Capítulo 7

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Mis párpados siguen pegados entre sí cuando envuelvo mi cuerpo con la toalla de la ducha.
Camino despacio para no resbalarme con el agua y me pongo un conjunto de ropa interior antes de retirar la toalla.
Un bostezo se me escapa al mismo tiempo que mis manos se aferran a las puertas del armario para abrirlo.

—Bonito armario. —Mi cabeza adormilada se despeja de un sobresalto y me golpeo contra la puerta abierta del armario al retroceder. Amor le dirige una mirada rápida a mi cuerpo a medio vestir antes de hablar de nuevo: —Buenos días.

—¡Amor! ¿Estás loco? Estoy desnuda, idiota.
—El reloj de tu salón me estaba volviendo loco. —Da media vuelta y curiosea entre mis cosas.
—Estás obsesionado con el tiempo. —Repaso con mis dedos las prendas en mi armario, buscando algo cómodo para el trabajo.

—Tienes un reloj en cada habitación de esta casa salvo en esta. Creo que eres tú la que está obsesionada con el tiempo. —Le miro durante un segundo antes de tomar un vestido rosa.
—¿Por qué tu armario parece un arco iris? —no respondo, me acerco para mirarme en el espejo.

Mi pelo rubio sigue igual de liso que de costumbre y mis ojos marrones siguen siendo igual de aburridos. Pero hay un color que atrapa mi mirada. A mi alrededor, brillando con fuerza, hay un aura de luz azul. Por detrás de mí, Amor asoma su cabeza, curioso.

—¿Por qué mi aura es azul?
—Pero cuando me doy la vuelta para obtener una respuesta, el rubio se ha marchado. Termino de vestirme y salgo de camino al trabajo.

En un rincón, Jordan tiene un pañuelo en su mano y una expresión rota en su rostro.
—¿Jordan? —Dejo mi bolso para acercarme a ella. Dalia nos observa por encima de su hombro mientras se entretiene esparciendo crema sobre su piel de ébano.
—Su novio la ha dejado
—responde en su lugar.

Mi mano se desliza sobre el brazo de la novata, llegando hasta su hombro. Ella se esfuerza por mirarme y sonreír. Pero todo lo que me muestra es una mueca deforme que no se asemeja en lo más mínimo a la sonrisa que suele tener dibujada.

—Sé como duelen las rupturas, Jordan. Lo lamento.
—¿Lo sabes? —Asiento.
—Tuve una ruptura la semana pasada. —A mi espalda, oigo como Dalia se levanta de su lugar.
—¿Jerry te ha dejado? —Se inmiscuye en nuestra conversación y yo camino hacia mi puesto tras el mostrador antes de responder.

—No, le dejé yo. Aunque ayudó bastante que se estuviera acostando con otra en nuestra casa. —Las tres compartimos un silencio incómodo que dura algunos minutos.
—No os lo conté porque he estado ocupada. —Me adelanto a sus intenciones de seguir preguntando y comenzamos a trabajar.

—Debes dos turnos, Nara.
—Dalia se acerca para ayudarme a contar el dinero cuando acaba la mañana.
—Lo sé. Pero no voy a quedarme hoy. —Cuando hemos acabado, me pongo el bolso y me despido de la gerente.

—Vas a superarlo, Jordan —le digo desde la puerta—. Te dolerá tanto que sentirás que te estás rompiendo en pedazos.
Pero te curarás. —Veo la pizca de esperanza que mis palabras le brindan.
—¿Cómo lo sabes? —Le sonrío.
—Porque nada duele para siempre.

De vuelta a la calle, noto una mano en mi hombro que me hace dar un respingo.
—Nara. —Siento que mis puños se aprietan de forma involuntaria.
—¡Amor! ¿Quieres dejar de hacer eso? ¿Qué haces aquí? —Mete las manos en los bolsillos de sus recién estrenados vaqueros y se encoge de hombros.

—Estaba aburrido. —Suelto el aire y niego.
—Tenemos una conversación pendiente. —Recuerdo el aura azul que vi esta mañana y en la que no he podido dejar de pensar a lo largo de las horas.
—¿Por qué tiran monedas a una fuente?

Frente a nosotros, en el parque de los jardines, una madre y su hija adolescente lanzan una moneda dentro del agua. Sonríen y cierran los ojos durante un segundo, pensando en su deseo.
—Algunas personas creen que es una fuente mágica. Tiras una moneda dentro y pides un deseo... Dicen que si crees lo suficiente, tu deseo se hará realidad.

El rubio no me responde pero tampoco aparta su vista de la fuente. Es como si estuviera calculando cual es la probabilidad de que realmente se trate de una fuente mágica.
—Si yo puedo estar aquí, una fuente con agua sucia puede conceder deseos. —Largo una risa.

Pero no me río porque sea gracioso, me río por su manera de convencerse. Las personas creen en dioses, profetas y lugares mágicos donde la vida es mucho mejor. Pero no lo hacen porque quieran hacerlo sino porque lo necesitan. Necesitan tener la esperanza de que, aunque se estén ahogando en mitad de una tormenta, tarde o temprano, el sol saldrá y la lluvia parará. Que alguien cuida de ellos. Las personas necesitan creer.

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