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Estar entre sus brazos me reconfortaba, volviendo a rozar el cielo otra vez.

"No seas débil, no ahora, y no con él."

─Gracias ─dije con una mueca sentimental en mi boca, temblorosa por el llanto.

Me alejé, rogando no claudicar. Rogando que la pesadilla de tenerlo tan cerca terminase pronto.

─Me voy a acostar un rato, no dormí mucho en estos días ─al llegar a la escalera, subí con lentitud.

─¿Comiste algo? ─la voz de Alejandro apareció suspendida en el aire, a lo lejos.

Moría de hambre, el estómago me rugía y no contaba con fuerzas ni siquiera para subir un par de escalones de corrido.

─No seré tan bueno en la cocina como tu mamá, pero unos fideos con mucho queso son fáciles de preparar.

Aun de espaldas a él, pero detenida en el séptimo escalón, sonreí sin exagerar. Alejandro intentaba ser agradable a pesar de nuestro pasado difícil y plagado de errores. Inspiré profundo, tomando impulso para decirle que aceptaba su interesante propuesta.

─Bueno...sí, quiero ─asentí e instintivamente eché una carcajada, pensando en la connotación y el peso de esas dos simples palabras.

"Sí, quiero"...Si algo quería yo, era a él.

─Yo también ─respondió para cuando paralicé mi descenso por la escalinata. Él llevó las manos a su nuca ─.Perdón...─concluyó corrigiendo sus dichos.

Con prisa y con algo de torpeza, retrocedió en dirección a la cocina; yo, aturdida y en cámara lenta, seguí su camino. 

Fue divertido verlo ensuciar cantidad de ollas, cacerolas y utensilios tan solo por dos platos de fideos con queso. Sentada en la mesa, con los codos clavados en la superficie de madera y las manos sosteniendo mi cabeza floja, me regodeaba las vistas aunque él no pudiese verme por estar sumergido en su labor de cocinero.

Más vigoroso que en nuestro último encuentro aquí mismo, seis años atrás, se meneaba de un lado al otro.

Dos meses después de nuestro encuentro inesperado en Londres, nos cruzaríamos por accidente tiempo atrás: él estaba en Buenos Aires por unos asuntos legales de la empresa, en tanto que yo había aprovechado para viajar a ver a mi madre tras un vuelo relámpago desde Chile, mi lugar de residencia en aquel momento.

La situación, incómoda y tensa, se tornó inesperadamente pasional y enredada. Yo, con una taza de té de hierbas vagando en la cocina en tanto que él interrumpió mi paz vistiendo una camiseta empapada en sudor y una botella de agua vacía en la mano.

Contuve la respiración al ver cada centímetro cuadrado de la tela estamparse en sus músculos, que para entonces, no estaba tan desarrollados como ahora. Impactante de todas formas, él también se mostraba sorprendido por encontrarme en casa de su abuela. Tras la desafortunada noche en Londres, cuando discutimos crudamente y en la cual caminé por una hora hasta recalar en el hotel donde me hospedaba, no nos habíamos dirigido palabra.

Aceptando para entonces con algo de disgusto y resignación su presencia, mantuve las formas, saludando con un sencillo "hola". Su respuesta no se destacaría por ser mucho más efusiva.

Sentada en la silla con una pierna por debajo de mi cuerpo, en aquel momento recorrí visualmente el cuerpo del único hombre capaz de manejarme a su antojo y que conocía cada uno de mis puntos de placer. Tomé un sorbo de té, reprimiendo mis recuerdos furtivos.

─¿Trabajo? ─meramente amable preguntó, con la cabeza en el interior de la heladera. Se lo notaba famélico.

─No, placer ─sin medir del todo el significado real de la palabra, disparé hundiéndome en el líquido verde del té de boldo.

─Muy digno de vos, de hecho ─supuró por la herida. Mi mandíbula crujió.

─¿Perdón? 

─Dije que muy digno de vos ─repitió como si hablara con una nena tonta ─, se te nota cómoda con eso de darte placeres ─mordiendo una manzana, enarcó una ceja. Éramos dos tozudos dispuestos a dar pelea.

─Por supuesto. No soy tan hipócrita como para negarlo.

─Sí, ¡cómo no! ─ácido, sin dirigirme la mirada pero apostando a mi reacción, encendió la mecha.

Sin lograr contenerme, fui directo a confrontarlo.

─¿Algo más que te haya quedado en el tintero, Alejandro? ─frente a sus narices, con los ojos inyectados en furia, lo increpé, clavando mi dedo en sus pectorales humedecidos por la transpiración y marcados bajo la tela de la remera deportiva.

Para cuando me fue posible reaccionar, él ya invadía mi boca. Entregándose furibundo a mi calor interno, me tomó con furia por la quijada. Quise detenerlo, porque caer en sus redes marcaba un retroceso. Giramos hasta que quedé de espaldas a la mesada de granito, con su cuerpo empujando el mío, frágil e indefenso ante su dominio.

Lidiamos con nuestras manos en un juego seductor; él las bajaba recorriendo mis caderas mientras que yo intentaba quitarlas, con la fuerza de un canario herido. Ese vaivén perverso y voraz que nos consumía conformaba un eterno círculo vicioso.

Retrocedimos al punto de partida. Otra vez. Rogué entre murmullos agitados acabar con esta locura ya que alimentarnos de esos raptos de pasión no nos conducía a ningún sitio.

Mascullando maldiciones, con sus dedos peleando por inmiscuirse por debajo de mi remera, fue detenido por mi orgullo y valor, con mi fuerza de voluntad ganando la batalla.

─¡Basta! ─con la voz cortada por la tijera de la cordura, me alejé violentamente, dejándolo duro como una piedra y a mí, seca como un desierto.

Ahora mismo, años más tarde y con una inminente tregua entre nosotros, nos encontrábamos tras una aparente bandera blanca, estudiando nuestros movimientos como en un juego de ajedrez.

─¿Salsa rosa? ─preguntó despertándome de mi viaje mental.

─No quiero que te compliques. Con el hambre que tengo, comería pan duro ─aclararé sin fuerzas.

─Lo voy a tomar como un sí ─viéndolo divertido y animado como pocas veces, mi estómago festejó su predisposición.

─¿No tenés ninguna "Mónica" en tu vida? ─se mostró dubitativo hasta que reformulé mi pregunta ─.Me refiero a alguien que cocine como lo hace mamá en esta casa.

─No ─sonrió al comprender mi punto ─.Solemos turnamos con Catalina para cocinar. Ella es Licenciada en Nutrición y tenemos pautas de alimentación bastante estrictas. Una rutina de comidas, horarios y turnos ─como era de esperar, todo milimétricamente estudiado. Alguien como él necesitaba a una persona como ella a su lado.

─Muy digno de vos ─apelando a aquella vieja frase disparadora de situaciones incómodas, en esta oportunidad la utilicé para bromear. Deseé que la tomara como tal.

─ ¿Te referís a mi conducta estructurada?

─Lógicamente... ¿de qué otra cosa podría estar hablando? ─sonriendo abiertamente, vi a su corazón contagiarse del mío.

─Nos hicimos mucho daño ¿no? ─sentándose frente a mí reflexionó, con el arrepentimiento ahorcando su mirada entristecida.

─Sí, creo que es hora de dejar atrás muchas cosas...─concluí admitiendo que era inútil continuar como perros y gatos. Después de todo, él estaba próximo a casarse y yo, a irme lejos de acá y de su vida.

─¿Podrás perdonarme? Digo...algún día ─tomando una de mis manos, acarició con su pulgar mis nudillos. Resoplé por la nariz, curvando mis labios gratamente.

─Por supuesto...─dando fin a tantos años de guerra, la felicidad asomó en sus músculos faciales como si mi perdón le hubiera quitado una gran carga de encima.

Con mi madre internada, los rencores y mis propias angustias parecían quedar de lado para darle paso a la paz. Alejandro era un hombre con mayor experiencia. Tal vez igual de distantes que antes, pero con algo más de madurez, este acuerdo nos dejaba borrar ciertos resquemores.

No sumaría nada continuar atada a un viejo llanto, a resentimientos inconclusos. Si aceptaba el compromiso del casamiento, formaría parte de la empresa por mucho tiempo. Al menos por dos años hasta que pudiese anular el vínculo marital y vender las acciones para no seguir ligada a "L'élixir de Beauté".

Conversando con él tranquilamente, después de tanta agua corrida debajo del puente, me sentí a gusto. 

Sin embargo, ahora la vida me enfrentaba a un gran encrucijada: mi madre permanecía estable, pero con un pre-infarto en su haber y lidiando con la burocracia médica, en tanto que yo, con la posibilidad de obtener una abultada cuenta bancaria dando un simple "sí, quiero".

Degusté los fideos con una hambruna desmedida, sin notar si realmente estaban exquisitos o mis ansias por un almuerzo sustancioso nublaban mi juicio.

─¡Te comiste todo en cinco minutos! ─asombrado, Alejandro retiró el plato vacío. Asentí con la cabeza mientras me limpiaba la boca ─ . Espero no le cuentes a nadie que pequé comiendo pastas. Catalina repudia las harinas y más aún faltando tan poco tiempo para la boda ─abriendo la canilla para lavar la vajilla, fui testigo de su comentario amistoso pero no menos doloroso para mí. Que lo perdonase o que nos diésemos un descanso en nuestro ataque, no significaba que mi corazón no estuviese todavía cicatrizando por las heridas del pasado.

Sin demostrar malestar, continué con el hilo de conversación.

─¿Es todo lo que querés? ─soltando las palabras antes de procesarlas, pregunté avergonzada. Pero su respuesta no llegaba. De espaldas a mí, parecía confundido ─.Me refiero a Catalina ─ tosí aclarando mi voz ─, ¿ella es todo lo que querés?

─Somos muy parecidos ─absorto en su tarea aseguró sin vacilar.

─Eso no implica que sea lo que querés.

Omitiendo otra respuesta, él limpiaba los platos y cubiertos sucios con gran esmero y dedicación.

─No pretendía incomodarte ─sostuve. De pie, aproximándome por detrás y sin medirlo, rocé su espalda con mi cadera. Su espina dorsal quedó paralizada inmediatamente.

Arrinconado por un segundo de duda, prosiguió con sus labores en tanto que yo, guardé en la heladera la jarra con agua fresca.

─¿Te quedás por mucho tiempo más? ─pregunté olvidando el efímero pero estremecedor contacto.

─Hasta que mi madre necesite tenerme aquí.¿Vos?

─Supongo que estamos en la misma sintonía ─repliqué sonriendo al interior de la heladera abierta. Necesitaba congelar mis hormonas y mis pensamientos.

─De seguro Mónica va a necesitar de mucho cuidado.

─Lo sé y estuve barajando la posibilidad de alquilar un departamento de modo temporario ─ dando explicaciones, quizás más de la cuenta, me regañé por mi poco orgullo propio.

─¿Alquilar? ¿Con todo el lugar que hay acá? ¿Te parece? 

─Esta es tu casa, no la nuestra.

─¡No seas tonta! ─replicó con un bufido ofuscado. Retorciendo el trapo húmedo con el que acababa de secar los platos, lo tendió en la mesada ─ .¡Para qué gastar plata si pueden quedarse acá!

─Tendría que hablarlo con tu mamá y con la mía.

─Si es lo que crees conveniente... ─ vencido, elevó los hombros y dio media vuelta para acomodar obsesivamente los vasos limpios en la alacena.

Durante cinco minutos de silencio y meditación, pensé no con la cabeza sino con el corazón puesto en mi mamá, dejando el orgullo y la obstinación de lado.

_____________

Haber dormido un par de horas de siesta recargó mis baterías. Pasando la mano por la capa de vapor que empañaba el espejo del baño, me observé con detenimiento. Resoplé aliviada. Con los ojos más brillantes y la piel ligeramente más sonrosada, salí de una oportuna y reparadora ducha caliente.

Reconciliada momentáneamente con Alejandro, le permití que fuese mi chofer por unas horas.

Mi madre se pondría muy contenta de verlo; Leo y él eran una suerte de sobrinos y saber que las dos contábamos con ellos, la reconfortaba. Animada, bajé por las escaleras repiqueteando con mi campera de cuero negra en una mano, mojándolo todo a su paso gracias a mi cabello empapado.

─¿Vas a ir así? ─la voz de Alejandro emergió desde el sofá del living, alargando su cuello.

─Si, ¿por qué? 

─Esa musculosa es muy clara y provocativa, además de inoportuna por el clima. El agua de tu pelo está haciéndola transparente ─tosiendo incómodo, señaló la zona de mi busto, para ocultarse avergonzado. Mirando hacia la zona de conflicto, noté que estaba siendo un tanto exagerado.

Sin ánimos de regresar a mi habitación y buscar nuevo vestuario, me coloqué la campera de cuero y problema resuelto.

En el coche menos utilizado por la familia, un Porsche Panamera (y según propias palabras de Alejandro, un caño terrible), fuimos en dirección al Sanatorio de la Trinidad donde se encontraba mi mamá. Envueltos en el tráfico, la conversación no fue fluida ni mucho menos, sino que la música de su I-pod acaparó el espacio lleno de silencio.

─¿Madonna? ─escupí una risa fuerte cuando Hung Up retumbó en el interior del coche a modo de boliche bailable ─.¡No te imagino con el catsuit rosa chicle de su videoclip! ─una mirada gélida me dio la respuesta: Catalina ─.¡Oh! ─dije llevando mis manos a la boca, evitando perderme entre mi propia risa y su disgusto.

La especialista en cardiología, la doctora Mariana Vázquez, nos dio el parte médico a poco de arribar al hospital: tres días más de internación y si todo evolucionaba como hasta entonces, mamá obtendría el alta definitiva para continuar con los cuidados necesarios de forma ambulatoria.

Héte aquí mi dilema. 

¿Mudarnos a una nueva casa con mi mamá en este estado de vulnerabilidad física contaba como una opción válida en este momento?

Tendría que admitir, contra mi voluntad, que Alejandro estaba en lo cierto; hablar con Bárbara era lo más apropiado y efectivo.

Animada, de buen talante, mi madre interactuó con Ale y conmigo dentro de su habitación hasta que nos despedimos, media hora después de las ocho de la noche.

─Alejandro, gracias por llevarme y quedarte conmigo ─dije incapaz de reprimir el impulso de besar su mejilla. No obstante, su quijada me raspó por la sombra de algunos días sin afeitarse.

─Esas cosas no se agradecen Alina. Tu madre es una persona muy importante para mí. Como vos.

─Gracias dobles, entonces.

─¿Te gustaría que pidamos algo para cenar? ─preguntó caminando a lo que parecía ser su sitio preferido de la casa: la cocina.

─Cocino yo esta vez, ¿querés? Creo que hay carne para milanesas en la heladera ─apresurándome a su marcha, lo aventajé por varios pasos.

─¿Milanesas? ─sus ojos azules se abrieron grandes, exultantes ─.¡Las extraño mucho! ¡Por supuesto que quiero! Pero con una condición ─levantó su dedo anular, frunciendo el entrecejo.

─¿Cuál?

─Te ayudo a prepararlas.

─¡Dale! ─sonriente, marqué el sendero.

La ceremonia de preparación de la cena fue agradable por demás. Como dos amigos de toda la vida tomamos vino blanco, cortamos un salame picado fino, corté en cubos unas rodajas de pan para tostarlo y reímos hasta que la panza nos dijo basta del dolor. Sentados uno al lado del otro, parecíamos entrañables compañeros de aventuras.

─¿Te acordás de las vacaciones en Pinamar? ¡Quién diría que ahora es la casa de tu mamá! ─ expresó risueño, con los lagrimales saturados de alegría.

─Desconozco si tuvo tiempo de procesar todo esto. Ella es muy reservada ─concluí bebiendo la última gota de mi Luigi Bosca. Combinación extraña si las había: vino costoso y milanesas fritas de carne de nalga. ¡Catalina moriría de un infarto!

─Ya lo tendrá, tranquila Alina ─ pasando su mano por detrás de mí acarició mi cabello ya seco, en actitud paternal ─. Confiá en que todo saldrá bien y esto será una fea anécdota.

Asentí con la cabeza, resoplando con el cansancio situado en varios rincones del cuerpo.

─ No le digas a nadie, pero descubrí que hay helado en el freezer ─con una mueca chiquilina, entrecerró sus ojos, pícaro.

Aquella confesión surtió efecto en mí; levantándome de mi asiento, fui al rescate de dos cucharas de sopa, las más grandes, para perpetrar nuestra fechoría. Replicando a dos nenes y en simultáneo, festejamos romper las reglas: él, la de estar fuera de protocolo y dieta y yo, la de sentirme feliz a su lado, sin reprochármelo como un pesado karma.

Para la hora en que finalizamos nuestra faena alimenticia, notamos que ni habíamos tenido en cuenta a su madre a la hora de la cena. Las copas de vino y la efervescencia de la compañía de Alejandro, me alegraban más de la cuenta.  

─¿Subís? ─ Alejandro, con un pie en el primer escalón y otro en el piso de planta baja, me invitaba extendiendo su mano.

─No, voy a dormir abajo, en la cama de mamá.

─¿Estás segura? ─frunció el ceño ─ .Tu cama es más grande ─con la tensión del recuerdo en su voz, aspiró sus palabras de inmediato.

─Quedándome acá siento que estoy más cerca de ella.

"Y más lejos de vos" pensé mirando al techo, intentando no derramar más lágrimas.

Alejandro salvó la distancia entre nosotros para permitir que nos fundiésemos en un sentido abrazo.

─¿Por qué luchás por mostrarte imperturbable? Dejáte llevar ─ sus palabras sonaron a un delicioso bálsamo.

─Porque nunca me fue bien dejándome llevar por mis sentimientos, señor
tengo todo bajo control ─sorbiendo mi nariz, una sonrisa irónica escapó de mis labios y con ella, un par de lágrimas.

─Nadie mejor que yo lo sabe, Alina. Yo nunca lo hice. Vos sos muy fuerte, demasiado, pero no necesitás vestirte con esta gran coraza para demostrar que te llevás el mundo por delante.

Limpiándome los rastros de llanto con sus pulgares, su mirada azul recorrió mis ojos tristes. Mágico, como aquellos instantes previos a recorrer nuestros cuerpos con ardor por primera vez, mantuvimos nuestras miradas sostenidas por un hilo delgado e imperceptible a simple vista.

Bajé los párpados, liberando las últimas gotas de tristeza, entregándome a la dulzura de sus dedos que acariciaban la parte inferior de mis orejas.

─Yo sé que esto no está bien, Alina. Pero no puedo contenerme...para variar ─su voz espesa, pastosa, saturó mis oídos escandalosamente para escabullirse, finalmente, en las profundidades de mi boca.

Temerosamente, dubitativo, reconoció mis labios con los suyos. Pidiendo permiso en silencio, apaciguó mi intranquilidad con su contacto tenue y perseverante. Nuestras respiraciones se encaramaron rumbo a un concierto sincronizado.

 El límite entre detenernos y avanzar era estrecho y endeble. Pero la tentación era grande y para entonces, una vieja conocida. Al compás de nuestras palpitaciones, dimos los pasos necesarios para llegar al dormitorio de mi mamá, los mismos pasos que nos distanciaban del mismísimo infierno.

Ambos éramos conscientes que si traspasábamos aquella puerta, las cosas cambiarían. Y para siempre. Habría que barajar de vuelta con la incógnita como protagonista de nuestro futuro.

Por primera vez desde que el beso se profundizaba intranquilamente, su mano se separó de mi rostro, para girar el picaporte y atravesar la franja de lo prohibido. De pie, mirándonos con atención infinita, admitimos imaginariamente los alcances de lo que estaba por suceder si accedíamos a escuchar nuestros cuerpos y no a nuestra razón.

Débilmente, yo accedería a dar el primer paso: avergonzada ante el hombre que mayor cantidad de veces me habría visto desnuda, el hombre que me convertiría en mujer, me abracé a mí misma, alejándome de la escena.

─Podemos parar acá mismo o convivir con el recuerdo de habernos dado la oportunidad de sentirnos nuevamente ─ronco, su voz repercutió en mis huesos.

Con la decisión ardiendo en mis vísceras, no respondí con palabras; simplemente besé su nariz poniéndome en puntas de pie. Como una nueva primera vez, bajó el cierre de mi campera liviana. Con sus dedos hábiles, tironeó de la cremallera hasta abrirla por completo y acompañar con sus manos el recorrido hasta matarla sobre mis pies.

─Tenés nuevos tatuajes ─afirmó con una sonrisa ladina mirando el interior de mis brazos; obtendría una breve carcajada de mi parte ─ ...me gustan...me gustan... ─tocó mis labios con la yema de sus dedos. Sentí un ardor profundo en toda mi piel.

Con una hilera de besos incandescentes, redibujó la vena de mi cuello con nada de sensatez. Se sentía exquisito y perturbador en proporciones similares.

Mi pecho subía y bajaba con la taquicardia como generador de electricidad; Alejandro provocaba en mí idénticas sensaciones que cuando estuve con él por primera vez y como en Londres, tras una despedida convulsionada.

Arrastró sus labios por mi rostro hasta llegar a hasta mi hombro; delineó el hueso de mi clavícula y todo mi cuerpo se colocó en estado de alerta extrema. Con mis sentidos receptivos, absorbí el calor de su tacto. Mecí la cabeza hacia lado opuesto de su recorrido, entregándole acceso franco y liberado a la tira de mi musculosa blanca con enormes letras negras.

Con sus dientes, deslizó cada lazo por sobre mis hombros.  

Sintiéndome pequeña en comparación a su cuerpo excelso, fui eclipsada como la luna de julio. Sus manos grandes me desproveyeron por completo de la camiseta, para hacer lo propio con mi corpiño de algodón.

El frío de la habitación se esfumaba, dejando lugar a la bruma densa de nuestros cuerpos ardientes. Ahogando un gemido me adherí a su pecho, sujetándolo por detrás de su nuca. Con su palma abierta, poseyó mi cabeza para besarme bestialmente, sin ternura ni temor, sino con sentido de pertenencia y necesidad absoluta.

Inquieta, su otra mano viajaría por la curva de mi espalda, quemándolo todo a su paso; llagando cada una de mis vértebras.

Torpemente, escabullí mis manos por su cuerpo, ansiando despojarlo de su suéter de cachemir y su camisa blanca inmaculada. Con su guía, lo conseguí. Impactado, se mantuvo inmóvil por un instante y el miedo de caer en la realidad, azotó mis instintos como un latigazo.

─Desearía que no fueras tan hermosa ─sin darme tiempo a la reacción, engulló mis pechos expuestos. Con su cabeza entre mis senos, enredé mis dedos en su cabellera corta y sensual. Mordí mi labio; intrépido, él lamía mis pechos, raspándome suavemente con su prolija y corta barba.

Desplomados en el colchón se adueñaba de ellos; pellizcándolos, mordiéndolos indiscretamente, los aprisionaba para no dejarlos ir.

Sus besos eran más sabrosos de lo que los recordaba. Bebiendo de cada centímetro de mi piel, descendía con la lentitud de un estratega. Meciendo su nariz en torno a mi ombligo, mi columna vertebral se arqueó en una gran letra C.

Ronroneando como una gata en celo, clavé mis uñas en sus hombros anchos y redondeados. Deseaba dejar mi marca, aunque fuese superficialmente.

A mayor descenso, mi calor ascendía exponencialmente. Desabotonando mis jeans, las yemas de sus dedos deslizaron la cremallera. Sin obstáculos de por medio, sus manos tironearon de las presillas, para abandonarlo a merced de mis rodillas.

Deteniéndose en mis zapatillas negras, se rió gratamente al desanudarme los cordones.

Para entonces, ya retorciéndome, extendí mis brazos sobre lo alto de mi cabeza a expensas de la suavidad de las almohadas.

Mi nariz capturó más oxígeno cuando su respiración bordeó mi tanga. Lo mejor estaba por comenzar y mi cuerpo lo registraría con total sentido de la premonición. Pausado, lamió el interior de mis muslos.

Todo era pasión, placer, reencuentro.

Perdiéndose en las llamas de mis pliegues, intrusó  mi candente femineidad como sólo él podía hacer. Como sólo él sabía hacer.

Por seis años, la tortura de reconstruir nuestra última noche me asedió.

Ahora, en este presente aturdidor, su lengua tersa y díscola, recorría mis terminaciones nerviosas, destrozándolas por completo.El dolor del placer me quebraba como una copa de cristal; pasé mis brazos sobre mis ojos, cubriéndome ante un pudor absurdo y mentiroso.

Para cuando sus dedos reemplazaron a su lengua flameante y vigorosa, las puertas del paraíso parecían abrirse desde mi traicionero cuerpo.

─Deliciosa como siempre Alina...y única, tan única ─ como combustible avivando el fuego de la hoguera, un calor intenso y sofocante rugió en mi bajo vientre dispuesto a liberarse del calvario.

Apostado sobre mi ser, con sus dedos entrando y saliendo, poseía mi alma, mi cuerpo, mis sentidos. Respirando pesadamente en torno a mi oído, su cabeza descansaba en el hueco conformado por mi cuello y el hombro. Sus dientes rechinaban y la vena de su frente se inflamaba más y más.

Flagelándome con sus jadeos intensos no me dejaba escapatoria: la explosión de mi cuerpo no tardaría en concretarse. Aullé de desesperación, de gratitud y de desilusión conmigo misma, porque acababa de entregarme otra vez más de todas las maneras posibles. Sería suya durante cada segundo de este orgasmo escandaloso que inundaba mi ser.

Me odié por ser tan patética, por no tener la voluntad suficiente para negarme.

¿Por qué me resultaba imposible decirle que no, tal como hacía con cada persona que no me agradaba? La respuesta era esclarecedora, causándome el arrepentimiento por la pregunta formulada.

Con los puños contraídos por el cúmulo de sensaciones, con las piernas todavía flojas abiertas de par en par y el corazón deshilachado, abrí los ojos. Y un escalofrío recorrió mi piel.

Desde los pies de la cama, Alejandro me observaba como si yo fuese la imagen propia del pecado. Él tragaba en seco; sus ojos tensos y una gota de sudor pintaban su rostro de espanto.

Agitado, se mantuvo estupefacto. Arropándome con una manta abandonada sobre una silla cercana, se apresuró para ocultar la evidencia de su delito reciente.

─Tengo que... irme ─leyendo en su rostro lo contrario, lo vi girar sobre sus talones para recoger sus ropas del piso.

─Pero... ¿por qué? ─gimiendo, con la voz quebrada, me senté sobre mis talones, rodeándome con la colcha. Era otra respuesta que ya conocía. Pero necesitaba escucharla de su boca; quizás de ese modo aprendería de una vez por todas que esto era un error de dimensiones colosales.

─¡Porque no puedo hacer esto, no puedo seguir adelante! ─distante, casi en la puerta, sentenció.

─¿Creés que el hecho de haberme masturbado te hace menos infiel? ─a quemarropas, lo asesiné.

Comprendiendo el concepto, no lo negó.

─¿Una vez más me vas a dejar que te suplique con el corazón en mi boca?

─Si sigo, no sé qué puede pasar ─la culpa hablaba por él.

Angustiado, con la ropa hecha un bollo bajo su axila, escapó de la habitación como un criminal, plantándome un sabor agridulce en el cuerpo.

Colocando una mano en la mitad de mi pecho, me sentí asfixiada, confundida y vulnerada.

Durante esos mágicos instantes había imaginado ilusamente, un final feliz para nuestra historia. Al verlo huir del cuarto de mi madre, una oleada de decepción me arrastró hasta la orilla de la resignación. Todo terminaba en lo mismo de siempre: él o yo escapando del otro y de nosotros mismos.

Y esta, no sería la excepción.

Porque por las mañanas, antes del desayuno o por la noche, después de saciarnos sin compasión alguno siempre se iba.

Sintiéndome sucia, me vestí con una remera de mamá, intentando ocultar bajo ella las huellas del placer prohibido que acababan de propinarme. Una vez bajo las sábanas y tapándome hasta la nariz, gimoteé compungida cayendo en la cuenta que estaba bebiendo de mi propia medicina.

Mis relaciones siempre comenzaban de este modo y parecía que ahora, era mi turno...y nada menos que con Alejandro.

Disgustada por reconocer que con él las cosas dolían más, no tenía nada que reprochar.

¿Cómo actuar a partir de este momento? ¿Cómo subsistir bajo el mismo techo sin recaer en la adicción que me causaban sus besos?

Vacía. 

Hueca por dentro, me encontraba en el laberinto de la confusión a la que Alejandro y mi alma me arrastraban impiadosamente. Mil pensamientos y ni una conclusión viable.

____

Con la premisa de recomponer mi vida y peleando mano a mano con mis pensamientos durante las horas que me separaron del desayuno de la mañana siguiente, me levanté irritada y de pésimo humor.

En la cocina, el aroma humeando del café de filtro hecho por Juan, me sacó una sonrisa. En menor medida, el chofer también sería beneficiado en esta ingrata distribución de bienes: un vehículo a su nombre, un 0km más precisamente, a retirar en dos semanas de la concesionaria. Exactamente el mismo plazo con el que yo contaba para definir mi futuro.

Con la mano sosteniendo el peso de mi cabeza repleta de confusiones y reproches, escuché la puerta abrirse tras de mí. Mis palpitaciones se inquietaron. No estaba preparada aun para verle la cara a Alejandro.

Por suerte, era y su simpática sonrisa.

─Pensé que estabas durmiendo. Recién son las 9 ─ posó un beso sobre la línea media de mi cabello y se encaminó hacia la tostadora.

─No pude descansar mucho ─ fui honesta pero no detallista.

─¿Por tu mamá? ─ mirándome por sobre su hombro, preguntó sirviéndose na taza con café─. Ella está bien ─ reflexionó tomando asiento.

─Lo sé y agradezco a Dios que así sea. Pero no es sólo eso. Estuve pensando en muchas otras cosas.

─¿En el casamiento?

─Sí.

─¿Decidiste algo? Sé que quizás no es oportuno que lo pregunte ahora pero... ─ un leve sonrojo tomó por asalto su bonito rostro.

─Algo así.

─Uh...bueno... ─ se echó hacia atrás, expectante ─ .Y... ¿estás segura? Contás con un par de días más todavía, no es necesario que te apures en definirlo ya mismo.

─No me hace falta más tiempo ─ precipitándome, interrumpí su frase ─. Creo que lo que pensé terminará siendo lo mejor para todos ─ hundiendo mi nariz en la negruzca cafeína rogué que realmente fuese lo más acertado.

─Ali, cualquier decisión que tomes estará bien ─ besando la palma de mi mano, él me brindaba calidez y serenidad.

Leo era un buen hombre. Sensato, atento conmigo y bello. Por dentro y por fuera.

─Leo yo te quiero mucho, ¿lo sabés, no? ─ retiré mi mano de debajo de la suya para rodear la taza caliente.

Sus ojos se iluminaron por la sorpresa, transformándose en un verde más intenso.

─Por supuesto que sí. ¿Pero a qué viene todo esto?

─Leo...─ inspirando hondo, apostando el todo por el todo, solté de un tirón ─: ¿querés casarte conmigo?

Y desde la puerta, a escasos metros de mi propuesta, un par de ojos azules se congelaron.


___________

*Heladera: nevera.

*Mesada: encimera.

*Campera: prenda de vestir que cubre la parte superior del cuerpo, se cierra por delante y se usa encima de otras prendas más livianas como abrigo; puede ser corta y amplia y ajustarse a la cadera con un elástico o cordón, o larga hasta las caderas.

*Musculosa: playera sin mangas, no necesariamente de tirantes finos.

*Caño terrible: expresión utilizada para referirse a un vehículo de buen motor, mecánica y aspecto.

*Milanesa: Comida que consta de una lonja de carne vacuna apanada, luego de una mezcla de huevo, sal, ajo y perejil. Generalmente se la fríe en aceite caliente.

*Salame: fiambre compactado en barra, que por su textura puede ser picado fino o grueso.

*Pan lactal: pan de molde.

*Provenzal: ajo y perejil.

*Panza: barriga.

*Corpiño: sostén.

*Cordones: agujetas.

*Colcha: manta.

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