"Los problemas del señor Lupin"

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“Uno de los mayores errores y que a menudo cometemos es ocultar nuestros problemas a los amigos”.


Remus subió a paso ligero las escaleras de caracol hasta la habitación, seguido de James, Sirius y Peter. El niño abrió lo puerta con suavidad y dejó entrar a los tres muchachos. A continuación cerró la puerta. Esperó unos instantes hasta que vio las tres cabezas de sus amigos flotando.
-¿Como ha ido? -preguntó Remus, aunque por sus caras podía intuir la respuesta.
-Ha quedado maravilloso... -dijo Sirius soñador.
-...no podía haber quedado mejor...-continuó James.
-¡...a quedado todo tan grasiento como su pelo! -exclamaron los tres a la vez con notable alegría. Remus no pudo evitar reír. Sirius lo miró con cariño. Se preguntó cuántas veces lo había visto reír. «No muchas» pensó algo afligido. Remus miró a sus amigos bajo el pelo que le caía sobre los ojos. Entonces se dio cuenta de algo. Miró preocupado y algo nervioso al regordete.
-Esto...¿Pete? -preguntó con un deje histérico en la voz.
-¿Si?
-¿Dónde has dejado el caldero? -preguntó. La cara de los tres muchachos se volvió blanca.
-C-creo que lo deje en el suelo -recordó el niño sonrojándose por ese error. Remus abrió mucho. No quería ni pensar cuanto tiempo estarían castigados.
Como si sus pensamientos la hubiesen invocado, se escuchó con horripilante claridad como la profesora McGonagall los llamaba voz en grito:
-¡POTTER, BLACK, PETIGREW Y LUPIN! ¡BAJAD AQUÍ AHORA MISMO!
Casi rezando los cuatro chicos bajaron a la sala común donde, como era obvio, se había reunido medio Gryffindor. Sirius pensó que si no se calmaba, le iba a dar un infarto. La mujer los miró a todos, fulminadolos con la mirada y respirando entrecortadamente.
-Venid...a...mi...despacho -les ordenó mientras se recorría media sala común de uno zancada.
-Rems -lo llamó Sirius mientras salían de la habitación con los ojos de todos los Gryffindors posados en ellos-. No vengas. Tú no has hecho nada.
-Yo os ayudé -contestó ceñudamente el niño.
-Pero porque yo te lo pedí -lo contradijo el ojigris.
-Pero yo pude haber dicho que no y no lo hice -contestó Remus dando a entender que no discutiría más. James sonrió por aquello. Agarró a sus amigos por lo hombros y les revolvió el pelo. Así pues se encaminaron al despacho de McGonagall.
Allí estaba la bruja, de pie tras su escritorio. Les indicó con un gesto que se sentarán. Estuvo mirándolos un rato como retándolos a quejarse. Lo habrían echo a no ser de que vieron a Remus mirando al suelo con los puños cerrados.
-Pensaba que Gryffindor os importaba más -empezó la mujer mirándolos con severidad-. Me lo esperaría de vosotros pero no de ti, Lupin. Es cierto que te benefician mucho, ¿cierto? -Remus asintió-. Pero por otro lado, desde que empezaste a juntarte con ellos te has vuelto casi tan revoltoso como Potter, Black y Petigrew...
-Perdone que la interrumpa profesora pero, ¿esta insinuandome que son una mala influencia para mí? -preguntó Remus haciendo esfuerzos por controlar al lobo-. Con todo el respeto, pero no pienso que ni usted ni nadie deba decirme con quién debo entablar amistad. ¿O es algo que solo me dice a mí por explícitas razones? -preguntó controlando su rabia. Los tres muchachos miraban el intercambio de miradas del niño y la profesora McGonagall con total interés. «¿De que hablan?» se preguntó Sirius.
-Señor Lupin usted debería saber que para mí usted es exactamente igual que el resto de alumnos. Creo haber sido clara desde el primer momento. Es más podría decir que soy más flexible con usted que con el resto. Es solo una recomendación-contestó la mujer. Sirius notó que estaba más tranquila y...¿cautelosa?
-Entonces, profesora, le pido, no. Le suplico que me dejen en paz -pidió Remus con el lobo asomando tras su ojos. Su voz se había vuelto más áspera y se asemejó a un ladrido. La profesora McGonagall pudo notar el peligro.
-Señor Lupin, le pido que baje a la enfermería a ver a Madame Promfrey -le pidió la mujer con cautela. Remus respiraba entrecortadamente. Podía notar al lobo aullar furioso de que se aquella mujer se atreviese a decir aquello. Remus lo echaba atrás a duras pena. «Estate atrás, yo puedo solo, simplemente me está aconsejando, no salgas, no salgas
...»
Sirius se quedó completamente quieto mirando como las gotas de sudor caían sobre las sienes de su amigo. La profesora McGonagall estaba completamente tensa esperando a que Remus hiciese algo.
Finalmente y muy violentamente el niño se levantó y salió de allí. Corrió literalmente hasta la enfermería, chocándose con varios alumnos, entre ellos Lucius Malfoy. Pareció que iba a decirle algo, pero una mirada de Remus hizo que cerrará la boca. El niño siguió corriendo hasta la enfermería. El esfuerzo por controlar al lobo lo estaba agotando. Con sus últimas fuerza entró a la enfermería donde Promfrey estaba curando a un alumno de segundo año de Ravenclaw, el cual estaba milagrosamente dormido. Remus dejó salir un gemido que sonó también como un gruñido. Con sus últimas fuerzas alzó la vista a la mujer como pidiendo ayuda. Después de eso, todo de volvió negro.

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Mientras tanto en el despacho de la profesora McGonagall todo estaba quieto y en silencio. Los tres niños barajaban la razón por la que Remus se había alterado tanto. Por otro lado McGonagall tenía una aire pensativo.
-Um, ¿profesora McGonagall? -la llamó Sirius sin poder controlarse más-. ¿Q-qué ha pasado? -preguntó con nerviosismo. Minerva McGonagall clavo en él la mirada de sus severos ojos. Meditó la respuesta durante unos segundos.
-El señor Lupin tiene una serie de... llamémoslos problemas -les explicó la mujer mientras se limpiaba las gafas.
-Por Merlín es...es terrible -musitó James-. ¿Por qué no nos lo dijo?  -preguntó James. La mujer sonrió un poco.
-Señor Potter, no me malinterprete pero los problemas del señor Lupin debe contarlos él y no yo -lo advertió la bruja.
-Entonces, si usted dijo antes que somos una mala influencia para, bueno sus problemas, ¿no sería mejor dejarlo en paz? -dijo Peter alicaído.
-No -contestó McGonagall al cabo de un rato de silencio-. Esta equivocado señor Petigrew. Ustedes no son una mala influencia para los “problemas de Lupin” como él a creído. Sois una mala influencia solo en lo respectivo académicamente aunque sinceramente creo que lo seríais para cualquier alumno -los tres finjieron sentirse ofendidos-. Por otro lado sois lo que Lupin necesita: amigos fieles, leales y que lo defiendan -finalizó la mujer con una sonrisa. Los ojos de los tres muchachos brillaron de orgullo pues que McGonagall los había alagado y eso no pasaba todos los días.
-Ah, si con respecto a vuestro castigo...se le descontarán setenta y cinco puntos a Gryffindor más limpiar la habitación dañada hasta que las pociones desaparezcan -decidió Minerva. Los tres niños pensaron en sí contarle a la mujer que Remus no había hecho nada, pero lo descartaron enseguida pues seguramente se enfadase por aquello. Iban a protestar cuando la mujer los cortó súbitamente:
-No hagan perder más puntos a su casa -les recomendó McGonagall-. Ya pueden marcharse

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