16. Más y más lejos en el cielo nocturno

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Mackster

Estamos sentados en el patio, frente al profesor, esperando que empiece la clase de Gimnasia. Somos un grupo de chicos de primero y segundo año del polimodal, vestidos con el uniforme de deporte: una chomba que tiene bordado el escudo del colegio del lado izquierdo y un pantalón de jogging verde.

Todos aplauden cuando el profe nos felicita por el trabajo realizado hasta esta altura del año y nos premia con un día de fútbol; no me desagrada, pero prefiero el básquet.

De pronto, alguien se acerca. Ismael está tan flaco que su cuerpo apenas parece sostener la ropa deportiva. Me llama la atención que esté desabrigado. ¿No tiene frío? Me mira a los ojos y se pone la campera que llevaba en la mano como si entendiera mi reproche.

Se detiene a unos metros del profesor, que lo observa en silencio.

—Hola. Soy Ismael Medina.

—Ah, sí, me acuerdo de que viniste la primera mitad del año. Vos sos el chico del problema, ¿no?

—Sí. Es gay —responde Tomás.

Los demás se ríen.

¡Qué basura hipócrita! ¿Encima que no me llama ni me habla hace dos semanas, ahora se hace el súper macho con Ismael? Mis manos... están chispeando. Las escondo rápido.

¿Por qué el profesor deja que se burlen?

Quisiera saltar y decirles que son una mierda y que Tomás debería dejar de hacerse el macho porque bien que no lo era cuando estuvo conmigo.

¡Dios! ¡Qué ganas de cagarlo a trompadas!

Si me lanzo sobre él en medio de la clase, vamos a terminar en la dirección y voy a ser sancionado o expulsado. Ya descubrí que la política de «cero tolerancia para la violencia» de la que se afanaba la directora cuando me inscribí solo se aplica a lo que genere un escándalo para el Applegate y no a las agresiones que se hacen en el día a día.

Y ni hablar de usar mis poderes, Gaspar y León dicen que no tenemos que utilizarlos contra los humanos porque están en desigualdad de condiciones. Aunque... por un instante viene a mi cabeza la imagen del grupo entero huyendo al vernos cambiar, espantados por nuestras identidades como los dioses de Agha, y siento placer.

Pienso de nuevo en decir algo para defender a Ismael, pero tengo la cabeza en blanco. Cierro los puños y trago saliva amarga.

—Tuve mononucleosis —aclara el chico con frialdad—. No puedo hacer ejercicio.

—Está bien. Sentate ahí, en un rato te paso un trabajo práctico —dice el profesor y señala el cantero de un árbol. Después pide que nos separemos en dos equipos. Me eligen enseguida en uno y a Tomás en el otro.

Mientras jugamos al fútbol, la mirada se me va cada tanto hacia Ismael, que observa el partido sin interés. Cuando veo que Tomás está con la pelota, corro hacia él y se la quito. Me marca, me busca, intenta sacármela con furia. Lo empujo.

—¿Qué mierda te pasa? —también me empuja.

—¡Falta! —grita Jaime.

Miro a Tomás con furia y lo empujo de nuevo. Se queda en el molde, pero me devuelve una mirada igual de horrenda que la que le estoy echando.

—Chicos, córtenla —nos dice Felipe mientras el profesor se acerca—. ¿Qué te pasa, por qué lo empujaste?

No le contesto. Me voy a sentar cerca de Ismael, que me observa de reojo sin entender. Mejor me quedo en la banca.

***

Al otro día, me cruzo a Tomás en las escaleras, Me ignora, como de costumbre. No aguanto más.

—¿No vas a decirme nada? —Aprovecho que no hay nadie alrededor.

—¿Qué querés que te diga?

—Dejá de hacerte el pelotudo, Tomás. Le regalaste ese cuadro a Catalina, igual que hiciste conmigo. Te la estabas levantando.

—Nada que ver. Se lo di porque me pidió que le hiciera uno.

Me acuerdo bien de la imagen de los dos juntos en el patio. El brillo en la mirada de ella, el rubor en las mejillas de él. Me está mintiendo, pero necesito creerle.

—¿En serio?

—Sí, Macks.

No me contengo. Lo abrazo, aunque todas mis vísceras gritan que no lo haga.

—Perdoname.

¿Por qué le pido perdón? Si él me estuvo histeriqueando todo este tiempo.

—No hay problema —dice, se separa rápido de mí y mira hacia ambos lados—. Entonces, ¿todo bien? —pregunta.

—Sí.

Sonríe.

—Venite el finde a casa. Vamos a estar solos.

—Dale —le digo con la felicidad nuevo en mi pecho.

Cuando se va, me quedo pensando en por qué no vino a hablarme él, en por qué le pedí perdón y en por qué no se acercó a mí en todo este tiempo para aclarar las cosas, si es que realmente me quiere y todo lo de Catalina fue una confusión.

¡¿Por qué soy tan pelotudo?!

Enseguida, vuelve a mí la escena de ayer en la clase de Gimnasia. Siento un desprecio inmenso hacia él por burlarse de Ismael. ¿Se cree mejor por ser bisexual o porque Ismael es amanerado y él no? ¿Piensa que eso lo hace «más hombre»?

¡Forro de mierda! ¿Por qué no puedo encontrar el valor para enfrentarlo?

Estuve reflexionando mucho todo este tiempo, leí en Internet sobre el asunto y cambié mi forma de pensar. Si para algo me sirvió darme cuenta de que también me gustan los hombres, fue para ser más comprensivo y entender a los que somos diferentes. Al principio, creía que era muy progresista por ser un arcano, pero esto de la sexualidad me voló la cabeza.

Desearía que a Tomás le pasara lo mismo y dejara de ser un hijo de puta con Ismael. Recuerdo los comentarios que la mayoría de los varones hace sobre ese tema, casi siempre como chistes que dan por sentado que ser gay es malo y que ser hetero, bi o «experimentar», como dicen, es mejor. Creí lo mismo hasta hace poco, cuando empecé a vivir estos sentimientos y me di cuenta de que sigo siendo una persona normal, a pesar de lo que diga el resto. No hay una escala real que diga que ser hetero es lo mejor del mundo, eso solo está en la mente de los ignorantes. Hay gente mala y buena, y eso es independiente de la sexualidad.

Muchos compañeros piensan que dejan de ser hombres por ser gay, o que son menos machos...

¿Cuál es el problema? ¿Ser más femenino? La verdad, si ser macho es sinónimo de pelotudo y forro como Tomás, no me interesa curtir esa onda.

Seguro que tanto él como Felipe, Diego y Jaime molestan a Ismael porque tienen un miedo inmenso de que les guste un tipo. Es un miedo estúpido, sin embargo, es poderoso porque siempre se andan vigilando a ver quién es puto o amanerado o quién se puede confundir. Y después algunos quieren hacer «cosas» a escondidas, como Tomás.

Me convenzo de no ir a su casa y ensayo todo lo que le voy a decir para cortar con él. Sin embargo, de solo pensarlo el corazón me late con desesperación y me dan náuseas.

Me siento en la escalera para recuperar el aire.

¿Por qué lo sigo queriendo, si sé cómo es?

¿Para qué tengo poderes, si no puedo usarlos para resistirme a este tipo?

La imagen de él frente a Catalina no se va de mi cabeza.

***

Vuelo a gran velocidad. Debajo de mí, a lo lejos, todo es vegetación y arena; el mar a mi izquierda encierra una oscuridad inmensa que ruge.

Llego a un balneario, después veo casas y me doy cuenta de que estoy pasando por Punta Médanos. Me golpea un viento tan frío que sobrepasa mi protección energética, pero sigo. Más médanos. Más bosque. Costa Esmeralda, Pinamar, Villa Gesell. Más y más lejos de Costa Santa...

Cuando miro hacia atrás, me parece notar entre las estrellas una de brillo verdoso y otra azulada. Parpadeo y miro de nuevo: vuelven a ser plateadas, así que me convenzo de que solo titilaron.

De pronto, sin embargo, noto una vibración frente a mí, se acerca a toda velocidad y me atraviesa. Desacelero rápido, justo antes de que surja un estallido de luz violeta en el aire. Del portal salen como diez figuras aladas que cargan con sus armas de energía.

Gaspar y León me dijeron que estaba protegido y que mis enemigos no iban a encontrarme, siempre y cuando mantuviera mis defensas mágicas y energéticas con los sigilos. Parece que se equivocaron.

No importa. La verdad, nunca pensé que iba a sentirme feliz de cruzarme con los dashnos.

Disparo a las criaturas en medio del cielo, buscando descargar toda mi tristeza y furia. Vuelo entre explosiones multicolores, entre las plumas y la sangre que mis enemigos pierden en el combate. Son varios, pero ahora soy más fuerte que antes y debería poder hacerles frente sin problemas.

Hasta que comienzo a cansarme y a sentirme mareado.

Los edificios están cada vez más cerca. Estoy cayendo.

Mientras giro en el aire, en medio de la lucha, imagino que alguien podría mirar estas luces brillantes desde el suelo y pensar que somos OVNIS. Quizás, con un buen telescopio, podría vernos con claridad y sacarnos fotos para venderlas al programa de Flavia Nermal.

Estoy demasiado agitado y pienso en estupideces.... Tal vez es porque mi mente quiere escapar de lo que me pasa con Tomás.

Solo quedan tres dashnos, pero casi no tengo aire.

El hacha se me resbala de las manos transpiradas y desaparece con un destello. Mi poder me sostiene cada vez menos.

Sigo cayendo.

Noto un brillo verde, por momentos se vuelve azul. Se acerca a gran velocidad.

Alguien me ataja. Después, escucho a los monstruos gritar y sucumbir.

Reconozco la voz de Vanesa, pero no llego a entender lo que dice.

—Tiene fiebre, muy alta —espeta Ismael; a él sí lo comprendo.

Su mano es como una caricia sobre mi frente, también me llega su aroma a sahumerio.

Cierro los ojos.

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