39. Verdad

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Bruno

Estoy en mi cuarto. Todo se ve en escala de grises. Siento que la cama, los libros, las historietas y los juguetes expuestos no me pertenecen.

La puerta se abre y de un momento a otro me encuentro en el living. Un hombre habla con una mujer; no entiendo la razón de su tristeza. Lo único que tiene color son sus ojos azules que de pronto me enfocan. Son mis padres. Entonces, soy tragado por un mar de oscuridad.

Me hundo.

No quería que mi vida terminara así. Veo la escuela, las calles de Costa Santa. Aparecen la Dama Plateada, Débora, Mackster, Anabella, Javier... También surgen destellos de lo que podría haber sido: el viaje de egresados, la facultad, otros amigos y amores que no voy a conocer jamás.

Unos gritos aberrantes me despiertan. Me despabilo; estoy en el Infierno, recostado en una roca, ocultándome de un monstruo gigante que quiere acabar conmigo. Estoy cansado, herido. Escucho los pasos del demonio, que hacen temblar la tierra, también los gritos de sus seguidores que se acercan aullando desde distintos puntos del territorio.

En cualquier momento van a encontrarme.

Tomo mi espada y rezo. Por favor, que aparezcan Mackster o Sebastián y me salven. ¿Estarán vivos...? Los demonios aúllan cada vez más cerca. Aprieto el mango de mi espada y su gema reacciona: cambia su tono oscuro por uno rojizo.

«—Dueño del fuego para consumir, del filo para cortar», escucho en mi cabeza; es una voz lejana, alguna invocación que quizás habrán hecho para llamar a mi alma de... ¿ángel? ¿Demonio? ¿Acaso eso importa ahora?

Recupero las fuerzas, también la esperanza. Aunque me esté retorciendo de dolor, voy a seguir luchando. En ese instante, siento un calor en mi herida; brilla. ¡Se está cerrando!

Levanto la mirada y noto algo similar a unas estrellas fugaces en el cielo. El monstruo y los demonios comienzan a gritar, cuando estas impactan en ellos. Mi corazón se acelera, aliviado. ¡Sebastián vino a rescatarnos!

Escucho al dios Ventaurus rugir y veo cómo gira su cabeza de un lado a otro, buscando a sus enemigos. Vuelvo a esconderme antes de que me vea. Me tapo los oídos y cierro los ojos, pero no logro evadir el olor a muerte. Escucho que sigue la lucha. ¡No puedo quedarme acá, tengo que ayudar a Sebastián!

Salgo de atrás de la roca. Despego con mi espada en alto, listo para unirme al mago. Sin embargo, en el cielo encuentro a León, que vuela con alas marrones y dispara fuego a los demonios. Viste un traje metálico verde lima, con cinturón y protectores anaranjados. Junto a él, un hombre alto, de cabello rubio oscuro y alas blancas que brillan como el neón. Dispara rayos al dios Ventaurus con un arma que tiene punta de cristal. El monstruo escapa, perdiéndose a lo lejos por el desierto, seguido por sus esbirros.

Planeo por el cielo, relajándome unos instantes antes de aterrizar, mientras pienso en porqué León vino a ayudarnos. El viento disminuye, y cuando el polvo naranja se asienta, veo a Mackster. Está en un rincón, oculto detrás de los árboles azules. Tiembla y debajo de él hay un charco de sangre. Desciendo y aterrizo a su lado, desesperado, pero León llega con mayor rapidez y me detiene.

—Tranquilo, Bruno.

Con él vino el otro arcano, que se acerca a Mackster. Toca sus hombros; la misma luz que me sanó lo cubre. Deja de sangrar y sus heridas se cierran. Aliviado, abrazo a mi amigo, que suspira más calmado.

—Soy Rafael —se presenta el arcano que lo salvó y asiento.

Recién ahora noto su traje verde oscuro con detalles rojos. Sus ojos son de un verde claro. Me llevo una mano al hombro que tenía herido.

—Gracias —le digo y sonríe.

—Apúrense —indica León—. Regresemos al portal. Gaspar y yo volvimos a abrirlo.

A nuestras espaldas nos espera una luz amarillenta. Cuando estamos por dirigimos hacia ella, el suelo comienza a temblar. Miro hacia lo lejos y encuentro al dios ventaurus que corre hacia nosotros como una tormenta de arena oscura, en medio de rugidos y tentáculos que lanzan golpes al aire.

Lleno del poder que me dio la energía de Rafael, me paro frente a mis compañeros. ¡Estoy harto! Cierro los ojos y junto las manos. Siento que mi pecho se expande, que mi espalda se ensancha en una totalidad energética que todo lo sostiene y abarca. «—Suyo es el aliento de calor y purificación», escucho esa oración en mi cabeza a medida que el fuego naranja sale de mis manos y las hago girar como en trance. «—Dueño del fuego para consumir».

El poder circula en mí y aumenta con cada uno de mis latidos. Recuerdo todo lo que sentí esa primera vez que me transformé en el callejón, rodeado por una marea de llamas que ahora regresa y asciende junto a mis manos hasta el cielo. «—El de cabello flamígero; el de ojos llameantes; el amo de la chispa».

Abro los ojos y veo a Mackster, a León y a Rafael a mi lado, también concentrando sus poderes entre sus manos. Los veo desde las alturas, pequeños y no por ello débiles. Sus voluntades resplandecen, a pesar de que noto, por un segundo, un temblor en sus miradas. Algo los inquieta.

Entonces grito, llevo mis manos al frente y todo se vuelve fuego.

***

Atravesamos el portal y aparecemos en la terraza. La luz amarilla se cierra detrás de nosotros. Estoy mareado y todavía no entiendo bien qué pasó en esa dimensión. Siento como si no terminara de despertar de un sueño profundo.

Mackster se tambalea a mi lado y se lleva una mano a la cabeza, como aturdido.

—¿Qué carajo...? Recién, en el infierno... se me va de la cabeza... No recuerdo. Bruno... ¿Están todos bien?

Entiendo a mi amigo. Quizás demasiado. Yo también siento cómo todo lo que acaba de pasar detrás del portal se nubla, se borra, se pierde. ¿Qué pasó durante esos últimos momentos en el Infierno, cuando me desmayé? ¿Acabamos con el dios Ventaurus? Sus seguidores ya no están en la Tierra, pero la Dama Plateada y Gaspar enfrentan a Sebastián, rodeados por las demo-gárgolas.

—¡Sebastián! —Quiero ir hacia él, pero Mackster me toma del brazo.

—¡Ayudame, Bruno! —exclama el mago.

—¡Sebastián me tiró al portal! —grita Mackster por sobre Sebastián, sacudiéndome—. ¡Quería usarnos para alimentar al dios Ventaurus!

Todo se me mezcla en la cabeza. Veo cómo las demo-gárgolas, que supuestamente había invocado Gaspar aquella vez, defienden a Sebastián y atacan, en cambio, al librero y a la Dama Plateada.

—¡No! —exclamo, enfurecido, sin poder creerlo y quiero correr hacia él. La Dama tenía razón...

—¡Fue Sebastián, Bruno! —Mackster vuelve a detenerme y habla con los dientes apretados—. ¡Te desmayaste y esa basura me tiró al portal!

Me aparto de mi amigo y me llevo las manos a la cabeza. Comprender la verdad es como un hormigueo frío, como bajar mis pies a la tierra después de haber volado por horas hasta quedar mareado. No sé qué hacer, ya no entiendo quién es quién ni por qué suceden las cosas.

—¡Vamos! —León corre hacia el enemigo y sus bestias.

—¡Quédense, todavía están sanándose! —nos ordena Rafael, y lo sigue.

Obedezco sin quejarme. Lo único que puedo hacer es observar los cadáveres de los demonios y a algunos zombis descomponiéndose, mientras los arcanos eliminan a las demo-gárgolas. La Dama Plateada arremete furiosa contra Sebastián. Dispara y blande su espada.

—¡Te conozco! —advierte el mago mientras se protege con un campo de fuerza de todos los ataques—. Esa energía...

De pronto, durante una intermitencia del campo de fuerza, una flecha verde se clava en la mano del hechicero. Otras dos derriban a las demo-gárgolas restantes.

—¿De dónde salieron? —Mackster busca con la mirada en los edificios a nuestro alrededor, hasta que escuchamos el grito de Sebastián.

Su campo de fuerza desaparece y la Dama Plateada aprovecha para clavarle la espada en el brazo. El mago vuelve a gritar. Tiene los ojos enajenados y babea, tratando de conjurar algo para salvarse. No puedo creer que ese hombre desencajado haya sido mi maestro... Al final, el verdadero monstruo era él.

—¡Nebula incendium! —exclama, y surge una nube de fuego que nos ciega.

Cuando mis ojos vuelven a hacer foco, Sebastián y la Dama ya no están. Corro hacia el extremo de la terraza donde luchaban y me asomo a la baranda, hacia el callejón que está debajo y solo encuentro algunas llamas dispersas. Vuelo hasta ellas, pero no logro más que ver cómo se apagan. Mackster aterriza a mi lado; llora. Gaspar, León y Rafael están a unos pocos metros, aunque los siento tan lejos.

Nos enseñó tantas cosas, creímos que nos estaba protegiendo... Pero Sebastián nos traicionó.

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