3. Nuevos planes

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Estela... déjame entrar. —Fluver resopló impaciente. Dio otro toque a la puerta con los nudillos—. Estela... no te comportes como una niña chiquita... ¡Carajo! —exclamó. La bebida que llevaba en la mano se le regó en la camisa. Agarró con los dientes la brocheta de carne, mientras se limpiaba.

—¡Vete, déjame sola! No quiero ver a nadie —respondió entre lloriqueos.

—Tu papá y tu hermano me pidieron que viniera a ver cómo estás...—Hizo una pausa para beber el jugo—, a tu hermano no le caigo bien, ¿quieres darle otro motivo para que me tenga entre ceja y ceja? —susurró en tono dramático—. Ay qué rico está esto, por qué no traje más —dijo bajito, mordiendo el canapé.

La voz afligida de Fluver tuvo el efecto esperado. Estela se sintió culpable, no quería provocar más roces entre él y Andrés. Se levantó del sofá y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Caminó hacia la puerta, arrastrando el vestido de novia. Reflexionó en que su prometido debía estar pasándola mal o peor que ella, mas al abrir, encontró una imagen distinta a la que imaginó.

—¡¿Qué se supone que estás haciendo?! ¿Cómo puedes comer en un momento así?

—Mi amor, lo siento, pero es que no he almorzado. ¿Quieres un pedacito? —Le extendió lo que quedaba de la brocheta.

—¡No! —rechazó enojada—. Pensé que estabas triste porque nuestra boda se postergó de nuevo, pero no, tú como si nada, comiendo y bebiendo.

—No es para tanto, solo es un rollito y un jugo. Mira la hora. —Le mostró su reloj—, el almuerzo hace rato que pasó —murmuró, molesto porque ella no se pusiera en sus zapatos—. ¿Me dejas pasar?

—Está bien —claudicó—. Pero antes cómete lo que trajiste. No quiero que los restos de comida atraigan hormigas.

Fluver cumplió lo solicitado de inmediato. Cerca de cruzar el umbral, se acordó de algo:

—¿Lucas está en tu habitación? —Paseó la vista por el lugar.

—No. Está en el corral con los otros patos.

Él suspiró aliviado. Ese pato siempre lo atacaba a traición.

Luego de que su prometido entrara, Estela colocó el seguro a la puerta para que nadie los interrumpiera.

Quedaron frente a frente, como dos adolescentes que se miran sin hablar.

—¿Te vas a quedar ahí mirándome?¿No dirás nada para consolarme? No sé, que todo irá bien... cualquier cosa. —La voz desgarrada de Estela fue indicio de que un llanto estaba por desatarse.

El aspecto de Estela sorprendió a Fluver. No estaba acostumbrado a verla así: el maquillaje corrido, el cabello desaliñado, el vestido fuera de lugar. Ella siempre se veía pulcra y elegante. Entonces, las dudas lo asaltaron, ¿estaba preparado para ver a su prometida tal cual era por el resto de sus días?

Estela confundió el silencio de Fluver. Creyó que aún seguía procesando lo ocurrido. Llevada por la pena, dio el primer paso y lo abrazó, demostrándole en ese gesto que ella estaba ahí para él. Fluver respondió dándole unas palmaditas en la espalda, como si estuviera abrazando a un amigo en lugar de su novia. Estela ignoró la respuesta de él, hace mucho que se había acostumbrado a lo poco afectivo que era. En ese momento solo quería un abrazo, de la clase que sea.

Cuando se sintió mejor, se separó de él y se sentó en la cama. Fluver tomó asiento en el sofá.

—Esta vez fue tu culpa —criticó Fluver, adelantándose a cualquier reclamo de ella—. Debiste contactar primero al juez.

—Ya sé que fue mi culpa, no necesito que lo remarques. —Agachó la cabeza y metió las manos en su cabello—. Si al menos me hubieras ayudado, no habría estado tan abrumada con las otras cosas de la boda...

—Estela, estaba sobrecargado de trabajo, te lo dije —respondió él, a la defensiva—. Tampoco está todo perdido, es cuestión de buscar otra fecha. Pedir reembolso de lo que se pueda.

—Claro, para ti es fácil. ¿En qué momento cambiaste? Como ahora estás seguro de mí, ya no te molestas en ser cariñoso, detallista... o empático con lo que siento.

—¿A qué viene eso ahora? ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?

—¿Es en serio? —Estela lo miró indignada—. ¡Todo tiene que ver! Empecemos de nuevo: yo aquí llorando, y tú tragando brochetas... No, no me interrumpas —dijo, al ver sus intenciones—. Ah, pero si se tratara de tus amiguitas del trabajo, ahí estarías desviviéndote por consolarlas.

—Otra vez con lo mismo...

—No me interrumpas, dije —alzó el dedo para callarlo—. Hazte a la idea de que te lo recordaré siempre. Y no creas que me he olvidado de tu "extraña desaparición" en la tercera ocasión que intentamos casarnos.

—Ya te conté lo que pasó... —Fluver carraspeó. Se irguió del asiento, quedando de pie frente a su novia, en un intento de intimidarla con su escasa altura.

Desde esa perspectiva pudo haber funcionado, de no ser porque Estela se levantó también. Incluso sin zapatos, era más alta que él.

—Este cuarto intento de boda fue mi límite. No habrá quinta vez.

—¿Ya no nos casaremos? —Un brillo osciló en los ojos de él—. ¿Estás... segura?

—Cómo se nota que te cayó mal la noticia.

—Me ha caído mal, aunque no lo creas —respondió—, me tomó por sorpresa, nada más. Me insististe mucho para que nos casáramos y ahora no quieres, ¿cómo esperabas que reaccione?

—A ver, que yo no he dicho que no me quiero casar —aclaró—. Solo dije que había llegado a mi límite, ¿no entiendes?

Fluver la miró confuso.

—Piensa, Fluver: cuatro bodas canceladas, ¿cuánto dinero crees que se perdió? —Esperó a que hiciera sus propias cuentas—. Mucho, perdimos mucho. Y digo perdimos, porque sigo esperanzada en que me reembolses la mitad de los gastos, como acordamos. ¿Porque me darás ese dinero, ¿no?

—Por supuesto —dijo él, alejando con la mano a un mosquito—. Estoy esperando que me aprueben el préstamo que pedí. Esos trámites demoran, tú sabes. En cuanto tenga el dinero, te hago el depósito.

Ella elevó una ceja, no muy convencida.

—Eso espero, Fluver. No me queda nada de mis ahorros, ahora solo dependo de mi sueldo, y eso no me alcanza para pagar ciertos valores que quedaron pendientes y mis gastos mensuales.

—Tranquila, mi amor, lo arreglaré. ¿Entonces cómo quedamos? —volvió a preguntar—. ¿Pospondremos la boda indefinidamente?

—De momento sí. A menos que solo nos casemos por el civil, sin fiesta, sin invitados, solo con nuestra familia. Pero no creo que a tu mamá le guste, dado que para ella es importante la ceremonia religiosa.

—Ya veremos eso después. —La besó en la frente—. Bueno, ya que todo quedó arreglado, me voy.

—¿Qué, no te vas a quedar conmigo?

—Me encantaría, pero ya que no hubo boda, aprovecharé el tiempo para adelantar trabajo.

—Puedes traer tu portátil y trabajar aquí. —La petición se enmascaraba de súplica. Quería que se quedara con ella, aunque la ignorara después.

—No me lo tomes a mal, pero tu familia es muy escandalosa, y no podré concentrarme. Nos vemos mañana, ¿sí?

—Está bien... —La desilusión era visible en los ojos de Estela—. Espero que en verdad vayas a trabajar y no de farra a algún bar, que te conozco. Es más, te llamaré a una hora indeterminada para saber si estás en el hotel —advirtió.

—Puedes llamar a la hora que desees. No iré a ningún lado. —Le dio un beso, que ella apenas sintió en los labios.

Se despidieron, quedando en verse a la mañana siguiente.



En la sala del hogar, los Rojas y los Aguilar, aguardaban impacientes a que sus hijos terminaran de hablar. La necesidad de saber lo que ocurría en el segundo piso los tenía con una gran ansiedad.

Leticia y su familia estaban acomodados en los sillones que daban a la ventana, desde donde tenían una visión directa hacia las escaleras que llevaban al segundo piso. Lo único que perturbaba esa vista eran los padres de Fluver, que se habían sentado en el sillón de enfrente.

La situación era incómoda, el único intercambio fueron sonrisas forzadas de parte de los dueños de casa. En el caso de los invitados, las sonrisas parecían una mueca por haberse tragado un limón.

Era evidente que alguien debía romper el silencio, mas ninguno de los Rojas estaba por la labor de generar una charla. Los padres de Fluver, eran igual o más insoportables que su hijo, sobre todo la madre.

Esa mujer era otro motivo por el que Leticia no quería que Estela se casara con Fluver. Pilar le recordaba a la piedra en el zapato que fue su suegra...que en paz descanse.

Pilar interpretó los gestos de su consuegra a la perfección, era uno de los poderes que compartían las suegras. La mujer menuda no aguantó más sin decir palabra.

—¿Qué pena, no? Por cuarta vez se suspende la boda de los chicos, y esta vez por culpa de Estela. ¡Qué descuido tan grande! Pobre de mi hijo, tener que pasar por estas situaciones.

—Es una situación penosa... para ambos. —Leticia remarcó las últimas palabras. No pasó por alto el tono acusatorio—. Mi hija se concentró en varios temas de la boda que fue lógico que olvidara hablar con el juez.

—Me va a disculpar, Leticia, pero lo del juez es lo primero que uno debe considerar. Si Estela me hubiera dejado ayudarla con la boda, esto jamás hubiera pasado.

—¿Está segura, señora Picota? —Andrés se metió en la conversación.

—Pilar, mi nombre es Pilar —corrigió la mujer, frunciendo el ceño y apretando los labios.

—Vaya, llevo tiempo creyendo que se llamaba Picota. Igual, ambos nombres significan lo mismo, ¿no? —respondió Andrés, con una amplia sonrisa. La mujer iba a protestar, pero él no la dejó rebatir—: En fin, aquí lo que importa es mi hermana. Va necesitar todo nuestro apoyo.

—Mi Fluver también —contestó la mujer, molesta porque dejaran a su hijo fuera de la ecuación.

—Fluver lo superará, igual que las otras veces —agregó Humberto—. Él siempre encuentra la forma de levantarse el ánimo. —Abrió el dedo índice y pulgar, emulando el gesto de beber.

Pilar se removió incómoda en el asiento. Golpeó suavemente con el codo a su marido para que la apoyara, pero él se hizo el desentendido.

—Mi hijo es joven, tiene derecho a distraerse —atinó a decir.

—Por supuesto, sobre todo le encanta divertirse solo —añadió el anciano con censura.

—Si su hija no fuera tan celosa, Fluver la llevaría con él —metió cizaña—. Sin mencionar que Estela es demasiado especial, no le gustan los lugares a los que va mi hijo.

—¿Se refiere a restaurantes nada asépticos, donde uno corre el riesgo de morir intoxicado? ¿O bares que ni en el mapa de la ciudad aparecen? —objetó Andrés—. Eso no es ser especial, es tener sentido común.

—Como que se están demorando mucho. —Pilar cambió de conversación, al quedarse sin argumentos para rebatir. Dirigió la mirada al segundo piso—. ¿Estarán analizando otra posible fecha para la boda? Aunque Estela debería tener consideración con ustedes. La plata que les ha hecho gastar en todas esas bodas fallidas —soltó venenosa, contemplando a sus consuegros.

—Ah, no, por eso no se preocupe. Nosotros no hemos gastado nada. Los gastos han corrido por cuenta de los novios. ¿No me diga que no lo sabía? —Leticia se deleitó en cómo la cara de Pilar se transformó en una mueca de horror. Madre e hijo eran bastante tacaños, y tal información la debió sobrecoger.

—Sí... lo sabía. Pero creí que en caso de su hija, ustedes aportaron con la otra parte.

—No. Estela se hizo cargo de la parte que le tocaba. Y la otra la puso Fluver, como ya le dije.

—Es lo justo. —Asintió con una sonrisa fingida—. Qué calor hace, ¿no? Leticia, ¿me puede traer un vaso de agua? Y unos canapés. Hay mucha comida, para que no se desperdicie —dijo, mirando a los otros familiares de Estela.

—Ya vengo. —Leticia hizo ademán de levantarse, pero se detuvo al ver a Fluver bajar las escaleras.

—¿Cómo está mi hija? —se apresuró a preguntar. Detrás de ella se arremolinaron su esposo, hijos y nietos, expectantes por la respuesta.

—Bien —contestó lacónico.

—¿¡Bien?! —protestó Andrés. La respuesta de Fluver no fue satisfactoria—. Su boda se suspendió por cuarta vez, mi hermana no puede estar bien.

—Estaba llorando cuando subí a verla, pero luego...

Andrés no necesitó escuchar más, subió de inmediato al segundo piso, sin esperar a que Fluver terminara de hablar.

La partida intempestiva de Andrés fue la excusa perfecta para que Leticia se deshiciera de Fluver y sus padres.

—Lamento no poder atenderlos más, pero comprenderán que esto es un asunto de familia. Ya conocen la salida.

Los Rojas desaparecieron por las escaleras.

Pilar elevó una ceja, ofendida porque los echaran, y encima sin haberles dado de comer. Por lo que, al quedarse solos, aprovechó para llevarse varios canapés.

—¿Qué hacen? Dejen eso —reprochó Afrodisio, al ver a su mujer e hijo afanarse todas las brochetas de res—. Almorzaremos en algún restaurante del malecón.

—Como mamá del novio, tengo derecho a llevarme estas brochetas —respondió Pilar, agarrando varias—. Mi hijo pagó por ellas, ¿verdad Fluvercito?

Fluver se atragantó por la pregunta.

—Sí mami... claro —rio nervioso—. Esos canapés también son ricos, agarra algunos. —Señaló a los pinchos de pollo y a las empanadas.

—Uy sí, se ven deliciosos. —Pilar agarró una de las bandejas y acomodó ahí todos los bocaditos que llevaría.

—¡¿Se van a llevar las bandejas también?! —Afrodisio arrugó la frente, escandalizado.

Pilar detuvo lo que estaba haciendo. Llevó los dedos al mentón, reflexiva.

—Tienes razón. Después dirán que nos robamos las cosas. Fluver, trae esa funda. —Apuntó al mesón de la derecha—. Llevaremos los bocaditos ahí.

Madre e hijo, vaciaron el contenido de la bandeja en una funda blanca. Afrodisio se llevó una mano a la frente, viéndolos con censura.

Cuando terminaron de robar... guardar los bocadillos, se dirigieron al sitio donde estacionaron el auto. En el exterior, una ráfaga de aire caliente los golpeó en el rostro, mas el clima no era por lo que debían preocuparse.

Cerca de ahí, varios ojos los observaban amenazantes.

—¿Dónde está la llave? —gruñó Pilar, hurgando en su bolso—. ¿Vieron dónde la puse? —preguntó a su esposo e hijo.

—¡Cuack! —Fue la respuesta que obtuvo.

Fluver volteó la vista, alarmado. Un grupo de patos lo miraban fijamente desde el corral donde estaban encerrados, identificó a Lucas entre ellos. Al notar que estos no podrían hacerle nada, se permitió soltar el aire contenido, y les dedicó varias muecas de burla. Mas no contó que los astutos patos, liderados por Lucas, empezaran a ascender por una de las ramas del árbol de mango que colindaba con el corral.

Fluver empezó a sudar, y no por el calor, sino por lo que estaba a punto de suceder.

—¡Mamá, abre el auto ya!

—¡No me grites! No encuentro la llave... estoy segura que la guardé en el bolso.

—¡Date prisaaaaa! —dijo muy asustado, las aves habían escapado del corral y venían directo a él—. ¡Esos patos son asesinos!

Pilar alzó la vista y arrugó el entrecejo. Una bandada de patos caminaban en dirección a ellos, agitando las alas.

—Son solo unos patos, no hagas tanto escándalo. ¡La encontré! —dijo, mostrando la llave en alto.

Fluver le quitó la llave y subió de un brinco al asiento del conductor.

—¡Qué esperan, suban! —exigió a sus padres.

—¡No puedo creer que le tengas miedo a unos patos! ¿Qué es lo que pueden hacer...? ¡Aaaaah! —Pilar pegó un grito cuando uno de ellos picoteó la funda que llevaba en la mano izquierda y otro sus talones.

—¡Suelta la funda y sube ya! —gritó, al ver a su mamá peleando con las aves.

—¡Sube al auto, Pilar! —exclamó Afrodisio.

—¡Estos canapés son míos! ¡No te los daré! —gruñó la mujer al pato, luchando por quitarle la funda del pico. Al final logró ganar la contienda y apenas la dejaron libre, montó en el carro. No volvería a subestimar a esos patos.

Fluver arrancó, mirando por el retrovisor a las aves y a su líder, que aleteaban ufanos.



Andrés se detuvo en el marco de la puerta. Encontró a Estela en el sofá, abrazando la almohada de emoji de gafas que le regaló por su cumpleaños. El vestido de novia lo había cambiado por la bata de dormir. Tenía la vista fija en la ventana.

—Estela... —Golpeó suavemente la puerta, para llamar su atención.

Ella volteó la mirada, y lo invitó a entrar.

—Si vienes a ver cómo estoy, no tienes de qué preocuparte, no es la primera vez que paso por esto —sonrió débilmente.

Tomó asiento junto a ella. Al tenerla cerca, pudo ver lo mucho que había llorado. Sus ojos, otrora verdes, tenían una coloración rojiza. Ya eran cuatro veces que la hallaba en ese estado a causa de un matrimonio fallido, pero eso no cambiaba el hecho de que verla sufrir le rompía el alma.

—Las cosas pasan por algo, ¿no te parece? —Le tomó de la mano—. Si sucedió por cuarta vez, tal vez Floripondio no sea el indicado.

—Andrés, si vas a empezar con las señales y demás cosas del universo, no estoy de ánimo para escucharlas.

—Tranquila, no te voy a agobiar con mis cosas... al menos no hoy. —Esbozó una sonrisa sincera.

Estela le sonrió de vuelta, dejó caer la cabeza en el hombro de su hermano, mientras este la rodeaba con los brazos.

En ese momento entraron sus padres. Andrés se levantó para darles espacio.

—Mamá, papá... —Los ojos de Estela se aguaron al tenerlos enfrente.

Leticia y Humberto abrazaron a su hija, no dijeron nada ni preguntaron nada. Con ese simple abrazo, se dijeron muchas cosas. A veces no eran necesarias las palabras.

—Ánimo, hermana. Mañana será un día mejor. —Concha le dio un apretón suave en el hombro.

—Estamos para lo que necesites, cuñis. —Armando le sonrió con cariño.

—Tía, lo siento... —dijo Raia.

—Yo también lo siento —agregó Eduardo.

Estela alzó la vista y asintió con la cabeza.

—Gracias a todos por siempre estar a mi lado —agradeció y se levantó del sofá—. Me voy a dar un baño. Y si no es mucha molestia, quisiera estar sola. —Dio la vuelta y se metió en el tocador. Adentro, abrió la ducha y se olvidó del mundo por unos instantes.

La familia estaba por salir del cuarto, cuando unos gritos les llamó la atención.

—¿Esa no es la mamá de Fluver? —dijo Leticia, reconociendo la voz.

—Sí, es ella. —Andrés fue el primero en asomarse por la ventana. Soltó una carcajada—. Dos patos la están picoteando.

Todos rieron. La escena era muy jocosa.

—Yo le apuesto a los patos. —Concha no paraba de reír.

—Rayos. Los Umpa Lumpa lograron escapar —murmuró Andrés decepcionado, viendo a los Aguilar huir en el auto.

La única que parecía ver el asunto con seriedad, era Raia.

—¿Qué llevaba en la funda esa mujer? Espero que no sea... —Un temor la invadió. Bajó presurosa al primer piso.

Concha y Armando se miraron extrañados, sin darle mucha importancia, hasta que un grito de su hija los hizo bajar corriendo.

Entraron a la cocina, temiendo lo peor. Hallaron a Raia arrodillada en el piso, gimiendo.

—¿Qué pasó, hija? ¿Por qué gritaste? —Concha se agachó para verificar que estuviera bien.

—Las empanadas... —dijo al borde del llanto—. ¡Se llevaron todas las empanadas!



Voy a dejar por aquí una pregunta. ¿Han asistido a alguna boda, cumpleaños, bautizo, etcétera? ¿Cuáles han sido sus canapés favoritos? ¿Alguna anécdota divertida que contar? 

Abajo descripción del ataque de los patos jajaja 🦆👇🏻



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro