcán. Le habían colmado la paciencia.

—¡¡Me hartééé!! —gritó colérica, ocasionando que Fluver y Pilar se estremecieran del susto—. ¡Yo no soy la sirvienta de esta casa! ¡Y mi nombre es Estela, no Estelita, oyó señora!

—¡Ah, con que llegamos bravas! —dijo Pilar de inmediato—. Fluver, ¿viste el arranque que acaba de tener tu noviecita?, te espera una vida amarga a su lado.

—No señora, no es a su hijo a quien le espera una vida amarga, sino a mí —discrepó Estela—. Estos seis días viviendo en esta casa me lo han dejado más que claro. Fluver, tú y yo debemos arreglar esta situación de inmediato —plantó una mirada rabiosa en él—. No puedo seguir viviendo aquí. Tu madre no ha dejado de tratarme mal desde que llegué, y ni te cuento las cosas horribles que me dijo en tu ausencia.

—¡No dije nada que no fuera cierto! —interrumpió Pilar—. Y si vas a ir de chismosa con mi hijo, no tengo reparo en repetirle todo. ¡Me oyes!

—¡No lo dudo que lo haga! Y conociéndola, cambiará las cosas a su conveniencia. Dígame algo señora, ¿no le da miedo morderse esa lengua viperina y morirse con su propio veneno? Claro que no, las víboras como usted son inmunes.

—¡Muchachita altanera! ¡Mi hijo no merece una mujer como tú!

—¡No, señora! ¡Soy yo quien no merece un hombre como su hijo!

Aquellas últimas palabras hicieron que Fluver se irguiera como un resorte. Estela había hecho una declaración que ponía en alto riesgo la relación que mantenía con ella. Pasó de ser un espectador a intervenir en la gresca femenina.

—¡Basta, mamá! —gritó Fluver—. Estela tiene razón. No es la empleada de esta casa. Y tampoco tienes derecho a tratarla mal, te pido que no lo vuelvas a hacer. —Fluver sabía que ponerse de parte de Estela le convenía más, dada la situación—. Tranquilicémonos. Discutir no nos llevará a ningún lado. Y por el almuerzo no se preocupen, las invito a comer fuera y asunto arreglado.

—No es necesario, almorcé en la casa de mi mamá —mintió ella. No tenía el más mínimo deseo de salir con Fluver y su madre.

—Mejor que no vengas —respondió Pilar entre dientes.

Estela le sostuvo la mirada a su suegra. Vio odio en los ojos negros, pero no se amilanó.

—Estoy de acuerdo, no quiero que la gente piense que somos familia. —Volteó la vista para no darle chance de responder—. Fluver, ¿vas a ir a la fiesta de la empresa? Pregunto porque llegaste en la madrugada y debes estar cansado.

—Estoy bien. La fiesta es en la noche, así que no hay problema.

—De acuerdo, nos vemos aquí a las 7: 30 p. m., si no estás, me voy sola —advirtió—. Y te recuerdo que tenemos una conversación pendiente.

—Podemos hablar ahora si quieres, o al regreso de almorzar —contestó solícito. Actitud que llamó la atención de la joven.

—No, dejémoslo para mañana. Esta discusión me ha dejado sin energías. —Se retiró a su cuarto.

Lo que tenía que hablar con Fluver requería de un estado de ánimo sereno. Con el enojo que se cargaba en ese momento no sería capaz de hablar de forma calmada. Quería dejarle en claro que la decisión que tomó no era a causa de la ira, sino debido a un riguroso análisis.

Las cartas estaban echadas y no había vuelta atrás.



*Nota gastronómica

En mi país, el consumo de plátano verde es algo cultural, especialmente en la costa. El verde es un producto versátil, usado en distintas preparaciones.

Abajo les dejo el desayuno que compartieron Estela y Martín. 🤭


Tigrillo de camarón (plátano verde, camarón, queso, huevos revueltos)

Bolón mixto (plátano verde, queso y chicharrón)

Como verán, fue un desayuno suculento y contundente jaja. Y de esta forma, hemos visto un nuevo acercamiento entre Estela y Martín, más extenso, donde descubrieron cosas el uno del otro.  😏


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