19. Volver a empezar

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Desde el marco de la puerta, Estela observó con detenimiento su habitación. Sonrío, feliz de estar de vuelta en casa. Había extrañado la calidez del hogar, en especial a su familia.

Verificó la hora en el celular, tenía el tiempo justo para llegar a la cita con Martín. Quedaron en verse en un café bar, un negocio que pertenecía a Iván, según le comentó. Para esa noche usaría un atuendo informal: jeans, una blusa y zapatillas bajas. Se miró en el espejo una última vez, tenía un buen aspecto. Guardó el celular en la cartera y bajó al primer piso.

—Qué guapa estás, mija. —Leticia la contempló con ojos de madre orgullosa.

—Sí, estás muy linda —confirmó Humberto—. ¿Y a qué lugar van a ir?

—Gracias a los dos. Vamos a ir a un bar de un amigo de Martín.

—Algún día invítalo a cenar a la casa, para conocerlo más —manifestó doña Leti con picardía—. Que disfrutes la velada.

—Al regreso les cuento cómo me fue, porque se nota el interés —rio ella—. Sin embargo, quiero aclarar que es solo una salida de amigos.

—¿Será? —Andrés entró a la sala con Lucas en los brazos—. Las miraditas que intercambiaron en la clínica no fueron precisamente amistosas

—No sé que hayas visto, pero no es lo que piensas. Le estoy muy agradecida nada más. —Agarró al pato—. Mi Lucas está mejor gracias a él.

—¡Cuack! —Lucas estuvo de acuerdo.

—No cometeré el mismo error de involucrarme con otro hombre cuando apenas finalicé una relación —continuó Estela—. Después de lo sucedido con Fluver, quedé curada. ¿Sabes, hermanito? Te haré caso, me volveré una doña Juana, con un amor en cada puerto.

—¿Tú le recomendaste eso, Andrés? —Leticia lo observó con censura.

—Sí... pero fue con intención de que se quitara a Floripondio de encima —contestó azorado—. ¡Y funcionó! ¡Al fin nos lo quitamos de encima!

—No me quedó del todo claro las razones por las que terminaste con él. —Humberto la miró suspicaz—, pero entiendo que no quieras hablar de ese tema. Una última cosa, ¿te depositó la plata que te debía? Ese día no le hice nada por petición de su padre, él me prometió que Fluver pagaría su deuda, pero si no lo hizo...

—Quédate tranquilo, papá. Hay un depósito en mi cuenta. —Estela comprobó que Fluver no le pagó la plata por voluntad propia, sino mediante coacción. De nuevo intentó engañarla—. Me voy, nos vemos más tarde.



En otro lugar de la ciudad, un conocido bar se preparaba para celebrar un concilio romántico. Así lo había denominado Iván, llevándole la contraria a Martín, que alegaba solo era un café entre amigos.

—¿Qué tal me veo? —inquirió Martín. Los nervios estaban haciendo estragos en él—. ¿Hice bien en escoger un atuendo informal o debí usar un traje?

—Te ves como todo un daddy latino —bromeó Iván—. Calma, pareces un adolescente en tu primera cita.

—Que no es una cita —refutó—. Es solo una salida de amigos, ya te lo dije.

—Los amigos no sonríen como bobos cuando ven a esa persona que les mueve el piso. En tu caso, ese piso está totalmente fuera de balance.

—Pues sí, hermano, para qué negarlo. Estela no me es indiferente. —Martín reconoció lo que sentía—. Pero ay de ti si dices algo. —Lo miró serio.

—Tranquilo, mi pana, tu secreto está seguro conmigo. —Iván llevó la mano a la boca sellando sus labios—. Controla esos nervios, pareces un hielo bajo el sol. La velada será perfecta. Mi local tiene la ambientación ideal para una cita romántica.

—No se te ocurra decir que es una cita romántica delante de ella —advirtió Martín—. Terminó con el novio hace poco, no creo que esté interesada en otra relación.

—Entiendo, pero igual, ponte las pilas. Ya sabes lo que dicen: a rey muerto, rey puesto.

—No sé si llegue a surgir algo entre nosotros, pero por ahora me conformo con ser su amigo.

—Por algo se empieza. Oye, dado que Estela aún no llega, ¿me quieres echar una mano a traer agua de la bodega?

—Claro, vamos.

Fueron a la parte trasera del local por los six pack de agua. Al volver se encontraron con una escena alarmante.

—¡Mira al tipo que está con Estela! ¡La va a asaltar! —La cara de Iván era de espanto—. O peor aún, la secuestrará.

Antes de que Iván emprendiera la carrera, Martín aclaró las cosas:

—No creo que sea un asaltante, sino su ex.

El semblante de Iván pasó del susto a la sorpresa.

—¡¿El ex?! Pero está bien feo.

—No estoy seguro, pero es lo más probable. ¿Te acuerdas de Andrés, el hombre que conocimos en el restaurante de la madrina? ¿Recuerdas que nos contó que su hermana salía con un hombre feo?

—Sí, lo recuerdo, ¿pero a qué viene todo eso? —Frunció el ceño.

—Andrés es hermano de Estela.

—¿¡El hermano!? —Los ojos casi se salen de las cuencas—. Increíble.

—También me sorprendió cuando lo supe.

—Así que Estela se fija en los sentimientos, eso es bueno para ti, Martín. —El aludido lo miró sin entender—. Analiza esto, si llega a darse algo entre ustedes, y por azares de la vida te vuelves feo, ella seguirá contigo.

—Gracias por lo que me toca. —Martín contuvo una risa.

—¿Esperamos a que terminen de hablar? —preguntó Iván.

—No, lo mejor será ir para allá. Ese tipo no me da buena espina.

—Adelántate, voy por los guardias en caso de que la situación se salga de control.

Martín asintió. Lo mejor era prevenir antes que lamentar.

A unos pasos de la mesa escuchó a Estela pedirle al tipo que se largara, pero este respondió con una negativa.

—La señorita ha sido clara. Márchese de aquí —exigió en tono hosco.

—¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? —refutó Fluver—. Estoy hablando con mi novia, no se meta.

—Ex novia —siseó Estela—. Métete en la cabeza que tú y yo terminamos. ¡Ya deja de perseguirme!

—¿Este hombre te está acosando, Estela? —Martín fijó la vista en el ex novio de ella.

—¿Así que me dejaste por este granola sin grasa? —Soltó Fluver, percatándose de que algo sucedía—. ¿Desde cuándo lo conoces?

—Te equivocas —contradijo Estela—. Te dejé por mentiroso, por ruin, por vago, por poco hombre, ¡¿quieres que siga?!

—¡Muchachos, saquen a este sujeto! —Iván llegó con los guardias de seguridad—. Y si vuelve por aquí, no lo dejen entrar.

Fluver fue sacado a rastras del bar, no le sirvió de nada oponer resistencia.

—Qué pena con ustedes, chicos. —Estela se sintió avergonzada por lo que acababa de suceder—. Ese tipejo no quiere entender que nunca volveré con él.

—Es bastante intenso —observó Martín—. Ya se cansará.

—Esperemos que así sea, sino tendré que denunciarlo por acoso.

—Quédate tranquila, que por aquí no volverá —agregó Iván.

—Muchas gracias a los dos por sacarme de encima a ese hombre.

—No hay de qué. Los dejo, deben tener cosas de qué hablar. —Se despidió Iván.

Luego de que un mesero llegó a tomarles el pedido, Martín hizo una pregunta con el fin de relajar la tensión del ambiente:

—¿Y cómo va todo con Lucas?

—Se ha recuperado estupendamente. Además de los cuidados que le he dado, tiene una patita que lo mima. Me ausento una semana y el niño ya tiene novia —contó Estela entre risas.

—Los hijos crecen, pronto te dará nietos —rio él también—. Es un pato muy lindo y un excelente paciente.

—Gracias. ¿Y qué tal el trabajo?

—Cansado. Hoy en la mañana, en un descuido de la enfermera, la puerta del consultorio quedó abierta y me tocó perseguir a un paciente canino durante dos cuadras. Corría muy rápido, pero lo atrapé, luego procedimos a esterilizarlo.

—Pobrecito, a lo mejor quería dejar descendencia. —Se compadeció del perrito—. ¿Y te cansaste mucho?

—En realidad, no. Como veterinario es esencial contar con un buen fondo físico para cuando toca perseguir a las mascotas —emitió una risa suave.

—Debes tener muchas anécdotas, ¿cuéntame más? ¿Alguna que sea peculiar?

—Tengo muchas, la verdad. —Martín le contó una de varias anécdotas de su día a día como veterinario—. En cierta ocasión, haciendo mis prácticas profesionales de un máster que hice en Italia, llegó al consultorio un chimpancé de circo con un problema en el oído. Era la primera vez que mi compañero y yo atendíamos un simio. El animal se agarró la cintura, apuntó y nos orinó, y luego se echó a reír —culminó su relató esbozando una mueca divertida.

—¿No? ¿En serio? —Estela se rio fuerte.

Martín contempló embelesado a Estela, era la primera vez que la veía reír de esa forma. Los ojos de ella irradiaban alegría, sin ningún rastro de tristeza, a diferencia de la última vez que la vio.

—¡Acabo de recordar que no te pagué la consulta! —exclamó Estela abochornada—. Disculpa, con todo lo que pasó lo olvidé totalmente. Por favor, no pienses que soy de esas personas que se van sin pagar. ¿Aceptas transferencia?

—Es lo último que pensaría de ti. Además conozco donde vives. —Le guiñó un ojo—. Sí, acepto transferencias, pero estaba pensando en otro tipo de pago. —Esbozó una mueca traviesa.

De pronto la temperatura subió unos grados. Estela dio un largo trago a su cerveza.

—¿Qué... tipo de pago? —se aclaró la garganta—. ¿Quieres que cuide de René? ¿Te vas de viaje o algo?

—Nada de eso, pero tiene que ver con animales —imprimió suspenso a su voz—. Este sábado se llevará a cabo un festival en la fundación de rescate animal que apoyo, habrá diferentes actividades con el fin de impulsar la adopción de los animalitos que viven en el refugio. ¿Qué te parece si el pago lo haces en un donativo?

—Me encanta la idea, y creo que puedo hacer algo más. —Ladeó una sonrisa—. Promocionaré el evento entre mis amigos y conocidos, quizás haya alguien que desee adoptar una mascota.

—Eso sería maravilloso. El festival es este sábado, inicia a las 8:00 a.m., por si deseas asistir.

—Por supuesto que iré, no me lo perdería por nada del mundo. ¿Cuál es la dirección?

—Te paso la ubicación por WhatsApp. —Tecleó en el celular—. Gracias por colaborar con esta causa. Ojalá muchos animales encuentren un nuevo hogar.

—Seguro que sí —correspondió ella—. Y nada que agradecer, me gusta ayudar siempre que puedo.

Las siguientes horas hablaron de otros temas. Disfrutaron de la compañía, del ambiente y la comida. Cuando se dieron cuenta ya eran las diez de la noche

Y a pesar de que se volverían a ver el fin de semana, quedaron en salir en otra ocasión. El plan era visitar el karaoke que quedaba en el segundo piso, pero que al ser lunes no atendía. Además, el local se había vuelto un lugar favorito para ambos.

Martín acompañó a Estela a su auto, y se despidió de ella con un cálido beso en la mejilla, deseándole buenas noches. Permaneció en la acera y desde ahí la miró alejarse.

—Cada vez me cae mejor. —Iván se plantó en la calle junto a Martín—. Con ella podrías volver a empezar. Piénsalo.

—¿Y si lo arruino de nuevo? —La incertidumbre embargó a Martín—. Me aterra que pase lo mismo que pasó con Noemí.

—Confía en ti, nada malo sucederá.

Martín guardó silencio. No quiso traer de regreso fantasmas del pasado. Estela era una buena chica, no merecía vivir lo mismo que su ex esposa.


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