17. Dulce bienvenida

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—¿Entonces ahí fue donde se conocieron? Mi mamá y mi hermana comentaron algo sobre un accidente en una carrera ciclística, pero no imaginé que se trataba de ti. —Andrés llevó una mano al mentón en actitud reflexiva.

—El mundo es un pañuelo, o mejor dicho, Manta. —Martín arrugó el entrecejo por la situación tan peculiar.

—Lo es —dijo y luego añadió—: Gracias por atender al pato de mi hermana. Lucas es un ave a la que le tenemos mucho cariño.

—Un gusto ayudar. Se nota que es un patito muy especial. —Desvió la vista a la madre de Andrés—. Buenos días, señora, ¿se acuerda de mí?

—¡Hola, joven! Claro que lo recuerdo, ha sido una grata sorpresa encontrarlo aquí. —Leticia esbozó una sonrisa amable—. Me tranquiliza saber que Lucas está en buenas manos. El hombre que lo golpeó se merece el infierno. —El semblante se tornó severo—. Es un alivio que mi hija al fin lo haya dejado.

Martín rememoró la conversación que tuvo días atrás con Andrés. Él le había hablado de una hermana que salía con un hombre que no le convenía, y de que se habían ido a vivir juntos. No se necesitaba ser un genio para unir las piezas de ese puzzle, estaba clarísimo que la mujer en cuestión era Estela. Y para más confirmación, el día anterior ella le insinuó que su noviazgo no andaba bien. Lo que son las cosas, pensó.

—Les pido un permiso, voy a darle una vuelta al paciente —se excusó.

—¿Te quedarás a solas con mi hermana? —indagó Andrés, arqueando las cejas con suspicacia.

—Yo vi más gente, tío —susurró Raia, mirando a los lados con diversión.

Esther soltó una leve risa por el comentario, pero no añadió nada.

—En realidad no, hay otros pacientes en la sala, además están las enfermeras. —A Martín le extrañó la pregunta—, y pronto llegará la doctora a reemplazarme, pero no se preocupen, Lucas quedará en buenas manos.

—Disculpe a mi hijo, es un tanto sobreprotector con su hermana. —Leticia jaló del brazo a Andrés—. Hasta luego, doctor.

—Nos vemos, Martín —dijo Andrés ladeando el cuello.

—Hasta pronto.

—Ahí le encargo a mi amiga y a su pato. —Esther le guiñó un ojo, gesto que él no supo interpretar bien, por lo que solo asintió.

Martín miró al grupo con humor, la anciana llevaba del brazo a su hijo, mientras la sobrina y la otra chica le hacían algún tipo de broma. Movió la cabeza y dio la vuelta a la sala de cuidados. 

Al llegar, fue testigo de una escena enternecedora: Estela acariciaba a su pato con mimo, mientras le susurraba palabras dulces al oído. El ave correspondía con ligeros graznidos. 

El emotivo cuadro fue interrumpido por un peludito. El minino olfateó al pato y después, con total confianza, comenzó a lamerlo. El gesto asustó a la mujer que reaccionó a la defensiva.

—Tranquila. Es el gati enfermero —se apresuró a aclarar. Acarició al gato de pelaje gris con blanco—. Me ayuda a tranquilizar a los animales que vienen a la consulta. Aunque no es común que les pase la lengua.

—¿No será que está catando a Lucas para saber qué sabor tiene y según eso devorarlo o no? —dijo Estela, sin bajar la guardia.

—¿Qué? Nooo. —Martín soltó una carcajada—. René solo lame a aquellos que le inspiran confianza, tu pato le cayó bien. ¿Cuál es la historia detrás?

—¿Historia? ¿A qué te refieres?

—Su nacimiento o adopción, y su nombre. Los dueños de mascotas tienen historias interesantes que contar, ¿cuál es la de Lucas?

—Ah, eso. Se llama Lucas, en honor al pato Lucas. Me gusta esa caricatura —respondió con una sonrisa—. En cuanto a la historia, lo rescaté cuando era pequeño. —Le contó la forma en que llegó a ella. Los ojos se le humedecieron al recordarlo.

—Lo dicho, es una historia interesante. ¿Sabías que los patos actúan como perros protectores? —expuso Martín, en un intento de distraerla de la aflicción que sentía al ver a su pato lastimado—. Me dijiste que lo rescataste de pequeño, lo más probable es que se haya separado de su madre, los patitos no lo hacen hasta que son adultos; eso explicaría por qué es tan unido a ti y la forma en que te protege: él te ve como su mamá.

—¿Su mamá? —sonrió emocionada—. Antes de que me contaras todo esto ya me consideraba su mamá, pero me ha gustado saber los motivos. ¿Y cuál es la historia de René?

—Es una historia triste —expresó Martín, consternado—. René proviene de una camada de cinco gatitos que llegaron aquí por envenenamiento. Los trajo una señora que alimenta gatos callejeros, uno de sus vecinos les había dado veneno.

—¡Pero qué crueldad! —profirió Estela, molesta y triste a partes iguales.

—Hay gente muy mala. Una cosa es que no les gusten los gatos, pero eso no les da el derecho a hacerles daño. —El rostro de Martín reflejó indignación—. De los cinco gatitos, sobrevivieron tres, entre ellos René. Los otros dos habían ingerido bastante alimento envenenado y no pudimos salvarlos. Cuando se recuperaron, les conseguimos un hogar. Yo adopté a René, fue amor a primera vista —sonrió—. Siempre lo traigo conmigo a trabajar, no te sorprendas si lo ves deambulando por ahí.

—Ambos son sobrevivientes. —Estela los contempló con cariño.

—Cuack —confirmó Lucas.

—Miau —añadió René.

—Lo son. Y comparten similar historia en cuanto al nombre. —Pasó la mano por el lomo del gato—. Él se llama René en honor a la rana René, me encanta ese títere.

—Me gusta también —concordó alegre.

Aquella charla fue la antesala que dio comienzo a un intercambio informativo, relacionado con programas de televisión, películas y demás. Estela y Martín descubrieron otras cosas en común y, sobre todo, conversar con él, ayudó a Estela a relajarse de sus problemas.

—Mi turno terminó —anunció Martín, viendo su reloj—. No te preocupes, la doctora que me reemplazará es una excelente profesional. Lucas estará en buenas manos. Aprovecha para ir a tu casa y descansar un poco —recomendó.

—Tal vez más tarde, por ahora no quiero separarme de él.

—De acuerdo. Nos vemos después.


Horas más tarde, Martín estaba de vuelta en el consultorio para su último turno. Verificó la hora: las ocho de la noche. En breve, el lugar se llenaría de personas que vendrían a visitar a sus mascotas. Fue a controlar el estado de salud de sus pacientes: un perro hospitalizado a causa de una fractura de cadera; un gato con problemas de hígado por haberse comido media docena de huevos en un descuido de sus dueños. Todos se recuperaban de forma satisfactoria. Prosiguió a revisar a Lucas, la inflamación había bajado, pero seguía sin sostenerse en pie. Esperaba que en las siguientes horas su condición mejorara.

De regreso a la sala de espera, se encontró con Estela. Llevaba el mismo atuendo con el que llegó en la mañana, lo que le indicó que no se había movido de la clínica.

—Has pasado todo el día aquí, ¿verdad? —inquirió él—. Ve a casa. Se te ve muy cansada.

—No quiero alejarme de Lucas...

—Entiendo tu angustia, pero si enfermas, no podrás hacerte cargo de él. Está en excelentes manos, te lo aseguro.

—Está bien —asintió ella—, pero me iré después de que termine el horario de visitas, si no hay problema.

—Ninguno. Vengo de revisar a Lucas, va mejorando, aún no asienta la pata, pero lo hará pronto —La informó de los últimos avances—. Si todo va bien, puedes recoger a Lucas a partir de las nueve y media de la mañana.

—Qué alegría saber que mi Lucas está mejor. Gracias por los cuidados que le has dado. —Contrajo los labios en una sonrisa sincera—. Le diré a mi mami que lo recoja, yo no puedo por mi trabajo —mencionó entristecida.

—No te aflijas, piensa que al llegar a tu casa, Lucas estará esperándote.

Estela asintió. Los ánimos se le subieron al visualizar la escena.

Finalizado el horario de visitas, la joven se fue a su hogar con un mejor semblante. En poco tiempo tendría a su pato con ella, listo para dar guerra... o picotazos. Conociendo a Lucas, el accidente que sufrió no lo detendría de volver a las andadas.



Entrada la seis de la mañana, Martín se dio a la tarea de revisar las fichas de los últimos ingresos. Una idea se le cruzó por la cabeza luego de la conversación que tuvo con Estela la noche anterior. Abrió una carpeta y encontró lo que buscaba.

—Aquí está la dirección. René, ¿me acompañas a darle la noticia a nuestro paciente emplumado? —le habló a su gato.

—¡Miau! —aprobó René, ronroneando feliz.

Llegaron a la sala de recuperación, una área compuesta de pequeños cuartos de vidrio donde estaban los pacientes aislados entre sí. Fue al cubículo de Lucas. Lo encontró bebiendo agua, apoyándose en ambas patas.

—Lucas, te veo mucho mejor. Estela se pondrá contenta de verte sano y fuerte.

—¡Cuack, cuack! —El pato agitó las alas al oír el nombre.

—Tranquilo, muchacho, veo que la noticia te ha hecho feliz, pero no te excedas con el movimiento. Déjame hacerte un último chequeo. —Martín evalúo el área lastimada, la inflamación había desaparecido. Lo puso a caminar y no hubo novedad—. Te traigo una noticia, te llevaré a tu casa. No es necesario esperar a que sean las nueve.

—¡Cuack! —exclamó Lucas. La alegría lo embargaba.

Martín sonrió, Lucas era un paciente muy risueño.

A continuación, buscó una jaula transportadora y metió al ave con sumo cuidado. Notificó a la enfermera de turno que llevaría al paciente hasta la casa de su dueña. Se dirigió a su auto y colocó a Lucas en la zona baja. René se acomodó en su propia jaula, en el asiento del copiloto. Conectó el celular y en la pantalla del vehículo apareció la dirección en Google Maps. Condujo al hogar de Estela siguiendo las indicaciones del mapa.

Cuarenta minutos después arribó a su destino. La finca le pareció un lugar idílico, le gustaban las casas rodeadas de naturaleza. Bajó del auto y tocó el timbre. A lo lejos escuchó el graznar de otros patos. Lucas no era el único de su especie que vivía ahí, pero sí el más especial, según pudo apreciar.

—Buenos días, ¿quién llama? —saludó una voz femenina.

—Buenos días, ¿señora Leticia, es usted? Soy Martín, el veterinario que atiende a Lucas.

—¡¿Pasó algo con Lucas?! —preguntó con voz alarmada.

—Despreocúpese, todo está bien. Tengo a Lucas en mi auto, su hija me dijo que no podría recogerlo en la clínica, así que lo traje personalmente. ¿Le puede decir a Estela que estoy afuera?

—Pase a la casa, ya le digo a mi hija que usted está aquí.

La puerta se abrió e ingresó a la propiedad. Estacionó frente a la casa. Sacó el transportín, y al voltear la vista distinguió la silueta de Estela. Detrás de ella estaban sus padres y hermano.

—¡Lucas, mi niño! —Estela lo sacó de la jaula y lo cargó en sus brazos—. Pensé que te vería más tarde. —Lo llenó de besos.

—Cuack, cuack —correspondió al cariño.

—Me tomé el atrevimiento de traerlo. Me dijiste que no podrías recogerlo por tu trabajo. Así que, entrega a domicilio. —Martín ocultó el nerviosismo tras una faz serena—. Se recuperó satisfactoriamente, por lo que no hubo problema en darle el alta antes.

—Muchas gracias, Martín. Tienes mi eterna gratitud por lo que hiciste por mi pato. —Una luz brilló en sus ojos—. Te voy a recomendar con mis amistades. Les encantará saber que tu clínica tiene la mejor atención a mascotas y además atiende a domicilio.

Martín se sobresaltó un poco. En realidad su veterinaria no atendía a domicilio, llevar a Lucas fue iniciativa suya. Mas Estela no tenía porqué enterarse.

—Gracias por la recomendación, publicidad extra nunca viene mal —sonrió de lado.

Estela y Martín intercambiaron una mirada juguetona, cargada de complicidad, la de dos amigos cercanos que sabían algo que los otros no.

—Si algún día tengo una mascota, tú serás su veterinario oficial. —Andrés contrajo el entrecejo, percatándose de cómo se miraban su hermana y Martín. Al parecer se conocían más de lo que imaginaba—. Gracias por cuidar de Lucas y traerlo sano y salvo a la casa.

—¡Hablando de eso! —interrumpió Leticia—. ¿Será que puede hacerse cargo de mis otros patos?

—A mi esposa y a mí nos encantaría, después de saber cómo cuidó de Lucas, nos da la confianza de que estarán en buenas manos —agregó Humberto.

—Por supuesto, lo haré encantado. ¿Son los patos que están en ese corral? —señaló.

En ese instante, Raia venía corriendo detrás de una pata.

—¡Cuack! —exclamó ella al ver a Lucas.

—¡Cuack, cuack! —parpó él al percatarse de quién era.

Estela lo soltó, era evidente que quería reunirse con la patita.

Los dos patos iniciaron una especie de danza aviar. Intercambiaron caricias en el cuello y graznidos suaves.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, curiosa por lo que acababa de ver.

—Es Jazmín, la novia de Lucas —dijo Raia, recuperando el aire.

—¡¿Novia?! ¿Cuándo pasó eso?

—En la semana que estuviste viviendo fuera, tía. Desde ahí Jazmín y Lucas empezaron a salir.

—Mira no más esa dulce bienvenida. —Martín soltó una carcajada—. Este patito es todo un rompecorazones.

—Así veo, al niño no le faltará atenciones. —Estela arqueó una ceja, divertida.

—Bueno, me tengo que ir —comunicó Martín.

—¿No quieres pasar a tomar una taza de café? También hay empanadas.

—Suena tentador, pero no puedo, debo regresar a la clínica.

—¿Y un café más tarde? —insistió, esperanzada.

—Me agrada el plan —accedió a la invitación—. Te escribo al celular y definimos la salida. ¿Te parece?

—De acuerdo. —El rostro de Estela se iluminó.

Martín se despidió de Estela con un beso en la mejilla, que dejó entrever nerviosismo de ambas partes.

Leticia y Humberto se miraron con disimulo. Las miradas cargadas de interrogantes. ¿Sería posible que...?

De estar en lo correcto, solo el tiempo lo diría.



¿Qué les parece Jazmín? A Estela le apareció una nuera. Lucas no perdió el tiempo jajaja 🦆 🧡 🦆

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro