29. Secretos quebrándose

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Bruno

Por suerte, es sábado. Tengo todo el día para escuchar a Gaspar. No voy a dejar que se escape del tema, como suele hacer. Siempre pensé que nos ocultaba cosas por nuestra seguridad. Llegué a desconfiar varias veces de él, pero ayer me sentí mal cuando confesó que eran recuerdos dolorosos.

Después de arreglar un horario por teléfono, acomodo en mi mochila dos libros de Geometría Sagrada que me prestó León. Encuentro a mi papá en el living de casa. Hace mucho que no nos cruzamos, siempre me escapo para lo de Débora o me voy a Enoc. Por la forma en que me clava la mirada, con el ceño fruncido, ya sé que se viene un reproche o monólogo sobre algo que debo haber hecho mal.

—¿Qué pasa, pa? —le digo, seco, antes de que él abra la boca.

Tarda unos segundos en hablar, la voz le sale ronca.

—Encontré unos libros raros en tu cuarto. Quiero que me expliques ya mismo qué carajo hacés con esto. —Señala con desprecio hacia la mesa, donde hay varios tomos de magia, entre ellos, Ars Goetia y El libro de Raziel.

¿Cómo se atreve a revisar mis cosas? Me da mucha bronca.

Estoy harto. Harto de que me persiga y de que me pregunte qué mierda hago; harto de no poder decirle que soy un arcano y que estoy ayudando a esta ciudad. Pero me trago el orgullo, tengo que callarme la boca.

—Nada, boludeces que estoy leyendo para escribir una novela de fantasía.

Se ríe.

—No me digas... ¿No será que creés en serio en estas pavadas? Vi que tenías un libro de la tarada de Flavia Nermal por ahí.

¡No aguanto más!

—¡¿Y qué mierda hacías revisando mis cosas?!

—¡¿Cómo me vas a hablar así?! Mientras vivás en esta casa, vas a hacer las cosas como yo te diga. ¡Y voy a revisar todo lo que quiero!

—No vas a revisar nada. —Voy hasta la mesa y agarro los libros. Los meto en mi mochila—. ¿Qué te importa si creo o no?

—¿Estás loco, Bruno? No voy a dejar que te metas en esas pelotudeces. Una cosa son las historietas y los libros de ciencia ficción; estimulan la creatividad, son una buena lectura para un adolescente. Pero esos libros que tenés —señala mi mochila con furia— están hechos para engañar. ¿Sabés cuánta gente se metió en una secta destructiva por leer cosas así? Esos grupos solo buscan manipular y lastimar a las personas. Les lavan el cerebro para que pierdan su identidad y pueden llevarlos a suicidarse o a cometer un asesinato. Hay casos en los que...

—Papá, dejá de exagerar. No me están reclutando. ¡Por favor! No soy tan idiota como para caer en eso. Son unos libros que leo por curiosidad, nada más. Qué paranoico, no sabía que creías en los rumores de la ciudad.

—No quiero volver a verte con esos libros. ¡¿Me escuchaste?!

Parpadeo. Luego, lo miro fijo. ¿Por qué reacciona así? Está sacado de quicio.

Debe tener miedo por mí. Como sea, no voy a decirle la verdad. Si me transformo delante de él, podría afectar seriamente su cordura y lastimarlo para siempre. Sé que hay personas que no pueden soportar enfrentarse a ciertas verdades.

—Me voy. —Camino hacia la puerta.

—Si llego a encontrar algo así de nuevo en esta casa —me sigue por el jardín delantero—, ¡te lo tiro a la mierda!

Trato de contener la furia que siento y de ponerme en sus zapatos, pero me resulta imposible. Atravieso la puerta de reja que da a la calle y la cierro. Quedo frente a él.

—Si llegás a tocar de nuevo mis cosas, juro que incendio tu biblioteca —suelto, tan furioso como él.

Se queda paralizado por mi respuesta. Abro la boca sin saber qué decir, así que vuelvo a cerrarla y me voy rápido, arrepintiéndome de aquella amenaza.

***

Gaspar mira por la ventana del piso superior de Enoc, ensimismado. El color de sus ojos parece un reflejo del cielo, apagándose a medida que las nubes lo envuelven.

—Es importante que sepas mi historia —dice—, así como la de Costa Santa y la del Demonio Blanco. Es importante que aprendas de mi experiencia.

Asiento y, aunque la discusión con papá me dejó con el estómago cerrado, me inclino desde el sillón hacia la mesa para beber algo de té y comer las galletitas que mi maestro me sirvió. No voy a despreciar la merienda.

Gaspar se ve nervioso.

—¿Querés más azúcar?

—No, así está bien.

—Claro, querés que te cuente...

El corazón se me acelera. Gaspar se sienta en el sillón, frente a mí, traga saliva y da una larga inspiración.

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