7

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Deseé no haber escuchado nada.

Deseé no presenciar el bizarro momento de proposición matrimonial.

Deseé que los gemidos de Alina de la noche anterior no resiguieran con su eco en mis oídos.

Deseé estar yo en lugar de Leo.

Cualquier conjetura, anhelo y conclusión tras ese momento fue en vano y sin sentido. De pie, inerte ante la imagen que se dibujaba ante mis narices, fui testigo de la decisión sorpresiva que tomaba Alina.

Sin saber si lo ocurrido horas atrás fue el detonante de sus palabras para con mi hermano, carecí de movilidad hasta que Leonardo notó mi presencia, se incorporó desde su asiento y con la mano de Alina en la suya, exudó felicidad.

─¡Nos casamos! ¿Lo oíste? ─Exultante, besó a su futura esposa en la frente. Detrás de él, sin mirarme, la figura pequeña y demacrada de Alina se escondía tímidamente.

─S...sí, eso creí escuchar...─articulando las palabras con dificultad, avancé unos pasos con la impavidez atrapando mis músculos cual hiedra venenosa.

─No me propuso casamiento con un anillo con diamantes, pero se lo dejaré pasar ─abrazándola de lado, mi hermano realmente se veía compenetrado en el papel de novio ─ . Tendríamos que decírselo a mamá, ¿no te parece? ─miró a su mejor amiga.

─¡Leo, pará un momento! ─la fina voz de su futura esposa y nunca novia sumada a su estaticidad, lo detuvieron.

─¿Qué pasa? ─sin entender el cambio de ánimo, la observó. Cauto, preguntó.

─En primer lugar me gustaría profundizar sobre el tema con vos...en privado...por favor ─en ese instante, sus ojos buscaron los míos, obteniendo dos rocas azules como recompensa.

─Si. Bueno...perdonáme. Me zarpé en el festejo ─sonrió nervioso ─.Terminemos de tomar el café y vayamos a la biblioteca.

─Perfecto ─fría, con un gesto cordial, rehundió el cuchillo en mi pecho.

Autómata, me dirigí hacia la cafetera.

Parpadeando en demasía, buscando explicaciones por cada rincón de mi cerebro, me uní al desayuno, siendo partícipe de mi propio funeral. Leo siempre había estado enamorado de Alina. Y yo también.

Pero su ventaja distaba de la mía: ellos eran amigos, leales y su cariño iba más allá de cualquier palabra errada. Jamás se disgustaban uno con el otro, eran compinches, cantaban juntos...compartían mil cosas.

Yo, sin embargo, sólo tenía en común encuentros furtivos en una cama y un puñados de jadeos indecentes.

Leo tenía mucho más posibilidades de conseguir todo aquello que yo no; Alina me sostendría en numerosas oportunidades que jamás le habría tocado un pelo a mi hermano y viceversa. Y si bien sus palabras me reconfortaron por un tiempo, ahora, todo se encaminaba para ser completamente distinto, porque el cariño que se impartían era maduro y trascendental.

Con total tranquilidad, podrían llevar a cabo sus votos matrimoniales si así lo determinaban. Pensando fríamente, era innegable la inteligencia de la maniobra: casándose con él, ella se aseguraba fidelidad, que el dinero no saliera de la familia y por sobre todo, estabilidad emocional.

Si hasta entonces nada habría ocurrido entre ellos, esto les abría un sinfín de posibilidades para concretarlo.

Bebí café sabiendo que probablemente me conducía hacia una úlcera purulenta; aun así, fingí aceptación y alegría. Con el sabor de su piel aun en mis labios, contuve el dolor de estar pagando mi cobardía.

Leo, sin poder disimular su contento atendió una llamada telefónica no sin antes dar un beso simpático en la mejilla de Alina, quien le sonrió remilgadamente.

Ella y yo permanecimos solos en la inmensidad de la cocina, como dos extraños y no como dos personas que habían ardido en las llamas de sus cuerpos durante la medianoche.

─Supongo que tendría que felicitarte ─apesadumbrado, expulsé la reflexión con gusto a pregunta.

─Me tiene sin cuidado lo que hagas ─hostil y de mal genio, respondió.

─¿Volvemos a estar en veredas opuestas?

─Dudo que alguna vez hayamos dejado de estarlo.

─Ayer me perdonaste.

─Perdonar no es olvidar, Alejandro ─mirando en el interior de su taza, evitaba mi rostro.

─¿Seguís guardándome rencor?

─No es rencor ─exhaló con la nariz pesadamente, molesta.

─¿Entonces, qué es?

─No sé. Un día estamos bien, el otro mal. Creo que tenemos que dejar las cosas así y no racionalizarlas más; dejar de buscar explicaciones y por qués...

─¿Estás segura?

─¿De qué?

─De que es esto lo que querés. De que querés casarte con mi hermano.

"Por favor, decí que no...decí que no..."

Alina se puso de pie con el mutismo surcando su cara, alargando mi agonía. Sosteniendo con fuerza su taza, fue en dirección a la mesada de mármol. Se detuvo por un momento que pareció eterno y gelificante.

─Nunca existó en mi vida un hombre que me respestase tanto como él, ¿no te parece motivo suficiente?

Lacónica, me arrebató cualquier palabra u objeción. Reconocerlo, causó un estallido en mis venas.

─Tampoco tengo que olvidarme que debo cooperar con la empresa. Es necesario mantenerla a salvo de cualquier cazafortunas.

Mordaz, se retiró de la cocina, dejando su aura palpitando a mi alrededor como un fantasma.

_____

De a poco mamá recobró el ánimo y las energías para seguir adelante a pesar de la ausencia de mi abuela; por fortuna Mónica ya estaba de regreso en óptimas condiciones y una nueva empleada, María Nieves, era la encargada de las labores hogareñas durante la recuperación de la madre de Alina.

Leo se mostraba más atento (si es que eso era posible) a los movimientos de su nueva novia (aun no oficializada) en tanto que mis encuentros furtivos con Alina fueron nulos, como era de esperar.

Un súbito arrepentimiento me rebalsó por completo al admitir que aquella noche de oscura infamia sería la última.

Definitivamente.

A pesar que su compromiso tuviese una connotación comercial, poco les tomaría involucrarse de un modo formal; no tardarían en vincularse de un modo más profundo y personal. Pensar en ella siendo acariciada por mi hermano tal como yo lo había hecho en muchas oportunidades, rigidizó mi espina dorsal.

Sentados junto a nuestra madre en la gran mesa de la sala, cenando en tranquilidad, Leo interrumpió colocándose de pie. Adivinando sus pensamientos, supe exactamente lo que estábamos a punto de presenciar.

Reseguí su pantomima sin decir una palabra; buscando a Alina en la cocina, la trajo a la mesa casi a la rastra.

Era aun más preciosa sin maquillaje.

Su rostro sereno y alegre generó en mi vientre una puntada de envidia porque su felicidad no dependía de mí sino porque yo no era quien le daba la calma que su ajetreada vida necesitaba.

Yo solo le brindaba el placer efímero del orgasmo, el que luego se marchaba para quedar como un recuerdo. Se marchaba como lo hacía ella. Como lo hacía yo. Como lo hacíamos ambos.

─Mamá, Alejo,  mucho se habló en estos días del testamento, de la decisión de Alina con respecto a ello y del curso que tomarían las cosas a partir de la muerte de la abuela. Es por eso que...─ alerta a su actuación, observando con denostada atención fui testigo del modo en que mi hermano menor se puso de rodillas  ante el gesto sorprendido de Alina quien llevó la mano a su pecho ─: Alina Martins, ¿aceptás ser mi esposa? ─cursi pero efectivo a simple vista, Leo abría ante ella un estuche cuadrado de terciopelo negro, con un anillo dentro.

Alina parecía al borde del desmayo. Temblando, sonreía sin parar, nerviosa. Sus labios querían expresar mil cosas pero estaba aturdida.

─¿Qué significa esto? ─mamá empalideció de golpe, sin salir de su asombro.

─Leo le propuso casamiento a Alina ─respondí con fría naturalidad, limpiándome la boca con brusquedad.

─¡Ya lo sé, hijo! ¡No soy ciega ni tonta! 

Absorbido por su propio cuento de hadas, Leo se incorporó para quitar el anillo de la pequeña cajita. Con dedos temblorosos, buscó la mano de su futura esposa.

─No quería que pareciera un simple contrato ─dijo él casi en un susurro. Alina sollozaba. Unas lágrimas tiesas surcaban la porcelana de su rostro.

─Esto es...demasiado ─completó la luz de mi vida, balbuceando.

─Leo, ¡explícate ya mismo!─ mamá buscaba explicaciones que no se hicieron esperar.

─Mamá: Alina y yo decidimos casarnos. Ella acepta su porcentaje de la empresa y esta la mejor idea que pudimos haber tenido.

─Hijo... ¿no es precipitado? No deja de ser un casamiento, con compromisos y obligaciones de su parte. ¡No es para tomarlo a la ligera! ─intentando que entrasen en razones, continuaba ofuscada y confundida.

─Por supuesto que somos conscientes del alcance de todo esto ─Leo sonrió bobaliconamente ─,nos tenemos mucha estima y es preferible que se case conmigo y no con un oportunista que la dañe para quedarse con su plata...¿no te parece leal? ─con total desapego, mi hermano se mostraba confiado y firme ─. Además, soy un buen candidato ─con su broma, logró sacarle una sonrisa fuerte a una temblorosa Alina, quien jugaba con el cintillo de brillantes recién puesto en su dedo.

─Bueno...pensándolo bien...no es tan descabellado. Al menos no tanto como la estúpida cláusula que impuso tu abuela ─dando un revés a su actitud, mamá dio un beso a Leo. Avanzando unos centímentros más, miró a Alina con cierto recelo dedicándole unas palabras ─ : sé que esto forma parte de un contrato y que no ha sido una decisión fácil ni grata. Te agradezco que hayas tenido en cuenta los intereses familiares, pero nada se compara con lo mucho que me importa que no hagas sufrir a mi hijo. Con eso, no negociaré ─la palidez de Alina reflejó la llegada de lo dicho por mi madre, que como una leona, defendía a Leo.

¿Estaría pensando Alina en la noche que le di placer? ¿En aquella trunca noche de días atrás? 

─Bárbara, su hijo merece mucho más que mi respeto y lealtad ─circunspecta, se oyó compenetrada en su rol de "señora de".

─Aclarado esto, creo que deberíamos oficializarlo haciendo una pequeña reunión. Hemos pasado unas semanas bastante complicadas.

─No es necesario Bárbara ─alterando su semblante, Alina era reticente al festejo.

─Querida, tu mamá se encuentra bien y creo que a la mía, esté donde esté, le gustaría que dejemos de llorarla ─congelado ante la espontaneidad de mi madre, que siempre había sufrido con la rebeldía de Alina, permanecí con los cubiertos en la mano, sin cortar un trozo más de comida ─ .¡María Nieves! ─ elevando un poco su tono de voz, la dueña de casa llamó a la nueva empleada ─ : traiga un champagne de la bodega y decile  a Mónica que se una a nosotros por un momento.

Expeditiva, mi madre sacó unas copas aflautadas del cristalero de mis abuelos, las cuales colocó sobre la mesa. A paso lento pero firme, Mónica se acercó del brazo de María Nieves.

─Sé que no podés beber alcohol pero debemos brindar, al menos simbólicamente.

─No entiendo ─dijo Mónica a mi mamá con su voz apenas perceptible.

─Leo y Alina se van a casar ─expresé sin gesto alguno, sumándome por primera vez al fraude.

─¡Hija mía! ─visiblemente contenta, su llanto fue inmediato y un poco desmedido. Se abrazaron fuerte y el rostro de Alina se iluminó ─ .¡Siempre supe que terminarían juntos!

─Bueno mamá, vos sabés que de por medio está el acuerdo que impuso Rosalinda ─minimizó su hija aliviando la carga de su emoción.

─¡No importa! Por dos años van a ser marido y mujer...¡y quién te dice que...! ─escuché con el esófago en llamas.

Alina era felicidad así tanto como vacilación. No era ella misma. Era un personaje. Autoimpuesto pero ingrato, yo me daba cuenta de ello. ¿Quién más podría jactarse de sentirlo?

─La familia y nuestras amistades no tienen por qué estar al tanto que la ridícula de tu abuela puso una condición bastante peculiar para que Alina acceda a las acciones de la empresa. Podríamos organizar una pequeña reunión. Nadie sospecharía el objetivo real de esta unión.

─No, no...por favor Bárbara...no hace falta ─más inquieta que antes, la tomó del codo. Alina no conocía los límites de la tozudez de mi madre.

─Lo hago por Leo, querida. Él lo tiene merecido, aunque signifique un frío intercambio de intereses ─disparando, levantó una ceja. Todos nos mantuvimos en silencio, sin esperar sus colmillos afilados.

─Tiene razón ─aceptándolo, Alina tomó la mano izquierda de Leo ─. Su hijo tiene merecido esto y mucho más ─respetuosa, reconsideró la situación.

─Mamá, por favor, entiendo tu ansiedad, esta sorpresa y la necesidad de salir de la pena de haber perdido a la abuela pero es injustificado que le contestes así.

─Leo ─ Alina tomó del rostro a mi hermano, cariñosamente ─tu mamá está en lo cierto. Esto era un problema que yo tenía que solucionar por mí misma y vos me ayudaste sin poner peros de ningún tipo. Ya hablamos del tema... ─ladeando su cabeza refregó su mejilla en la palma de su futuro esposo, el cual no abandonaba su rostro cursi y embobado.

Dudé de la duración del acuerdo. Si Alina optaba por finalizarlo a los dos años, Leo terminaría como un alma en pena, desangrándose de amor.

─Será el mes entrante ─ la voz de mi madre me regresaba al show.

─Una reunión familiar e íntima para anunciar el compromiso y ya. Algo sencillo, no más─ sentenció Leo y mi madre aceptó ─. Además Mónica estará más repuesta para entonces, ¿no? ─ sosteniendo sus ojos verdes en los celestes de Alina, le corrió un mechón de pelo por detrás de su oreja.

En tanto que mi bilis trepó por mi garganta.

________________

Tras el anuncio, los novios delinearon los alcances y términos de su relación además de dar forma a una suerte de contrato prematrimonial, con cierta vigencia legal y como respuesta al protocolo. En el mayor de los hermetismos, concretarían una reunión con el Dr. Yaski.

Inquieto, yo no sabía si estaba preparado emocionalmente para aceptar el hecho de verlos juntos. Una cosa era soportar sus bromas y sus diálogos en la misma frecuencia, pero otra muy distinta era tolerar que ella viajase hasta Londres siendo esposa de mi hermano además de compartir eventos familiares que los tuvieran como la pareja del año.

Interpretándolo a desgano como un adiós definitivo, debía convencerme que nunca más estaríamos juntos, de ningún modo y bajo ningún concepto. En la cocina, la oscuridad dominaba el ambiente y aprisionaba mi pecho aniquilando las partículas de oxígeno circundante.

Sin encender la luz y a tientas me serví un café de memoria; pensativo, tomé asiento junto a la ventana que dejaba pasar el reflejo de la luna. Sumido en la reflexión profunda y en el café amargo, medité sobre mi futuro inmediato.

Para enero próximo, yo también estaría casado y mi entusiasmo por aquello se encontraba en nivel menos diez.

─¿No encontraste la tecla de la luz? ─dando fin a mi imaginario y brevísimo diálogo conmigo mismo, Alina entró a esa sala, testigo omnipresente de tantas conversaciones y encuentros furtivos.

─Quería estar a tono con mi espíritu ─sin pensar mis palabras, inoculé resentimiento ─. No pensé que un anillito te convencería de casarte ─bebí, con la esperanza de que el café fuese cicuta.

─¿Qué decís?

─Una cosa era el compromiso de matrimonio informal que le hiciste el otro día. Un mero vínculo contractual y frívolo. Otra, el espamento del compromiso con fiestita y todo eso ─desdeñoso, sorbí nuevamente.

─¿Y a vos qué te importa? ¡Es mi vida! ─como una tromba se acercó hacia mí.

─No quiero que Leo sufra. Cuando llegue el momento de separarse, en dos años más, no le va a resultar fácil.

─Para tu tranquilidad, hicimos un arreglo. Él está en pleno conocimiento del tipo de unión que mantendremos durante este tiempo. No lo estoy usando, si esa es tu preocupación.

─Lo dudo ─sorbo número tres y mirada perdida en el anochecer número mil.

─¡Poco me importa que no me creas! ─bufó por la nariz como caballo en un rodeo ─.Leo es grande y no necesita abogado defensor. En todo caso, ya lo tiene al Dr. Yaski ─irónica, nuevamente estábamos oficialmente enfrentados. En la mesa y en la vida.

─Disfrutaste hacer el circo del anillo, ¿no? ─desnudando mi lado más cruel y enfadado, dejé mi taza. Como un león agazapado, me incliné hacia ella y arrebaté sus muñecas, exigiéndole respuestas. Sin dañarla, pretendía obtener palabras que me hicieran sufrir menos.

─¡Sos un idiota! ─forcejeando, luchó por deshacerse de mi sujeción, infructuosamente.

Con las fosas nasales abiertas, llenándome los pulmones con su respiración, la sostuve con firmeza, incapaz de admitir que ya no ejercería el mismo control sobre ella.

─¡Soltáme! ─masculló con vehemencia.

─No quiero.

─¡Basta Ale! ─chillona, agobiada por liberarse, se retorcía bajo mis manos ─. ¡Voy a gritar más fuerte! Y no creo que sea bueno para ninguno de los dos que nos encuentren así.

Fuera de mí, busqué su boca.

Desconociéndome, presioné mis labios en los suyos con ímpetu. Le arranqué un beso, que en principio fue negado y luego, aceptado a regañadientes.

─Basta...¡Ale...! ¡Pará, por Dios! ─suplicante, pero sin poder despegarse de mi contacto, Alina sollozaba perdida en sus miserias y en las mías.

Solté sus muñecas con suavidad para tomarla por la cintura. Inicialmente con reticencia, se enfrentaba consigo misma por mantenerse cautiva de mis manos y yo, como un idiota, creía asirme con el triunfo por ese simple gesto.

Me rehusé a perderla. De la forma que fuese, yo quería que me perteneciese mil y una veces aunque más no fuera conformándome con las migajas que la vida me ofrecía de ella.

Pedante, mentiroso y egoísta, estaba engañando a mi hermano, traicionando su confianza. Nunca había sido totalmente sincero con él ni conmigo. Siendo consciente del poder que yo ejercía sobre ella, la sometí a caer contra su voluntad en este juego siniestro.

Su fortaleza se desvanecía entre mis dedos los cuales abusaban de su entrega.

─No puedo...no quiero ─resopló gimoteando ─. No es justo para ninguno de los cuatro.

El peso de la palabra cuatro me sacudió la columna.

─Superémoslo de una puta vez ─siseó entre dientes ─ ; te vas a casar...y aunque lo mío sea un arreglo, le debo fidelidad a tu hermano. Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer.

Apartándome de ella acongojado, los dos lucíamos aturdidos.

El magnetismo era irremediable; pero tendríamos que convivir con este sinfín de sentimientos encontrados y destinos cruzados. Agitado, no lograba recomponerme. Pero ella, más veloz y girando en el aire salió disparada de la cocina, para poner el cuenta kilómetros otra vez en cero.

_____

Tres semanas nos distanciaban ya del sepelio de mi abuela. Era tiempo de irme, aunque en diez días más teníamos en vista el regreso a Buenos Aires junto a Catalina con motivo del compromiso de mi hermano.

Con un nudo en el estómago armé la valija con aquellas pertenencias que me habrían acompañado en esta travesía. Era viernes por la noche y mi vuelo, era el domingo por la tarde. Catalina aguardaría por mí en el Heathrow de Londres y mi vida volvería a sus carriles habituales. Al menos por un puñado más de días.

─¿Puedo pasar? ─Leo se asomó en mi dormitorio tras golpear la puerta con sus nudillos.

─Por supuesto.

─¿Ya preparándote para viajar? Tenés dos cosas locas y recién te vas pasado mañana.

─Sí, ya me quedé lo suficiente acá y me llueven reclamos desde Londres ─reconocí levantando las hombros, mientras doblaba una de mis cuatro camisas.

─¿La amás? ─endurecí mis movimientos al oírlo.

¿Lo preguntaba por Alina o por Catalina? Quedé de piedra.

─¿A Catalina?─parpadeé más de lo previsto.

─¿Por quién otra te preguntaría?

─Sí...sí...¡obvio! ─solté nervioso con mis neuronas al borde del suicidio ─ . La pregunta me tomó por sopresa ─calmáte Alejandro, sos muy evidente ─ .No me casaría con ella si no la amara.

─No lo creo como condición necesaria ─subió su hombro.

─¿Lo decís por vos y Alina?

─Exacto. Yo amo a Alina, eso vos lo sabés bien ─diciendo las palabra que jamás quise volver a escuchar de su parte, prosiguió ─, pero yo sé que ella no a mí; tal vez nunca lo haga, pero su decisión me pareció salomónica y bastante acertada.

─¿No tenés miedo a terminar destruido? ─siendo esa pregunta más apropiada para hacérmela yo mismo, investigué mirándolo fijo.

─Tener miedo no es algo que me caracteriza, Alejo.

─Pero...en algún momento vas a querer...─sin saber cómo pronunciar ni decir las cosas, esperé a que Leo leyera mi mente y me salvara del incendio.

─¿Tener sexo con ella? ─abriendo los ojos ante mi vergüenza, preguntó con naturalidad ─. Ya hemos definido nuestra postura al respecto.

─Ah... ¿sí? ─curioseé fingiendo desinterés. Definitivamente, yo no era un buen actor.

─Por supuesto. Fuimos francos con nosotros mismos y eso basta. Lo que suceda puertas para adentro, es historia privada.

No supe si era necesario saber más. Pensar en sus revolcones y en que Alina lo hiciese delirar como a mí, me repugnó más de lo que deseaba admitir.

─Dos años se pasarán volando ─seguro de sí mismo, se lo notaba tranquilo. Quizás yo tendría que adoptar la misma postura para dejar de torturarme.

─Mejor así, entonces. No soportaría verte destrozado.

Leo hacía un gesto con su mano, en señal de relajación. Envidié su frialdad para separar sentimientos de negocios. Era admirable visto desde fuera.

─Estoy acá por otra cosa ─frotó sus manos, dispuesto a cambiar el rumbo de la historia ─ : vine a invitarte para que vayamos a Cell Block ─ cambiando de tema abruptamente, se movía inquieto ─ . Alina va a cantar.

─¿A cantar? ¿Como lo hacía antes? ─rememoré con la melodía de su voz en mis sienes.

─Le viene bien y me gusta que lo haga cada tanto. Solíamos hacer buenos duetos, ¿te acordás? ─dijo risueño refregándome en la cara, inconscientemente, uno de sus mil vínculos con ella ─ . Cuando nos encontramos en París fuimos a un karaoke. ¡Tendrías que haberla visto hablando en francés como si fuese un indio! ─ pensar en ella haciendo el ridículo, me causó curiosidad y emoción ─ .¡Los franchutes la adoraron a pesar de pronunciar para el carajo!

"Como si fuera imposible no adorarla", medité bajo la sombra de mis propios pensamientos.

Continué doblando las últimas prendas que aun quedaban por guardar en mi valija (a estas alturas tenían más pliegues que una grulla hecha con la técnica del origami), en tanto que Leo se acomodó en la silla contigua a la cama, insistiendo.

─¿Y? ¿Qué me decís?

─¿Sobre qué? ─me hice el distraído, deseando que se evaporara junto a su propuesta.

─¿Vamos o no? Miguel y Juancho me pasan a buscar a las 00:30hs.

─¿Te seguís viendo con Miguel y el Negro?

─Sí, aunque hace bastante tiempo que no nos juntamos. Quiero contarles lo de mi compromiso. ¡Se van a caer de culo!

─Sí, sí...eso es algo para contar ─disimulando lo inevitable, sonreí de lado, poniendo cierre y trabas a mi equipaje.

─Alina nos espera directamente allá porque primero se juntaba con Luciana, su amiga, la otra piba que cantaba... ¿te acordás de ella?

─¿La rubiecita? ─pregunté haciendo una mueca de duda. Alina tenía pocas amigas y no solía reunirse con ellas en esta casa.

─Sí, ¡está hecha un caño! ─exhaló con los colmillos a la intemperie ─.Estuvimos juntos...un par de veces ─haciéndose el distraído, limpió una pelusa invisible de su pantalón claro.

─¿¡Te cogiste a Lula!?¿La amiga de Alina? ─demasiado ofuscado pregunté, como si yo mismo estuviese exento de cualquier culpa y cargo.

─¡Sí, mojigato! Pero la última vez fue hace un par de semanas...─asumió colocando una pierna sobre la otra ─. ¿Por qué? , ¿qué tiene de malo? ─él era un muchacho soltero y sin compromisos, no como yo, que a pocos meses de matrimonio no me podía sacar de la cabeza a mi futura cuñada.

─No, como tener de malo no tiene nada...─bajé los hombros, dejando mi postura de alerta. ─ .¿Alina lo sabe?

─No.

─¿Por qué?

─Porque tal vez se sentiría incómoda. Pactamos con Luciana que no se lo diríamos. Además estábamos con un par de copas encima. Vos más que nadie sabés que uno cuando está un poco borracho no mide muy bien lo que hace ─su mirada penetrante me trajo a colación mi aventura de una sola noche con Alina. Una noche imborrable e intensa, en pleno solsticio de verano y de medianoche. La única que Leo supo que existió.

Fue ni más ni menos que durante nuestro viaje a Pinamar  con la abuela, mi madre y Leo. Las últimas como familia.

Ya como estudiante de Oxford, con excelentes calificaciones y apuntado en la carrera de Licenciatura en Bioquímica, había soñado con esas dos semanas de calor familiar mucho antes de saber que regresaría a la Argentina.

Con veinte años y pocas amistades que comprendieran lo mucho que extrañaba estar en mi tierra natal, tomé un avión a Buenos Aires para unirme a ellos en el departamento de cuatro ambientes sobre la Avenida Eolo, a sólo un par de metros de la playa.

La sorpresa desmedida arrebató mi rostro al ver a Alina tras dos años de mi ausentismo; su cuerpo había madurado lo suficiente como para dejarme en estado de shock. Su look andrógino ya no era el mismo, aunque su espeso maquillaje y su cabello rebelde y pintarrajeado permanecían en ella a modo de sello personal.

Esa Alina que recién se iniciaba como cantante en pequeños bares y aquella que en una noche de borrachera, tres días antes de mi partida a Londres besé por una apuesta, no estaba allí.

Mi mandíbula caería imaginariamente en contrapartida a mis partes íntimas que se levantaban al ver a nuestra renovada compañerita de vacaciones, que mantenía esa relación estrecha y confidente que tanta envidia me causaba, con mi hermano.

Me lo tenía ganado, yo nunca me esforzaría por encajar en su coalición.

Por las noches, cuando la abuela y mamá se iban a dormir tras sus partidas de canasta, escapábamos a un sector de la playa próximo al departamento para divagar entre teorías tontas y tomar alguna que otra cerveza de contrabando. Yo era el único mayor de dieciocho con acceso a la bebida alcohólica; sobreprotector, racionaba las botellas  sin desear que tuviésemos inconvenientes con mamá o con Mónica.

Junto a ellos, cuatro años menores que yo, regresaba a la adolescencia que muy esquiva me habría sido. Para entonces, Alina solía vestirse con unos buzos de mangas tan largas, que se las estiraba aferrándose a ellas con los puños cerrados. Un tic que sin dudas aún conservaba cuando estaba nerviosa.

El viento soplaba fuerte y de frente a nosotros, pero poco importaba. Las olas bajas llegaban a nuestros pies en algunos pasajes de la noche. Alina acompañaría nuestras veladas con su guitarra criolla deleitándonos con alguna que otra balada en inglés, siendo su voz, el arrullo con el que me dormía por las madrugadas en la misma habitación que mi hermano.

Todos los días deseaba que llegasen las noches para escucharla, para quedarme a su lado mirando los primeros rayos de sol en el horizonte; reflejándose en la costa, la espuma del mar nos envolvía en las mañanas.

Hasta que una noche, finalmente, la luna escuchó mis plegarias.

Leo caería resfriado, el viento templado y su rebeldía ante el uso de un abrigo le jugarían una mala pasada. Tras ver la TV, la autorización de mi madre y abuela y el refunfuño de Leo por tener tantos mocos y algunas líneas de fiebre, Alina y yo bajamos a la playa como habitualmente lo hacíamos. Restaban solo dos noches para regresar a Buenos Aires lugar donde pasaríamos Navidad y Año Nuevo.

─¡Dale, vení con nosotros un rato! ─le insistió ella. Estaba más que claro que Leo era nuestro nexo y árbitro.

─Ali, ¡no doy más! ─limpiándose la nariz tras un estruendoso estornudo, no quedaban dudas que le se había pegado un resfrío épico ─. ¡Vayan ustedes!...si mañana estoy mejor, nos despedimos de Pinamar poniéndonos bien en pedo ─Leo sonrió y con las mejillas hirviendo.

─Bajamos solo un ratito...ya volvemos ─abriendo la puerta, arengué a Alina a salir del departamento poco convencida. Dubitativa, se colocó su campera de algodón blanca, dio un beso en la frente a Leo y se fue conmigo.

Como el departamento quedaba en un segundo piso, nunca usábamos el ascensor. Repiqueteando por los escalones como una niña más pequeña de lo que era, bajó rápido. Mis pasos, más lentos pero largos, pronto la alcanzaron.

Una vez en la playa comenzó a correr frenéticamente: descalza, con sus ojotas en la mano, se metió al agua chapoteando dentro de las olas que golpeaban en la orilla.

─¡Está tibia! ─gritó a lo lejos, sin que nadie más que yo la escuchase.

Solo iluminada con el claro de luna y las luces lejanas de costanera, Alina corría como un caballo salvaje de un lado al otro.

Dando vueltas con los brazos abiertos, su risa era contagiosa y divertida. Yo caminaba en su dirección, despacio, con las manos en los bolsillos de mi jogging, observando su jovialidad y alegría desmedida.

La capucha de su buzo salió de su cabeza por la fuerza del viento; para entonces su larga cabellera colorida volaba al compás de su cuerpo, su voz y el oleaje.

La noche no era demasiado calurosa a pesar de estar a pocas horas del verano aunque sí bastante húmeda; no obstante, acurrucando su ropa detrás de la misma roca en la cual solíamos sentarnos para hablar junto a Leo, Alina quedó solo con su bikini rosa chicle con dibujos de Hello Kitty. Tragué fuerte y corrí la mirada, asumiendo que ya no era una nena ni yo un pervertido.

Adentrándose en el agua como una sirena, nadó algunos metros.

Sin poder desviar mi atención de ella, recorrí sus movimientos con precisión sin deseos de perderme detalle. Impúdica, atrevida, desafiaba cualquier límite. Y la admiré, profunda y concienzudamente.

Adoré entonces su forma de ser desde que la vi por primera vez en mi casa, con sus ojos traviesos y sus trenzas larguísimas, quedando cautivado con su voz de ángel y su cuerpo menudo y delicado.

A lo lejos, ella extendía sus brazos invitándome a disfrutar del agua, obteniendo mi negativa  una y otra vez. Tomando asiento en esa piedra alta para vigilar sus prendas, también custodié su andar, sus curvas delicadas y poco prominentes casi tanto como a su cabello, el cual se adhería como una hiedra a su espalda.

Respiré hondo manteniendo a raya mi compostura; en Londres tenía una noviecita, nada comprometido ni firme, pero con la que manteníamos ciertos encuentros sexuales. Pero lo que me sucedía con Alina no era solo tensión de ese tipo; no era la necesidad de sumarla a mi lista de conquistas. Lo confirmé al verla salir del agua, con su sonrisa gigante a cuestas y su figura eclipsando a la luna que la perseguía celosamente. Bajé de la roca y me acomodé en la arena.

─¡Sos un aburrido! ─chilló sosteniendo su cabello, deteniéndose por un momento para escurrirlo.

Agachándose ante mí para agarrar su remera, el deseo me ganó de mano: no pude evitar sujetarla por su muñeca activa, con calma. Clavé mis ojos en los suyos por un instante que simuló eternidad. Sin necesidad de hablar, ella se puso de rodillas cediendo a mi pedido silencioso.

Sentado, abriéndome de piernas marcando una V sobre la arena, la invité a que se colocara por delante. Tembloroso, cuando Alina se ubicó, coloqué mis manos en la curva de su cintura humedeciéndome con las gotas que acababan de bañarla.

Alina abandonó su rigidez para colocar sus manos en mi pelo, enredándose en él.

Nuestras respiraciones se equipararon; con mi nariz acaricié su mentón. Cerré los ojos, dejándome llevar por el aullido de las olas y su choque contra la playa.

Alina me sujetó por la cabeza para apoyarla sobre su pecho, enmarcado por sus senos tibios y redondeados. Inspiré su aroma a mar hasta que sucumbí a la necesidad plena de saborear su piel salada.

Pasando mis labios por la frontera de sus pechos bebí de ella; sus pezones se marcaban duros debajo de los triángulos de tela impermeable que los cubrían.

Avanzando un paso más con sus rodillas, quedamos sin permitir que existiera espacio entre medio de los dos. Subí mis manos hasta la línea de su corpiño. Jalando lentamente una de las cintas de su espalda, liberé la tela dejándola expuesta ante mí, ante mi boca y mis sueños.

Los sonidos guturales que salieron de su garganta fueron enloquecedores.

Cubiertos por la oscuridad de la noche, le quité la parte superior de la bikini para que mis manos fuesen su nueva vestimenta.

Con mucho pudor ella intentó cubrirse con sus brazos pero lo impedí, y sin ofrecer más resistencia, utilizó sus manos para despejarme de mi remera. Nos miramos, sostenidamente, devorándonos en ese juego de contrastes que la luna nos ofrecía gratuitamente.

─Soñé con este momento muchas veces. Quiero hacerte el amor ─le dije sin preludios y sin dar margen a dudas.

─A mí me gustaría mucho que me lo hagas ─aniñadamente, escondiendo su cara en mi hombro reconoció ─, pero soy...virgen ─susurrando a mi oído, todas mis sospechas se disolvieron en el aire, porque en contra de mis prejuicios, ella jamás había sido tomada por nadie.

Tenía dieciséis años después de todo.

─¿Virgen? ─repregunté sin escandalizarme.

─Nunca quise que nadie me tocase antes...─escondiéndose tras unos mechones de pelo, miraba hacia un lateral ─. Los chicos son brutos, poco delicados ─confesó en la afonía de la noche.

Tomando su maxilar con ambas manos, giré su cabeza y besé la punta de su nariz delicada.

─Entonces, me encantaría ser el primero ─besándola primero con dulzura, recorriendo el calor de sus labios y luego más intensamente, aumentamos el ritmo de nuestro encuentro.

Mientras yo la besaba, sus manos escurridizas bajarían a la cintura de mis joggins, donde la detuve.

─No Alina, no esta noche ─con sus ojos abiertos, quedó sorprendida ante mi negativa.

─¿Pero a los hombres no les gusta que los toquen? ─con mis caricias aquieté su confusión.

─No es lo que quiero ya mismo. Ahora deseo que vos estés cómoda conmigo y acá. Decime Alina: ¿esto es lo que querés?

Tardó un instante en pensarlo; el viento recrudecía y su piel era azotada injustamente por una mezcla de aire y arena. Abrigándola en mi pecho, con mi mejilla absorbiendo el vibrar de sus latidos y mis manos cubriendo su espalda, dio un sí firme pero bajo.

Agradeciendo en silencio, rebusqué un preservativo guardado en mi billetera y coloqué los pantalones debajo de mí trasero, junto a mis bóxer. Adoptando nuevamente la postura anterior, la invité a ver.

─¿Sabés colocar un preservativo? ─con expectativa y vergüenza respondió negativamente con la cabeza ─.Tu inocencia me impresiona... ─reconocí ante sus mejillas sonrosadas, alegrándome de que todo este momento fuese único para ella.

Sus ojos no se escaparon de mi erección alta e inquieta.

─¿Ves?...se saca el aire y se desenrolla así ─explicándole, conseguí captar su atención en mis dichos y no solo en mi miembro ─. ¿Nunca viste a alguien desnudo?

─En alguna que otra porno, sí ─admitió risueña, escondiendo sus labios bajo el filo de sus dientes.

Cuando estuve preparado la tomé de sus manos y el frío se apoderó de su piel.

─Estando vos arriba podés controlar el momento de la penetración y fijarte si te duele o no.

─¿Yo? ¡Yo no sé nada! ─nerviosa, un grito histérico salió de su garganta.

─Alina, no es cuestión de saber, es cuestión de sentir...─ alacié su cabello mojado ─.A ver, vení ─quitándose arena de las rodillas, de a poco se colocó a horcajadas sobre mi regazo.

Primero lento, con los labios contenidos, descendió frunciendo los ojos con cierto dolor y malestar.

─Despacito, no tenemos apuro ─susurré, animándola a confiar, corriendo de lado la parte inferior de su traje de baño ─, yo no te voy a lastimar...te lo prometo...es cuestión de sentir─ recalcando aquella frase  la tomé por sus caderas, mientras entraba más y más en ella, despacio, consideradamente ─.¿Te duele?

─Arde...un poquito ─exhaló con vacilación.

─Acomódate hasta que sientas que ya no te molesta.

Al ubicarse, la sentí en su totalidad; Alina me besó con fuerza, tomándome por la nuca, dando inicio a la aventura. Su cuerpo reconocía el mío, el cual le daba la bienvenida.

Meciéndose de adelante hacia atrás, unos gemidos agudos escapaban de su boca para entrar en la mía, recibiéndola con gratitud. Al cabo de unos minutos, cuando vi el placer instalado en su rostro, aumenté la embestida.

─¿Estás lista para más? ─pregunté obteniendo la aceptación implícita de sus gestos.

Inclinándome hacia atrás, chocando contra la piedra y raspándome un poco por la fricción, la penetré más fuerte en la medida que su goce me daba permiso para hacerlo.

Ahogando unos gritos complacientes en mis hombros, Alina me seducía con su arrullo. El calor que se acumulaba en mis entrañas era intenso, quemándome vivo como el aceite hirviendo. Doblé mis piernas permitiéndome entrar más a fondo, más profundamente. Entregada a mí, recibía cada gota de mi sudor, fundiéndolas en las de su baño de luna.

Conteniéndose, mordió mi hombro tan fuerte que liberé un gemido de dolor, pero que sería rápidamente reemplazado por su orgasmo intenso y desconocido hasta entonces.

Yo también llegaba a la cúspide. Mis espasmos recorrieron mi cuerpo dejándome las piernas inertes, cayendo desplomadas en la arena. Con mi cabeza acunada en su esternón, respiré profundo ganando aire y energías, para separarme de ella, de su encanto de hechicera.

...cosa que hasta el día de hoy, jamás podría hacer.

_________________

*Zarpé: extralimitarse.

*Compinches: cómplices, compañeros.

*Mesada: encimera.

*Plata: dinero.

*Tecla: perilla/ interruptor.

*Hablar como un indio: expresión que denota desentendimiento del idioma.

*Franchutes: modo gracioso de referirse a alguien de nacionalidad francesa.

*Cierre: cremallera.

*Caño: en este caso, expresión utilizada para decir que es muy atractiva.

*Pintarrajeado: pintado desordenadamente.

*Buzo: abrigo generalmente de friza (paño) con mangas largas y sin cremallera.

*Guitarra criolla: guitarra tradicional.

*"Ponerse en pedo": emborracharse.

*Ojotas: sandalias deportivas.

*Billeterea: cartera de pequeño tamaño donde se pone el dinero.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro