40. Mensajes, respuestas y misterios

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Bruno

Niebla, niebla por todos lados. Corro en un mundo donde me persiguen ángeles y demonios entre destellos de fuego. Olvido que tengo poderes y que soy capaz de transformarme, aunque en un momento me crecen alas y también cuernos, sin que pueda controlarlo. Miro hacia atrás, listo para hacer frente a quienes me persiguen, y encuentro a León, a Gaspar y a aquel demonio que vi en su alma; vienen a atraparme. Sebastián aterriza y se interpone para rescatarme, pero los arcanos se esfuman. En cuanto el mago voltea hacia mí, se convierte en el dios Ventaurus; me atrapa con sus tentáculos y me arrastra hacia su boca al ritmo de cánticos infernales. Caigo en sus fauces, sus dientes están por triturarme. La oscuridad me rodea.

Me sacudo, grito; despierto horrorizado.

Miro a un lado y a otro. Estoy en mi cuarto, en casa. A salvo. Pasaron varios días de aquel incidente y sin embargo sigo soñando con él. Ya sentado en la cama, mientras me limpio la transpiración del rostro con la mano, agradezco que mis viejos no me hayan escuchado gritar. Ya bastante preocupados andan, como para que regresen las pesadillas.

Camino hacia la ventana y la abro; necesito tomar aire. No volví a salir de casa desde lo que pasó. ¿Debería llamar a Mackster, ver a Gaspar o buscar a la Dama Plateada? Me tiro en la cama y trato de conciliar el sueño, pero es inútil: me quedo mirando el techo y repaso mentalmente lo sucedido durante el hechizo con Sebastián y mi visita al Infierno.

Amanece y me voy de casa antes de que mis papás despierten. Saco la bicicleta del garaje; hace tanto que no la uso... Nada se compara con volar. Sin embargo, esta vez quiero despejarme con los pies cerca del suelo, así que pedaleo y ando un rato por la ciudad. Casi sin darme cuenta, me dirijo hacia el barrio lindero al bosque, hacia casa de Gaspar. Llego y la miro un rato desde lejos; desde una arboleda lindera a la calle. No quiero ir a hablar con él, no quiero cruzármelo, al menos no por ahora. Sé que Mackster y yo fuimos engañados para desconfiar de él y de León, pero ahora no soy capaz de procesarlo. No del todo. Respiro con calma y echo de nuevo una mirada hacia la casa.

No tengo fuerza para hablar con los arcanos mayores y pedirles que sean nuestros maestros de nuevo. Por ahora, necesito saber que puedo encontrarlos acá y que esta casa no se va a desvanecer como la otra vez.

***

Almuerzo en un puesto de comida rápida pegado a la costa y, después de quedarme viendo el mar por unos instantes, vuelvo a subirme a mi bici y pedaleo hasta la casa de Mackster.

Los empleados me dejan pasar y, una vez en su cuarto, nos transformamos y salimos volando con cuidado para que nadie nos vea.

Sin proponérnoslo, llegamos al lugar donde hicimos el hechizo con Sebastián y descendemos en la terraza. Nos sentamos sobre la baranda que da al callejón donde desaparecieron la Dama Plateada y el mago; donde enfrenté a mi primer demonio.

Quedamos un rato en silencio, acompañados por el sonido del viento que mueve la frondosidad de los árboles cercanos. Todavía no hay gente en la zona, la mayoría duerme la siesta.

—Tenemos que ir con Gaspar y León, Bruno. Ellos no son como Sebastián. Pueden ayudarnos.

—Ya sé... —contesto a Mackster mientras observo las marcas negras en la pared del callejón; las huellas de la ola de fuego que se llevó a la Dama Plateada—. Cuando pienso en Sebastián, me dan escalofríos. Pero no es solo porque nos haya traicionado. Había algo oscuro en él, también en su mansión. Ahora comprendo que no lo percibimos entonces porque su magia nos lo ocultaba. Además, necesito hacerle preguntas a Gaspar y León sobre lo que pasó en el Infierno.

—Sí, fue todo muy confuso. —Mackster sale de la baranda con un impulso y se desplaza por el aire hasta quedar flotando delante de mí—. Bueno, vamos a verlos.

—Esperá... No estoy seguro de confiar en ellos. Todavía no sé por qué vi a ese demonio en el interior del alma de Gaspar, cuando le di la mano. No sé quién es, ni qué quiere.

Mackster me mira, impaciente, mientras el viento juega con sus mechones blancos.

—¿Por qué no se lo preguntás y listo?

Ese comentario me roba una sonrisa. Asiento y miro las estrellas.

—Si es cierto lo que nos enseñó sobre astrología y magia, Sebastián todavía puede invocar con éxito a uno de esos monstruos —reflexiono—. No quiero ver algo así en Costa Santa. Quizás no nos quede otra que unirnos a Gaspar y a León para detenerlo. —Largo un suspiro y niego con la cabeza, harto de tantas dudas—. Ya fue. Vamos.

Mackster sonríe, complacido. Me arrojo de la baranda y extiendo mis alas. Volamos juntos hacia la casa de quienes quizás lleguen a ser nuestros verdaderos maestros.

***

Una vez que pisamos el pórtico, el llamador de ángeles hecho de cristales vuelve a sonar, como si los elementales del aire nos dieran la bienvenida otra vez. Miro a Mackster, inquieto.

—¿Creés que nos van a aceptar de nuevo como alumnos?

—Bruno, dejá de perseguirte y tocá el timbre.

En cuanto me acerco al llamador, la puerta se abre sola. Gaspar, con una sonrisa calma y sincera, nos recibe como si siempre hubiera sabido que íbamos a volver.

—Pasen, chicos.

El olor del barniz y de los libros me reconforta; noto la diferencia entre mis recuerdos de este lugar, envueltos en frío, miedo y desesperación, y su verdadera aura: tranquila y cálida. Me doy cuenta del poder mental de Sebastián, que logró manipularme por tantos días.

—¿Y León? —pregunta Mackster.

—Está trabajando. ¿Quieren tomar algo? —ofrece Gaspar—. ¿Té, mate?

—Té está bien —le digo.

—Cualquier té —le pide Mackster y esperamos mientras se va a calentar el agua.

Después, acompañamos a Gaspar, que carga las tazas en una bandeja, hasta su estudio y nos sentamos frente al escritorio, como la primera vez que vinimos. Me parece irreal estar acá de nuevo; me invade una sensación similar a la de esos sueños en los que las cosas se repiten sin parar. Por un segundo, me aferro a los brazos del sillón y miro con disimulo de un lado a otro, para comprobar la estabilidad del escenario. Okey, estoy despierto y esto es real. Necesitaba asegurarme después de tantas pesadillas, cambios dimensionales y recuerdos perdidos.

Gaspar se va por unos instantes y, cuando regresa, trae un bol con galletitas y una gran caja de té. Me quedo fascinado mirando los distintos compartimientos con bolsitas de tela, cada uno con un cartel que indica su variedad.

—La otra vez no nos trajiste esto —señala Mackster.

—Todavía no quería revelarles que soy un maniático de las infusiones. —Se ríe—. Están preparadas de forma natural, sin conservantes ni químicos.

Asiento. Elijo probar el té rojo y lo pongo en el infusor. Mackster prueba uno hecho con hierbas de Costa Santa.

Por unos segundos se produce un silencio que me resulta pacífico; me relajo observando cómo el agua en mi taza se tiñe de color bordó. Cuando la bebida está lista, doy unos sorbos para aliviar mi garganta seca.

—Perdón por haberte atacado —le digo a Gaspar, de pronto—. No sabía que las demo-gárgolas eran de Sebastián.

—Fue un buen truco para engañarte. —Arruga la frente—. Las hizo aparecer desde mi mano.

Asiento.

—Cuando estaba en la otra dimensión, en ese Infierno, con León, Rafael y Mackster, pasó algo que no termino de entender. Escuché voces en mi cabeza, externas a mí. Pero, al mismo tiempo, las reconocí como recuerdos demasiado lejanos de invocaciones u oraciones dirigidas a mí.

»Tampoco tengo muy claro qué sucedió al final de la lucha contra el dios de los Ventaurus. Sé que lo eliminamos, pero no entendí cómo lo hicimos. Solo recuerdo que sentí una energía inmensa, que los otros se sincronizaron conmigo y que atacamos al enemigo. Vi que el fuego abrasaba todo y me dio la impresión de que yo era el que lo guiaba.

—Yo también me aturdí —dice Mackster—. Creo que fue demasiado para mi mente.

—Me parece que después volvimos por el portal, ¿no? Tengo imágenes borrosas de eso —comento.

—Sí. —Mackster asiente—. Me pasa lo mismo.

—Es normal después de haber tenido una experiencia así en el Infierno —explica Gaspar—. Ya se van a acostumbrar...

Mackster y yo nos quedamos en silencio unos segundos. Creo que ambos estamos procesando la idea de que esto puede ocurrirnos seguido. Sin embargo, no nos atrevemos a preguntárselo a Gaspar, supongo que tememos la respuesta.

—Lo que hice en la batalla final contra el dios de los Ventaurus fue muy similar a lo que ocurrió la primera vez que enfrenté a un demonio y me transformé —comento, todavía intrigado por el asunto—: las dos veces manifesté una ola inmensa de fuego. Aunque en la otra dimensión fue mucho más potente, supongo que porque estaba con los demás.

»Ahora no me siento capaz de hacerlo; no sé cómo lograrlo. Intenté repetirla haciendo los movimientos, pero nada. Aclaro que fue en un terreno vacío, abandonado, para no poner a nadie en peligro.

—Lo que hiciste en el Infierno se llama arcano mayor. —Gaspar sonríe—. Es una gran fuerza a la que solo algunos logran acceder. Está en nuestro interior y puede aparecer en momentos críticos, o de verdadera conexión con el alma.

—Genial —dice Mackster lleno de emoción.

Yo también sonrío, pero con algo de inquietud. Todo fue tan extraño y perturbador...

—Gaspar... ¿Qué fue lo que vi cuando entré a tu alma? ¿Quién es ese ser oscuro?

Sus ojos se humedecen. Parpadea unas veces y traga saliva.

—Lo que viste fue mi recuerdo del día en que conocí al Demonio Blanco.

—¿El de la leyenda urbana? ¿Existió? —El corazón me late con fuerza.

Gaspar asiente con lentitud y se queda mirando el vacío.

—Fue un ser muy torturado por los experimentos que realizó una antigua orden de magos —me explica—. Lo conocí en sus últimos años, atormentado por sus delirios. Se las ingeniaba para proteger a Costa Santa.

—Lo vi la otra vez en el espejo del baño de la escuela, pero fue distinto —le cuento—. No era un recuerdo. Era como una especie de espíritu.

Gaspar no responde; me observa unos instantes con el ceño fruncido. Esta vez, su silencio me pone nervioso.

—Debe haberte elegido por alguna razón —dice por fin—. Quizás te está cuidando o quiere darte algún mensaje.

Su interpretación no me convence del todo... Siento que está ocultando una parte importante de la historia. Sin embargo, lo dejo pasar. Quizás es mejor no saber ciertas cosas.

Empieza a oscurecer y Gaspar enciende una lámpara; justo entonces, reaparece el dolor de la herida que me hizo uno de los ventaurus en el hombro, allá en el Infierno. Trato de tranquilizarme; me repito que ya me sané por completo y que la molestia es solo una ilusión creada por la impresión que me quedó de aquella experiencia. Por suerte, logro disimularlo delante de Mackster y de Gaspar, aunque me da la impresión de que no hay mucho que pueda esconderle a este último.

—Creo que pronto vamos a tener noticias de Sebastián —pienso en voz alta—. Lamento que no podamos guiarte hasta su mansión, Gaspar. Sus hechizos de ocultamiento son muy buenos.

—No te preocupes. —Me sonríe—. Cuando regrese, vamos a estar preparados para enfrentarlo.

—Entonces, ¿podemos estudiar con vos y con León, como habíamos acordado antes de que nos engañara Sebastián? —le pregunta Mackster—. ¿Van a entrenarnos?

—Por supuesto. Mañana mismo comenzamos, si es que pueden —responde Gaspar con amabilidad.

Mackster y yo asentimos agradecidos y llenos de expectativa, aunque noto algo de cautela en los gestos de mi amigo y también en mí. Es evidente que lo que nos pasó con Sebastián dejó sus marcas; ya no podemos ser tan confiados e inocentes. Sin embargo, tengo la esperanza de que esta vez nos vaya bien y que podamos dejar el miedo atrás.

Mientras nos despedimos de nuestro verdadero maestro, que nos acompaña hasta la puerta, me conmuevo al entender que existe un destino bueno para mí; uno mejor al que jamás imaginé.

Costa Santa tiene sus leyendas, sus misterios y peligros sobrenaturales, pero también a sus héroes que luchan por defenderla; héroes de los que formo parte. Me reconozco distinto, acompañado, más fuerte, sensato. Mi confianza ya no es algo que regale al primer postor. Hoy todos aprendimos algo.

Saludamos a Gaspar entusiasmados, y nos transformamos para despegar en dirección a casa, aunque durante el vuelo no podemos evitar desviarnos hasta las afueras de Costa Santa, hacia la ruta bordeada por trigales donde nos conocimos. Quizás llegaremos tarde a nuestros hogares, con el cielo repleto de estrellas, pero no nos preocupa que nos regañen. Volamos tranquilos.

Tenemos un nuevo camino por delante de la mano de Gaspar y León.

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