30. Secretos de Costa Santa. Parte 2

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Gaspar

Después de ese día, todo fue distinto. Semydael empezó a hablarme, ya no con frases truncas, sino con mayor coherencia. Sus ataques de ira habían disminuido hasta desaparecer casi por completo. Comenzó a aceptar la ropa que le llevaba, aprendió a leer rápido, disfrutaba de los libros y las revistas.

Su forma de arcano cambió también: su pelo negro se veía prolijo y brillante, ya no vestía el manto de harapos, sino un traje rojizo elegante, con piezas de armadura negra. Las membranas de sus alas se curaron.

Yo seguía sin poder leer su mente. Lo confronté varias veces con preguntas directas sobre su origen y sobre la existencia de otros arcanos. Siempre terminábamos peleando, lo que me hacía sentir gran culpa.

Una tarde, mientras estábamos sentados delante del fuego, Semydael decidió, por fin, contarme su historia y abrirme su psiquis. Pude ver sus recuerdos. Al principio, no logré comprenderlos del todo, solo lo hice tiempo después, gracias a la información que me brindó Sebastián.

Semydael no era un arcano común. No había elegido nacer como humano, su alma y su cuerpo habían sido creados de manera artificial por una orden secreta y muy poderosa que había accedido a magia disruptiva, originada más allá de los límites terrestres.

El objetivo de esta organización era manifestar a su propio arcano, un sirviente con poderes superiores a los de cualquier otro y de quien también pudieran tomar su energía y sus capacidades. Querían imponerse al resto de las cofradías de magos y adelantarse a la llegada profetizada de los nuevos arcanos, que iban a desestabilizar las escalas de poder. Para eso llevaron sus prácticas al extremo.

Eran la Orden de los Yaltens. Tradicionalmente, estaba integrada por personas que sentían un llamado a la santidad por fuera de la liturgia religiosa y se centraban en conocimientos y prácticas sobrenaturales. Santos magos que seguían los preceptos de su fundador, san Yalten.

No hay datos sólidos sobre la existencia de ese santo. Muchos piensan que es una leyenda. Lo cierto es que su magia es real y fue pasada de un yalten a otro. A través del tiempo, sus experimentos y sus rituales, cada vez más oscuros, contaminaron y mutaron la magia original, que hoy está perdida. Muchos creen que les fue negada desde el plano espiritual por el mismo san Yalten, al ver en lo que terminó transformada su orden.

Fundaron nuestra ciudad, Costa Santa, para tener un lugar donde llevar a cabo sus terribles experimentos en secreto. De día se mostraban como personas comunes entre los vecinos inocentes que se mudaban, ilusionados con una nueva vida cerca del mar. De noche, probaban técnicas mágicas corruptas, ajenas a la energía y a los ciclos terrestres.

Así fue como lograron apresar a dos elohim y fusionaron sus almas en una. Sus fantasías místicas y dualistas los llevaron a elegir a un ángel y a un demonio, basándose en las clasificaciones más básicas de las religiones y del ocultismo. Tenían la extraña idea de que la unión de lo que creían que eran opuestos manifestaría algo superior y trascendente.

Semyaza, el líder de los vigilantes caídos, y Midael, el capitán del ejército angelical, terminaron encadenados entre sí, en una misma psiquis y un cuerpo artificial, gestados como un homúnculo arcano. Esclavizados por la magia. Todo esto generaba un mundo interior caótico, lleno de choques y dicotomías, un sinsentido ardiente que no podía siquiera expresarse con gestos o comportamientos auténticos.

Lo utilizaron como emisario, como soldado, como arma. Y él, dueño auténtico del poder, de ambos poderes, no tuvo decisión ni libertad. Ni siquiera identidad.

Sin embargo, algo cambió las cosas.

Semydael fue enviado a enfrentar a alguien que se oponía a los planes de la orden. Pero ese contrincante no era un simple mago, como pensaban sus amos. Era algo más. Otro arcano, uno de los antiguos. Apenas estuvo el ángel-demonio frente a él, fue liberado de los hechizos poderosos de los yaltens.

Semydael vagó por el bosque de Costa Santa confundido, loco, perdido entre visiones, tratando de encontrar sentido a las memorias de dos almas que ahora conformaban una misma conciencia enmaraña. Tengo en mi mente algunos de sus recuerdos, porque me los pasó, impregnados de sensaciones y sentimientos. A veces me atormentan.

No tengo idea de cómo sobrevivió Semydael, tampoco de por qué los yaltens no lograron capturarlo de nuevo durante ese tiempo de confusión. Quizás fue ayudado por aquel arcano antiguo. Lo que sí sé es que, una vez que él pudo ordenar su mente y entender quién era y qué había sucedido con sus almas, decidió vengarse.

Buscó a los yaltens y, con todo su poder, con toda su furia y delirio, los diezmó. La que había sido una orden de numerosos e ilustres magos, fue casi destruida. Los pocos que quedaron se exiliaron de la ciudad que habían fundado.

Tiempo después, mientras continuaba peregrinando sin rumbo, Semydael tuvo encuentros y enfrentamientos con ángeles y demonios. Por suerte, se las ingenió para liberarse de ellos, a veces con auxilio de dioses o de elohim independientes. No dejo de pensar que lo hacían conmovidos por un ser tan poderoso con un destino tan triste.

La cabaña donde talló sus nombres y recuerdos era el lugar que le habían asignado los yaltens para vivir. No tenía electricidad, pero sí instalaciones de agua y una chimenea para calentarse con leños durante el inverno. Una vez que se liberó y echó a los magos de la ciudad, la remodeló e hizo esos grabados en las paredes para tratar de ordenar su mente y protegerse con sus sigilos de cualquier resto de magia yalten.

Después, Semydael empezó su trabajo como guardián de Costa Santa, lo que originó las leyendas urbanas que lo bautizaron como el Demonio Blanco.

Compartí tres años con él.

Un día, cuando volví a visitarlo, lo hallé recostado. Me extrañó, porque nunca lo encontraba dormido. Me acerqué hasta su lecho y, al tocar su brazo para despertarlo, lo sentí frío.

Me decidí por la cremación. Sabía que los magos querrían hacerse con su cuerpo para investigarlo. También quemé su cabaña y las cosas que le había llevado. No debía quedar nada que pudiera vincularlos a él, ni siquiera de manera remota. El Demonio Blanco y su energía debían ser liberados del todo, y eso solo podía conseguirlo el fuego de un arcano como él.

Sebastián me encontró en ese momento y prometió guiarme con sus conocimientos. Había sido un aprendiz de la Orden de los Yaltens, de gran talento, por lejos superior a sus maestros. Se había rebelado porque rechazaba sus prácticas y decidió abandonarlos para desarrollarse por su cuenta, fundando un pequeño grupo de hechiceros: el Círculo de Prometeo.

Yo estaba solo, no conocía a otros arcanos y necesitaba ayuda. Confié en él y, durante un tiempo, fuimos buenos compañeros y amigos. Manteníamos Costa Santa segura y vigilábamos que no regresaran los yaltens. Unos años después, comenzamos a tener diferencias que se acentuaron cuando apareció León: un arcano y, además, un ángel encarnado, como yo. Terminé enfrentado a Sebastián por nuestras ideas distintas acerca del rol de los arcanos en este mundo. Ambos sabíamos que, tarde o temprano, íbamos a cruzarnos de nuevo, cuando se cumpliera el destino de Costa Santa: reunir a los nuevos arcanos que encarnarían como humanos, siguiendo el llamado de la magia.


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