Parte 6 (final)

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Pronto llegó el día en el que debía irme del cuerpo de Nidia. Me vestí muy bien, como ella solía hacerlo, y caminé hasta la casa que compartía con Gian. Vaya sorpresa se llevaría la mujer cuando se encontrase con él allí. ¿Aceptaría quedarse con él?, ¿o lo echaría de la casa? De todos modos, ella seguiría llevando el hijo de ese humano en su vientre y él no se quedaría de brazos cruzados. ¿Qué tipo de conflictos podrían tener? Prefería no imaginarlo; solo yo tenía la culpa de todo aquello.

Abrí la puerta y subí las escaleras. La casa estaba completamente oscura, Gian se encontraba durmiendo.

Subí las escaleras rumbo al cuarto que compartíamos y lo encontré durmiendo como un ángel. Noté que había estado bebiendo, cosa que él nunca hacía. Le di un beso en la frente a modo de despedida, y caminé hacia el espejo para mirarme allí antes de salir del cuerpo que había servido de envase para mi alma durante los últimos trescientos sesenta y cinco días.

«Nidia, despierta», le dije a la mujer que estaba durmiendo en mi interior, instándola a tomar el control de su cuerpo nuevamente, a la vez que caminaba hacia un costado y lo liberaba.

Me paré en la habitación, invisible para cualquiera de los dos que allí estaban, siendo un simple testigo de lo que allí ocurriría. Nidia parpadeó, mirándose al espejo para descubrir que estaba embarazada y que un hombre ocupaba su cama.

No me imaginé que ocurriría nada de lo que pasó a continuación.

—¡NO! —gritó una Nidia aterrorizada. Gian se despertó y dio un salto repentino, viéndola en su habitación.

—¡Volviste! —exclamó— ¡Sabía que regresarías!

Antes de que él pudiese acercarse, la rubia salió corriendo. Atravesó el pasillo y comenzó a bajar las escaleras, pero tropezó y cayó rodando, golpeándose la cabeza contra el mármol al aterrizar en el suelo.

Y con esto exhaló su último soplo de vida.

Gian corrió a su auxilio, para descubrir que había sucedido lo peor. Comenzó a llorar, a gritar, a maldecir. Se sentía culpable por lo que le había sucedido a la mujer que tanto amaba. Intenté reconfortarlo pero era en vano, él no podía verme, no podía sentir mis manos apoyadas sobre sus hombros, ni las palabras de ánimo que intentaba darle.

Lo único que escucharía sería un triste silencio.

No pude hacer nada cuando subió a su habitación y se metió el revólver en la boca. No pude evitarlo. Tampoco pude evitar que, por haberse quitado la vida se convirtiera en uno más de mi especie.

***

Vi su hermoso rostro de nuevo a los pocos minutos de su muerte, y esta vez él también me vio.

—Tú... ¡tú tuviste que ver con lo que ocurrió! —me culpó. Yo asentí, asumiendo la culpa.

—Sí —confesé.

—¡Me quitaste a la mujer que amaba! Esa no era parte del trato.

—No, Gian, escucha. Debo pedirte perdón —le dije—. Esa mujer... en realidad, siempre fui yo.

—¡¿Tú?! —exclamó, y supe que lo había comprendido. Lo sabía todo. Me miró con un odio que me desgarró por completo—. ¡Nunca me volverás a ver! ¡Nunca te volveré a hablar!

Tras decirme aquello, se dio la vuelta y me dejó completamente solo. Lo tenía merecido por todo el daño que le había causado.

Los demonios no deben amar, solo causan estragos donde quiera que van.

El amor duele, el amor mata.

No me he alimentado durante más de un año, y sé que mi esencia pronto se desvanecerá. ¿Qué más da? Quién sabe qué me espera cuando desaparezca. ¿Iré a algún lugar? No lo sé, no tengo forma alguna de saberlo... Solo espero que sea un lugar donde reine el silencio; un lugar oscuro y solitario donde finalmente pueda hallar la paz.

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