20. Amor en todas sus formas

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Ni espectros ni humanas.

¿Se separarán en el cielo astral?

El polvo de la tierra con celos las aferra

pero van a escuchar

la noche solar.

Débora


Viernes. Termino de cenar y, un rato después, me pongo el pijama y saludo a mis padres, que están viendo la tele en su cuarto. Me desean buenas noches y subo a mi cuarto con una expresión inocente, disimulando la emoción que me recorre de pies a cabeza. Ya acostada, miro el techo por un rato, aguardando hasta que la casa queda en silencio. Luego, me asomo hacia el pasillo. En puntas de pie, bajo las escaleras hasta la mitad. Desde acá, ya escucho los ronquidos de mis padres y sonrío, aliviada.

Vuelvo a mi cuatro y trabo la puerta con una silla. No creo que mis viejos despierten a mitad de la noche y se levanten para venir a verme, pero es mejor prevenir que lamentar. No sé qué podría contestarles si me preguntan por qué me encerré en el cuarto... Como sea, cualquier cosa es mejor que revelarles mi secreto.

Suspiro, angustiada. Es otra noche en la que tengo que mentirles; todo sea por el bien de Costa Santa.

Me cambio el pijama por ropa común.

Miro la hora. Todavía tengo un rato para llegar al punto de encuentro que fijamos con Bruno. Repaso con detenimiento las instrucciones que nos dio Gaspar, anotadas en mi libreta.

Nuestro maestro captó una fuerza siniestra concentrándose en una plaza y nos mandó a descubrir de qué se trata. Podría haber algún demonio menor o monstruo que enfrentar. Nada que dos arcanos como Bruno y yo no seamos capaces de manejar.

Asiento, para darme ánimos. Si bien Gaspar nos aseguró que es una tarea sencilla, se trata de la primera misión que nos encargó solos. Tiene que salir perfecta.

Ya con mi objetivo claro y llena de adrenalina, abro la ventana, me transformo y despego.

Mientras atravieso el cielo, observo las calles de mi ciudad. No voy a negarlo: me siento genial con esta misión. Es como si fuera la heroína de una de las historietas que lee Bruno, patrullando el lugar para proteger a la gente y hacer justicia.

Llego rápido a la plaza y la sobrevuelo en círculos. Como esperaba, a esta hora se encuentra vacía; los juegos infantiles terminan de completar el paisaje siniestro, al chirriar moviéndose solos, impulsados por el viento.

Diviso la terraza donde quedé en encontrarme con Bruno y lo veo haciéndome señas. Despega y señala hacia una esquina de la plaza en la que aterrizamos juntos. Camino hasta él, lo abrazo y le doy un beso.

Me separo, sorprendida, instantes después. Es la primera vez que le demuestro cariño bajo mi forma arcana. Todos mis miedos se despejan cuando Bruno sonríe y me guiña un ojo.

Miramos a cada lado para asegurarnos de que el lugar esté realmente vacío y volvemos a nuestra forma humana. Caminamos de la mano por la plaza, esperando a ver si pasa algo sobrenatural. Damos varias vueltas para observar cada rincón con nuestra percepción psíquica, como nos enseñaron León y Gaspar, atentos a cualquier señal.

Nada.

Llegamos hasta la estatua de un ángel de rostro suplicante, con las manos extendidas en oración hacia el cielo. Bruno lo imita y después saca la lengua, haciendo morisquetas.

—¡Humanos pecadores, sientan la ira del fuego divino! —Se burla, extendiendo las manos.

—Basta, tarado —me río y lo empujo—. Es un símbolo sagrado. No seas irrespetuoso.

—¿Irrespetuoso, yo? Los ángeles y los demonios son los que me faltaron el respeto primero, esa vez que se manifestaron de pronto y casi me matan de un infarto. —Bruno se lleva una mano al pecho, en un gesto dramático. Estoy por reírme de nuevo cuando me parece ver unas nubes oscuras fluctuando a nuestro alrededor—. Menos mal que Gaspar...

—¡Cuidado! —lo interrumpo, una milésima de segundo antes de que las sombras se manifiesten con las garras extendidas y se lancen contra nosotros.

Nos transformamos y las apartamos con disparos de fuego y rayos. Luego, nos ponemos espalda contra espalda, como nos enseñó Gaspar. Golpeo a varias sombras con los puños envueltos en energía amarilla, haciéndolas estallar. Giro hacia Bruno y veo cómo las acaba con su espada envuelta en llamas.

Entonces, noto una sombra que sobrevivió, agarrada a un poste de luz. Se arroja hacia mí abriendo unas fauces repletas de colmillos ardientes. Reacciono enseguida, impulsada por la emoción del combate, y disparo desde mi mano un rayo tan brillante como el sol que la pulveriza al instante.

—Así que acá es donde se estaba concentrando la fuerza maligna —comento, tras recuperar el aliento.

Casi en respuesta, escucho el sonido de un material rompiéndose a mis espaldas. Bruno y yo cruzamos una mirada inquieta antes de voltearnos.

¡La estatua cobró vida! Termina de separar los pies de la base de concreto, con la mirada rojiza clavada en nosotros, y extiende las alas al cielo pegando un chillido ensordecedor.

Despega enseguida, pero, antes de que se pierda en el firmamento, Bruno y yo apuntamos nuestras manos hacia ella y disparamos con toda nuestra fuerza, logrando desintegrarla.

—¡Muy bien! —exclamo y chocamos los cinco.

—Eso fue genial... Sentí una adrenalina inmensa —dice él entre risas.

—Yo también.

Otro sonido nos vuelve a poner en alerta. ¿Acaso esto no se termina más? Se trata de un rugido proveniente de los arbustos, de donde sale un segundo demonio de piedra, listo para atacarnos.

Da un salto hacia nosotros y nos preparamos para enfrentarlo, pero, antes de que se acerque lo suficiente, es abatido por una lluvia de rayos blancos y negros que lo reduce a escombros.

Levantamos la mirada hacia el lugar de donde vino ese ataque. Vemos en una terraza a un hombre de piel blanca como la luna y antifaz plateado, con una cresta blanca en medio del pelo negro. Tiene una estrella en el pecho y nos saluda con la mano.

—¡Es el Fantasma! —grita Bruno.

—¡Vamos con él! —exclamo.

Extendemos las alas, listos para volar. Sin embargo, en cuanto el arcano me oye, despega y se aleja a la velocidad de un rayo. Lo perdemos de vista.

Con un millón de preguntas en mente, abandonamos el lugar y regresamos a nuestros hogares.

Ya en mi cuarto, respiro aliviada al constatar que todo sigue tranquilo en casa y que nadie se dio cuenta de mi ausencia.

Me arrojo en la cama. Cabeceo, casi rendida por el cansancio, mientras trato de imaginar la cara de Gaspar cuando le contemos lo que vimos esta noche. Estoy feliz por haber cumplido con la misión, y más todavía por encontrarnos con otro arcano.

Al día siguiente, Bruno y yo vamos a la casa de Gaspar, no nos reunimos en Enoc porque están haciendo unos arreglos. Nuestro maestro nos recibe y prepara la merienda mientras terminamos la tarea del colegio en la mesa del comedor.

—León y vos tenían razón —le dice Bruno, cuando el hombre nos trae la comida—. Había dos demonios de piedra en la plaza; uno se hacía pasar por una estatua.

Gaspar asiente.

—Como sospechábamos, Sebastián los está invocando en los puntos de poder de la ciudad.

—¿Puntos de poder? —pregunto.

—El planeta es atravesado por distintas líneas de energía —explica él—. Se llaman líneas Ley. En ciertos lugares se cruzan y crean fuerzas muy poderosas que pueden usarse para hacer magia o abrir portales.

—¿Y para qué puso al demonio ahí?

—Hay muchas opciones. Tanto los demonios menores como los servidores mágicos pueden usarse para cargar y contener energía, igual que una batería. Probablemente quiera emplear esas reservas para una invocación mucho más importante que la que hizo la última vez.

Me llevo la mano a la frente, donde siento un cosquilleo.

—¿Y si Sebastián invoca a esos demonios de piedra por otra causa? —le pregunto.

—¿Otra causa?

—Sí, para contener o proteger algo...

—¿Así que Sebastián ahora es uno de los buenos? —Bruno ríe.

—Yo... no sé por qué dije eso. —Parpadeo un par de veces, confundida—. Es una boludez, perdón.

Gaspar me mira y sonríe.

—¡Ah! No te contamos. ¡Anoche vimos al Fantasma! —exclamo, emocionada.

—¡Fue genial! —continúa Bruno—. Nos saludó de lejos, pero no quiso hablar con nosotros. No sé por qué. Capaz es tímido...

—¿Cómo va a ser tímido el Fantasma? —Pongo los ojos en blanco—. Es el héroe de la ciudad. Capaz piensa que somos unos inútiles, por eso nos ayudó con ese demonio.

—Creo que lo hizo de buena onda... —insiste Bruno.

—Es un adulto, debe tener la edad de Gaspar o un poco menos. Le debemos parecer dos adolescentes improvisados, ¿no?

Gaspar nos escucha y niega con la cabeza, riendo.

—¿Nunca se lo cruzaron vos o León?

—Solo una vez a principio de año, y no quiso hablar con nosotros. Se fue rápido, igual que con ustedes. —Se encoge de hombros—. No sabemos nada de él, pero es claro que no es un enemigo.

Golpean a la puerta antes de que podamos responder y Gaspar se va. Nosotros terminamos la tarea.

Estamos por retomar nuestros estudios de magia cuando vemos que Gaspar regresa, sosteniendo a León, que no se mantiene en pie. Lo lleva hasta el living con cierta dificultad; lo seguimos de inmediato.

—¿Qué pasó? —pregunta Bruno, que ayuda a acomodar al arcano sobre el sillón.

—¡León! —exclamo, angustiada—. ¿Estás bien?

—Sí. Roto en algunas partes, nada más.

—¡Dios mío! Tenemos que llamar a una ambulancia.

León me escucha y ríe, pero enseguida se queja y tose.

—Tranquila, Débora. León te está cargando —explica Gaspar. Sienta a su compañero y le levanta la remera; varios rasguños y golpes en el pecho y la barriga quedan a la vista.

La cara se me enciende y corro la mirada.

—Además, los arcanos no podemos llamar a una ambulancia común. Van a hacernos demasiadas preguntas... —Gaspar se levanta y va rápido hasta un armario, del que saca una caja de primeros auxilios.

—Me atacó un monstruo en San Bernardo. —Explica León, mientras es curado—. Alguna criatura interdimensional que se coló por la inestabilidad mágica que sale de Costa Santa.

Bruno le trae un vaso de agua. Después, Gaspar nos manda a buscar un brebaje verde que tiene guardado en la heladera y a hervirlo en la cocina.

Mi novio y yo apenas hablamos, estamos atentos a lo que pasa en el living, pero solo hay silencio.

—Ya hirvió.

—¡Dale! —Saco el jarro del fuego y vuelco su contenido en una taza.

Siento el aroma fuerte de la mezcla de hierbas que despeja mi cabeza enseguida. Bruno trae una bandeja y yo apoyo la taza en ella.

Cuando volvemos al living, encontramos a León sentado y cubierto por una manta, mirando con ojos brillantes a Gaspar. Están tomados de la mano, el librero le acaricia la barba. Al vernos, se sueltan. Gaspar se pone colorado y va rápido hasta Bruno, que sostiene la bandeja con la poción.

—Gracias —le dice y vuelve con León.

Ellos siguen hablando, aunque más serios, y se mantienen distantes. Yo giro hacia Bruno, que se los queda mirando, pálido.

—Ey... —le digo—. Dejalos ser.

—¿Qué?

Me encojo de hombros.

—Son muy tiernos, ¿no?

—No me importa, no quiero saber. —Bruno camina rápido hacia la mesa del comedor—. Sigamos estudiando.

—Okey. —Me río ante su incomodidad.

Vanesa se va a morir de envidia cuando le cuente.

***

Bruno juega con Hécate, ambos tirados sobre mi cama. La gata lo adora. Ronronea, le da mordisquitos en la mano y ataja en el aire la ratita de plástico que él le trajo de regalo. Bruno se ríe fuerte... Tengo muchas ganas de llenarlo a besos.

—Amor, ¿sabés algo de Mackster?

—No. La última vez que lo vi no quiso contarme nada. ¿Estás segura de lo de él con Tomás? —Frunce el ceño y abraza a Hécate—. Ahora todo el mundo es gay... —Rezonga.

—No seas cerrado. Después te quejás cuando te cargan por colorado y por gordo.

—¡Ey, che! —se ofende.

—Tranquilo, los amo a vos y a tu panza.

—¡Basta! No seas mala, además, después de tanto entrenamiento bajé bastante de peso. Y ya te dije que no soy cerrado, tengo un tío que es gay. ¡Au! —exclama, cuando la gata lo muerde.

Trato de ocultar la risa, pero no puedo. Le doy la espalda y quedo frente al espejo. En cuanto me observo, pienso en la Dama Plateada y me invade una tristeza inmensa. Quiero contarle la verdad a Bruno, sin embargo, como tantas otras veces, me quedo muda.

—Ey —me dice y viene hacia mí. La gata se va corriendo de la cama.

—Ey... —repito.

—¿Estás bien? —Me toma de la mano.

Asiento. Como no quiero que me haga más preguntas, lo beso con furia. Mis papás no están, así que no van a interrumpirnos.

Bruno me abraza fuerte, gira y caemos sobre la cama. Levanta mi remera, me besa el cuello y los pechos, después baja hasta mi ombligo. Siento una corriente eléctrica en todo el cuerpo y... ¡veo aparecer las escamas!

—¡Esperá! —le digo a Bruno, que se aparta de mí.

—¿Qué pasó?

Me siento y me bajo la remera. Miro de nuevo mis manos, están normales.

—Yo... creo que empecé a transformarme.

—Genial —me dice y se ríe.

—¿No te importa si nos transformamos?

—No, ¿por qué? Es nuestra otra forma. No siento rechazo hacia eso —asegura.

Recuerdo lo que me dijo aquella vez: «Te quiero bajo cualquiera de tus formas». Siento una ternura inmensa, tan poderosa que me asusta.

—Sos un pervertido —le tiro un almohadón, riéndome.

—¡Boba!

—¿Lo pensaste bien? ¿Qué pasa si lo estamos haciendo y cambiamos?

—Tranquila. —Se aclara la garganta y su cara enrojece—. Si empezamos a transformarnos y hay algún problema, volvemos a nuestra forma humana. Podemos controlarnos. Además, por ahí la ropa arcana no aparece si no queremos que aparezca. —Me guiña un ojo.

—¡Sos un tarado! —Busco otro almohadón, pero no tengo uno cerca—. Por si no te acordás, yo tengo como una armadura, un exoesqueleto. Si vos estás... —no puedo seguir hablando, me da vergüenza.

Bruno abre bien los ojos. Por fin lo comprende.

—Vos decís que podría quedar como... ¿atrapado?

—No sé.

—Mierda. No lo había pensado. Igual, creo que podríamos volver a nuestra forma humana y listo. Cuando... cuando lo hagamos, vemos qué pasa.

—Está bien...

Hécate se sube a la cama de un salto y empezamos a jugar con ella. Levanto la vista hacia el espejo y me asalta un nuevo miedo: ¿qué pasa si cuando tengo mi primera vez con Bruno me transformo en la Dama Plateada?

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