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Verla sufrir me partía el alma en dos.

Catalina estaba incontrolable con sus dichos, de seguro irritada por sus pocas ganas de estar en Buenos Aires.

Radicada en Londres desde sus veintidós años, la conocí recién hace cinco en un evento organizado por la empresa en la que ella trabajaba como asesora de gastronomía, elaborando dietas sanas y rutinas de alimentación.

Desde el momento en que la vi fui seducido; morena, de ojos oscuros y cabello ondulado y castaño rojizo brillante, sus contorneos hacia mí fueron más que evidentes aquella noche de gala. De impactante vestido turquesa, un hombro al descubierto y labios sensuales, la atracción fue instantánea; desde entonces comenzamos una relación sólida y formal, bien vista por su entorno familiar y amigos.

Lamentablemente no podía decir lo mismo de mi lado: mi hermano no la soportaba, criticándola desde el minuto cero, en tanto que mi abuela pocas veces le dirigía la palabra. Por fortuna, todos los encuentros familiares se daban en Inglaterra y no aquí, en Buenos Aires.

Desde entonces y dejando de lado cualquier comentario hostil, estábamos juntos. Más allá de discusiones triviales y de poco peso específico, jamas pasaríamos días sin hablar ni momentos de malestar como pareja. Con dos años de convivencia a cuestas, nuestra vida era programada y metódica. Todo lo contrario a lo que sucedía hoy en día y acá, del otro lado del océano.

Puesto que la lista de voluntades de mi abuela finalmente había sido leída y notificada, mi viaje a Londres ahora pendía, imprevistamente, de la decisión de Alina. Nada más ni nada menos.

Aunque ella pensara regresar a Nueva York a meditarlo, la comisión directiva de la empresa debía sesionar para informarse de las novedades del caso. Y eso incluía  participación activa en Londres, sí o sí.

Fuera de cualquier pronóstico, mi abuela le impuso una clausula carente de toda cordura: la sometía a la fuerza a contraer matrimonio en un lapso de seis meses. Una completa locura...y una completa desilusión.

Mi ego atentó contra pensar más allá de mis propias narices porque a pesar de tener una vida correcta y planes de casamiento en corto tiempo, yo no deseaba que Alina fuera feliz junto a otro. Aunque fuese un contrato, saber que compartiría horas de su vida con alguien sacado de la galera, me resultaba estresante y disgustoso.

Si hubiera dependido de mí,  desde que hicimos el amor por primera vez, ya la hubiese encerrado en un claustro religioso.

De sólo imaginar que existía la posibilidad de que mi hermano haya recorrido los valles de sus pechos, las olas de su cabello y la tersura de su piel, me enfermaba. Él sabía que Alina y yo habíamos estado juntos en una oportunidad: le confesé, sin entrar en detalles, que una noche de borrachera el acto se consumó por mutuo consentimiento.

Era una mentira enorme; y yo, un ingrato.

Sin embargo, debía reconocer que la primera vez que la vi como un objeto de deseo real y concreto  fue tras una tonta apuesta con mis amigos, durante un viaje relámpago a Buenos Aires y después de algunos meses de residir en Londres como estudiante universitario.

En aquel entonces coincidimos en el bar donde ella cantaba junto a sus amigas, en un antro de bajo vuelo pero con onda en Martínez. Un tanto alcoholizado, accedí a seducirla. Como un cobarde, me escudé en mi necesidad de poseerla y ya, suponiendo que gracias a su personalidad extrovertida y rebelde, ya no sería virgen a pesar de no tener ni la mayoría de edad.

Gran error.

Esa noche, con unos tragos encima y recurriendo a unas miradas dulces y seductoras, la arrinconé junto al baño de mujeres. Al día de hoy conservaba en mis fosas nasales su aroma azucarado.

Unos mechones rosas se escabullían en su larga cabellera de oro. Sus ojos celestes parecían electrizados por las luces centelleantes del boliche; hundiéndome en ellos, saboreé cada centímetro de su boca. Era tersa, acaramelada, tal como imaginaba. Porque muy dentro mío, yo intuía que debajo de esa adolescente ruda y libertina, se escondía una flor delicada.

Y aquello que comenzó como una simple apuesta, un juego perverso de seducción adolescente, hoy estaba frente a mí recordando cada trazo de mi crueldad.

Junto a Mónica, en la cocina, lavaban la vajilla. Todo estaba dicho o en gran parte: ella gozaría de dos semanas para meditar su destino mientras yo esperaba su decisión sin saber de qué modo continuar. Manteniéndome en la puerta, contemplando su ir y venir, desistí de intervenir para cuando el estallido de un plato resonó invadiendo mis oídos: Mónica cayó al piso, como bolsa de papas, apretando la palma de su mano contra su corazón.

Alina se arrodilló levantando su cabeza mientras su madre parpadeaba con insistencia.

─¡Ayudame Ale, por favor!¡Llamá a un doctor!

Corriendo hacia la sala ante los gritos de Alina, intercepté a Leo, quien rápidamente acudió por la emergencia médica. Acercándome al desfavorable escenario, con Mónica dolorida y sin poder hablar, mojé unos trapos en agua fría para posarlos sobre su frente hirviendo.

─¡Mamá...mamita! ─desencajada, las lágrimas de su hija brotaban como un manantial.

─El...brazo...─a media lengua y quejumbrosa, la empleada se mantenía despierta.

─Es un preinfarto─dictaminé, sin tener idea de medicina.

─¿Cómo que un infarto? ─Alina me miró, quebrada en voz y alma.

─Si le duele el brazo y siente un dolor fuerte en la boca del estómago, probablemente lo sea. No soy médico, pero lo deduzco ─repliqué sin desearlo.

Incorporándola lentamente, masajeándole el tórax por varios minutos la mantuve activa;  Leo entró con el doctor en un tiempo equivalente al milisegundo. Lo importante, era que ya estaba en manos de profesionales idóneos.

Sin preludios, Mónica fue trasladada al sanatorio más cercano en compañía de su única hija y mi hermano. Anhelando ser yo quien las contuviese, me entregué a la opción de permanecer en casa a la espera de alguna novedad.

Catalina permaneció sin participar, distante, leyendo una revista en el sofá del living mientras que todos los restantes permanecimos de pie en el umbral de la puerta, despidiendo a la ambulancia. Cuando regresé a la sala y la encontré en aquella postura desinteresada, fue inevitable sentirme desilusión.

Sin un ápice de compasión, ella sólo levantó los ojos de las hojas coloridas, dio un bostezo exagerado y preguntó "quién va a cocinar ahora que no está Mónica". Reprimiendo mi malestar, presioné mi quijada, la cual casi la quiebro de la impotencia.

Con los puños cerrados y el control de mis actos en estado de alerta, ni respondí con palabras. Ignorar su desconsideración, era lo mejor de momento.

La desconocí, y a mí mismo. Catalina mostraba un lado insensible que jamás supe ver.

─¿Lo único que te preocupa ahora es saber quién va a hacer la comida?

─Bueno, no...─comenzó a decir cuando vio mi cara de horror; cambió el tono de su voz y su rictus ─...es importante saber cómo evolucionará la cocinera.

─¿Podés dejar de menospreciarla llamándola de ese modo?

─¿Por qué pensás que la degrado? Es lo que hace ¿no?... ¡cocinar! Por lo tanto es cocinera... ¿o no? Vos sos Licenciado en Bioquímica por lo cual, te llaman licenciado. Yo soy especialista en nutrición...y también soy licenciada... ¡Podría citarte millones de ejemplos iguales!

─¡Mejor dejálo así, Catalina, no hacés más que embarrarla!

─Amor, estar acá no nos hace bien, ¿no te das cuenta? ─dijo tomando mis manos con calma y en tono susurrado ─.Desde que llegamos a Buenos Aires estamos discutiendo mucho ─subiendo sus palmas hasta mis codos, buscó mis ojos y concluyó en su reflexión ─,nosotros no peleamos nunca y ahora sucede todo lo contrario. Ya estuvimos presentes al momento del testamento, que era lo realmente importante,claro está, después del funeral de tu abuela ─sin saber si era mejor o peor lo que sumaba a su monólogo, simplemente la dejé continuar.

─No estoy mal solo por eso, Catalina. Acá hay muchas cosas por solucionar.

─¿Cómo cuáles?

─Mamá quiere tratar el tema de la casa, de su posible venta. Desafectarse de todas las pertenencias de mi abuela no será fácil. Quiero acompañarla cuando sienta que está preparada para hacerlo.

─¿No está Leo acá para eso?

─¡Catalina! Ella es también mi madre, por favor, ¡no seas tan fría! ─mi ceño se esforzó dibujando una V.

─Bueno, está bien ─levantando las manos en señal de redención, se apartó un poco ─,¿qué plan tenés en mente, entonces?

─Creo que es mejor que viajes primero que yo y te ocupes de tus cosas tal como tenías pensado. Yo me sumo después ─presionando el puente de mi nariz, solté como una opción.

─¡Pero no puedo ir sola a la convención!

─¿Por qué no?

─¡Porque sos mi futuro marido y mis colegas sacarán deducciones erróneas sobre nosotros si no nos ven juntos!

─¿Qué te preocupa? No serían más que rumores erróneos después de todo, ¿no te parece? ─aflojando mis barreras, me acerqué hacia ella y acaricié su rostro rígido ─ .Cata, al que te pregunte por mí le decís que estoy en Buenos Aires porque falleció mi abuela, que no es ni más ni menos que la verdad. Nuestros amigos y gente cercana estaban al tanto de que esto podía suceder porque Rosalinda era una mujer mayor.

Replegando su boca, admitió que mi reflexión tenía lógica y que era inútil montar una escena por esto.

─No quiero viajar sola ─bufó ofuscada haciendo puchero.

─¿Ves? No es cuestión de que no podés ir sola al evento, sino de no querer hacerlo ─dije y con ella acurrucada en mi torso, besé la cúspide de su cabeza─ .Catalina, tranqui, apenas mi mamá se sienta mejor, vuelo para allá así finiquitamos los asuntos pendientes de la organización de la boda. ¿Correcto?

─Pensé que te habías olvidado que nos casamos en enero... ─berreó enredando sus dedos en mi suéter de cachemir.

─¿Cómo olvidarlo? ¡Sí yo fui quien te lo propuso! ─sonreí recordando la cena, el anillo con brillantes y el alquiler de una suite en uno de los mejores hoteles de Praga.

─No dejes de ser el Alejandro del que me enamoré, haber regresado a esta casa te está cambiando ─como un ruego, gimoteó poniéndome en la cuerda floja.

Quise decirle que el verdadero Alejandro era quien estaba abrazándola aquí y ahora y no el soldado que solo acataba órdenes y no se sentía pleno en sus decisiones, como el de Londres. Respiré hondo para contener la confesión. Por el bien de nuestra pareja.

____

Con nuestro futuro inmediato definido, el esfuerzo de mi novia para seducirme por la madrugada recurriendo a toda clase de artilugios era  valedero; no obstante, no pude concentrarme en disfrutar del placer implícito que me ofrecía porque mi cabeza salía disparada hacia cualquier sitio una y otra vez.

Pensaba en Londres y en las reuniones que debería organizar para nombrar a los nuevos "accionistas". Pensaba en Alina, en su estúpido matrimonio forzado, en mi hermano revoloteándole a su alrededor como una abeja a un panal, en el preinfarto de Mónica (confirmado por Leo vía telefónica horas atrás)...en cualquier cosa menos en mi futuro compromiso y en la mujer que estaba conmigo intentando practicarme sexo oral contra mi voluntad.

Ofuscada y con justa razón, Catalina cedió desenredándose de las sábanas para ponerse de lado, cansada por no obtener respuesta física y emocional de mi parte.

─Perdonáme Cata...no estoy de ánimos esta noche.

Su respuesta fue un bufido y un adiós arrojado como un insulto.

Al día siguiente la llevé al aeropuerto de Ezeiza gracias a un pasaje en primer clase que Catalina obtuvo tras nuestra conversación de la tarde del anterior.

Antes de partir, desayunamos en la casona, en silencio. El malestar de mi novia era palpable y la angustia de mi madre, también. Leo estaba con nosotros, a punto de ir hacia la clínica donde Mónica evolucionaba favorablemente.

─Le insistí a Alina para que no se quede a la noche en el sanatorio. ¡Es absurdo! Los horarios de visita son acotados, nada gana con estar acurrucada en un silloncito duro y poco confortable.

─Querrá estar alerta por cualquier cosa, Leo ─sostuvo razonablemente mi mamá.

─Sí, pero va a terminar entumecida. Yo me ofrecí a cuidar de Mónica esta noche ─ mi madre, dejándome sorprendido nuevamente, lo tomó de la mano derecha y por primera vez, vi en sus ojos un brillo especial repleto de gratitud dirigido hacia su hijo menor ─:¡Sos un gran hombre Lelu ! ─ reflexionó, al borde de las lágrimas.

Leo no pudo ocultar su asombro porque por lo general, el destinatario de elogios y palabras de afecto, era yo. Me alegré por él, porque  tenía bien ganado el mote de gran hombre.

─Siento mucho cariño por Alina. Es mi amiga y está sola en el mundo.

─Eligió estarlo, en cierto modo ─destilando un hilo de ponzoña de la comisura de su boca, Catalina inoculó sin dejar de mirar su tostada con queso light untable.

─¿Qué sabés vos de su vida para opinar? ─disparó el "abogado defensor" dando inicio a otra contienda. Volteé mis ojos, vaticinando el final de esta historia.

─Nada, pero puedo intuir que es una chica independiente que le gusta estar sola y que lamentablemente no tiene hermanos o parientes que acudan a socorrerla ─aunque me costase admitirlo, mi novia estaba en lo cierto.

─Tiene un gran amigo que está dispuesto a darle una mano. ¡Y eso vale mucho! ─retrucó mi hermano con el dolor asentado en su mandíbula.

─Un amigo que tiene ganas de darle algo más que una simple mano ─irónica, mordió la rebanada crujiente de pan, desafiando a mi hermano y sosteniéndole la mirada.

─Que conste que si no te respondo como debería, es por respeto a la presencia de mi madre y de Alejandro ─él levantó el dedo, con la amenaza de una respuesta más dura contenida entre sus dientes.

─¡Vamos Leo! ¡No me vas a decir que esa chica no te gusta! ¿Qué hay de malo en reconocerlo? A pesar de su aspecto, parece una linda muchacha. Le falta algo de clase, pero congenian muy bien.

─¿Te podrías callar de una vez? ─con la bilis atascada en mi garganta por los comentarios ácidos y poco oportunos de mi pareja, puse fin a su sarta de infortunios. Catalina seguiría masticando para concluir todo en un pesado pero ansiado silencio.

__________

─Prometéme que cuando termines lo que tengas que terminar vas a volver a casa. Esta semana teníamos concertada algunas entrevistas con el fotógrafo, con el DJ, con tu sastre...─ enumeró mi prometida con desilusión.

─Sí, Catalina. No me olvido del compromiso que asumimos ─acaricié su cabello, serenándola. 

Mintiéndole descaradamente.

─A veces pienso que tu abuela se murió antes de nuestro casamiento para no verte conmigo ─ aunque su reflexión era dura e implacable, era tonto negar que noches previas a su deceso, semejante deducción pasó por mi cabeza.

─Basta, ¿si? ¿Bandera blanca?

─De acuerdo ─aceptó y besándonos un tanto más apasionadamente que de costumbre, se apartó finalmente con su equipaje a cuestas, escabulléndose entre la línea de pasajeros con destino a Inglaterra.

Apenas arribé a la casona de San Isidro caí desplomado en el sofá más grande de la sala,  y acompañado de una tranquilidad sublime gracias al silencio circundante, recorrí visualmente cada esquina de aquel ambiente que me había visto crecer hasta hace quince años atrás.

Los cuadros continuaban colocados en el mismo sitio; nuestros retratos también. La enorme araña de cristales se asemejaba a una nube de otoño puesto que sus caireles pendían desde la cima, como gotas de lluvia.

Estaba de regreso, después de tantos años y sin plazo concreto. Acababa de despedir a mi novia sin el menor remordimiento y con la promesa latente de volver a mi departamento londinense en cuanto pudiera.

¿En cuanto pudiera o en cuanto quisiera?

Mamá no estaba en casa, sino de visita en lo de su prima Adela, en Victoria. Juan se encontraba limpiando el coche, un auto que ya no tendría a quién conducir...a excepción de mi madre, quien aun dudaba si permanecer en esta casa o no.

Exactamente dos días habían pasado del sepelio de Rosalinda; tiempo menos para que Alina decidiese qué hacer con su futuro, incierto y complicado, con una madre en el hospital.

¿Ella volvería a Nueva York o permanecería en Buenos Aires hasta que su madre se repusiera?

Frotándome las sienes, dejé que las horas pasaran sin mayor agobio. Estaba exhausto mental y físicamente. Las horas de viaje, el mal dormir, las discusiones con Catalina...todo parecía estallar dentro de mi cabeza.

________

─Hola... ─con los ojos pesados del cansancio, la dulce voz de Alina me trajo a la realidad ─ .Perdón...¿te desperté? ─Sonriente, era imposible no sucumbir ante esa mirada genuina y cándida.

─No te preocupes ─quitándome alguna lagaña imaginaria, me incorporé en el sofá para ponerme de pie como resorte ─.¿Cómo está tu mama? ─pregunté con un bostezo inoportuno.

─Bien, mejorando. Conserva el ánimo.

─Es una buena señal.

─Sí, por suerte. Pero hasta las siete de la tarde no tendré más información ─mirando el reloj de péndulo de la sala, vi las agujas marcar la tres de la tarde.

─¿Cómo estás yendo a la clínica? ─fruncí el entrecejo, ella no tenía automóvil y Juan dedicaría su mañana a lavar el de mi abuela.

─En colectivo. Camino hasta Avenida Del Libertador y tomo el 60 ─soltó con naturalidad, elevando los hombros.

─¿Pensás volver por la tarde?

─Lógicamente.

─Entonces, dejáme que te lleve.

─No hace falta, gracias ─negó con las palabras y con su cabeza.

─Alina, a esa hora ya es de noche y el barrio es bastante arbolado y oscuro como para que camines sola.

─Si te tranquiliza más, puedo llamar a un remis.

─Arreglá con Juan, yo hablo con él si querés. Tiene el auto disponible.

─No lo creo, tu mamá pidió que la pasara a buscar más tarde por lo de tu tía Adela.

─¿Entonces por qué no dejas el orgullo de lado y esa tonta actitud feminista y me permitís que te lleve? ─con las manos en mis bolsillos avancé hasta hacerle sombra con mi propio cuerpo.

Su vista opaca, divagaba en torno a sus pies. Olí su tristeza, vi su pesar.

─El día del funeral de tu abuela, mamá me dijo que me extrañaba mucho ─envuelta en un mar de lágrimas, cubrió su cara ambas manos.

No pude esquivar mis ansias por darle un abrazo fuerte, contenedor. Pasé saliva con rudeza.

─Lo que pasó fue por mi culpa, por mi ausencia ─musitó quejumbrosa.

─No digas eso. Probablemente haya sucedido por un cúmulo de cosas. Ella adoraba a mi abuela y la emoción por la herencia quizás contribuyó a su malestar. Tu madre es una persona muy sensible.

─Si ella me deja...─temblando como una hoja se mostró endeble, dejando de lado su coraza.

─Tranquila Alina, no va a pasarle nada malo. De hecho, vos misma me dijiste que estaba todo bien ¿no?

Cerró los puños presionándolos en mi pecho cuando, tomándola por detrás, la acerqué hacia mí para entregarle mi calor. Era muy pequeña entre mis brazos. La cobijé, arrullé a su oído un susurro, calmando su inquietud.

La cima de su cabeza rozaba mi barbilla. Parecíamos encajar a la perfección. Como un gran juego de encastre, cada curva de su cuerpo se adosaba a las concavidades del mío.

Quise besarla en sus labios, que sintiese el fervor de mis besos otra vez. Pero era injusto para ella, para Catalina y para mí. No deseaba confundir las cosas, mucho menos, desconociendo qué habrían significado nuestros encuentros furtivos a espaldas del mundo.

Toda la fortaleza que Alina exudaba parecía desaparecer bajo mi contacto. Aprovecharme de su situación era vil y canalla.

Me transmitió la misma sensación de desprotección que aquella noche en Londres, cuando hicimos el amor de forma abrupta y alocada, en mi departamento.

Con planes de mudanza hacia otro lugar, con la mayor parte de las cosas embaladas y en numerosas cajas desperdigadas por toda la sala, la soledad me encontraba en esa tarde de verano húmedo y sofocante. 

 Los diálogos con Alina solían ser breves y esporádicos para entonces; no manteníamos una amistad a distancia ni mucho menos, teniendo en claro que la conexión que nos ligaba era meramente sexual. Ella satisfacía sus necesidades físicas de modo calculador y automático tanto como yo.

Por momentos, ella era la dominante: con carácter, determinación y sin rodeos era quien me contactaba. Concertábamos un encuentro para cenar o tomar un café hasta que todo terminaba entre las sábanas. En algún momento de la madrugada, una nota fría en la almohada indicaba el final del capítulo y el consiguiente paso de hoja.

Se sentía extraño y satisfactorio en partes iguales.

Por un lado nos conocíamos de toda la vida, yo había sido su primer hombre, mas no el último. Esa necesidad, esa idea de perversa de ser quien la poseyera por última vez, alimentaba mi ego y mi deseo de más.

Pero el tiempo pasaba y esa sensación de vacío cuando desaparecía, me llenaba. Porque echaba de menos su canto al ducharse,  su aroma floral sobre la funda de la almohada, extrañaba descifrar sus tatuajes y enredar mis dedos en sus cabellos coloridos y extensos cuando la penetraba duro.

─¿Estás ocupado? ─me contactó en aquella oportunidad por medio de un mensaje de texto, al que yo contesté rápidamente que no.

A los diez minutos ella estuvo al pie del condominio del que estaba a punto de partir.

─Ale, hola...disculpa que caí de golpe ─con una remera de mangas cortas, similar a la de una nena de preescolar, se mecía de un lado al otro, sin notar lo erótico que me resultaba que inclinase su torso y sus pechos de mujer adulta bambolearan a su compás.

─¿Qué hacés por acá? ─pregunté confundido pero feliz por nuestro inesperado reencuentro.

─Vine a visitarte ─sonrió tímida.

─¿Te tomaste un avión solo para venir a verme? ─ironicé.

─No exclusivamente, señor engreído ─confesó con una sonrisa de oreja a oreja ─.Mañana por la mañana tengo una entrevista para hacer una producción de fotos por la zona de la abadía. Llegué esta mañana. Pensé en que no te molestaría que nos viéramos por un rato.

─No, claro que no ─confirmé rascándome la cabeza ─.Tengo un lío terrible en mi casa, la semana próxima ya me mudo al departamento que compré a pocas cuadras de acá.

─Ah ─suspiró, desinflándose como un globo ─,no tenía idea. Leo tampoco me dijo nada.

─Lo habrá olvidado ─o no habrá querido decírtelo ─ .Subí, tomemos algo fresco. Cerveza y alguna gaseosa perdida siempre hay en la heladera ─abriendo la puerta de la planta baja le señalé que subiera por las empinadas escaleras al final del pasillo.

Recordando inquietamente la perversa inocencia que nos caracterizaba, ninguno de los dos hubiera vaticinado que esa sería nuestra última noche juntos, porque tras muchas copas de vino, el final de la historia parecía ser el de siempre: sexo salvaje y aventurero con su consiguiente despedida. Un adiós extraño, poco sentimental y enérgico; quizás por desconocer que esa noche marcaría un antes y un después.

─Es muy tarde ─replicó levantándose del sofá donde nos despatarrábamos después de comernos la boca y jugar de manos.

─¿Te llamo un taxi?

─No hace falta, me lleva el chofer ─guiñó su ojo, arreglándose el cabello en una trenza desordenada.

─Muy graciosa ─hice una mueca de disgusto y sin mediar más palabras, la besé abruptamente. Bebí de la piel de sus labios, mordiéndolos, tironeando de ellos diciéndole en silencio que jamás tendrían otro dueño que no fuese yo. Aun sabiendo que eso sería imposible, no medí las consecuencias.

Descalzo, de pie, entrelacé mis dedos en su nuca, masajeando su cabello pesado y extenso, nutriéndome del sabor dulce de su paladar.

Ella se colgaba de mi cuello, pidiendo por más.

Sentí que mi camisa ardía sobre mi piel; arrebatadamente y con sus dedos como ayudantes me despojé de ella, dejando al descubierto mi torso. Mismo destino tendría su remera de nena buenita para exponer sus medidos pechos bajo ese corpiño negro de encaje.

Dócil, dejándose arrastrar por mi pasión arrolladora, fuimos a mi habitación llena de trastos, donde la cama con las sábanas revueltas se mantenía como único mueble fijo.

Clavando mis rodillas en el colchón, con sus piernas entrelazadas a mis caderas, subí para arrojarla en la suave superficie. Excitada, expectante, sus ojos se oscurecieron de lujuria.

Fuimos un concierto de besos, sus gemidos alimentaron mi deseo siendo cada embate sincronizado y ansiado. Y fue para entonces cuando confirmé que la amaría eternamente en esta y en otra vida si acaso la llegase a tener. Yo era el polo negativo y ella mi positivo; era el ying y yo el yang; era el verano y yo el invierno. Alina era pólvora y yo, agua de estanque.

¿Pero cómo decirle que la amaba sin salir lastimado? Ella era una mujer libre, desprejuiciada, sin ánimos de compromiso. Exponerme era un suicidio moral y sentimental.

La penetré con la resignación de no ser lo suficientemente valiente para abrir mi alma, de reconocer que me quedaba el corazón frío y desértico cuando ella estaba ausente. Confesando mis sentimientos no garantizaba su fidelidad. Alina adoraba su vida inquieta y solitaria.

Cada empuje dentro de ella era un paso más hacia la despedida. Alina, sin embargo, aullaba pidiendo más y yo la complacía, aferrándonos al recuerdo de momentos como este para seguir adelante.

Recibiendo su ahogado orgasmo en mi oreja exhalé el mío en la suya, dejando todo de mí para empezar de cero. Por milésima vez.

Pero el crujir del piso de madera delató sus pasos secos por la madrugada, horas después.

─¿Ya te vas? ─pregunté restregando mis ojos mientras ella pasaba su remera por el cuerpo forzosamente.

─Ambos sabíamos que ya era tarde. Me retuviste más de la cuenta ─sonriente, ataba los cordones de sus Converses negras de lona.

─No fue contra tu voluntad ─reptando sobre la cama, me deshice de las sábanas. Aun desnudo, me acerqué a ella por detrás posando un beso en su cuello, el cual la estremeció.

─Quedate un rato más. Estamos de madrugada y cuando salga el sol, te vas.

─No, Ale. Ya está ─sin mirarme, continuó con la ardua tarea de calzarse.

─¿Es eso? ¿Ya está? ─pregunté sin desear oír la conocida respuesta.

─Siempre fue eso. ¿Por qué cambiarían las cosas ahora? ─aseguró con seriedad y sin inmutarse.

─Sos muy...sincera.

─Por supuesto. Yo no ando por la vida pregonando algo y haciendo otra cosa.

─¿Y ese reproche a qué viene?

─A que te hacés el señor acartonado y después te acostás con la rebelde sin causa de tu amiguita de la infancia ─retorció la boca, rolando los ojos.

─No es así ─ofrecí resistencia a su razonamiento.

─¿Ah no? ¡Negámelo!

─¡Por supuesto!.

─Alejandro, no te hagas el tonto. ¡Ya está! Tenía ganas de pasar un rato con vos, con el plus de una noche de muy buena química. Esto es lo nuestro, Ale. Lo que sabemos hacer. Lo que nos sale mejor.

─¿¡Sabés lo que sos!? ─deseaba decirle que la amaba pero con su forma de hablar, su dureza y destrato, sacó lo peor de mí. Junto al vino, ambas cosas resultaron ser una combinación explosiva ─:¡Sos una perra egoísta, inmadura e infantil! ¡Miráte la ropa!...Una nena de cinco años la sabe combinar mejor ─mezclando ira reprimida, desilusión y alcohol, no medí las consecuencias.

─¡Con que al fin mostrás la hilacha, Alejandro! ─ pude ver sus ojos llenarse súbitamente de lágrimas. Con la angustia estallando en la vena de su cuello, se alejaba de mí, dando pasos hacia atrás ─ . En definitiva, era solo cuestión de tiempo. Tarde o temprano lo ibas a largar.

─Pertenecemos a mundos distintos...siempre lo supimos ─despedí, condenando al fracaso cualquier esperanza.

─No te creas. Ambos somos dos basuras egoístas y narcisistas ─lapidó, dando inicio a un llanto repleto de indignación.

Viendo cómo se iba de mi casa a los tropiezos, no pude detenerla en esa oportunidad. Con los pies atornillados en el piso me mantuve inmóvil, incapaz de avanzar.

El estruendoso sonido de su escape no sería más que el mismo sonido hosco y hueco que acababa de hacer la puerta de mi corazón para cerrarse definitivamente.

 Esa noche la vi partir; corriendo hacia el enorme ventanal de mi departamento fui testigo de su caminata nocturna, como si fuese una sombra mientras que yo me rehundí en un mutismo perpetuo que aún hoy me pasaba factura.

_______________

*Antro: club nocturno de poca monta.

*Embarrar: ensuciar.

*Araña: artefacto de luz colgante con brazos que sostienen los portalámparas y del cual se desprenden numerosas piezas de cristal o acrílico llamados "caireles",

*Victoria: localidad del norte del Gran Buenos Aires.

*Martínez: localidad del norte del Gran Buenos Aires, algunos kilómetros antes de Victoria.

*Línea 60: línea de autobús que conecta la ciudades de Constitución y Tigre, entre otras.

*Remis: auto de similar funcionamiento que el taxi, pero que no posee tarifa mediante reloj sino por destino recorrido.

*Remera: playera.

*Preescolar: grado inferior al primer nivel de enseñanza inicial de Instituto, generalmente, para niños de entre 4 y 6 años.

*Gaseosa: bebida con gas y/o saborizada / Soda.

*Pasillo: corredor.

*Corpiño: sostén.

*Pasar factura: expresión que indica "echar en cara".

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