Planes y pasadizos

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Lo primero que escuchó Remus nada más despertar fue la voz de la señora Promfrey.
-¡Os he dicho que no!
-Por favor, Madame Promfrey -dijo una voz que Remus reconoció como la de Peter.
-Vamos, queremos verlo -suplicó Sirius cambiando una mirada con James.
-Por favor -pidió James. Cambio una mirada con Sirius y asintió-. ¿Le han dicho alguna vez lo estupenda enfermera que es usted? -le preguntó con descaro.
-Si, y no solo eso. Es también usted muy guapa -añadió Sirius-, tiene usted un cuer-....
-¡VALE, VALE! PUEDEN PASAR A VERLO -cedió con enojo.
-Gracias señora Promfrey, es usted maravillosa...
-Pasen antes de que me arrepienta, señor Potter -lo cortó mientras se iba a zancadas a su despacho.
Los tres muchachos sonrieron y se tiraron sobre su amigo.
-Hola Rems -saludaron los tres a la vez -, ¿cómo te encuentras? -preguntaron preocupados.
-Bien,  -sonrió el niño con un jadeo por tener tres cuerpos encima-, sólo han sido los nervios -añadió. Los tres niños sonrieron y se quitaron de encima suya, tomaron asiento a los lados de la cama. El paciente se sentó sobre el colchón.
-Remus...¿hay...hay algo que quieras contarnos? -inquirió Sirius, mirándolo. El niño abrió mucho los ojos. «No lo pueden saber...» pensó aterrado.
-N-no...¿P-por qué? -preguntó con la voz temblorosa. El niño se acercó con cuidado le cogió la manga y la levantó. Allí estaban multitud de heridas, unas largas y finas otras redondas y gruesas. Era una vista muy desagradable. Remus pudo ver la tristeza en la mirada de sus amigos. Remus apartó el brazo como si la mano de Sirius quemará.
-¿Te hacen daño en casa? -preguntó James mirándolo tras sus gafas. Remus negó con rapidez.
-N-no -contestó el niño. «Que irónico  -pensó-, uso el maltrato de mi tía para ocultarle mi lincantropía a ellos y uso la licantropía para ocultar los abusos de mi tía al señor Jonas y a Madame Promfrey».
Los niños se dieron cuenta de que no iban a poder hacer que les contará algo, además de que parecía entristecer al chico, por lo que dejaron el tema.
-Eh, Rems, mira esto -susurró Peter, sacando de sus bolsillos unas barras de chocolate. Se las pasó al niño el cual acepto con una media sonrisa. Miró el envoltorio y se percató de que pertenecía a Honeyduckes. Alzó la vista hacia ellos.
-No me digáis...no me digáis que habéis salido a Hogsmade -murmuró preocupado. Los tres niños se miraron.
-Bueno...no nos vio nadie -se apresuró a decir James-. Verás íbamos caminando por el corredor del tercer piso cuando Peter se tropezó conmigo -explicó James-. Pues bien, cayó sobre la bruja la estatua de la bruja tuerta que hay, ¿sabes cuál es? -Remus asintió-, lo estábamos ayudando cuando señaló una inscripción en letra casi invisible. Ponía Dissendium. Claro que no íbamos a pasar de largo por lo que Sirius sacó la varita y apuntó a la estatua mientras decía aquello. No funcionó por lo que probamos a pegarle un golpecito con la varita. Entonces se abrió como un agujero lo suficiente grande como para que pasáramos nosotros. Decidimos subir a por la capa invisible y entramos allí. Estuvimos casi una hora recorriendo al pasadizo hasta que vimos una trampilla. Como no oímos nada la abrimos. Maravillosa suerte la nuestra, pues estábamos en el sótano de Honeyduckes. Total que subimos cogimos unas barras de chocolate para ti y dejamos el dinero en la caja. Y bueno, aquí estamos -concluyó James orgulloso. Remus los miraba sin saber si reírse.
-Habéis tenido suerte de que no os viera nadie -dijo mirándolos con el ceño fruncido. Sirius sonrió.
-Oh, vamos no te preocupes tanto -resopló mientras movía la mano-, no ha pasado nada.
-Supongo -cedió mientras desenvolvía el chocolate y lo partía en cuatro. Lo repartió y empezó a comerse el suyo.
-¿La próxima vez vendrás con nosotros? -le preguntó Sirius poniendo ojos de perro triste. Remus no pudo más que asentir.
-Ah, casi me olvidó, dentro de poco iré a ver a mi madre -dijo mientras miraba el trozo de chocolate. Los tres intercambiaron una mirada.
-Esta bien, ten cuidado -le pidió Peter con la boca llena del dulce. Remus asintió y sonrió a su amigo.
-Venga, vamos fuera -les ordenó la voz de la señora Promfrey-. Dentro de poco saldrá de aquí -añadió al ver que los tres niños iban a replicar.

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A Remus le costó un rato convencer a la enfermera de que se encontraba bien. Esta lo dejó ir con algo de preocupación. Remus se apresuró a llegar hasta el séptimo piso, se paró enfrente del cuadro de la señora Gorda, le dijo la contraseña y entró a la sala común. Como era normal estaba llena de estudiantes los cuales o bien, estudiaban o jugaban al ajedrez mágico u otros juegos. Remus recorrió la estancia con la mirada y vio a sus amigos sentados jugando al ajedrez mágico. Se acercó a ellos y se sentó junto a Peter justo cuando James le hacía jaque mate a Sirius.
-Llevan así un rato -le explicó Peter mientras se comía un trozo de regaliz-. James ha ganado casi todas las partidas pero Sirius no quiere aceptarlo y pide la revancha -dijo mientras se reía un poco. Remus sonrió ampliamente.
-Me voy a la habitación -avisó a Peter-, tengo que hacer los deberes de hoy.
-¿Te los dejo?
-No, gracias Pete, se los pregunté antes a McGonagall -sonrió el niño. El regordete asintió y volvió a poner su atención en la nueva partida que habían comenzado James y Sirius.
Remus subió a la habitación, entró y buscó los libros. «¿A qué día estamos?» se preguntó mientras se dirigía al calendario que tenía colgaos en la pared. Marcaba el quince de mayo. Miró la última vez que se había transformado y se dió cuenta de que faltaban solo seis días. Asintió para sí. Dentro de unos días empezaría a tener mal aspecto. Sacudió la cabeza y se puso a hacer deberes. Habían empezado a mandar una cantidad terrible de deberes y se debía a la proximidad de los exámenes. «¡Pero si falta más de un mes!» se quejaba James la semana anterior al salir de clase de transformaciones.
Remus sonrió un poco y comenzó a hacer la gran montaña, que prometía entretenerlo largo rato.

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