Capítulo 9: Compromiso.

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Sentía un martilleo en su pecho.

No había dormido bien en toda la noche pensando en que su hermana había rompido en llanto en cuanto se enteró que se casaría con el príncipe. No había sido su intención romper sus ilusiones, mucho menos quitarle su más grande sueño.

En el mundo en que Anthea vivía, era ganar o ser vencida, pero tampoco lo había hecho por poder. ¿Qué gloria ostentaba una mujer, más que parir hijos que algún día serían príncipes, Lores o guerreros de gran renombre? Tenía muy en claro que no importaba que tan buena Reina fuera, simple como lo era todo en ese mundo dominado por hombres, sería olvidada. Solo se hablaría de como contrajo nupcias con un Rey, y ese sería su último adiós.

Todo lo haría por libertad, si es que casarse era alguna clase de alivio.

—Él te cuidará mejor de lo que nosotros podremos —le había dicho su hermano Willas como consuelo, horas antes del anuncio—. Serás una Reina hermosa, benevolente y admirada.

¿Admirada? Solo sería un simple trofeo. No la amarían por su inteligencia o grandes dotes de guerra. No. Sería amada por dar hijos que no deseaba tener y por casarse con un príncipe que no podía soportar.

—Cuando yo me casé con tu abuelo —dijo Olenna, acercándose desde las sombras. Había notado como se había alejado de la celebración en cuanto pudo, escondiéndose en un estrecho y solitario balcón que le habría la vista hacia las estrellas—, no lo amaba.

—Lo sé, abuela —dijo con voz baja, sin sentimientos. Su expresión era de completa indiferencia, pero al mismo tiempo escondía un gran dolor en su mirada—. Solo desearía que las circunstancias fueran diferentes y no para finalmente… ser…

—¿Libre? —completó por ella— Oh, querida, hay finales más trágicos.

Los ojos de Olenna brillaron como dos grandes luciérnagas llenas de misterios e historias por contar. Muchos de los que seguro, se llevaría a la tumba.

Recordó a la difunta esposa del príncipe dragón, Elia Martell, quien se rumoreaba fue asesinada y violada por la montaña, todo por las órdenes del hombre que ensombrecía el trono de hierro; Tywin Lannister, el asesino más grande de los Siete Reinos. El hombre que había ordenado violar, saquear, asesinar y profanar hasta lo más lejano del Reino.

Se estremeció al pensar en los dos pequeños Targaryen, muertos a manos de Lannister's. Robert Baratheon solo le había dado una palmada en la espalda de los traidores, después se casó con la hija del monstruo y se sentó en su trono para fornicar, comer, beber y cazar bestias.

—¿Quién habló de tragedia? —preguntó Anthea, con voz agria— Es un sacrificio.

—¿Sacrificio? —lo meditó por unos segundos, parecía en verdad pensarlo— Escucha bien, niña insensata, sé que este compromiso no te tiene emocionada. Especialmente desde que conocistéis a ese niño norteño.

Anthea la miró de reojo, pero Olenna ni siquiera la estaba mirando. Tenía la vista clavada al frente, estoica como desde su juventud. Era una mujer terca, pero con buenos ideales.

Aunque estos solo beneficiaban sus intereses.

—No tengo nada que ver con el Stark.

—No me engañáis. Tengo la edad y la vista perfecta para notar la insinuación, esas sonrisas y mejillas rojizas no son mi imaginación. Lo tienes comiendo de tu mano.

—Solo hablamos dos veces —farfulló en voz baja, igual de reacia que la anciana.

—Suficiente para mostrar nuestro carisma.

Anthea oscureció su mirada, pero no dijo nada. No deseaba hablar. Se le había cortado el habla desde hace algunas horas atrás.

—¿Alguna vez te conté la historia de cómo conseguí el favor de tu abuelo? —Insistió su abuela, pero esta vez sí que logró captar su atención. Había escuchado rumores del como se metió a la alcoba del que sería su futuro cuñado, y al día siguiente, su abuelo había roto el compromiso con su hermana y ahora había deseado casarse con su abuela.

Todo era un secreto que el Reino completo conocía, pero nadie mencionaba en presencia de la Reina de las Espinas. No deseaban hacerla enfurecer. No convenía.

—Cuando me enteré que mi hermana se casaría, ella no tendría más de once años.

Su vista se movió hacia su abuela, pero esta seguía mirando al horizonte, seria como casi nunca lo estaba. Parecía más severa de lo que realmente era.

—Tu abuelo debía rondar los veintitantos, era guapo, imprudente y estúpido. Todo lo que una doncella tonta querría, pero seguía siendo demasiado mayor para mi hermana. Supe que algo no andaba bien en cuanto la atrapé llorando en sus aposentos. Acababa de recibir su primer sangrado y nuestros padres no perdieron la oportunidad para poder casarla —Hubo una pausa en la que no dijo mucho más, solo seguía quieta, mientras Anthea callaba, escuchaba y se mantenía atenta a sus expresiones impasibles—. Su compromiso se celebraría en un mes. No tendría tiempo para conocer a su futuro esposo, no cabía duda de que sería profanada en su noche de bodas y cada vez que oscurecía, cuando me escabullía para calmar su llanto… me decía a mí misma que lo que haría era lo correcto, que lo hacía por ella para que no sufriera por un matrimonio que estaba destinado a fracasar.

»Esta parte ya debes saberla. Todo el mundo hizo sus suposiciones y nunca me encargué de desmentir ninguna de ellas. Era mejor así. No harían tantas preguntas. Intentarían no preguntar y mantener el recato, como se esperaba de todos.

—¿Amó al abuelo?

—No —Olenna se mantuvo firme incluso cuando cualquiera se hubiera derrumbado, eso era lo que más admiraba de la anciana mujer. Observó como sus facciones terminaron por suavizar su expresión, casi enternecida—. Pero después, a pesar de su gran idiotez… supongo que logró meterse en mis defensas. Hizo hasta lo imposible para ganar mi favor y terminé por agarrarle cariño.

—¿Y su hermana… logró perdonarla?

Olenna sonrió de lado, como siempre solía hacerlo.

—Me dio las gracias —Anthea parpadeó varias veces, sin poder creerlo. Aunque lo hizo para salvarla, aquel hallazgo solo habría podido significar la deshonra para su hermana, y el escándalo para su familia—. Al final, logró encontrar a un hombre del que se enamoró y con el que logró ser feliz. Ambos vivieron por muchos años… y mientras más crecían, parecían amarse aún más. Sus hijos eran la clara muestra de lo que debe ser un matrimonio feliz y pleno.

—¿Y qué hay de ti, abuela? —preguntó en un susurro— ¿Lograste ser feliz?

—La felicidad está sobrevalorada —le confesó—. Ser feliz no solo significa casarte con un buen hombre al que debes amar y tener hijos saludables. Es tener una vida buena, plena y alejada de carencias.

»Es sentirte segura cuando caminas por los pasillos de tu hogar. Tener la plena confianza de que aunque no amas, o no necesitas a tu esposo, él estará allí para sostenerte y cuidarte en la penuria y la enfermedad, en el miedo y la angustia.

—¿Estás diciendo que no importa si no lo amo? ¿Solo necesito qué él… me ame?

En su mente, eso sonaba a ser venerada.

—Puedes tomarlo como quieráis —le respondió, casi desinteresada—. Solo asegúrate de que no pueda vivir sin ti, que cuando te alejes sienta un gran vacío en su interior.

»Debe manifestar angustia cada vez que te vayas, y debe anhelar por tu regreso. Si cumples con esto, entonces la felicidad será un camino más cercano.

Tal vez, y solo tal vez, su abuela acababa de iniciar algo que no podría detener.

Una guerra por el amor.

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Atte.

Nix Snow.

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