22. Velada musical

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Puerto Cruz gozaba de un cielo luminoso, las olas llegaban serenas a la vera del mar. Las hojas de los árboles danzaban con el céfiro nocturno, cuyo vibrar aportaba armonía al ambiente. El ulular de aves y grillos resonaban a través de la floresta. Elementos característicos de las noches de verano.

Residir en ciudades costeras tenía su encanto. Hacer vida social o solo quedarse en casa y mirar el firmamento desde una cómoda hamaca resultaba un excelente plan.

No obstante, los planes de los Rojas para esa noche eran distintos, una invitación que no pensaban rechazar. Los motivos para celebrar lo valían, entre ellos que Estela al fin había dejado al insecto de Fluver.

En la sala de hogar, Andrés y Armando aguardaban impacientes a que Estela y Concha terminaran de arreglarse. Andrés alzó la vista al reloj de pared: las 8:45 p.m., hace quince minutos que debían estar en el local de Iván. Esperaba que él y Martín no pensaran que los dejarían plantados.

Su cuñado mataba el tiempo viendo una serie en el celular. Había transcurrido un mes desde que dejaron a sus sobrinos a pasar las vacaciones. Volvieron con la intención de llevárselos, mas no contaron con que los jóvenes decidieran quedarse el mes de asueto que faltaba antes de retornar a clases. Así que, aprovechando el imprevisto, se apuntaron a la salida nocturna.

—¿Pero qué hacen tanto allá arriba? —bufó Andrés—. Nosotros los hombres solo requerimos diez minutos, incluso menos; camisa, pantalón, peinado y estamos listos.

—Las mujeres se demoran más y por eso quedan más lindas. —Armando levantó la mirada del móvil—. Y mejor no apurarlas si no quieres enfrascarte en una discusión, terminarás pidiendo disculpas y ella con una cartera nueva o cualquier otra cosa que se le ocurra.

—¿Me estás dando un consejo o me estás contando tus penas? —Andrés largó una carcajada—. Concha es difícil, lo sé.

—Bastante, pero la quiero así como es —dijo con voz sincera—. Esperemos que bajen pronto.

—Ojalá, sino llegaremos al bar cuando ya estén cerrando. Estela me contó que el lugar tiene un karaoke y además hay presentaciones en vivo. Quiero deleitar al público con mi melodiosa voz y también ver a los grupos musicales que tocarán. —Tamborileó los dedos en el reposabrazos del sofá, la impaciencia lo acuciaba.

—Cuñado, quisiera tener tu confianza de cantar en público, yo de la ducha no paso.

—¿Y tú piensas que soy un Pavarotti? Canto solo por diversión. Anímate, podemos hacer un dueto, así la vergüenza será compartida.

Los hombres soltaron una carcajada. Las risas se detuvieron cuando un grito los levantó con urgencia de sus asientos.

—¡Auxiliooo! —clamó Estela—. ¡Ay, me va a matar!

—¿¡Qué pasó!? —Andrés ingresó preocupado al baño de Estela, imaginando algo grave.

—Lo de siempre, Estela está asustada por esa araña. —Concha señaló al bicho que estaba sobre el lavabo.

—¡Estela, por favor, es solo una araña chiquita! —recriminó Andrés—. Menos mal que mis papás no están, sino el susto que se hubieran llevado por tus gritos.

—Cuñado, esa araña está grandecita y peluda —intervino Armando—. Las arañas de la sierra son diferentes, en cambio esta parece que ha ingerido esteroides.

Las palabras de Armando en lugar de traer calma, solo incrementaron la tensión.

—¡Mátala, Andrés! —Estela se colocó tras su hermano.

Andrés torció los ojos y sacó del modular el líquido anti insectos. Apuntó y roció, mas el efecto no fue el esperado.

La araña saltó al piso y empezó a perseguirlos.

—¡No se muereeee! —chilló Andrés, retrocediendo. Le roció más líquido encima.

—¡Échale más! —demandó Estela, aterrada por el bicho de ocho patas—. Ayyy, si nos pica, en qué nos convertiremos.

Concha puso fin al escándalo, agarró a la araña con un trozo de papel y la soltó por la ventana.

—Eso era todo lo que tenían que hacer —miró con el ceño fruncido a sus hermanos.

—¡Gracias, ñañita! —La joven abrazó a su hermana.

—Estaba a punto de dejarla fuera de combate —expresó Andrés.

—Ya que todo se solucionó, ¿nos podemos ir? —preguntó Armando desde el marco de la puerta.

—Sí, ya estamos listas, solo vine al baño por mi celular. —Estela agarró el dispositivo que reposaba sobre el mueble de toallas limpias y lo guardó en la cartera—. ¿Qué hora es?

—Cerca de las nueve de la noche —respondió Andrés.

—¿Tan tarde? Le dije a Martín que estaríamos en el bar antes de las nueve.

—Ni se te ocurra apurarme para que maneje rápido —advirtió él—. A ti te toca excusarte por la demora.

—De acuerdo, asumo mi responsabilidad. Vamos —apremió.

Todos la siguieron a la planta baja.

—Andrés, pon doble seguro a la puerta y enciende la alarma —dijo Concha antes de salir de la casa—. No sabemos a qué hora volverán mis papás y mis hijos.

—A lo mejor llegan más tarde que nosotros. Cuando se reúnen en casa de don Olvido se olvidan del tiempo. —Bromeó Estela.

—Suban al auto. —Andrés quitó la alarma y se acomodó en el asiento del conductor. Una melodía conocida sonaba en la emisora—. ¡Estela, tu canción! —Empezó a cantar, pero con un ligero cambio en la tonada—: Llévame en tu bicicleta, óyeme, Martín, llévame en tu bicicleta. Quiero que recorramos juntos desde Manta hasta Puerto Cruz.

Armando y Concha soltaron una carcajada.

Estela achicó los ojos, muy seria, todo parecía dar a entender que se venía una fuerte réplica, mas la cara cambió a un semblante divertido.

—Te pasas, Andrés —rio ella—. Conduce ya.

Cuarenta minutos después arribaron al local de Iván. La concurrencia era alta, muchos vehículos ocupaban la zona del parqueo. Los viernes eran los preferidos de los oficinistas para salir a comer, bailar, pasear con amigos o con sus parejas, sin la presión de tener que trabajar al siguiente día.

—El sitio es muy bonito. —Concha observó la edificación, constaba de dos pisos y una terraza.

En la parte delantera había un frondoso jardín compuesto de palmeras y otras plantas típicas de la costa; alrededor, varias mesas ocupadas por clientes. La iluminación cálida, tanto externa como interna, hacían del bar un sitio acogedor.

—Espera a verlo por dentro —respondió Estela.

Andrés estacionó el auto en un área reservada para ellos. Bordearon el jardín e ingresaron al bar. Una suave melodía resonaba en el primer piso; en la segunda planta quedaba el karaoke, lugar donde también se realizaban presentaciones de música en vivo.

Estela lideraba la comitiva, dado que ya había venido con anterioridad, sabía a dónde debían ir. Cerca de llegar a la escalera, una voz susurró su nombre y el de su hermano.

—¡Estela, Andrés! —Martín la saludó primero a ella, después a Andrés. A continuación procedió a presentarse ante los demás—: Mucho gusto, Martín Palacios. —Extendió la mano a Concha y Armando, a quienes conocía por primera vez—. Bienvenidos.

—Encanta, soy Concha y él es Armando, mi esposo. —Le aplicó un rápido escaneo y confirmó lo que su madre le había contado sobre él.

—Mucho gusto, Martín —saludó Armando—. Gracias por la invitación.

—No hay de qué, aunque por un momento pensé que no vendrían.

—Lo mismo pensé yo. —Andrés miró a Estela con censura—. El tráfico está terrible.

Estela agradeció no haber tomado la palabra. La imagen de Martín la había dejado sin aliento. Los jeans, la camiseta negra ajustada al cuerpo, y la chaqueta de cuero lo hacían ver como modelo de revista.

—Esther y Paula llegaron hace poco —informó Martín sacándola de sus cavilaciones—. Están en el segundo piso, síganme.

—Sí, Esther me envió un mensaje diciéndome que ya estaban aquí.

—Martín, ¿a qué hora inicia la música en vivo? —inquirió Andrés.

—A las once de la noche, luego de que finalice el karaoke. Pasen. —Abrió la puerta y los condujo a una mesa en una sección exclusiva.

En la barra del bar estaban Iván, Esther y Paula bebiendo una cerveza.

—¡Hola! —Esther agitó la mano.

—Buenas noches. Encantado de tenerlos en mi bar —saludó Iván a los recién llegados.

—Al fin llegaron. Ahora sí, vamos a cantar —manifestó Paula, entre feliz y desilusionada. Aunque se alegraba por la llegada de Estela y su familia, ya no podría proseguir la charla con Iván. Al menos había conseguido su teléfono, con la excusa de hacer reservas a futuro.

—Aviso que ya tengo mi lista de canciones. —Esther dejó sobre la mesa una carpeta grande—. Escojan las suyas, dense prisa que hay más gente esperando su turno.

—Les recomiendo que entreguen sus canciones en una sola lista. —Iván hizo un gesto a la joven que estaba tras el mostrador. Esta llegó con cancioneros extras, papel, bolígrafos y con la carta de menús—. Gracias, Pati. Anoten los números en esas hojas. Tienen dos opciones: cantar desde la mesa o subir al escenario.

—Ay no, qué pena nos daría cantar frente a todos —dijo Concha entre risas.

—Habla por ti, hermana querida. Tu marido y yo somos temerarios y nos lanzaremos al escenario, ¿verdad, cuñado? —Andrés contempló con expresión guasona a Armando.

—¿En serio, mi amor? —exclamó Concha asombrada.

—Ni siquiera he decido si voy a cantar —contradijo él—, veremos cómo avanza la noche.

—Martín, ¿piensas cantar? —Estela desvió la conversación hacia él. Tenía curiosidad por escuchar su voz—. ¿Qué tipo de música te gusta?

—Me gustan las canciones románticas —contestó él—, canciones en italiano...

—¿Puedes cantar alguna en italiano? —interrumpió ella.

El resto de chicas apoyaron la moción.

—Lo haré con gusto —respondió Martín sonriendo de lado.

—Yo conozco algunas en inglés —comentó Andrés—, nadie me preguntó, pero les aviso por si les interesa.

—Sí, sí, luego cantas una. —murmuró Estela, indiferente.

—Cántame a mí... digo, a todos. —Esther tosió para ocultar el desliz que tuvo con Andrés.

—¿Estas canciones vas a cantar? —Estela intervino para sacar de apuros a su amiga. Cuando estaba cerca de Andrés, los nervios le ganaban—. Voy a armar mi lista debajo de la tuya. —Agarró el cuaderno y empezó a hojearlo.

Esther le agradeció con la mirada. Por suerte la baja iluminación ocultaba el rubor de sus mejillas.

—Elijan lo que deseen del menú, la primera ronda es cortesía de la casa —comunicó Iván—. En la parte de los cócteles encontrarán bebidas sin alcohol en caso de que prefieran algo liviano.

Mientras aguardaban por el turno de cantar, el grupo se dedicó a conversar de diversos temas, personales y mundanos. Entre ellos se creó una atmósfera afable, parecían amigos de toda la vida.

La tertulia se detuvo cuando llegó la hora del karaoke. Las primeras en hacerlo fueron las chicas, no lo hicieron nada mal, las canciones elegidas fueron apropiadas para sus voces, tanto que el marcador estuvo entre los noventa y cien puntos.

El siguiente en cantar fue Andrés.

—Esta canción va dedicada a la mesa más divertida —apuntó con el micrófono a donde estaba su familia. Una canción de rock empezó a sonar y él la interpretó con entusiasmo.

Martín levantó la vista a la pantalla del televisor, las pistas que seguían eran suyas. Antes de subir al escenario se acercó a Estela y le susurró al oído:

—Las siguientes canciones van dedicadas a ti.

Estela se estremeció al sentir su voz cerca del cuello, dio un sorbo a su bebida para apaciguar las llamas que se habían encendido en su interior.

Martín agarró el micrófono de manos de Andrés. Los acordes de una canción romántica empezaron a sonar.

—Va a cantar una de Bocelli. —Paula señaló a la pantalla—. Quando M'innamoro.

—Cuando me enamoro —tradujo Estela—. Es una canción muy bonita.

Escuchar a Martín cantar en italiano hizo que Estela se derritiera como hielo al sol. Para la segunda canción, la joven estaba totalmente rendida.

—Tu galán tiene una linda voz —le dijo Esther al oído.

—No es lo único bueno que tiene —añadió Paula, mirándole con descaro la entrepierna.

—Oye, los ojos de Martín están arriba —recriminó Estela al notar en donde estaba la mirada de su amiga.

—Disculpa, olvidé que ya está separado —rio pícara—. Canta bonito, es verdad, y no ha separado los ojos de ti mientras lo hacía.

—Me dedicó las dos canciones —reveló Estela, bajito.

Esther y Paula quisieron gritar ante tal noticia, pero reprimieron las ganas al no estar solas.

—Ese hombre prácticamente te ha dicho lo mucho que le gustas a través de esas melodías. —Paula le dio un codazo suave—. Plantéate tener algo con él.

—Sí, amiga. —Esther secundó las palabras de Paula y agregó—: Si al final no funciona, no te quedarás con las ganas.

Estela no se molestó en replicar como otras veces. Al menos, internamente, admitió que se sentía muy atraída por el veterinario.

—Por lo visto Martín ha preparado un show romántico para ti, Estelita. —Concha aplaudió, luego volteó la vista a su marido y dijo—: quiero lo mismo para mi cumpleaños.

—Pero yo no sé cantar. —Armando se atragantó con su cerveza.

—Pues aprendes —rebatió ella.

Los presentes soltaron una risa.

—Ni modo, Armando, te tocó tomar clases de canto. —Andrés le palmeó la espalda—. Tranquilo, ya se le olvidará.

Armando suspiró por lo que se le vino encima. Por suerte faltaba un año para el cumpleaños de su esposa. Esperaba hallar en YouTube algún tutorial que lo convirtiera en un cantante de primera, o al menos que no lo dejara en ridículo.

La siguiente canción fue cantada por los cuatro hombres. La melodía hablaba de alguien buscando un amor.

Quién será la que me quiera a mí

Quién será, quién será

Quién será la que me dé su amor

Quién será, quién será...

El cuarteto tenía una chispa contagiosa, lo que provocó que la demás gente empezara a cantar desde sus asientos. Aplaudieron con fuerza al culminar la canción.

Estela se unió a los aplausos, la velada resultó mejor de lo que imaginó. Hace mucho que no se divertía en tan buena compañía. Y hace mucho que su corazón no latía desbocado por un hombre.

No, la verdad es que nunca antes experimentó una emoción así de intensa.

¿Podía ser Martín el hombre que tanto había buscado?



¿Les gusta el karaoke? Mencionen una canción favorita.  😏

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