Capítulo 40. 🥃

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Al fin

Desconfío porque yo también sé mentir. -Anónimo.



Alessandro

Alessia hace un desastre como siempre con el desayuno, pero me encanta verla tan feliz como es ahora. Su ánimo parece mejor desde lo que pasó haces tres días.

Quizá yo también estoy mejor, mucho mejor desde hace tres días. Ese ha sido el tiempo en el que Gianna habló conmigo, el tiempo en que no sé nada de ella. Y que lo único que supe es que Franco me llamó para decirme que ella me dejará todos los locales que le pertenecen. Dijo que pronto su abogado llegaría a esta casa para que firme todo sobre el traspaso. Aunque quise pedir explicaciones de porque tomó esa decisión, sé que no me las iba a dar y creo que es bastante obvio.

La mafia le ha quitado mucho a Gianna, comprendo que ya no quiera seguir con esto cuando, yo era lo único que la mantenía de pie en tanta mierda.

A decir verdad, no me molesta que me deje al control de todo. Me viene de lujo.

En estos tres días he tratado de meterme en la cabeza de que estoy bien sin ella, de que en realidad no la necesito y que yo perfectamente puedo hacer esto solo. Lo hice por muchos años, solo que ahora tengo una niña a la que criar. Quizá también me arrepintió de no haberla detenido ese día, pero lo repito. Estoy mejor sin ella y sin que, solo con su presencia, me recuerde que durante más de un año ella pensó en el bienestar de Marino.

—Señor —la voz de Leo suena en la cocina.

—Es mi día libre...

—Lo sé señor, pero el señor Ignazio quiere hablar con usted, lo espera en su oficina. Dice que es importante.

Solo pongo los ojos en blanco y ordeno al hombre quedarse con Alyna y Alessia en la cocina. Le doy un beso a mi hija y ya estoy rumbo a mi oficina. Apenas pongo un pie, ya veo a mi tío sentado en uno de los sillones.

—Especifiqué que era mi día libre... —cierro la puerta.

—Esto le va a interesar. Hace dos días llegó la nueva droga que Gianna había comprado, parte de esa droga iría a Nápoles y llegaría ayer en la mañana. Llamé para saber si llegó y nadie responde. Y cuando digo nadie, es nadie.

Me quedo callado por unos minutos, solo por qué mi mente me dice que algo anda mal. Mi madre tampoco me ha llamado en tres días y debo aclarar que ella está bastante pendiente de mí y de la niña.

—¿Entonces...?

—Algo anda mal. Los asosiatti de Ginevra no han visto a tu madre desde hace tres días. Y en los locales de Nápoles nadie ha visto a Enzo o a Chiara, quién siempre está supervisando todo.

—Joder, y ¿qué esperas para mandar hombres a Bacoli?

—He mandado dos, no responden.

—Entonces vamos los dos y vemos que es lo que está pasando.

No nos toma mucho tiempo. Yo ya estoy dando órdenes de que saldré y todo el mundo debe vigilar a mi hija, no deben quitar ni un ojo de ella. Además de que cualquiera que esté cerca de la mansión y sea sospechosa debes disparar, eso incluye a Gianna.

Minutos más tardes ya estamos yendo al aeropuerto, para ir directo a Bacoli. No sin antes llamar a Andrew y que me haga un último favor.

Sé que está dispuesto hacer lo que sea con tal de ver sangre correr.

🥃🥃🥃

Ya desde el aeropuerto las cosas iban muy extrañas. Desde ya, supe que todo estaba mal, el control que había era exagerado y pasar de que soy el jefe me dieron varias instrucciones de protección. Ellos también sospechan cosas.

El auto baja la velocidad cuando se acerca cada vez más a la hacienda. Me termino de poner el chaleco pesado y me aseguro de que mi arma esté cargada, además de tener más cartuchos. Mi tío me mira una vez más antes de bajar del auto, unas cuadras antes de llegar.

Toda mi vida se ha basado en momentos como este, donde puedo perder la vida por un mal movimiento, por un paso en falso. Antes no me importaba morir defendiendo lo mío, antes sabía que, si moría, habría al menos una persona que me vengarían. Pero ahora debo mantenerme con vida solo por una persona por la que me interesa luchar, por la que me interesa volver a casa en una sola pieza. Alessia es mi razón de vivir ahora. No voy a dejar a mi hija sin su padre, ella no puede crecer sin mí.

Ignazio y yo caminamos por la angosta y vacía calle a un paso lento, esperando la orden de cierto ruso que aún me ayuda con todo el desastre que he creado.

—Debe estar aquí —susurra mi tío— conozco a tu padre, le gusta generar tensión y mucho drama.

—Esta vez no voy a dejar que se escape. Voy a volarle la cabeza en cuanto lo vea.

Mi tío me da una sonrisa llena de orgullo, asiente despacio y fija la mirada en la entrada de la casa. Esperamos al menos diez minutos cuando Andrew habla por la radio de mi oído.

—Fracos caídos —suena bastante tranquilo. Pero no me sorprende, a decir verdad—. Hay hombres concentrados en la piscina. Llevan armas largas.

—¿Puedes disparar?

—Solo tengo a tres tiradores. Hay al menos diez. Envío hombres contigo. Debes entrar ahora.

—Perfecto... —Asiento en dirección de mi tío, es ahí donde aceleramos el paso hasta la entrada principal. No pasa a mucho cuando, al menos diez hombres se nos unen de diferentes direcciones. Casi sincronizados, entramos en la casa.

Desde que subí en el avión sospeché que se trata de mi padre. Desde el día que Marino murió, Andrew dijo que nadie en esa casa quedó. En cuanto Fabrizio entregó a la niña. El despareció junto con Romeo, quienes estaba ahí con sus dos hombres de confianza. Maximilian casi nunca estaba y Adriano, bueno el murió a manos de Gianna. Esto lo sé por Giovanni.

El problema es que falta un hombre del cual ha estado metiendo las narices donde no debe. El novio de Antonella, David si mal no recuerdo.

Decidimos no dar la vuelta hasta el patio trasero. Entramos por la puerta principal.

Cómo lo sospeché, no hay nadie a la vista y dudo que haya alguien en algún lugar, de todas formas, mando a dos hombres a revisar los pisos superiores.

Solo son unos pocos metros los que avanzó cuando ya veo a unos cuantos hombres paseando por la parte trasera de la casa. Doy la orden de dispararan a cualquier amenaza. Los hombres de Andrew son los que avanzan con sus armas largas hasta la cocina. No abren puertas, solo disparan a través del vidrio. Ninguno sobrevive al repentino ataque.

En ese momento recibo indicación que había un hombre custodiando una puerta del segundo piso y ya fue derivado. Dentro de la habitación están dos mujeres, dos niños y un bebé. Ordenó que se queden en el lugar y que las tranquilicen. Ya sé que se trata de la familia de Halsey.

—A la bodega —miro a mi tío. Este asiente.

Nos movemos rápido hasta el lugar, donde al abrir la puerta ya está un hombre el cual yo derribo en segundos.

Bajamos por las estrechas escaleras cuando ya en el espacio vemos una escena, que la verdad me causa miedo. Veo a mi padre, devolviéndome la mirada con una sonrisa aterradora. Veo a Maximilian sentado en una silla con algo en las manos, parecen las típicas placas de un militar, supongo que son de su hijo. También veo a Romeo, con una expresión fría y como si me dijera que este es mi final. No solo los veo a ellos, veo a mamá atada a una silla, igual que Enzo, que a mi tía Chiara y mi tío Luciano...

—Me encanta ver a la familia reunida —Fabrizio se acerca despacio y yo sin bajar el arma.

Solo ahí me doy cuenta que hay varios soldados de Maximilian apuntando en mi dirección. Le hare pedazos como no pude hacerlo con su hijo.

—Será el último recuerdo que tengas —no me muevo.

—Hijo —sonríe— no tenemos por qué hacer esto. Podemos vivir en paz y tú lo sabes.

—¿Cómo? —gruño.

—Tú ya tienes a la Cosa Nostra, yo solo quiero a la Camorra, Enzo solo es un niño, no puede hacerse cargo de esto. Podemos ser grande aliados.

—No te voy a dar ni mierda. Tú no me criaste para esto padre. Siempre voy a querer más. Italia es mía y de nadie más

—Provocarás una guerra innecesaria. Romeo está conmigo dispuesto a quitarte lo que has construido con tu esposa —odio la mención de Gianna.

Ella ya no es mi esposa.

—Ya maté a uno, no tengo miedo de dispararles a los dos ahora mismo y ser el rey de Italia. Tú comenzaste con esta guerra en el momento que decidiste vender información de la Camorra al enemigo. Maldito bastardo.

—Piénsalo hijo, no quiero que salgas lastimado, tienes una hija y una esposa. Ellas te necesitan.

—No voy a pensar nada. Voy a matarte ahora mismo. Suelta a mi familia ahora y seré rápido —se ríe como si no me creyera, y es en el momento que da un paso más donde disparo a uno de los soldados.

Maximilian se levanta.

—Un paso más y mis hombres matan a todos en este lugar —amenazo, sabe que lo haré

—Cometes un error Alessandro. Puedes detener todo esto... —Fabrizio es muy insistente, pero no logrará convencerme.

—No quiero detenerlo —ahora yo soy quien me acerco— quiero acabarlo. No se van a salir con la suya, durante casi dos años me han jodido la vida desde las sombras, con el puto miedo de no saber si vivir un día más para ver a mi hija.

—Vas a pagar por todo —la voz de Maximilian se escucha lejana. Sé a qué se refieren sus palabras.

—Ya lo pagas tú ¿O no? —me acerco a él quien sigue con la cabeza baja—. Tu pequeña hija en manos de algún pervertido que la folla cada vez que quiere. Tu mujer, muerta y con los órganos en alguna otra persona que decidió pagar una miseria y tú hijo... No sabes lo hermoso que fue dispararle en la cabeza y después quemar su cuerpo para que nadie lo encuentre —miento. Pero que se lleve la idea a la tumba—. Ahora te toca a ti.

Pongo el cañón en su frente.

—No me importa —es ahí donde levanta la mirada. Sus ojos verdes llenos de lágrimas.

—Ya no tienes a nadie, y sabes que si te dejo vivo te buscarán por conspirar con un mafioso. Ya entendiste que no importa lo que tú digas de mí. Nadie te creerá.

—Mátame ahora —replica con rabia— y sufre las consecuencias de hacerlo.

—¿Qué demonios te pasa? —Fabrizio trata de acercarse al militar. Ignazio lo detiene poniendo el arma en su cabeza.

—No conoces ni a tu hijo —lo mira de reojo—. Desde que Alessandro despertó sabía que ya no lo pidamos vencer.

—¿Por qué seguiste?

—Eres tan estúpido. Tenía la esperanza de que tú lo matarás, yo te mataría después. El crimen debe acabar.

—Nunca confíes en nadie —repito palabras que solía decime Fabrizio cuando estaba pequeño.

—¡Mátame! —su voz solo está llena de desesperación.

—Ordena a tus hombres que bajan las armas y las dejen el piso.

—No los mates, ellos no dirán nada.

—Ya veremos...

Da la orden. Los pocos hombres bajan las armas y las dejan el piso.

—Haces todo mal —gruñe mi padre.

—Cállate de una puta vez —golpeo en su rostro con la culata del arma— te dije que no podría vencerme, te dije que jamás acabaría conmigo. Te dije que yo te mataría a ti.

Ya no doy más vueltas al asunto, ya no me importar si no torturé a estos tipos primero. Bueno al menos no a Maximilian, pero morirá con la idea de que jamás caeré, que jamás voy a ceder el controla gente como él.

Hace muchos años prometí ser el rey de Italia. Poder controlar todo un país a base de extorciones y engaños. Hoy por fin de tanto cumplo ese sueño.

Nadie me lo va a quitar.

Suelto la pequeña arma que tengo en mis manos y uno de mis soldatos me pasa un arma más grande, más potente, más letal. Maximilian ni siquiera tiene miedo de su destino, no se mueve, pero tiene en su rostro una estúpida sonrisa en el rostro.

—Últimas palabras —yo también sonrío.

—Quizá no fui yo, pero caerás. Yo sé que lo harás. Te seguirán hasta acabar contigo.

—No pueden conmigo

—Eso es lo que tú cree. Esta guerra no se acaba aquí.

Mi dedo ya está en el gatillo, una ráfaga de balas sale directo al cuerpo de Marino. Son tantes que destrozan su tórax, ya cuando está en el piso casi al borde de su muerte es cuando veo a Matteo Marino en el piso. Con esos ojos verde fijos en los de Gianna. La rabia me consume y otra ráfaga va a su cara.

No queda nada de él. Solo un recuerdo amargo y una paz absoluta.

Solo hay paz ahora mismo...



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