21. Construyendo sueños

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—Ay Dios, ya quiero que llegue el fin de semana. —Jair se llevó las manos a la cabeza, cansado—. No sé ustedes, pero esta semana se me ha hecho lenta y apenas es miércoles.

—La verdad que sí, ya quiero que llegue el viernes para que nos paguen el sueldo —Esther suspiró. Las obligaciones financieras no esperaban—. Me atrasé tres días con la tarjeta y los cobradores están que me llaman como si llevara meses sin pagarles. Que se aguanten, tengo otros gastos más importantes que cubrir, como la comida de mi michi.

Esther sonrió al pensar en su gato. En un principio su intención fue adoptar uno pequeño, pero en cuanto vio al gato grande, de pelaje naranja, se encariñó con él de inmediato. Tenía dos años, según le informaron. La joven hizo dos cosas nobles ese día: no solo le dio la oportunidad a un minino de tener un hogar, se llevó consigo un gato adulto. Los gatos que sobrepasaban el año no eran los preferidos para adopción, la mayoría se decantaba por los pequeños.

—Tu michi es un amor, que los cobradores esperen —concordó Estela—. Y para mí los días se han ido rápido, también quiero que llegue el viernes, pero por otros motivos. —Recostó la espalda en el asiento y curvó los labios en una sonrisa traviesa.

—Y cómo no van a pasar rápido, ya quisiera yo tener a alguien con quien chatear día y noche y que me haga perder la noción del tiempo —soltó con picardía—. A Martín le debe pasar lo mismo.

—Qué dices. Solo somos amigos —rebatió Estela—. Me gusta conversar con él, no lo niego, pero de ahí que suceda algo más...

Estela y Martín, desde que intercambiaron sus números, habían iniciado charlas extensas por WhatsApp. Conversaban a diario, especialmente en las noches, cuando los dos estaban libres de sus responsabilidades laborales. Era ver un mensaje aparecer en la pantalla para que sus corazones latieran deprisa.

—Si no te has enterado, conversar mucho con una persona es la antesala al enamoramiento —rio Jair—. Me habría gustado ir con ustedes al karaoke, lástima que el viernes tengo otro compromiso. Ni modo, conoceré a tu galán en otra ocasión —expresó con gesto burlón.

—No es mi galán, es solo un amigo.

—Si quieres llamarlo así...

—No debí contarles nada. —Estela bufó.

—Igual nos hubiéramos enterado. —Se carcajeó Esther.

—Ay no, cambia de emisora, Esther —suplicó Jair al escuchar los primeros acordes de una canción romántica—. Estoy cansado de oír a ese cantante.

—Te aguantas, Roberto Carlos canta bonito, y esa canción me gusta —alegó ella—. Y hazte al dolor, porque las canciones de él como las de Raphael sonarán seguido previo al concierto que darán.

—Mi mamá no deja de escuchar la música de Roberto Carlos —añadió Estela—. Está emocionada por ir al concierto de su ídolo brasileño. Lástima que no pudimos comprar los boletos en la zona de butacas, por lo general esas localidades no se venden tan rápido.

—Al menos doña Leti irá al concierto, la mía se quedará con las ganas —manifestó Esther—. Quien diría que todas las entradas se venderían tan rápido, y más con lo caras que estaban.

—Tienen muchas fans en Manta —se rió Estela.

—Voy a la máquina por unos snacks. ¿Quieren algo? Yo invito. —Jair se levantó de su silla—. Espero que la canción se haya terminado para cuando vuelva.

—A mí tráeme unas papitas —dijo Esther.

—Yo quiero unas galletas —solicitó Estela.

Minutos después, Jair estuvo de regreso con las cosas y con algo más.

—Estela, el jefe quiere verte en su oficina —anunció—. Por el tono que empleó parece que es algo importante.

—Qué será lo que quiere. —Estela se tensó en su asiento.

—Tal vez se trate de la promoción de los últimos productos —mencionó Esther.

—Sí, es lo más probable. —Se dirigió a la oficina de gerencia—. Al mal paso darle prisa.

Al llegar se anunció con la secretaria.

—Ingeniero, la señorita Rojas está aquí —comunicó la mujer a través del teléfono—. Puede pasar.

Estela cruzó el umbral con cierta desazón, fue inevitable recordar el incidente ocurrido hace unas semanas atrás. Si antes tratar con Vinicio era incómodo, ahora lo era más.

—Buenas tardes, ingeniero. ¿Sucedió algo con las promociones? —En el fondo sabía que no se trataba de eso, pero se negó a tomar la iniciativa.

—No nos hagamos los tontos, Estela, sabes para qué te mandé a llamar. —Los ojos de Vinicio reflejaron peligro.

—No tengo idea a qué se refiere —respondió indiferente.

—De acuerdo, seré directo. ¿Qué tanto escucharon tú y Esther tras esa puerta?

—¿Quiere saber si escuchamos algo más aparte del jueguito que se traía con Fluver? —Notó como el semblante inescrutable de Vinicio se alteró. Le asustaba lo que ella podía saber—. Ustedes hablaron casi a los gritos, cualquiera pudo oírlos.

—No había nadie más en el pasillo aparte ustedes dos, lo confirmé con las cámaras —reveló él.

Aquello alertó a Estela. ¿Qué era lo que tenía tan preocupado a Vinicio? Rememoró las amenazas que Fluver profirió cuando este lo despidió.

—Te pregunto de nuevo, ¿escuchaste algo más? Es... solo curiosidad. Necesito saberlo todo, ya sabes, para exponer mis razones, aunque nada justificará la forma tan canalla que actué contigo.

—Tiene razón en lo último que ha dicho, ninguna disculpa cambiará la opinión que tengo de usted. Solo quiero olvidar lo que pasó y punto.

—Entiendo, pero aún así...

—Es evidente que algo le preocupa, pero no me voy a poner a indagar en eso. —Lo contempló con severidad—. Lo único que escuchamos fue el infame trato que pactó con Fluver, ¿conforme?

Vinicio asintió con la cabeza.

—Lamento lo sucedido. No debí prestarme para las maquinaciones de Fluver —dijo él, en un intento de absolverse de toda culpa—. Despedirlo fue lo mejor.

—No quiero sus disculpas. Y ya que estamos, quiero recalcar algo porque parece que se le olvidó: sáquese cualquier pensamiento de usted y yo juntos, porque nunca va a suceder. Usted no me interesa en ningún sentido, entiéndalo de una vez. —Los ojos flamearon amenazantes—. Si insiste, lo denunciaré por acoso laboral.

—Quédate tranquila que el mal gusto ya se me pasó —contestó Vinicio en pose altiva—. Mis preferencias apuntan a estratos más altos.

Estela le sostuvo la mirada. No objetó, hacerlo significaría que sus palabras le habían afectado, lo cual no era verdad.

—Si eso es todo, me marcho.

—Espera... hay algo más. Es sobre el pasante, sé que la empresa le ofreció un contrato al finalizar sus pasantías, pero al final no se pudo. —La noticia cayó como un balde de agua fría—. ¿Puedes comunicárselo a Jair?

—Sí, yo le digo. —Cruzó la puerta, agobiada.

En el camino fue cavilando cómo darle la noticia a Jair. Maldijo a Vinicio, era obvio que quería hacerle pasar un mal rato. Inspiró una larga bocanada de aire e ingresó a la oficina.

—¿Qué quería el ingeniero? —preguntó Esther en cuanto la vio entrar.

—¿Y Jair?

—Fue al local a tomar fotos a los nuevos productos.

—Ven acá. —hizo un gesto hacia su escritorio—. Esta semana será la última de Jair en esta empresa. —Le contó todo lo que habló con el jefe.

—No puedo creer que lo dejen ir, Jair es un excelente profesional —bufó Esther—. Estaba tan ilusionado con un puesto permanente.

—Lo sé, nosotras más que nadie sabemos lo difícil que es conseguir empleo apenas sales de la universidad. Tuvimos suerte de ser contratadas en esta empresa al terminar las pasantías. Me apena que con Jair no suceda lo mismo.

—¡Qué rabia tengo! —gruñó Esther—. Coincido contigo, el jefe te encargó darle la mala noticia para desquitarse de que lo rechazaste de nuevo. Debiste haberlo reportado la primera vez que se te insinuó.

—En su momento no lo vi como algo grave, solo fue una salida a comer, pero debió ser suficiente para levantar una bandera roja. Llevo ocho años trabajando en esta empresa, me aterra pensar que los últimos tres años ese hombre ha seguido obsesionado conmigo. —Un frío la recorrió entera—. Las maquinaciones tan rastreras que armó con Fluver no son de gente cuerda. —Se cubrió la cara con las manos—. Creo que lo mejor será renunciar.

—¿Qué? ¡Ni se te ocurra hacerlo! —protestó—. Él te está coaccionando de forma sutil para que renuncies. No le des el gusto, piensa que al hacerlo tu liquidación será menor. Y si te vas, voy detrás de ti.

—No Esther, no puedes quedarte sin trabajo, tú eres el sostén de tu familia. —Desde la muerte de su padre, Esther se había hecho cargo de la manutención de su madre y hermano—. Está bien, no renunciaré, pero algún día dejaré este empleo. Cuando recibimos nuestro título, hablamos de montar una empresa juntas. Hemos dejado ese sueño de lado por mucho tiempo, es hora de hacerlo realidad.

—Sí, fue una meta que nos propusimos. —Esther rememoró la ceremonia de graduación cuando hicieron esa promesa. Su papá aún vivía y se ofreció a ser el primer inversor de la futura empresa, pero un año después murió. Su oficio de taxista lo hizo víctima de unos asaltantes. La vida de Esther dio un giro inesperado, tener un negocio propio ya no era importante como cuidar de su madre y hermano menor—. Son muchos años trabajando en MaxiFer, es hora de alzar el vuelo. Mi papá estaría feliz de saber que lo conseguimos. —Una lágrima brotó de sus ojos.

—Don Tomás era un buen hombre, no merecía lo que le pasó. —Estela abrazó a su amiga. No importaba el tiempo transcurrido, Esther seguía echando de menos a su progenitor—. Tu papá será parte de ese motor que nos impulsará a cumplir nuestro sueño.

—Mi papá es mi inspiración en todo lo que hago. —Se limpió las lágrimas—. Démosle vida a ese sueño, por él, por nuestras familias, y especialmente por nosotras.

—Ya visualizo a nuestra agencia de marketing. —Estela aplaudió, contenta—. Pero lleva tiempo que un negocio despegue. Debemos mantener nuestro trabajo hasta que podamos independizarnos.

—Estoy de acuerdo contigo, es importante tener un ingreso fijo. Respecto a lo otro, ¿qué te parece si contratamos a Paula y Jair? —sugirió Esther—. Ambos son unos genios para la publicidad.

—¡Me encanta! —La empresa empezaba a tomar forma, al menos con el personal—. Esperemos que acepten.

—Lo harán. En el caso de Paula le vendrá bien, dado que busca un trabajo de medio tiempo y qué mejor que sea en algo relacionado a lo que está estudiando. Y si los hacemos socios no dudarán en aceptar. Imagínate cuando Jair lo sepa.

—¿Hablaban de mí? —El aludido cruzó la puerta.

Las mujeres intercambiaron una sonrisa cómplice.

—Jair, debo decirte algo —dijo Estela en tono afable. La sensación de ser un pájaro de mal agüero se desvaneció.

Como era de suponer, el ánimo de Jair se fue al piso al enterarse de que no tendría su tan ansiado contrato, no obstante, se recuperó enseguida con la propuesta que le hicieran las chicas. Una puerta se había cerrado, pero una ventana se abrió en su lugar.

Los compañeros y futuros socios estrecharon las manos, algo grande empezaba a tomar forma. 


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