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Cerrados por causa del Señor

La madrugada del domingo encontró a Lena y a Key en la carretera. Su paréntesis romántico en Tennessee se extendió poco más de lo pensado, pero había razones de peso para llegar a Grafton un domingo en la mañana, previo a las diez.

Se dice que, para determinar la diferencia entre el sur turístico y la verdadera Correa de la Biblia, se debe prestar atención a cómo los negocios se manejan los domingos. Una vez se comienza a leer advertencias tales como «Cerrados por causa del Señor», sin duda se trata del sur que no aparece en los folletos vacacionales.

Este era el caso de Grafton, donde, sin importar que tan larga o escandalosa fuera la noche del sábado, todo se redime y perdona si el cuerpo se arrastra a la iglesia el domingo.

—No sé si sea lo correcto —Lena mencionó mientras se acercaban a las inmediaciones del pueblo—. Siento que, si aparezco en la iglesia hoy, seré la comidilla del pueblo, y, según me cuentas, tu madre sigue siendo el centro de atención en Grafton. No quiero provocarle un dolor de cabeza. ¿Te parece mejor que vayamos a cenar? Algo en ambiente controlado, donde podamos conectar con calma.

—¿Salir a cenar un domingo? —A menos que quieras pasar por mi apartamento a comer pan y huevos revueltos, no hay nada, repito, nada, abierto. Y créeme, si lo que quieres es esquivar una conversación con Lidia Sutherland, la iglesia es preferible a cualquier lugar donde ella tenga oportunidad de hablar.

La incomodidad de Lena no giraba en torno a los típicos nervios de alguien que puede o no estar en una relación, al encontrarse con  parientes. Ambos eran adultos y las opiniones externas no tenían cabida. Pero, la niña que nunca fue recordaba cosas que no se había animado a contar a Key. Asuntos que pasaron la noche de su desaparición, hace veinte años...

—¿Qué quiso decir? ¿Qué quiso decir con que Key vino a verla? ¿Qué hay con eso de que lo ha visto otras noches? Y el silbido. Lena, ¿has escuchado un silbido? ¿Desde cuándo?

La cara de Lidia Sutherland era una mezcla de dolor y odio. Lena, en su inocencia, había dicho más de lo que debía. La mujer, enfurecida, le tiró a la niña con la mochila mojada en sangre. A pesar de estar protegida entre los brazos de Ivy, parte del bulto rozó su rostro. La sangre estaba fresca, aún. Lena trató de limpiarla y solo logró embarrarla en su rostro, pasándola por sus labios.

En ese instante, como una adulta, se le ocurrió pensar que, más que haber estado juntos y compartido una cama, ella sabía, de la manera más íntima, cuál era el sabor de Key...

—Lena. —Sutherland tocó la bocina.

—¿Qué?

—Te fuiste, por un momento.

—Hmm. Estaba pensando, tampoco debo descuidar a Zuri. Ella no es de iglesia y debe estar durmiendo hasta tarde. No quiero des...

—Y, ¿decías? ¿No es esa la señorita Zurina?

Eran las nueve de la mañana cuando llegaron a la plaza del pueblo y ya Zuri estaba cruzando el cuadro con lo que parecía ser una cesta de panecillos recién horneadas. Le seguía Annie, vestida en un traje de domingo, combinado con unas zapatillas deportivas. Ambas corrían como alma que lleva el diablo y para eso, solo podía haber una explicación.

—¡No!  —Exclamó una sorprendida Lena—. Soy yo, o están armándose para la iglesia.

—No parece ser una visita normal tampoco. —Añadió Key.

No hicieron más que subir los tres escalones para llegar a la puerta y antes de que tocaran, Zuri abrió. Llevaba un zapato de tacón en la mano y mientras hacía malabares con un activador de rizos en la otra.

—¡Bienvenidos, pecadores! Tienen exactamente una hora para quitarse ese olor a Gomorra que traen encima y acompañarnos a la iglesia —su atención se volcó hacia Lena—. Lele, ni a besarte voy, porque no hay tiempo. Arriba tienes un cambio de ropa, y, no recuerdo si tienes memoria de lo que implica un servicio presbiteriano, pero te paso la nota: maquillaje es recomendable, pero no lo suficiente como para que te clasifiquen como Jezabel pintada. Usa a Annie como referencia.

Annie se presentó con Lena, a una velocidad tan vertiginosa que, en un segundo, estaba separada de Key, escaleras arriba.

—Los domingos suelen ser un espectáculo, Zuri. Pero no entiendo por qué, por un lado, me pediste que distrajera a Lena y, por otro, la recibes como sargento del ejército del Señor. —Sutherland tenía pensada una versión de domingo que no incluía una excursión de tamaño familiar.

—Sucede, guapérrimo entrenador, que, a pesar de que no voy a preguntar detalles, yo dije, y cito: «entretenla el viernes», no «quédate con ella hasta el domingo». Si quieres ser parte de este séquito, ¡corre! —Lo hizo voltear sobre sus talones y para inspirarlo a moverse, le dio una nalgada. Una hora y media no era suficiente. Jamás lo sería. 

***

La Primera Iglesia Presbiteriana de Grafton indicaba que, en algún momento, existió la esperanza de que se levantaría una segunda obra. Llámese destino, gracia o providencia, tal cosa no llegó a concretarse.

Solo existía una, y era suficiente, a esto le acompañaba una iglesia católica en Morganton y una Bautista en Mineral. Las reglas de la espiritualidad en la zona estaban delineadas en extremo: a una de las tres, pero a una, se debía asistir el domingo, o el miércoles, o el sábado...

El reverendo Griffith, pastor de ovejas desordenadas, había fallado dos veces en llamar al orden.

—El señor está en su santo templo —anunció por tercera vez desde el púlpito, y solo la organista, una viejecita de colección y un par de mujeres en el coro, se animaron a contestar: «Calle delante de Él toda la tierra», mientras que los feligreses seguían murmurando y echando ojos a los asientos traseros, los cuales guardaban la razón del revuelo.

La esposa del reverendo tocó la manga del gabán de su marido y pidió permiso en el podio. El hombre le cedió el micrófono sin protestar. Todos saben que en el sur el hombre es la cabeza, pero la mujer es el cuello. Sin ella, nada se mueve.

—Queremos dar la bienvenida a la doctora Zuri Rivera, a quien algunos ya conocen tras visitar la clínica de Morganton. También queremos dar la bienvenida a casa a Olena Harrington, nativa de Grafton que vuelve tras veinte años de ausencia. Le agradecemos a Ciaran que le haya recordado visitar este templo. ¡Es un placer verte, Lena! Ya tendremos de qué hablar, en su momento, tras el servicio... Y, a aquellos que siempre andan al pendiente de la salvación del alma de Ray Walker, también nos acompaña.

La mujer inició un aplauso que estaba visto para hacer dos cosas: llamar al orden y celebrar su ingenio. En el espacio de un minuto resolvió la interrogante, explicó quiénes eran las jóvenes desconocidas, la razón por la cual Key no estaba sentado en el banco asignado a su familia y calló la boca de los imprudentes que constantemente cuestionaban la presencia de Ray en la iglesia.

—Esa mujer, y la felicidad de Annie, son las únicas razones por las cuales pongo un pie en este lugar —Ray se inclinó a comentar a Zuri, quien no podía dejar de reír ante la inesperada fuente de entretenimiento. En su preadolescencia, su abuela la había arrastrado a misa. Sus recuerdos del acto religioso no eran tan coloridos como lo que desplegaba ante sus ojos.

El sermón transcurrió sin eventualidades, el ritual de lo habitual en una comunidad donde, de nacimiento se repasaban los vicios y las virtudes y al final, los feligreses se acomodaron en pequeños grupos para un almuerzo comunal, como era costumbre cada tercer domingo del mes, antes de salir a visitar enfermos.

Por lo general, las filas se centraban en el macarrón con queso o el pollo frito, pero esta vez, los ojos estaban pegados a la mesa cercana a los postres. No porque hubiese algún dulce digno de campeones, sino por ser el lugar donde Lidia Sutherland decidió sentarse.

—Hola, mamá.  —Key saludó a su madre, mirándola a los ojos y con una ceja a medio arquear. Su mano entrelazada a la de Lena debía indicar a Lidia el protocolo a seguir, pero con la peluquera, no había forma de garantizar—. ¿Recuerdas a Lena?

La mujer respiró profundo y se acercó, ignorando a su hijo.

—Como no. Disculpa querida. Hay mil maneras de sentirse vieja, la peor es cuando un hijo pretende decirle a una madre que recuerde sus modales. Es bueno verte, Lena.

Le dio un beso en la mejilla que dejó plasmado su disgusto de la manera más sutil, no sin antes conseguir alargar el martirio, recordándoles que había guardado una mesa donde cabían todos. Annie, quien tenía menos de seis grados de separación de los presentes, se encargó de que la conversación fuera llevadera.  

Cuando la esposa del reverendo anunció que aquellos que tuvieran bien visitar a la señora Hardy en Savannah debían comenzar a organizarse, más de uno se levantó agradecido.

—Vamos, son casi cuatro horas de camino, y mucho por hacer...

—Ray —Lidia detuvo a Walker antes de salir—. No sé qué traes entre manos, pero cuida de Key. No tengo idea de qué advertirle a mi hijo. Porque, a pesar de todos estos años, mi corazón me dice que Lena está al centro de todo, pero no encuentro un cómo, ni un porqué. En este pueblo hay tantos pecados como secretos.

—Y todos residen sobre cuatro nombres, ninguno ligado a ella. —Walker estaba listo para unirse al grupo cuando la mujer del reverendo volvió a interrumpirlos.

—¿No vas con nosotros, Lidia?

—No esta vez.

—Pero no me vas a negar la oportunidad de una foto con todos, ¡ven!

Era la una de la tarde de un domingo de verano cualquiera. La brisa era favorable y los enormes árboles de magnolia llovían pétalos blancos, arrancados por la brisa. Los Sutherland, Walker, Harrington y Rivera posaron para una foto en la que, a pesar de las diferencias, todos sonrieron. Como sonríe la gente con esperanza de arreglar las cosas, de resolver los misterios, de cerrar brechas. Sonreían, sin saber que sería la última foto, en lugar de un mundo de primeras.

En una de que otra de mis historias menciono «La correa de la Biblia». Es una expresión que no debe ser muy conocida para muchos fuera de los Estados Unidos, pero se refiere el área del país en donde más de un 67% de los habitantes se consideran cristianos practicantes, ya sea de religión católica como de ramas protestantes. Les dejo un mapa por aquí para que tengan idea, se trata de el área que está marcada en el gris más oscuro.

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