4. Reflexiones

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El incidente del robo de las empanadas y otros bocadillos, acrecentó el rechazo de los Rojas hacia los Aguilar. Que hubieran tenido la osadía de robarles en su propia casa, aunque hayan aportado con la mitad del buffet, no lo podían tolerar.

—¿Qué otras cosas se habrán llevado? —Leticia ladeó la vista por las bandejas de la cocina—. Humberto, revisa las bebidas. Conociendo a Fluver, a ver cuántas botellas se agenció.

—Están completas —informó Humberto, minutos después—. Algo extraño, conociendo la relación tan íntima que Fluver tiene con el alcohol.

—Las empanadas, mamá —volvió a gemir Raia—. Ni siquiera pude probar una. Ojalá a Floripondio y a su mamá se les afloje el estómago y no haya un baño cerca. —Sonrió maliciosa.

—No es por justificar a esa familia, pero sí hay mucha comida —intervino Armando—. Al final las empanadas y las brochetas se hubieran perdido, ¿quién se iba a comer todo eso?

—¡Nosotros! —dijeron Raia y Eduardo al unísono.

—Tenemos que estar atentos en caso de que vuelvan. Florindo y sus padres son capaces de llevarse la nevera completa si nos descuidamos —advirtió Andrés—. Y concuerdo con Armando. Hay demasiada comida, habrá que regalarla como las otras veces.

—No se preocupen, ya tengo planes para el buffet  —respondió Leticia—. Si tienen hambre, pueden comer el resto de bocaditos.

—Esos canapés nunca igualaran a las empanadas —criticó Raia.

—Tranquila Sobrina. Podemos ir más tarde a Panaditas —comentó Andrés—. Ahí podrás comer todas las empanadas que gustes, yo invito.

—Aaaah, ¡también quiero ir! —Los ojos de Eduardo brillaron por la anticipación.

—Claro. Vamos todos. —Volteó la vista a su hermana y cuñado.

Ellos asintieron. En esa familia, nadie le decía no a la comida.

—Dado que ustedes ya tienen planes, yo me voy a descansar. Este día ha sido muy agitado. —Leticia dirigió los pasos al segundo piso. Humberto la acompañó.

Los demás se quedaron en la cocina, degustando las entradas.



La noche había caído en la casa de los Rojas. Todo lucía en calma, hasta que el sonido del teléfono rompió la quietud de la casa. Leticia alargó la mano al aparato inalámbrico.

—¿Señora, Leticia? —inquirió una voz femenina del otro lado—. ¿Me puede comunicar con Estela? He llamado a su celular y le he enviado mensajes al WhatsApp y no responde.

—¿Esther, eres tú?

—Sí, habla Esther. Disculpe que no le dijera mi nombre.

—Mi hija está en su habitación. Tal vez tiene el celular apagado o en silencio. Después de lo que pasó hoy, tú entenderás.

—Claro, no es para menos. ¿Le molesta si Paula y yo vamos a su casa? Nos gustaría hablar con Estela.

—No hay problema. Aquí las espero.

Leticia, aprovechando que la llamada la despertó, fue al cuarto de su hija a hablar del buffet, y de paso informarle de la llamada de Esther. En el trayecto, notó que la casa estaba demasiado silenciosa. Seguramente sus familiares se habían ido al malecón o algún otro lugar de la ciudad.

—Estela, ¿puedo pasar? —Leticia tocó la puerta, aunque esta no tenía seguro—. Esther llamó, viene para acá con Paula.

—Sí, entra —respondió la joven—. ¿Hace cuánto llamó Esther?

—Hace apenas unos minutos. Pero si no tienes ganas de ver a nadie, les diré que regresen otro día.

—No. Está bien. Charlar con ellas no me vendrá mal.

Leticia asintió.

—Hay algo más que quiero decirte, es sobre el buffet.

—¿Se echó a perder?

—No. Lo refrigeré enseguida —aclaró la anciana—. Mañana se realizará la competencia de ciclismo, y la fundación a la que ayudo ha organizado una venta de comida. Habrá bastante gente en la meta, y quieren aprovechar el evento para recaudar fondos. No obstante, no es mucho lo que tienen, y pues...

—¿Quieres darles el buffet? Por mí no hay problema, si es por una buena causa —declaró, feliz de poder ayudar—. Llévales las gaseosas también... Ah, y el pastel. Así tendrán algo salado y algo dulce.

—¡Gracias mi cielo! —La abrazó—. Se pondrán contentos cuando les diga. Pero ¿estás segura? —indagó otra vez.

—Lo estoy. Si la venta del buffet de mi matrimonio puede ayudar a esos niños, yo estaré encantada de dárselos. Es más, si necesitan manos, me avisas.

—Es muy probable que requieran apoyo extra, dado el incremento de platillos que tendrán. Mañana te vengo a despertar a las seis, ¿segura de querer madrugar? —rio.

Estela movió la cabeza en gesto afirmativo.

—De acuerdo, nos vemos mañana. —Le dio un beso en la frente y caminó a la salida.



—Estela, ¿podemos pasar? —Esther llamó a la puerta

—¡Sí, pasen! Estoy acá. —Estela alzó la voz para que la escucharan.

Las chicas cruzaron la puerta y hallaron a Estela en el balcón, recostada en una perezosa* con Lucas en las piernas. La brisa nocturna mecía las ramas de las palmeras, y a la vez ayudaba a mitigar el calor del ambiente. Desde ahí, en la distancia, se podía ver el ancho mar y las miles de luces del puerto de la ciudad.

—¿Estás mejor? —Esther le apretó el hombro. Arrastró una de las sillas de mimbre y se sentó frente a ella—. Quisimos hablar contigo después de lo sucedido, pero no era un buen momento. ¿Verdad, Paula?

—Por supuesto —respondió la aludida, apartándose un mechón de la frente—. Cuatro veces sin poder casarte. Qué mala suerte tienes, Estela —mencionó sin delicadeza.

Esther le hizo un gesto recriminatorio con los ojos. A Paula no le importó y siguió hablando.

—¡Y espera a ver el video de TikTok en que apareces! —Se sentó en la otra silla para soltar el chisme con mejor comodidad.

—¿Qué video?

—¿Cuak? —agregó Lucas, igual de curioso.

—¡No puedes mantener la boca cerrada! —gruñó Esther, molesta—. Estela no tiene TikTok, por lo que jamás se habría enterado.

—Ella tiene derecho a saberlo. No seríamos buenas amigas si se lo ocultáramos. —Se defendió.

—¿Y no pensaste que decírselo solo empeorará las cosas? Te pasas Paula.

—¡Basta las dos! —exclamó Estela, levantándose de la perezosa y colocando a Lucas en el piso—. Esther, muéstrame ese video.

Ella negó con la cabeza.

—Esther, déjame verlo. Te prometo que me lo tomaré bien.

—No le insistas. El video también lo tengo yo —dijo Paula desbloqueando su celular. Abrió la app y se lo mostró.

El semblante de Estela era una amalgama de emociones: enojo, indignación, vergüenza.

Un incómodo silencio veló la atmósfera, apenas roto por las risas de fondo que le habían añadido al video. Estela quiso llorar, no por causa de su malogrado matrimonio, sino por la impotencia de que alguien se haya atrevido a usar su dolor para ganar likes y comentarios.

Inhaló una gran bocanada de aire, para reprimir ese llanto que amenazaba con desbordarse igual que un río a causa de lluvias torrenciales. Habían sido suficientes lágrimas por lo que restaba del día.

—¡¿Quién grabó esto?! —Ver esa filmación donde se burlaban de ella por no haberse casado, le generó indignación y rabia—. ¡Voy a agarrar del cuello a quien lo hizo y no lo soltaré hasta que se ponga color violeta!

Paula se tensó ante la amenaza de Estela.

—Es una cuenta fake, no sabemos quien lo hizo —explicó Esther—. Pero está claro que fue alguien de los invitados. —Regresó a ver a Paula—. Fuiste tú quien encontró el video, ¿no hay forma de saber quién lo grabó?

La mirada de Estela quedó fija en el rostro de Paula.

—Tú eres como un pez en esa aplicación, ¿puedes dar con el autor de... esa cosa? ¡Es que no hallo palabras para describir esa canallada! —Apretó los puños.

—Veré... qué puedo hacer. —La expresión altiva de Paula se esfumó. Tarde se dio cuenta de que no fue buena idea haberle mostrado ese video a Estela.

—Tranquila, daremos con esa persona y juntas lo agarraremos del cuello y no lo soltaremos hasta que se ponga color violeta, bastante color violeta —prometió Esther, sonriendo de lado—. Tampoco somos criminales.

Estela rio por el comentario. Esther era una amiga incondicional cuando se trataba de esconder cadáveres. En cuanto a Paula, pues, mientras no se rompiera una uña, se podía contar con ella.

—¿Tienes en mente nuevos planes de boda? —indagó Esther.

—No. Está suspendida hasta nuevo aviso. Y aunque quisiera, ya no tengo con qué pagar un quinto gasto nupcial. —Se dejó caer en la perezosa.

—¿Cómo que no tienes dinero? ¿Fluver no te ha dado lo que te debía? —Paula agradeció internamente el cambio de tema—. Si a estas alturas no te ha dado la parte que le correspondía, pierde toda esperanza, amiga.

—Aquí le doy la razón a Paula —añadió Esther—. Otra pregunta, ¿tu familia ya sabe que tú has sido quien ha pagado todo?

Estela resopló. Movió la cabeza en ademán de negación.

—¡Petiso, cara de morsa! —exclamó Esther, cabreada—. Lo voy a agarrar de los huevos cuando lo vea. No, mejor del cuello, si lo agarro de la entrepierna me demoraré una eternidad en hallar sus huevos de codorniz.

—¡Esther, por favor! —protestó Estela, sonrojada—. Tú no sabes de qué tamaño los tiene.

—¡Y tú tampoco! Si vamos a esas, no tienes idea del tamaño, ni su consistencia; si son suaves o duros al tacto, si son peludos o lampiños...

—Ya entendí. No necesitas ser tan explícita.

—No sé cómo has resistido dos años sin entregar el cuerpo —dijo Paula, divertida, haciendo un gesto sexual con las manos—. Yo en tu lugar, si no me cogía a la semana, máximo, lo enviaba a freír espárragos. Mejor dicho, verlo desnudo me habría bastado para saber qué tipo de faena me iba a ofrecer.

—Yo no soy como tú, Paula —refutó Estela en tono áspero. Luego corrigió—: No me lo tomes a mal. Quiero decir, no soy de acostarme con todos los tipos que aparecen en mi camino.

—Tranquila, que no me has ofendido —contestó Paula—. Respóndeme esto, ¿si te casas con Fluver y al final descubres que es un pésimo amante o un tipo asexual, qué harás? ¿Qué vida te espera a lado de alguien así? Si no se llevan bien en la parte afectiva, al menos el sexo compensará en algo ese vacío. —Por unos breves segundos, la imagen de su esposo cruzó por su mente.

—Otra vez estoy de acuerdo con Paula. —Esther no temía decir lo que pensaba—. Deberías catarlo, igual que hiciste con las porciones del pastel de boda. ¿Escogiste la que más te gustó, no? Fluver no debería ser la excepción. Son tiempos modernos, nadie te criticará por comerte el sánduche antes del recreo.

—Lo sé, y entiendo a donde quieren llegar. Y dado que están preocupadas por mi actividad sexual, ustedes saben que las mujeres tenemos otras formas de satisfacernos. —Ladeó la vista a la cómoda de su cuarto.

Lucas se tapó los ojos con las alas. Era un ser puro y casto, y no estaba interesado en conocer esas intimidades de su ama.

Las chicas, en cambio, rieron cómplices. Esos aparatitos eran infalibles. No te traicionaban, no te juzgaban, no te dejaban por otra. Su único objetivo era emitir vibraciones para que sus usuarias llegaran al máximo pináculo del placer.

—En lo que respecta a Fluver —continúo—, él no quiere tener intimidad conmigo hasta que estemos casados. —Encogió los hombros—. Según él, porque su mamá le ha dicho que es pecado que una pareja mantenga relaciones fuera del matrimonio. —Puso los ojos en blanco.

—Esa señora usa su religión cuando le conviene, y Fluver que no puede dejar su mamitis. —Esther le agarró las manos—. Estela, usa esto que ha pasado, por cuarta vez —remarcó—, para poner las cosas en perspectiva. No te insistiré en que dejes a tu prometido, porque está visto que no lo harás. Pídele a Floripondio que se den un tiempo. —Sonrió al pensar en la forma en que lo llamaba Andrés—. De algo servirá esa separación. ¿Quién quita que conozcas a alguien en ese lapso? —Levantó las cejas, pícara.

—Haré caso a tu propuesta, mas no para encontrar un reemplazo para Fluver —aclaró Estela—. La verdad es que sí necesito pensar ciertas cosas.

—Será lo mejor. Un quinto intento de matrimonio sería penoso, amiga. —Paula se miró las uñas en actitud indiferente—. Yo me casé en el primer intento y mírame, soy muy feliz en mi matrimonio. Tengo un esposo y una hija maravillosa, ¿qué más puedo pedir?

Estela y Esther intercambiaron una mirada. Fueron claras las segundas intenciones de ese comentario. Esther iba a hablar, pero Estela la detuvo con un gesto de la mano. Conociéndola, confrontaría a Paula con palabras severas. Y aunque su amiga hiciera méritos para ello, no era el momento ni el lugar.

—Sí, eres muy feliz en tu matrimonio, ya lo sabemos. No necesitas recordárnoslo a cada rato —la respuesta llevaba crítica, pero en la medida que consideró adecuada—. Deseamos de corazón que esa felicidad nunca termine.

Paula tragó en seco, consciente de su actuar.

—Gracias —respondió lacónica. —Pudo haber dicho más, pero era demasiado orgullosa para disculparse.

Las tres amigas charlaron sobre otras cosas, hasta que llegó el momento de partir. Estela las acompañó a la puerta. Y antes de que se marcharan, pidió que le pasaran al WhatsApp el infame video.

—Me saludas a Andrés —dijo Esther al cruzar el umbral. Sus ojos brillaron con la sola mención del nombre—. No lo vi cuando llegué.

—Por el silencio de la casa, posiblemente se fue al puerto con mi hermana y su familia. Ya es hora de la cena —contestó, mirando el reloj de la sala—. Le daré tus saludos apenas lo vea.

Se despidió de sus amigas con un beso en la mejilla.



Eran las tres de la mañana, Estela estaba sentada en una de las sillas del desayunador de la cocina, con una botella de whisky y un vaso a medio tomar. La oscuridad envolvía la estancia, la única luminiscencia que se colaba por las ventanas provenía de los postes de luz de la calle. No necesitó más claridad.

Estaba perdida en sus pensamientos cuando escuchó unos pasos acercarse. Se asustó ante aquella inesperada aparición. Asió la botella y se preparó para noquear al intruso.

La luz se encendió y Estela estuvo cerca de enviar al hospital a su hermano.

—¡¿Andrés, qué haces levantado a esta hora?!

—¡Por Dios, Estela, me has dado un susto! —Respiró entrecortado, con la mano en el pecho—. Toda mi vida pasó frente a mis ojos, ¿contará como una experiencia cercana a la muerte? —Llevó dos dedos al mentón, pensativo—. Baja esa botella, me pones nervioso.

Estela dejó la botella sobre el mesón. No se había dado cuenta que aún seguía en pose defensiva.

—¿Tampoco puedes dormir? —consultó, una vez la situación se relajó.

—Al contrario. Desde que me divorcié, duermo tranquilo, en paz, al saber que mi exesposa está arruinando la vida de alguien más y ya no la mía.

Estela rio fuerte. Andrés le hizo señas para que bajara la voz. El resto de la familia aún dormía.

—Me dio hambre y bajé por un sánduche.

—¿A esta hora?

—Mi estómago no sabe de horarios ni fechas en el calendario. —Abrió el refrigerador, sacó un paquete de jamón y queso holandés. De la alacena agarró una bolsa de pan—. No necesito preguntarte la causa de tu insomnio. Floripondio, ¿no?

Estela asintió, y procedió a contarle la charla que tuvo con sus amigas.

Andrés escuchaba atento, sin dejar de dar mordiscos a su sánduche.

—¿Quién es... Esther? —preguntó con la boca llena—, me agrada los consejos que te ha dado. Y dile que gracias por los saludos. No la conozco, pero es amable de su parte.

—¿No sabes quién es Esther? Fue mi compañera en la universidad. Ella y Paula estaban en la primera fila de los invitados de la boda. Y luego dices que yo soy la despistada.

Andrés tenía la mirada perdida, haciendo memoria.

—Ya, me acuerdo de haber visto a dos chicas jóvenes, aunque no reparé mucho en sus rostros, prometo fijarme la próxima vez, ¿contenta?

—A ver si lo recuerdas.

—Mencionaste un video —recordó él, preparándose otro sánduche—. Quiero verlo.

—Mejor no —dijo, arrepentida de habérselo contado.

—¿Quieres que lo busque por mi cuenta?

—No es necesario —murmuró resignada. Abrió el WhatsApp y le mostró el video. Lo último que esperó es que Andrés se riera—. ¿También te vas a burlar de mi desgracia? Pórtate serio.

—Lo siento, pero ese video de gatitos es muy chistoso —señaló a la pantalla, muerto de risa.

Estela arrugó el ceño sin entender, bajó la vista y se dio cuenta de que se había equivocado de grabación.

—Ah, ese video no es. Es este.

En cuestión de segundos, el rostro de Andrés pasó de la diversión al enojo.

—¿Quién fue el hijo de puta que hizo este video? Lo voy a colgar de las pelotas.

—¿Por qué piensas que es un hombre, y si fue una mujer?

—¿Me estás diciendo que tienes amigas tan perversas, capaces de hacerte esto? Digo, porque el resto de invitadas eran mujeres mayores, y dudo que sepan manejar TikTok, o siquiera lo tengan instalado en sus celulares.

Estela guardó silencio. Las dudas la invadieron, mas no quería creer que alguna de sus amigas le haya podido hacer tal bajeza.

—Averiguaré quién es el responsable. —Fue una promesa de Andrés—. Ahora ve a dormir. Tienes cabeza de pollo y en breve te hará efecto el whisky que te has tomado. No quiero llevarte a rastras a tu cuarto.

—No exageres —rio ella—. Mi resistencia al alcohol no es tan débil.

Andrés cruzó los brazos y elevó una ceja.

—Te mareas con una cerveza, ni hablar de un vaso de whisky.

Estela levantó las manos a modo de rendición.

—De acuerdo, me iré a dormir. Nos vemos dentro de unas horas. —Se despidió—. Y tú no te excedas con la comida, no quiero sorpresas matutinas en mi baño.

Andrés se rascó la cabeza, apenado. Fue su forma de decir "lo siento".

Estela retornó con un nuevo semblante a su habitación. Hablar con su hermano le levantó el ánimo, junto con las risas que se echaron a causa de su excuñada. Pronto amanecería, esperaba que ese domingo fuera diferente al desastroso sábado que tuvo.

En efecto, sería un día diferente. Ciertas cosas y personas, aguardaban el momento de entrar en escena.

Y como narrador de comedias románticas, espero que Estela advierta las señales que el universo le enviaba a través de mí.




*Perezosa: es una silla que se ajusta según la medida de quien la usa. Las hay de tela, de madera, y de otros materiales. Es una combinación entre silla y hamaca. Es muy cómoda para tomar siestas, especialmente en el exterior, en días de calor. Este tipo de silla es común en la costa de mi país.




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