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El camino a casa

—¿En serio no piensas hablarme, Lena? —Key estaba al volante de la camioneta, seguido por Zuri, quien, amante del drama, sacrificó la amistad en el altar de la cotilla e insistió en que su colega viajara con el entrenador. Las excusas de Lena cayeron en oídos sordos, o tal vez se ahogaron entre las risillas de colegiala irritante.  Su uno y uno son dos exigía resolución y poco le importaron las objeciones.

—¿Qué clase de broma es esta, Key?

Después de cinco largos minutos en los que regresó la señal, y tras cansarse de llamar a su madre y no obtener respuesta, Lena se despegó del celular, y lo miró a los ojos, solo para esquivarlo una vez más. Mientras que la mirada de Key era inquisitiva y amable, y sus ojos asomaban tonos verdes y miel, los ojos fríos de Lena estaban cuajados de lágrimas, y por nada iba a permitir que él la viera llorar.

—Lamento si te incomodé, en serio. Cuando Vana llamó esta mañana y me pidió que viniera a buscarte, asegurando que habías vivido en Grafton. Mi reacción inicial fue decir que no mencionara mi nombre. Tengo que confesar que no sé en qué estaba pensando. Yo he tenido cerca de veinte años para superar lo que sucedió el último día en que nos vimos, y la noción de volverte a ver, me ganó la partida —pegó con la mano abierta sobre el volante, venteando su frustración—. Fui un completo estúpido, no consideré que para ti pudiera estar... 

—Muerto, Key. Muerto. Y no solo eso —encontró en las palabras una manera de tragarse las lágrimas—, protagonista de mis pesadillas y de mis culpas por años. Lo último que salió de mis labios para ti fue un «púdrete» y al día siguiente tuve que ver a tu madre arrodillada sobre el césped, preguntando al cielo entre sollozos que había hecho para merecer tal castigo, mientras mi yo de siete años solo pensaba: «No fue usted, señora Sutherland. Fui yo.» 

—No quise hacerte daño —acercó su mano a la de ella, y Lena le permitió sostenerla—. La memoria nos convierte en monstruos. No ayuda mucho decir que no recuerdo lo que sucedió. Solo tengo conciencia de verme en los brazos del viejo Ray Walker y luego caminar por lo que se sintieron como horas, comiendo de sus raciones. El hombre apenas tomaba sorbos de agua, para que yo pudiera comer, e hidratarme. Y luego... —Se detuvo, recordando detalles que, si quedaron para siempre plasmados en su memoria, y que consideró Lena no necesitaba saber —. Luego, en mi cabeza, todo pasó a ser una aventura de niños, una del ciento de cosas por las cuales mamá terminaba echándome una pelea. Sabes cómo me acusaba de despeinarle el alma.

Ese fue el primer detalle de su conversación que provocó una reacción en Lena. Una tímida sonrisa se asomó a sus labios. Key pudo ver el reflejo en el cristal del auto; fue suficiente.

—Siempre fuiste un niño estúpido. En un millón de años, nunca te hubiese imaginado como docente en la misma escuela en donde la señora Stevens amenazaba con expulsarte cada semana.

Key rodó los ojos, antes de sonreír.

—No se trata solo de eso, Lena. En mi primer año, me tocó compartir oficina con la mujer. Me hizo los tres meses de la permanencia un martirio y todavía se atraganta, cada vez que está obligada a llamarme señor Sutherland.

De repente, contenidos entre el tablero y el asiento, la camioneta se convirtió en un pequeño confesionario en donde comenzaron a reconstruir fragmentos de sus infancias separadas. Para el momento en que llegaron a Grafton, lo peor estaba olvidado.

—¿Qué te parece el nuevo rótulo del pueblo? —Key señaló, separando una de sus manos del volante—. No es necesariamente el estilo de La Gran Manzana, pero es nuestro mayor orgullo.

En años anteriores, a la entrada al pueblo estuvo marcada por un simple rótulo de madera que más veces que menos quedaba cubierto por hiedra. Ahora se podía ver, desde la carretera, en el típico verde de señales de interestatal y pintura fluorescente.

***


—Si me preguntas, el pueblo no está mal. —Una vez instaladas en la casa, Zuri hizo deporte del parloteo, ajustando el volumen sin dejar de hablar, mientras recorría todas las habitaciones—. Y esta casita es un sueño. Tres cuartos, un baño y medio, cocina separada de la sala y el comedor, y un balcón por novecientos dólares, pagos por el programa de pasantía. No lo voy a negar, cuando vi el desglose de gastos de la beca, pensé que, a esos precios, íbamos a estar viviendo en una ratonera de cantazos.

—Las casas aledañas al centro han sido remodeladas para alquiler. Pero créeme, hay una razón por la cual los dueños se mudan. —Lena estaba sentada junto a sus maletas en la sala, observando el espectáculo—. Para alguien del norte, menos de mil dólares es una oportunidad. En ciertos sectores de los pueblos aledaños, cualquier cosa sobre quinientos, es un lujo. Los profesionales emigran, y esto se mantiene en una burbuja permanente que se niega a abandonar la década de los 90.  Vas a encontrar dos constantes, iglesia los domingos, y football los viernes. Nadie vive de eso.

—Hablando de football, y que se anote en el récord que yo no traje el tema... Mamita, ¿qué hay con el entrenador? Ese hombre anda como si yo misma hubiese escrito la receta: alto, guapo con una sonrisa espectacular y pectorales para lavar ropa cuando se va la luz. ¿Viste como le quedaba el polo, o te hiciste la loca?

—¿En serio, Zuri? ¿Puedes dejar de tener quince?

—Y tú, puedes dejar de aparentar tener setenta, que el tipo ni siquiera es un paciente y si llegara a serlo, me ofrezco como tributo para el físico. —Zuri se dejó caer en el sofá con el brazo aún levantado—. Dime que te dejó el teléfono por lo menos.

—No es un conocido cualquiera, Zuri. Se trata del amigo del que te conté durante el vuelo . Es una sensación extraña, reconectar con alguien que creía perdido. Pero, al mismo tiempo, se siente como si tuviéramos muy poco que recuperar.

—¿Química instantánea? ¡Vivo para estos milagros, porque, conociéndote, no eres la persona más sociable!

—Para socializar te tengo a ti —Lena bromeó—. Voy a decirte algo, siempre y cuando prometas no hacer un escándalo. Vamos a salir este fin de semana, pero ha insistido en que vengas, y yo no me niego. Sería hasta más fácil. No sé qué tanto tengamos en común, y tú tienes facilidad para comunicar, por así decirlo.

—¡Qué hombre tan considerado, dulce para todas! Deja que pasen un par de días, y ya me dirás si quieres que vaya, o si prefieres que me haga la enferma, y me desaparezca para una esquina.

Lena se dio por vencida y comenzó a reír. No tenía nada que contar, pero tampoco le había ido tan mal con Key en el camino de regreso. Podía alimentar la curiosidad de Zuri sin la necesidad de entrar en detalles innecesarios.

Estaba lista para cotillear, justo cuando timbró su celular.

—Hola, Mamá —contestó riendo—. He estado esperando llamarte toda la tarde. La señal es terrible en el área de la clínica, me alegra que te oigas tan clara de tu lado... —Hizo una pausa, frunciendo las cejas, antes de poner el teléfono sobre la mesa y picar el altavoz. Zuri intuyó que se trataba de malas noticias y se acercó, enrollando su brazo alrededor del de Lena. Su piel estaba fría y trémula.

Del otro lado de la línea, la voz de la madre de Lena se escuchaba, interrumpida por un segundo mensaje. Todo correspondía con la voz de la señora Harrington, y a pesar de escucharse amena y dulce, las cosas que decía parecían carecer de sentido, según progresaba, su hablar se hacía más lento y confuso. 

—Sí, cariño... un ciclo comienza... no sabes lo que me alegra escucharte... ¿Cómo está todo?... Es hora de correr, para nunca más volver... No mires a la arboleda. No miren entre los árboles. Si escuchas un silbido, no, no lo oíste, querida... Sutherland, Finland, Walker y Shea.  Huíamos solo para volver, para pagar... la deuda. El chico Sutherland no fue suficiente... Disculpa, Lena, me conseguiste en medio de algo, tengo que dejarte.

—Mamá, mantente en la línea. Estás hablando pesado y no pareces conectar de forma correcta tus ideas. Creo que estás teniendo un episodio cerebrovascular. Voy a mantenerme en la línea contigo, Zuri está aquí y llamará a emergencias. 

Lena sacó una vieja libreta de direcciones que cargaba consigo, recuerdos de su madre, mientras su amiga marcaba el número de emergencias en su celular. Señaló la página en donde se encontraba la dirección de Ivy Harrington. Zuri se encargó de pedir conexión a Maryland, para reportar el incidente.

—Todo está bien, Olena. —La voz de su madre se oía cansada y entrecortada—. Solo me queda una cosa pendiente... por hacer y podré descansar... Me ofrezco... No sé si funcione, pero, te amo.

Hubo un momento de silencio seguido por el sonido de algo cayendo sobre el cristal, y  por un crujido seco y un trillar que pudo haber sido cualquier cosa, incluso un grito ahogado.

—Lele, ¡Lena!  —Los paramédicos van de camino, dame otro número a quien contactar en este maldito pueblo—. Zuri trató de traerla de vuelta, mientras esquivaba la sensación nauseabunda que le dejó el escuchar la línea abierta.

—Key. Key me dio su número. Dijo que lo llamáramos, si necesitábamos algo. Zuri... —No supo cómo completar sus pensamientos.

—Bien, linda. Necesito tu teléfono, para marcarle. Debes colgar esta llamada. El sistema de emergencias en Maryland tiene tu número de contacto, ¿de acuerdo?

Key Sutherland tardó unos veinte minutos en llegar. Entre ese tiempo, el sistema de emergencia de Maryland se comunicó con Lena, para hacerle saber que su madre se encontraba hospitalizada, tras un intento fallido de suicidio.

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