Durante el tiempo que he vivido, jamás había visto algo parecido. Siempre veo a padres junto a sus niños volviéndose otros niños. Niños junto a adultos volviéndose mayores, pero nunca juntos: un niño, un adulto y una esfera jabonosa.

Caminaba muy temprano por una calle cualquiera hablando con mi tía cuando algo llamó mi atención: un niño soplaba burbujas de esos frasquitos azul con forma de conejo, jugueteaba con ellas y soplaba más. Acercándose frente a mí, venía un señor hablando por teléfono celular con su cara bien seria —casi amargado—, mientras que en su otra mano cargaba un maletín —al parecer un hombre de negocios, supuse—. Pasó frente al niño que sonrió inocentemente, el señor siguió su caminar ignorando el por qué la risa del niño que no conocía. El niño sopló otra esfera que alcanzó al hombre, la burbuja pareció posarse en el aire frente a él como diciéndole «revientame».

La mano donde iba el maletín se alzó y con el índice la reventó, de modo casi imperceptible pude ver como apareció una sonrisa, cuando se dio cuenta de la acción que había realizado, seguido levantó su mirada encontrándose con la mía y todo rastro de demostración de alegría desapareció y siguió su camino como si nada hubiera pasado.

Ahí recordé que detrás de cada adulto ocupado, hay un niño queriendo reventar las burbujas a su alrededor.

El exterior los reprime, los niños los libertan.