10: Noche buena agridulce

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24 de diciembre, 2021

Era noche buena y junto a mis amigas hace meses organizamos un intercambio de regalos entre las cuatro. Estaba en la casa de Carla, su salón estaba decorado de acuerdo a la época, era como estar en el mismísimo polo norte. El árbol, las guirnaldas, esferas y muñequitos de un pesebre. En el centro del salón, había una mesita llena de comida, muffins, emparedados, un pastel con forma de árbol de navidad y tazas con chocolate caliente.


—¡Es hora de los regalos! —chilló Pau.

De fondo se escuchaba un villancico de esos que cantaban a coro en el centro de la ciudad, me puse de pie y fui por mi regalo que había dejado debajo del tan decorado árbol. A mí me toco Carla y confieso que se me hizo muy difícil encontrar lo que tanto quería mi amiga, pero lo hice. Era un vestido, hace meses que lo quería, cada vez que pasábamos por las tiendas, ella se lo quedaba viendo con ojitos deseosos. Para su mala suerte, el día que se lo iba a comprar, ya se lo habían llevado. Eso no fui impedimento para mí, me pasé días en busca de ese vestido y lo encontré, en una tienda por Internet.

—Yo voy primero —Ester se puso de pie y agarró su regalo en forma de una cajita—. Mi amiga secreta es alguien muy linda, divina, nos conocemos desde chiquitas y siempre hemos hecho pijamadas donde nos probábamos toda su ropa... esto es para ti, Valeria —Me entrego la cajita, se sentía muy liviana al agarrarla. Ester me sonrió y era una escena completamente normal, pero a mí me causaba algo de miedo—. Espero te sirva. Vamos cariño, ábrelo.

Me deshice del lazo y teniendo 3 pares de ojos puestos en mí, saque la tapa. Lo que me encontré fue papel sedita de color rosa. Miré de reojo a Ester, ella me hizo un gesto para que siguiera buscando entre los papelitos. Lo hice hasta tocar algo firme. Tuve la sospecha de lo que era y cuándo lo saqué, entre mis manos vi que se trataba de un pequeño libro de bolsillo. Leí lo que decían las letras grandes y negrita.

"¿Cómo dejar de ser una amargada en la vida?"

Respira. Respira.

Juro que en ese momento iba a decir el más falso "gracias". Pero, al escuchar su risa y su voz diciendo "lo necesitas leer cientos de veces". Actúe sin pensar al formar mi mano en un puño y estamparlo contra la cara de Ester, la que se suponía era mi mejor amiga. Mi mejor amiga.

Escuché su grito de dolor, al igual que los sonidos de sorpresa de Pau y Carla.

—¡¿Qué es lo que te pasa?! ¡Puta loca! —gritó sobándose la mejilla con su mano.

—Feliz navidad, cari —Vi su cara completa de enojo, le sonreí falsamente y me puse de pie para largarme de allí. Ella me lo impidió al soltar un grito agudo y agarrarme de los pelos. No me quedé atrás y terminé jalando de sus negros cabellos con más fuerza haciendo que me soltará. La escuché lloriquear e insultarme. Carla y Pau me pedían que la soltará. Lo hice, luego de arrancarle unas cuentas extensiones.

—¡Estás loca! ¡Puta!

—¡Vete a la mierda, Ester! —grité enseñándole mi dedo de en medio.

Agarré mi mochila y me largué con los chillidos de Ester, lloriqueando e insultándome. Pau la consolaba y Carla iba detrás de mí.

—Valeria, no te vayas así —pidió siguiéndome.

—¡Déjalo, Carla!

Di un portazo.

Ella ya no insistió.

Me quedé afuera de su casa, miré hacia la calle vacía y el cielo nocturno. Cerré los ojos y traté de tranquilizarme.

Ester era una maldita. Se lo merecía.

Se lo merecía.

Se lo merecía.

Se lo merecía.

Pero arruiné el momento.

Es navidad.

«Ni se te ocurra arrepentirte.»

¿Algunas veces no les ha pasado que actúan sin pensar ante situaciones que les hacen daño, y aunque esa mala persona se lo merecía, te llega ese sentimiento de arrepentimiento?

Me estaba pasando.

Maldije en voz alta y pateé en el aire. Giré rápido y abrí la puerta, adentrándome a la decorada casa. Arreglaría la noche. Le pediría disculpas, ella se haría la difícil. Pero abre cumplido yo con un falso "lo siento".

Mis pasos fueron rápidos y antes de abrir la puerta del salón me detuve al escuchar sus voces. Carla la estaba regañando.

—¡No es mi culpa! Todos estos meses ha estado amargada, solo era una pequeña broma —se defendió—. Pero su amargura y ganas de echarnos a perder la noche lo arruinaron. Solo se quiere hacer la pobrecita con ese cuento de luto.

—Su mamá murió.

—¡Y la apoyamos! Pero que hace ella, nada. No pone de su parte —Escuché lo que dijo Ester.

—No era necesario que le dieras ese libro —dijo Carla.

—¡Era una broma! —se excusó—. Además que se lo merecía, le dije que me diera el número de Gavi y ¿qué? Me dio uno falso ¡eso no hacen las amigas!

—Ester...

—Noo... ¡noo! No traten de justificar su comportamiento salvaje. Las tres sabemos que Valeria ya no pertenece a este grupo. Mira con cara de culo, nos hace desplantes, nos dejó tiradas en el equipo de vóley y es así. Hasta diría que nos tiene envidia, en especial a mí...

Dejé de escuchar. Di media vuelta y regrese por donde vine. Con unas inmensas ganas de llorar. Sus palabras se repetían en mi mente, no dejaba de pensar ni con el frío aire que corría por las calles. Vivía cerca, por lo que me fui caminando. En todo el transcurso la mente jugaba en mi contra, recordando momentos de amistad y promesas que se caían como un castillo de naipes. Los ojos se me llenaron de lágrimas al llegar a mi casa y más al darme cuenta de que estaría sola. No había nadie, salvo yo.

Me encerré en mi habitación y esas ganas de llorar seguían en mí, pero las lágrimas no salían. Me quedé mirando un punto fijo en mi habitación. Pensando en todo lo que dijo Ester.

«¿Yo era el problema?»

No lo era, pero a veces mi mente iba en mi contra y me hacía saber lo contrario. A veces me preguntaba que hubiese pasado si mamá no hubiese muerto ¿seguía siendo la misma Valeria de hace unos meses? ¿Seguiría bien con mis amigas? ¿No tuviera esa necesidad de querer llorar y esa presión en el pecho al no poder desahogarte?

Deje de pensar al escuchar a lo lejos el sonido del timbre.

«¿Quién podría ser a estas horas?» Me pregunté.

Bajé a abrir con pasos flojos y con las lágrimas al borde, dispuesta a tirarles la puerta en la cara si era otra vez el coro de villancicos. 

Al abrir la puerta. Mi corazón se ablandó y todos los pensamientos negativos desaparecieron de mi mente.

—Feliz navidad.

Su tierna expresión me hizo sonreír.

—Feliz navidad —susurré.

No es una ilusión de mi mente ¿verdad? ¿No es un espíritu de navidad transformado en un lindo chico para darme una alegría?

Gavi estaba ahí parado, con un suéter de navidad y un gorrito que cubría su melena castaña.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

Entendí que se estaba congelando de frío, sus rosadas mejillas me lo hicieron saber.

—Claro.

Cerré la puerta detrás de él y le pregunté:

—¿Qué haces aquí?

—Pues... desearte una feliz navidad...

—Me lo has podido decir por mensaje.

—También quería darte esto —Me tendió lo que a simple vista se podría decir que era un libro. Salvo que estaba forrado por papel de regalo y tenía un moñito rosa.

—Debes de dejar de traerme libros —murmuré aceptándolo—. No tengo nada para ti.

Bueno era un tanto mentira, si tenía algo para él, pero era algo bobo que hice hace unos meses, cuando seguíamos siendo novios. Pensé que seguiríamos juntos por estas fechas y estaba tan emocionada que le busqué un regalo.

—Con tu presencia basta. Lo abres mañana ¿vale?

—Okay.

Gavi miro alrededor, todo estaba en orden, limpio, sin ninguna decoración.

—¿Estás sola?

—Lo estoy —confirmé.

—¿Pasarás navidad sola?

No me había detenido a pensar en eso.

Sería mi primera navidad sin ella.

No le respondí a su pregunta y él tampoco insistió, solo preguntó:

—¿Me puedo quedar?

—¿Quieres quedarte?

—Sí.

—¿Y tu familia?

—No le importará —susurró—¿Puedo quedarme? 

—Amas a tu familia, Pablo.

Eran una familia unida, la típica que pasaba navidad juntos y hacían un bello intercambio de regalos. Lo sabía porque su familia me había recibido como una de ellos.

—Pero... están en Sevilla ¿Vale? Y yo tengo entrenamientos y no pude ir...

—¿Pasarás navidad solo?

—Podemos pasarla juntos.

Su mirada destilaba dulzura y ternura, buscaba convencerme de pasar navidad juntos. Sus ojos irradiaban un encanto celestial, que junto al ambiente navideño me incitaba a dejarlo pasar.

—Está bien. Pero nada de hablarme de fútbol.

En realidad amaba cuando me hablaba de fútbol. Amaba la sonrisa que traía cuando hablaba de fútbol.

Sonrió.

—Bien ¿vemos una peli?

«Ya sabemos como es que terminan esas pelis»

—Dale.

Le agarré del brazo y le guie para ir a mi habitación. A inicios de las escaleras, Gavi me preguntó:

—Valeria... ¿Por qué tu cabello esta como el de una bruja?

—¿Me acabas de llamar, bruja?

Volteé a verlo. Y en automático empezó a negar y a balbucear. Me daba risa, su nerviosismo al pensar que me había ofendido.

—No quise decirlo de esa forma —se excusó—. Solo... es que tu cabello esta... —Movió sus manos sobre su cabeza simulando el nido de pájaros que era mi pelo.

Llegamos a mi habitación y como si no fuera importante, murmuré:

—Me he peleado con Ester y no fueron con palabras.

—¿Por qué? ¿Ella te lo dijo? —Se apresuró a preguntar con una cara que no logre descifrar.

—¿Qué tendría que decirme?

—Nada.

Deje de verlo con rareza. Lo dejé pasar y  abrí la puerta de mi habitación, le hice un ademán para que me siguiera. Encendí la luz. Todo estaba igual.

—Valeria...

—No quiero hablar del tema.

—Pero...

—No.

Él ya no siguió insistiendo. Deje el regalo sobre la mesita de noche y empecé a quitarme el abrigo. La calefacción estaba encendida, no me moriría de frío.

Lo miré de reojo, se estaba quitando el suéter. Él notó mi mirada y me sonrió de esa manera que me hacía bajar la mirada y ocultar una sonrisita.

—Me esperas un momento afuera —murmuré.

—¿Por qué?

—Quiero ponerme el pijama —contesté acercándome a él. Lo empecé a empujar para sacarlo de mi cuarto.

—Pero si ya te he visto desnuda.

—Ajá, pero ya no es lo mismo, tonto —Le di un último empujón y lo saqué de mi habitación. Cerré la puerta—Espera un minuto, no tardo.

Me deshice de mi ropa y me cambié por algo más cómodo, unos shorts y una muy grande camiseta de Ferrari. Me arreglé un poco el cabello. Gavi tenía razón, mi pelo estaba como el de una bruja.

Al estar lista, le abrí la puerta. Él estaba allí, como un niño en el colegio a la espera de sus padres.

—Muy guapa.

Sonreí. Aunque siempre me lo decía, desde que nos conocimos, cada vez que tenía la oportunidad me llamaba "linda" "guapa".

—Muy bobo.

Volvió a entrar a mi habitación, miró a todos los lados e hizo una mueca al ver a mí "Charles Leclerc" de cartón.

—Él sigue aquí.

—Sabes que me gusta muchísimo —Gavi siguió mirando mi cuarto, pero se detuvo en mi estantería de libros y antes de que sacara uno le grité:

—No toques nada.

Me acerqué a mi escritorio y agarré mi portátil. Hace tiempo no lo agarraba, la mayoría de veces lo usaba para escribir, pero eso ya no se daba.

Mentira.

Me acosté en la cama, apoyando mi espalda en la cabecera, incline un poco mis piernas y coloque allí el ordenador.

¿Qué película quieres ver? —Le pregunté. 

—¿Navideña?

Hice una mueca. Él la noto y se acercó a mí. Con la mirada me pidió permiso para echarse a mi lado. Di tres palmaditas a mi lado, dándole permiso.

Ya estando a mi lado, sentí el calor de su cuerpo tan cerca al mío.

—Navideñas, para seguir con el ambiente de la época —estableció Gavi quitándome el ordenador para el dejárselo sobre sus piernas.

No replique, aunque quería. Pero me daba miedo voltear y que nuestros hombros o piernas choquen. Podría causar tanto en mí.

—Vale...

Unos minutos después la película dio inicio, una comedia romántica ambientada en navidad. Todas trataban de lo mismo, pero había algo en esas películas que te hacían verlas una y otra vez.

—¿Has seguido escribiendo? —preguntó Gavi tomándome por sorpresa.

—No —susurré—. Bloqueo de escritor —Le resté importancia.

Gavi no siguió diciendo nada más. La película continuó y hubo un momento en donde Gavi apoyo su cabeza en mi hombro. Sentí que mi corazón explotaría en ese momento. Lo miré de reojo, concentrado en la película, cuando en realidad toda mi atención era para él.

—¿Crees que terminaran juntos? —preguntó. Deje de verlo cuando él ladeó su cabeza para verme.

—Todas las películas de romance Navideñas, terminan igual —le contesté —, con un beso y felices para siempre.

En la vida real eso no pasaba. Lo descubrí.

—No tenías por qué arruinarme el final.

Regresé a mirarlo y tenía una mueca en su rostro. Él tenía sus ojos puestos en mí, dejó de apoyar su cabeza en mi hombro para estar cara a cara.

—No te lo arruine —susurré—. Tú preguntaste, yo contesté.

—Con una encogida de hombros era suficiente.

—Solo dije la verdad. Además estoy segura de que también lo pensabas.

Sin darme cuenta, nuestros rostros estaban demasiado cerca. Miré sus labios, luego sus orbes. Él me miraba, fijo hasta que nuestras narices rozaron. Cerró los ojos y se iba acercando más, buscando ese encaje entre nuestros labios. Un besó, yo me deshacía como azúcar en agua.

Apartarme era la mejor opción, pero no podía. Mi cuerpo se congeló y fui cerrando los ojos a la espera de ese beso.

Lo sentí tan cerca y a la vez tan lejos, solo un empujoncito, un movimiento. Volver a besarlo ¿Qué se sentiría? ¿Él seguiría sintiendo lo mismo? ¿Yo igual?

Quería descubrirlo, pero no me atrevía a dar ese paso. Tal vez era el miedo, o quizá estaba esperando a que él lo hiciera, porque yo sabía que le iba a corresponder, pero si yo lo besaba y él se apartaba.

No sé cuanto tiempo estuvimos así, separados por milímetros, con los labios entreabiertos buscando ese roce. En el aire vibraba la tensión de emociones pasadas mientras estábamos a punto de besarnos. Éramos exnovios, pero entre nosotros aún persistía ese amor que se resistía a desvanecerse. Nuestros ojos se encontraron con una mezcla de nostalgia y deseo, y en ese instante, el tiempo pareció congelarse. El beso pendiente era la conexión entre dos corazones que, a pesar de las despedidas, no habían dejado de latir el uno por el otro.

La película había quedado en segundo plano, pero fue la que rompió esa burbuja entre los dos. Se escuchó un grito proveniente de la película y ambos giramos nuestros rostros, como si no hubiésemos estado a punto de besarnos.

Fue una puñetera agria y dulce noche.













































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