5. La escuela arcana

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Bruno

El lunes se causó tremendo revuelo en el curso cuando todos se enteraron de que estoy saliendo con Débora. No paraban de felicitarnos, tuvimos que contar una y otra vez que me le declaré en la plaza y que ella aceptó ser mi novia. No quiero imaginarme lo que dirían si supieran que en medio de eso nos revelamos que somos arcanos, luchamos contra los enemigos de los dioses de Agha y enfrentamos a un mago oscuro.

Débora y yo cruzamos varias miradas, sabemos que tenemos que mantener el secreto.

Esa tarde, cuando acabaron las clases, llamamos a Gaspar, como habíamos quedado, y organizamos para ir a entrenar.

Nos citó hoy, martes, después de clases. Creí que iba a ser en su casa, pero lo hizo en Enoc, el bar de León. El lugar solo abre por la noche, así que vamos a juntarnos ahí durante el día.

Débora y yo salimos de la escuela tomados de las manos. Javier y Simón nos miran con recelo, al igual que Laura y Diana.

—¿Ahora van a hacer todo juntos? —pregunta Andrés, los demás se ríen.

—Nada que ver, tarado —contesta Débora—. Tenemos que ir a ver algo al centro.

—Sí, claro, ahora le dicen así —comenta Simón.

—Seguro se van a besuquear a la plaza. —Se ríe Andrés.

Débora y sus amigas ponen los ojos en blanco.

—Ubicate, loco. No seas boludo —contesto.

—Che, déjenlos en paz —interviene Javier—. Vayan tranquilos, chicos.

Saludamos y nos dirigimos hacia Enoc. Avanzamos a buen ritmo porque queda un poco lejos del centro y ya nos atrasamos charlando. Ojalá pudiéramos transformarnos con libertad y volar hasta allá. En el camino, conversamos sobre lo que nos imaginamos que Gaspar y León van a enseñarnos.

Hasta ahora, Mackster y yo tuvimos un par de encuentros con ellos en casa de Gaspar, donde practicamos con nuestros poderes y nos explicaron sobre la magia que había usado Sebastián para invocar aquel demonio gigante. No tengo idea de cómo seguirá la cosa, solo espero que sea más entretenido y que aprendamos a pelear bien, así la próxima le damos al mago su merecido.

Nos acercamos al lugar, que está decorado como si fuera un bar medieval. Las paredes son de piedra, tiene ventanas redondas de madera y faroles antiguos con velas artificiales. En la puerta de madera oscura, con goznes negros elaborados, se halla tallado el nombre en grande: Enoc. Al lado, en la pared, hay un cartel de metal que dice: «bar».

Vanesa y Mackster nos saludan con un gesto desde la entrada, donde León está subido a una escalera, sostenida por Gaspar. Termina de colocar un nuevo cartel debajo de una de las ventanas del piso superior, que están opacadas por el polvo.

«Centro cultural», leo en la madera tallada.

León desciende sonriendo y nos saluda.

—¿Qué es esto? —pregunto.

—Acá los vamos a entrenar —anuncia Gaspar, mientras León abre la puerta del bar y entra para encender las luces—. Tenemos que reunirnos sin levantar sospechas, para eso creamos este centro cultural hace varios años.

Seguimos a ambos, atravesando el bar hasta llegar a una puerta. Tras ella, hay un pasillo con plantas, a cielo abierto, que da a una escalera. Subimos, flanqueados por cazadores de sueños y gemas que cuelgan de hilos trenzados. Se nos escapa una exclamación de asombro cuando vemos la imagen que se halla en el vidrio de la puerta en la cima.

—El Árbol de la vida... —murmuro.

León asiente.

Una vez dentro, nos hallamos en un loft amplio, de techo alto y grandes ventanales, algunos con vitrales. Débora aprieta mi mano, emocionada.

Las paredes están decoradas por láminas de ángeles, dioses y seres mitológicos. Hay estantes repletos de libros y cajas de madera con inscripciones, junto a cristales, velas y estatuillas.

—¡Este lugar es increíble! —exclama Mackster, que se dirige hacia un globo terráqueo para hacerlo girar.

Camino hasta las mesas que se hallan en el centro y prendo una de las lámparas de lectura. Levanto la vista y veo, a unos metros, una pizarra con sillones enfrente.

—Es nuestra escuela arcana —digo.

Todos se ríen.

—Ya la bautizaste, Bruno —aprueba Gaspar, que va a abrir las ventanas junto a León.

Estoy por ir a ayudarlos cuando noto que, a un lado de la puerta, hay una cartelera llena de telarañas. Retrocedo, la limpio y encuentro una planilla de hace varios años con los horarios de distintos cursos. Gaspar da el Taller Literario, León el de herrería y artesanías en macramé. También veo que mencionan a las profesoras Isolina y Mabel.

—¿Dan los cursos de verdad? —pregunto, cuando me apresuro a abrir las últimas ventanas con Débora.

—A veces, porque es una buena entrada de dinero —explica León, antes de sentarse en uno de los sillones que están frente a la pizarra—. Lo cierto es que construimos este lugar para los arcanos, así que pusimos un hechizo que aleja a las personas normales.

Nos acomodamos junto a él.

—¿Ustedes hicieron esto? —pregunto, observando los detalles.

—Solo el piso superior. Soy albañil y le enseñé lo básico a Gaspar —indica.

—Si crearon este lugar hace años, ¿significa que ya entrenaron a otros arcanos? —pregunta Vanesa, y deja una bola de cristal en el estante, antes de sentarse al lado de Débora.

—Sí —contesta Gaspar—. Fueron pocos, aunque sabíamos que en algún momento iban a llegar ustedes.

—¿Y dónde están?

—Ya no estudian con nosotros, pero quizás en algún momento los conozcan. Pascual, un empleado del bar, es uno de ellos —nos cuenta León.

—Genial.

Pensar que con Mackster lo cruzamos varias veces cuando veníamos a tomar algo, sin saber que también era un arcano. Tampoco imaginábamos lo que se escondía en el primer piso.

—Esto es una pequeña cocina —explica Gaspar, yendo hacia un rincón donde hay una mesada—. Voy a poner agua a calentar para el té.

—¿También dan clases de Artes Marciales? —pregunta Débora—. Lo vi en la cartelera.

—Sí. Soy maestro de Karate y León de Tai Chi, y sabemos técnicas de combate de los ángeles y de otros mundos. —Gaspar se acomoda al lado del barbudo—. Vamos a enseñarles todo.

—¡Buenísimo!

—¿Lo del Taller Literario y el macramé también nos lo van a enseñar? —Se burla Mackster—. Ya veo que nos ponen a escribir cuentos o a hacer pulseritas...

—Sí —contesta Gaspar, poniéndose serio de pronto—. De hecho, va a ser obligatorio después de cada entrenamiento. Les va a servir para poner los pies en la tierra; es importante que aprendan a desarrollarse como arcanos, pero nunca olviden que también son humanos. No es bueno que pasen todo el tiempo transformados y usando sus poderes.

Mackster asiente, ahora con expresión culpable.

—Tienen un jardín inmenso atrás. ¿Vamos a entrenar ahí? —comenta Vanesa, señalando hacia las ventanas del fondo.

Débora y yo, que abrimos las del frente, nos paramos y vamos a asomarnos, curiosos. El lugar tiene el pasto cortado al ras y está separado del patio del bar por una reja. Veo algunos pinos y eucaliptos al fondo.

—A veces. También vamos a ir al bosque o la ciudad, cuidándonos siempre de que no nos vean. Lo bueno es que este terreno está hechizado para ocultar nuestros poderes —dice Gaspar.

El agua hierve y León nos prepara el té.

Comemos una merienda con frutos secos, cereales y tostadas integrales. Cuando terminamos, Gaspar se levanta del sillón con una amplia sonrisa.

—Antes de que empecemos con el entrenamiento, les tengo una sorpresa.

Se dirige hacia los estantes y saca una caja grande, que lleva hacia una de las mesas. Lo seguimos, entusiasmados. Se ubica en la cabecera y nosotros en las sillas a su alrededor. Gaspar abre la tapa y sonreímos al ver en el interior un montón de cajas más pequeñas, con ilustraciones bellísimas a todo color.

—¡Son mazos de cartas de Tarot! —grita Mackster.

—Me encantan... —suspira Débora.

—¿De dónde los sacaste? —pregunto, emocionado.

—Los encargué de un catálogo para la librería. Voy a venderlos en la sección esotérica del negocio.

—Guau... —Vanesa estira la mano hacia un mazo que tiene gnomos y duendes en la tapa.

—Es tuyo —le dice Gaspar.

—¿En serio? —Vanesa abre bien los ojos.

—Sí. Se los regalo. Elijan uno siguiendo a su intuición. Van a tener que estudiarlos.

Buscamos entre los mazos, entusiasmados. Hay celtas, egipcios, de arte surrealista, incluso de gatos. Mackster elige uno con motivos de ciencia ficción, el de Débora es más fantástico.

—¿Cuál es el clásico? —pregunto.

Gaspar sonríe, como si ya hubiera sabido que iba a preguntar eso.

—Hay varios, pero te recomiendo este, el de Raider Waite —me dice.

Lo tomo y asiento, contento. Mi corazón se acelera. Siento calor en el cuerpo, que se expande hacia afuera. Observo a Mackster, a Vanesa y a Débora, que abren sus mazos y ríen fascinados, mirando las cartas, mientras León palmea en el hombro a Gaspar.

Antes de abrir el mío, me tomo unos instantes. No sé mucho sobre estas cosas, solo actúo por intuición; me concentro en impregnar el mazo con la energía del momento para recordarlo siempre.

Ya no soy el raro, el extraño, el único que tiene un secreto. Por fin encontré a mis maestros y a mis compañeros arcanos.

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