25. Los habitantes del vacío

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Mackster

Sus ojos son de forma ovalada, similares a obsidianas pulidas y oscuras. De sus cráneos alargados salen antenas que apuntan hacia el firmamento. Sus bocas son pequeñas y tienen filos horrendos que se mueven sin cesar. Si bien pensaba que eran pequeños, ahora me doy cuenta de que no llego a calcular su altura con exactitud; parecen medir un metro, pero en esta dimensión tan confusa no puedo estar seguro de la distancia real a la que se encuentran. Por momentos creo que son gigantes lejanos.

—¡La puta madre! —grita Ismael, horrorizado—. ¿Qué carajo son esas cosas?

Aliens... —Lo digo con total seguridad, como si siempre los hubiera conocido—. Son las sombras que vi atrás de Tomás cuando expulsé su espíritu de mi cuarto.

—¿Tomás? ¿Tomás Giesler está detrás de todo esto? —pregunta Astrid.

Asentimos.

—Es como un vampiro energético —le explica Ismael, con la mirada fija en los seres oscuros—. ¿Qué esperan esas cosas? ¿Por qué no vienen a atacarnos?

Vanesa me agarra de la mano y tiembla. Me cuesta respirar... me recorre un sudor frío. Imposible. Veo a esos seres a los ojos y no puedo creer que sean reales. ¡No puede ser! ¡Esto es una locura, me estoy volviendo loco!

Empiezo a respirar con mayor dificultad, es como si ya no me llegara el oxígeno a los pulmones. Me llevo una mano al pecho y noto que estoy todo transpirado.

Me duele la cabeza... Me va a explotar.

Vanesa se arrodilla a mi lado y llora. Ismael se contrae, temblando, y Astrid grita sin parar. Siento la mirada de esos monstruos encima de mí, es como si mi mente se estirara de forma dolorosa, como si fuera a ser arrancada de mi cuerpo y rota en pedazos.

Nos están atacando.

Una vibración atraviesa mi cuerpo y también lo hace con los de los otros. Puedo verla en forma de ondas transparentes. Las chicas se derrumban. Mi corazón se acelera y me ahogo más.

Voy a desmayarme.

—Resistan lo más que puedan —dice Ismael mientras cae de rodillas a mi lado y me toma de la mano—. Están poniendo pensamientos en nuestras cabezas... miedo. Es un ataque psíquico.

«—Vamos a morir».

Levanto la vista hacia los seres, una vez que distingo en mi mente su voz intrusa y sigilosa, pero ya no tengo fuerzas para seguir luchando. Caigo junto a Ismael. Lo único que puedo hacer es aferrarme a su mano.

—Mackster... —dice, y me mira con los ojos llenos de lágrimas.

—Isma... No quiero morirme acá.

—Yo tampoco.

En ese instante, una burbuja transparente toma forma sobre nosotros y recolecta una fuerza parecida a un fuego traslúcido. Son nuestras emociones... es nuestro poder. Después, sube con rapidez hasta sumergirse en la esfera gigantesca del árbol-máquina.

—Deberíamos haber venido con Bruno y Débora...

—Sí. Tendríamos que haberlos esperado —dice Vanesa, segundos antes de perder la consciencia.

Astrid ya no responde.

—¿Podemos avisarles de alguna manera? —pregunto entre lágrimas.

Pienso en mi mamá. No quiero dejarla sola. La imagino en el cementerio, sufriendo por mi muerte. Pienso en papá: la última vez que lo vi fue antes de que se enfermara. Yo tendría seis años. Lo recuerdo alto, barbudo, de pelo rubio entrecano y sentado en el living del departamento en el que vivíamos en Capital Federal, antes de que mamá tuviera éxito con Magda Wear. Vestía la camiseta de la selección argentina de básquet de 1994. Era el campeonato mundial en Canadá y lo mirábamos en la tele, hinchando por el equipo. Me hubiera gustado encontrarme con él de nuevo.

Recuerdo a mi otro padre, al dios del que emanó mi alma: Ubster. También al resto de los dioses de Agha. ¿Habré cumplido mi destino?

Por favor, si pueden escucharme, vengan a salvarnos. Sé que dije que no soy creyente, pero, Dios, universo, lo que seas: mandanos ayuda. Si los chicos son ángeles, te pido que vengan a rescatarnos.

Estoy por cerrar los ojos cuando siento un calor inmenso sobre mí. Veo una explosión de fuego que impacta contra las criaturas siniestras. Tambalean, protegidas por un campo de fuerza.

La vibración oscura de los enemigos se detiene. Me despabilo, invadido de nuevo por la fuerza, y me levanto. Vanesa acaba de recuperar la conciencia.

Levanto la cabeza y encuentro dos figuras aladas recortadas delante de una nube de rayos dorados y de llamas. Acaban de disparar hacia los enemigos.

—¡Mackster! —grita Bruno cuando se gira hacia mí. Me abraza para pasarme algo de su energía. Luego, hace lo mismo con Ismael y lo ayuda a incorporarse.

—Chicos, ¿están bien? —dice Débora, que pone una mano sobre Vanesa y otra sobre Astrid. Sus auras se iluminan por unos segundos—. Llegamos unos instantes antes de que el edificio se esfumara. Los vimos... —Deja de hablar al levantar la mirada y encontrarse con los aliens—. ¡Qué asco! ¿Qué son esas cosas mezcla de gnomo y cucaracha? No las había visto bien antes de atacarlas.

—¡Cuidado! —exclama Astrid, que acaba de volver en sí.

Una fuerza transparente oscila alrededor de los aliens. ¡Se están preparando para atacar de nuevo!

—¡Disparen! —ordeno a todos.

El fuego y los rayos impactan contra una pared traslúcida que se sacude. Los seres desaparecen. ¿Escaparon o están por arremeter de nuevo?

—Destruyamos el árbol, rápido. Es la fuente de su poder —explico.

Continuamos disparando. Siento calor a nuestras espaldas y giro para ver a los fragmentos de las almas de nuestros compañeros, que llegan como una marea de espectros blancos, ubicándose detrás de nosotros; se suman al ataque, emitiendo rayos de todos los colores.

El tronco y las ramas de la máquina gigante se incendian y estallan. Las esferas gigantes caen.

En ese momento, se abre un portal y vemos a una figura aterrizar. Toca la esfera más cercana con una de sus manos. La burbuja disminuye de tamaño hasta volverse como una pelota de básquet. El hombre sonríe, suspendido en el aire, y nos saluda.

Sebastián...

Hace un chasquido con los dedos y aparece un portal blanco sobre nosotros que se lleva a las almas de nuestros compañeros. A nuestras espaldas se forma otro vórtice que succiona a Astrid, a Débora y a Ismael. Bruno, Vanesa y yo resistimos. Intentamos despegar para enfrentar al mago, cuando vemos que desde el cielo desciende una lluvia de luces.

—¡No sean imbéciles! —grita él—. Voy a destruir este mundo oscuro y estoy tratando de salvarlos.

Sebastián nos señala y una fuerza invisible nos empuja dentro del vórtice. Escuchamos un temblor. Lo último que vemos es una nube desintegrando esa otra realidad.

Instantes más tarde, todos despertamos recostados en el piso frío del verdadero Instituto Applegate.

***

Falté varios días al colegio para recuperarme de lo que pasó. No tuve que fingir nada, el esfuerzo de nuestra lucha en la otra dimensión hizo que tuviera una recaída de la gripe, que se transformó en faringitis. Vanesa, Astrid e Ismael también se ausentaron, aunque no tanto como yo.

La verdad es que no tenía ganas de volver a ver a Tomás. No sé cuánto recordará de lo que pasó. Como sea, ahora que sabemos que es un vampiro energético, vamos a tenerlo vigilado.

Según me contó Ismael, en el colegio se respira otro aire: todos están más relajados y felices. Casi no hay peleas. Supongo que son los beneficios de recuperar los fragmentos robados de las almas. Algunos comentaron que tuvieron sueños extraños y relataron versiones deformadas de lo que sucedió, sorprendidos por las coincidencias.

Es como siempre pensé: las personas comunes recuerdan a medias estos eventos sobrenaturales y los confunden con sueños; es su mecanismo de defensa ante lo desconocido. Y los monstruos, por supuesto, se aprovechan de que la mayoría de los humanos elija olvidar.

Hoy es el tercer día desde que me atreví a volver y aún me invaden imágenes de la versión futurista y oscura que conocí del instituto, pero siento un alivio inmediato al recordar que eso ya pasó.

Entro al aula. Felipe y Jaime se acercan y me saludan, sonrientes. Los sigue Tomás, a unos pasos de distancia. Lo ignoro y él baja la mirada.

—Chicos, ¿qué pasa? —pregunta Felipe.

Ni él ni yo respondemos.

Sigo caminando y saludo de lejos a Astrid, que asiente desde su banco, sumida en la música de sus auriculares. Voy hasta mi nuevo lugar en el curso, al lado de Ismael. Lo saludo con un beso en la mejilla, sin importarme los cuchicheos del resto.

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