04: El poder de leer mentes

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13 de diciembre, 2021

Bufé al escuchar mi móvil, los sonidos de mensajes eran continuos e interrumpían mi lectura ¿Quién era el imbécil que no me dejaba leer tranquila?

Cerré mi libro y agarré el móvil, era mejor contestar, si no seguirían insistiendo al no responder. Miré la pantalla de mi móvil. Tenía dos chats que me estaban escribiendo. Un mensaje por parte de Benjamín y otros miles por parte de Gavi, seguía sin abrir sus anteriores mensajes.

Entre primero al de Benjamín, las malas noticias primero.

Benjamín:

No hagas planes esta noche, saldremos a cenar.
Es importante.

Me:

👍


Entre al siguiente chat, al de Gavi. Este si me emocionaba un poquito. Okay no, bueno sí.

Niño bonito gruñón😇😡:

20 de noviembre

Hola

Eh

¿Cómo has estado?

Valeria??

22 de noviembre

Valeria?

No sé si recuerdas

Pero por fin empecé
a leer ese libro que leías

23 de noviembre

No lo he terminado
Ni siquiera el capítulo uno

¿Cómo le hiciste para terminarlo en un día?

26 de noviembre

¿Estás molesta?

:(

27 de noviembre

Valeria

😐

30 de noviembre

O has cambiado de número
O me estás ignorando 🧐

2 de diciembre

¿Cómo estás?

3 de diciembre

Estoy afuera del insti

Pedri me trajo

¿Podemos hablar?

5 de diciembre

Gracias por venir a verme
:)

Hoy

Hola

Recién llego de pamplona

Y pensé en que tal vez

Podríamos vernos

¿Qué dices?

Leí los mensajes de Gavi. Quería verme. Va ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué le digo?

Me:

Hola

No puedo
MENSAJE NO ENVIADO

El "no puedo" suena grosero. Tal vez "tengo planes, lo siento"

Niño bonito gruñón 😇😡:

Hola

Escribiendo

Me:

Tengo planes

Lo siento

Niño bonito gruñón😇😡:

Aa pues para otro momento?

Me:

Supongo que si
MENSAJE NO ENVIADO

Mañana?

Niño bonito gruñón😇😡:

Tengo entrenamiento

El lunes?

Me:

Voy al insti











Puse el móvil en silencio. Lo dejé a un lado. Volví a retomar mi lectura, pero no duró mucho. Mis ganas de ver si Gavi volvió a escribirme, fueron más grandes que el libro. Agarré mi teléfono y revisé mi bandeja de entrada. Sonreí al ver que si me escribió. Moví mi dedo por la pantalla para entrar al chat y me quedé con las ganas de leer lo que mandó al ser interrumpida por alguien que entró a mi habitación sin siquiera tocar.

Mire a la puerta y allí estaba Benjamín, con el porte de siempre, no pidió permiso al entrar.

—Quiero que te pongas esto para la cena —habló enseñándome un vestido de color azul.

Me le quedé mirando, posando mi vista de Benjamín y al vestido, así como si una pelota de pingpong saltará.

—No era necesario. Tengo ropa...

—Y que te vistas con uno de esos pantalones anchos, no gracias.

Me quede muda ante sus palabras.

¿Dónde había quedado el dulce señor que me presentó mi madre hace ya años? Quizá la estaba pasando mal, perdió a su esposa hace menos de tres meses.

Bajé la mirada.

—Está bien. Me lo pondré.

Dejó la prenda colgada en mi armario, le di una rápida mirada a mi habitación y salió de la misma manera a como entró.

Me puse de pie y me acerqué a ver el vestido. Ya no era algo que usaba, pero era lindo. Empecé a arreglarme unos 30 minutos después. El vestido era de mi talla, se ajustaba a mi cintura y caía un poco suelto desde las caderas hasta la mitad de mi muslo, era de tiritas con un escote medio pronunciado en forma de "V". Me sentía un poco incómoda al estar vestida así, algo raro para la Valeria de hace unos meses.

Bajé al estar lista. Los tacones que llevaba, sonaban con continuidad a medida que bajaba las escaleras. Benjamín me esperaba, me dio una mirada escasa y se fijó en su muñeca, con exactitud al reloj caro que llevaba.

—¿Nos vamos? —pregunté.

—Justo a tiempo.

Salimos de la casa. Él conducía y yo iba en la parte trasera del vehículo. Al llegar a esos caros restaurantes, donde una copa de vino costaba varios euros. Al llegar, lo lujoso se veía a cada milímetro, todo se veía tan brilloso, elegante, me había acostumbrado a ello desde que tengo memoria, pero ahora me daba igual.

Desde que mamá se fue, todo lo material que tenía, se convertía en nada.

—¿Esperaremos a alguien? —Le pregunté a Benjamín.

Hablo sin mirarme.

—Ellos ya están aquí. —Seguí la dirección de su mirada y me topé con la persona que un momento quise y ahora solo era una acidez al recordar lo tan estúpida que fui.

Oprimí todas las ganas de hacer una mueca. Seguí caminando como si mi cerebro y corazón no me estuvieran pidiendo a gritos que de media vuelta y me largue.

—Manú —le llamé por su nombre, fingiendo un agradable tono de voz. Él me miró y se puso de pie.

Recibí dos besos en la mejilla, escuchando mi nombre salir de su boca, repetí su acción lo más rápido que pude.

—Carlos —saludé con más emoción a su padre, era el abogado de mi madre, pero sobre todo un buen amigo de la familia.

Tomamos asiento y en poco tiempo vinieron a tomarnos el pedido. No me sentí incómoda, aunque quedaba esa brecha entre todos los presentes. Mamá no estaba, era la principal fuente de las risas en estas típicas cenas que se llevaban un día a la semana, era como una tradición, la cual se rompió y se volvió o intento pegar hasta ese día.

—Y dime Valeria ¿Cómo te va en el instituto?

«Demasiado mal»

—Bien.

La verdad era que mis notas habían bajado demasiado, me daban vergüenza.

Siguieron hablando, en especial Benjamín y Carlos, Manú soltaba uno que otro comentario de vez en cuando y yo me mantenía muda.

La comida llegó, me concentré en ello. Sentí una mirada puesta en mí, creí que era Manú, por lo que alcé la mirada y lo miré. Estaba entretenido en su comida y en la conversación entre Benjamín y Carlos. Lo observé, era guapo, principal razón por la cual estaba un poco pillada por él, la segunda era que nos conocíamos de toda la vida y que hace unos meses me parecía el chico más interesante del mundo. Gracias a dios eso cambió. El problema entre los dos, es que resultó ser un tremendo imbécil y quizá la diferencia de edad fue algo que influenció mucho. Empezamos a salir como en octubre del 2020, él tenía 22 y yo 16. Él buscaba otra cosa y yo algo completamente diferente. Dejé de observarlo cuando él se dio cuenta. Rápido mire a mi plato y de reojo lo observe, tenía una sonrisa egocéntrica. Lo ignoré, pero seguía sintiendo que alguien me miraba. Esa pesadez de unos ojos que estaban fijos en mí. Volteé con disimulo y lo vi. A Gavi, a Pablo. Por unas milésimas de segundos nuestros ojos chocaron, él fue el primero en esquivar la mirada al darse cuenta de que había notado su presencia.

Lo conocía tan bien que supe que iba a mirar de reojo. Seguí viendo hacia su mesa, estaban algunos de sus compañeros del Barça. Conté hasta tres en mi mente y sí, volteó a verme.

Le sonreí en forma de saludo. Él hizo lo mismo achinando sus ojos. Me hubiese quedado mirándolo más, pero las voces de Benjamín y Carlos me hicieron regresar a ellos.

—Perdona ¿De qué estaban hablando? —pregunté despistada.

Manú rio por lo bajo, recibiendo una pésima mirada de mi parte.

—¿Qué si quieres algo de postre? —Carlos atento me preguntó.

—Mmm bueno sí. No le diría que no al postre —dije en voz baja con una sonrisita.

Miré a Carlos, sonreía apuntándome con su dedo y lo siguiente que dijo me dejó un puñetazo al corazón.

—Sabía que no te negarías. Tu mamá nunca lo hacía —dijo y prosiguió con el mismo tono alegre—. Eres la viva imagen de Martina, tu cabello, tus ojos, es como estar viéndola cuando tenía tu edad.

Bajé la mirada y sonreí para que no notarán mi incomodidad. Me sentí demasiado mal al escuchar que el nuevo tema de conversación era sobre mamá, anécdotas, aventuras. Me dolía escucharlas, porque ya no la tenía a mi lado.

—Disculpen, iré al baño.

Me alejé de ellos y miré hacia Gavi. Estaba entretenido en una charla con sus compañeros. Deseé que mirara, para hacerle un ademán de que me siguiera y así poder hablar con alguien que no sea un adulto.

Él no miró. Disimuladamente pase por su mesa.

Mi mente decía: sígueme por favor.

Como si Pablo leyera mentes.

No fui al baño. Me quedé escondida en la parte trasera del local. Tenía una vista de los autos aparcados y del cielo nocturno.

Estuve unos minutos a solas, hasta que alguien vino a acompañarme. Deseé que fuera Gavi, pero no. Fue Manú.

—Que peste con los adultos —vociferó.

Lo miré de reojo, se puso a mi lado, apoyándose en la pared.

—Eres un adulto —susurré lo suficiente fuerte para que escuchara.

—Eh estoy en plena de mi juventud, aún no llego a la adultez, señorita adolescencia.

—Ajá.

Nos quedamos en silencio. Minutos sin decir nada, hasta que lo miré de reojo y vi que tenía un vape entre los dedos y soltaba humo por la nariz. Se dio cuenta de que lo estaba mirando y me preguntó:

—¿Quieres?

—No.

—Valeria, no seas una niñata. —No le respondí—. Lo necesitas, no es nada, no es un cigarrillo, ni marihuana.

Lo miré de reojo. Parecía el mismo diablo tentando. Manú tenía ese efecto, de convencer y siempre caía.

—No sé como se hace.

Sonrió ladino y se puso al frente de mí, demasiado cerca.

—Yo te enseño. Ya te he enseñado muchas cosas.

Rodé los ojos.

Manú coloco el vape entre mis labios.

—Presiona aquí —susurró—. Inhala. —Hice lo que me dijo —ahora suéltalo.

El vapor en mi boca se sintió. Hice una mueca queriendo toser.

—No te vayas a ahogar —se río Manú —, solo expúlsalo. Abre tu boca. Lento.

Entreabrí mis labios y expulsé el humo contra la cara de Manú.

—Siempre has sido una gran alumna. —Sujetó el vape entre sus labios y copió mi acción, salvo que lo hizo con toda la experiencia del mundo.

Manú se acercó más a mí. Sonrió engreído y pícaro mirando mis ojos y luego mis labios, su siguiente acción fue tan rápida que ni siquiera me pude alejar y es que me besó. Rápido en un picó. No me dio tiempo ni de apartarlo o voltear mi cara.

—Si quieres liberar toda esa mierda de otra manera, solo llámame.

Mirada coqueta, un susurró ronco y sexy. Nos conocíamos de por vida, sabía que era así, coqueto, caliente. Era así con todas, pero en un momento pensé que quizá era yo la indicada para hacerlo diferente, que dejaría a las otras chicas y se enamoraría por completo de mí. Que ingenua que fui. Creo que leí muchos libros románticos.

—Lo tendré en cuenta.

Ni aunque fuera el fin del mundo.

Me dio una última mirada y se fue. Dejándome sola, no tan sola.

—¿Has vuelto con él? —Escuché la voz de Gavi, mis ojos lo buscaron y lo encontraron con una expresión ¿molesta? ¿Está celoso? Apretaba la mandíbula y sus cejas estaban fruncidas.

Me miraba a los ojos porque él me conocía.

—No.

Dejó de mirarme y dijo volviendo a posar sus ojos en mí.

—Pero si te ha besado ¿Has vuelto con él?

Su voz salía enojada. No gritaba, pero se mantenía al borde.

La respuesta era un gran "No", pero el hecho de que Gavi viera ese piquito que me dio Manú, era todo lo contrario a la respuesta. Él lo había visto, pero no era verdad. Quería confirmar si Gavi estaba celoso por lo que vio, es por eso que dije.

—Y si es así ¿Qué? —Lo desafíe con la mirada. Tenso la mandíbula y me miro directo a los ojos —¿Te molesta? ¿Estás celoso? Porque te recuerdo que estoy soltera y puedo besarme con quien quiera.

Sus cejas estaban fruncidas, al escuchar mis últimas palabras aligero ese fruncido al igual que su mandíbula.

—No, no estoy celoso.

—Vale —murmuré fingiendo que no me dolía su "no". Me lastimé, con mi mismo cuchillo.

Di un paso para regresar a la mesa. Gavi me lo impidió.

Toda tensión en su cara cambió a una relajada que me incitaba a contarle todo lo que me pasaba.

—Pero...¿de verdad no estas con él?

«¿Por qué tanta insistencia?» Lo iba a ignorar. Sus palabras y la forma desesperada en la que lo dijo me hizo quedarme.

—Él te hizo daño, es un imbécil y no quiero que te vuelva a lastimar. No te merece Valeria. Eres mucho para él.

—No debes de preocuparte —dije—. No estoy con él.

Alivio fue lo que vi en su mirada.

No regresaría con Manú. No desde que estuve con Pablo, él me dejó grandes expectativas.

—¿Y qué haces aquí afuera? —preguntó poniéndose a mi lado.

—Tomando aire, es muy estresante estar allí, escuchando hablar de negocios —mentí en lo último. No necesitaba que Gavi me tuviera pena —¿Y tú?

Bajó la mirada y luego ladeó su rostro para verme.

—Te vi irte...y pensé... olvídalo.

—¿Qué pensaste?

—Nada.

—¿Qué pensaste? Vamos dímelo —insistí, di dos pasos y me puse al frente de él. Gracias a los tacones que llevaba puestos, estábamos casi a la misma altura —¿Qué pensaste?

—Que tal vez ... Que tal vez querías que viniera a verte...

Sonreí. Era verdad.

Él no tenía el poder de leer mentes, pero tenía el poder de conocerme muy bien.

Acercándome más, di un paso. Las puntas de nuestros zapatos chocaron al igual que nuestras miradas que no se despegaban.

—Pueda que tengas razón —susurré —, y pueda que no.

Sonrió de costado. Miré sus labios, la cercanía de nuestros rostros se iba acortando. Ya me estaba olvidando de la calidez de su boca, recordar sus labios en los míos se volvían sueños que se perdían al abrir los ojos.

Cerré los ojos al sentir sus manos en mi cintura y la punta de su nariz rozar con la mía.

Beso. Beso. Beso.

Entreabrí mis labios y antes de que nuestras bocas chocarán, y que volviera a sentir sus besos. Me separé de golpe y volví a apoyarme contra la pared.

Pablo tenía poder en mí, pero yo aún seguía siendo mi propia dueña.

Miré a Gavi, se quedó con ganas de aquel beso. Me miró con cara de perdido y a la vez coqueto.

¿A qué juegas niño bonito gruñón?

—Los amigos no se besan. Tarjeta roja, Gavira. Tarjeta roja —murmuré.

Ladeó su cabeza para mirarme y susurró algo que no logré escuchar, pero si distinguí su risa por nuestro pequeño juego. Le miré de reojo.

¿En verdad esperaba ese beso?

Porque yo sí.

Pero a la vez no.

Sí lo besaba caería en el efecto Pablo Gavi.

—Te diría que estuviste grandioso en el partido, pero sé que odias los empates —dije haciendo como si nada paso.

—¿Viste el partido? —inquirió con una sonrisita.

Asentí. Vi el partido junto a Dany.

—¿Lo has visto? —volvió a preguntar sin creerlo.

—Sí, pero no te emociones tanto. Solo lo vi algunas partes.

—Eso ya es una victoria.

Con rapidez Gavi se puso al frente de mí, me acorralo entre la pared y su cuerpo. Mis ojos vieron los suyos y bajaron a su boca. Mordí mi labio inferior. Nerviosa.

—Te pusieron tarjeta amarilla —susurré refiriéndome al partido, mis palabras eran la excusa perfecta para dejar de ver su boca. Pero era casi imposible.

—Ya no le dices naranja —vaciló.

—Me volví una experta.

—¿Quieres venir al próximo partido?

No.

—Me dormiré —bromeé —¿Cuándo es?

—Este 14. En Riyadh.

—¿Riyadh? ¿Arabia Saudita?

Él asintió.

—Mamá ni loca me dejará ir, pero puedo ir con ella —murmuré sin pensarlo. Escuché lo que dije, presioné más la herida.

Miré a Gavi, él escuchó lo que dije. La forma en la que lo dije, como si mamá siguiera aquí.

Cerré los ojos a la espera de que el tiempo se retrocediera unos segundos, que desapareciera lo que acababa de decir. Al abrirlos, supe que nunca pasaría. El tiempo no retrocedería, nunca.

Y él me miraba con pena.

—Benjamín no me dejará, además tengo instituto —Mis palabras salieron secas, fue un intento de pasar desapercibida, pero lo único que logré fue un amargo sabor en mi boca.

Arruiné el momento. Otra vez. Lo arruine.

Era una media noche y él era el medio día.









































































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