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Vienen por nosotros, parte 1

Hay un dicho que recita: «la vida es lo que transcurre mientras haces otros planes». La primera noche en Grafton fue la perfecta representación de esas palabras. El mundo de Lena se vino abajo entre llamadas, a razón de que ver su celular iluminarse, anunciando una conexión silente, le provocaba escalofríos.

En el camino hacia el pueblo, mientras compartió una que otra historia con Key, no pudo evitar pausar para preguntarle por qué sonreía. Él se limitó a contestarle que se alegraba de ver que la niña voluntariosa que él recordaba con algo de cariño se convirtió en una mujer en completo control de su destino.

No podía estar más lejos de la realidad.  Ante la idea de perder a su madre, Olena pareció aceptar que todo aquello que era, se lo debía, sin duda alguna, a Ivy Harrington. Su padre murió a unos años de haber salido de Grafton y, en lugar de volver, Ivy no cedió. Pasó de ser una ama de casa sureña a una secretaria y madre de ocupación a tiempo completo. Tanto así, que ni siquiera tuvo tiempo para el amor. «Algún día pasará, si es que tiene que pasar, hija. Pero no será hasta que te encuentres independiente y segura. Ese es mi trabajo, ha sido mi trabajo desde la primera vez que te tuve entre mis brazos».

—No debes preocuparte, Lena —Key posó las manos en sus hombros y solo logró sobresaltarla—. La señorita Zurina parece tener todo bajo control. Se ha comunicado con Vana y con la escuela de medicina. Te han concedido tres días y no hay tiempo que perder. No estás en condiciones para manejar hasta Chattanooga. Lo haré yo. Nuestro vuelo a Maryland sale en cuatro horas. ¡A moverse!

—No permitas que te oiga llamarle Zurina —dijo, antes de caer en cuenta—. Dijiste, ¿nuestro?

—No se discute, no vas a ir sola —Key levantó una mochila con un cambio de ropa ligero que nunca llegó a desempacarse—. Tu amiga no puede ir contigo, así que lo haré yo.

Mientras acomodaba las cosas en la camioneta, y observaba a Lena  despedirse de Zuri, el hombre no pudo evitar un profundo sentido de déjà vu. Se vio a sí mismo, agarrando una pequeña mochila verde entre sus manos, enterrando las uñas en la tela, mientras, frente a él, algo parecido a Lena llamaba su nombre, insistiendo en que tomara un paso hacia las sombras.
Disipó el pensamiento y tocó la bocina. Lena caminó en silencio hasta el vehículo, mientras Zuri levantaba su mano, diciendo un último adiós desde el balcón.

Lo poco que había conseguido en la tarde comenzó a perderse. Lena permaneció callada un gran tramo del viaje, no fue hasta casi una hora de camino que se las arregló para decir:

—Has sido más que amable, Key. No quiero que pienses que siento que merezco la atención. Es solo que estoy algo abrumada.

—Nada que decir, Lena. —Al voltearse a mirarla de manera fugaz, notó que la mujer estaba jugando con el dije que pendía de su cuello; un cuarzo rosa montado en plata. Pensó decir algo sobre eso, pero no lo consideró apropiado—. Si no aceptas mi buena voluntad, tómalo como un acto egoísta, dentro de todo. Tenemos conversaciones pendientes, y entre una y otra cosa, se van a dar.

***

Vana llegó a la casa de renta una media hora después de la salida de Lena y Key. Zuri agradeció que se quedara un rato. Todavía no estaba aclimatada a la casa, y la enfermera parecía conocer todas las esquinas del recinto. En poco, ambas estaban sentadas en el balcón trasero, tomando café y tratando de hacer algún sentido de lo transcurrido durante el día.

—Lamento muchísimo que su primera noche en Grafton haya sido tan desagradable, doctora. Este pueblo puede resultar encantador, sobre todo en verano.

—Por favor —contestó la más joven—. Al menos aquí, llámeme Zuri. Entiendo lo formal en la oficina, pero estamos tomando un café inapropiado para el calor, bajo la luz de una lámpara de atrapar moscas.

—Disculpe, Zuri. Es difícil combatir la costumbre.

—Supongo que usted es una mujer de costumbres, Vana, además de ser muy respetada en este lugar. Debo  asumir que no vive en Grafton, de lo contrario, no hubiese contactado al buenazo del entrenador Sutherland para hacernos de Uber Country, así que le agradezco que viniera, a pesar de todo. No es obligación cumplir más allá de la oficina. Ya que la tengo aquí, voy a hacerle un par de preguntas sobre el folclor local. Sutherland, Finland, Shae y Walker parecen ser los nombres del momento. ¿Todavía el pueblo se rige por este asunto de respeto a los fundadores? Es tan siglo dieciocho.

—Ser así de observadora le va a ayudar un mundo en su carrera. En efecto, Grafton es la figura central entre estos tres pueblecitos que componen Blue Ridge. Cualquier persona con uno de esos apellidos es, por decirlo así, célebre en los tres condados. Sin la más mínima aspiración a la nobleza, debo decir que nunca me llamó la atención la vida de las personas que llevan el título de pez grande en un estanque. Resido en Morganton, sin compromiso y sin apellidos de qué preocuparme, me dediqué a...

—Asuntos más nobles —concluyó Zuri—. Hay quienes le entran a la medicina por obligación y otros por vocación. Lena y yo somos uno de los segundos casos. A veces es difícil congeniar con los futuros Galenos McMansiones de tercera generación cuando se tiene el mínimo trazo de acento sureño, o peor, remezcla boricua del Bronx. Es bueno conocer a otra persona entregada a la maldad.

—Qué forma tan curiosa de ponerlo. Entreguémonos, pues, a la maldad.

Chocaron sus tazas de porcelana, y una vez terminaron el café, Vana se despidió, no sin antes señalar:
—¿Le molesta bajar por el porche hacia el patio, Zuri? Creo que debemos cerrar la noche con una última confesión. Acompáñeme.

El foco del patio trasero proveía iluminación suficiente y un camino limpio en concreto se abría paso hasta el jardín. Vana señaló una placa de bronce al pie de un arbusto de madreselva que leía:

—¿Es una tumba? —Zuri trató de evitar poner una cara de disgusto al pensar una casa tan cerca de un cadáver en tierra.

—No. Solo un marcador. En honor a la última residente de esta casa, quien perteneció a la familia Shea. La joven murió en un accidente y su cuerpo nunca fue recuperado. Un recuerdo, preferible a una tumba vacía en el cementerio local.

»Esto es lo que llaman una casa de estancia, donde miembros de la familia solían pernoctar cuando necesitaban mantenerse cerca del pueblo. Las casas grandes. Las verdaderas habitaciones coloniales que alguna vez pertenecieron a los Sutherlands, Walkers, Finland y Sheas, están perdidas en las montañas.  Perdieron todo durante la Guerra Civil y terminaron pobres y apiñados en lo que anteriormente eran casas de paso.Esta se presentó como un buen negocio, terminé adquiriéndola hace unos años.

—O sea, que —Zuri concluyó— esta casa, ¿es suya?

—En efecto. La vocación es buena, pero una debe sobrevivir. La oportunidad de arrendarla a médicos de pasantía fue bienvenida. El contrato de arrendamiento es cerrado; no suelo compartir este dato con todos. No quiero que  piensen que estoy abusando o moviendo el sistema a mi favor. Pero en este caso, y con lo sucedido, quiero que sepan que pueden contar conmigo en caso de una emergencia. Ahora tengo que dejarla, Zuri. Mañana ambas tendremos el doble de trabajo en la clínica.

—Por supuesto. Nos vemos mañana.

Después de despedirse, Zuri optó por volver al jardín. No quiso mencionar nada a Vana, para no parecer ridícula, pero había quedado cautivada con el entorno natural. En Nueva York, apenas si se perciben las estrellas.

El aire estaba cargado con un aroma dulce y la noche no arropaba todo en negro, más bien era un azul marino salpicado de luz.   

En la distancia, las montañas de Blue Ridge parecían enmarcar el cielo nocturno, y el calor del día, aunque disminuido, daba la impresión de que las hojas estaban bañadas de rocío, a pesar de encontrarse cerca de la medianoche.

—Hermoso lugar, sin duda —dijo para sí misma—. Ojalá y todo se resuelva pronto, Lele. Mereces un verano tranquilo.

Subió las escaleras y cerró las puertas dobles que daban al porche, antes de ir a tomar una ducha.
Zuri Rivera era una mujer alegre, abierta, y sobre todo observadora. Su única desventaja en un lugar como Grafton era el haber nacido y crecido en una ciudad. Mientras se deleitaba en observar las estrellas, olvidó que el campo implica muchas otras cosas.

Entre el ambiente sereno, a veces se percibe el ulular de una lechuza, el crujir de las hojas caídas, cuando alguna zarigüeya sube apresurada a un árbol, el incesante cantar de las cigarras. Y ante todo, el choque desagradable de uno que otro insecto contra la lámpara incandescente.

La noche en que Olena Harrington y Ciaran Sutherland volvieron a encontrarse, el silencio fue total.

***

—¿Harrington? —Una enfermera sobrecargada de trabajo se asomó al lobby del hospital llamando a Lena.

—Creo que debo entrar sola, al menos esta vez. —Lena se despidió de Key, mientras caminaba hacia la enfermera.

—Buenas noches, señorita. Lamento lo sucedido —dijo con un tono robótico que indicaba turno doble—. Espero que le hayan explicado las condiciones de su madre. Se ha determinado que se le atenderá en el ala psiquiátrica, para evitar riesgos a otros y a sí misma.

—No se preocupe. Soy practicante en residencia , entiendo el protocolo. —La corta respuesta encontró simpatía de parte de la enfermera, quien manejó una leve sonrisa y asintió.

—El médico y el psiquiatra estarán presentes en la mañana. Por ahora debe saber que su madre presenta laceraciones en el cuello, producto del intento de ahorcamiento y contusiones por causa de la caída, al romperse la soga, cosa que, afortunadamente, salvó su vida.

»Se optó por evitar las restricciones químicas, a pesar de que la señora Harrington se ha despertado varias veces, desorientada y violenta, las reacciones son limitadas y derivan en la pérdida de consciencia. No es tal cosa como un coma...

Lena escuchaba a la mujer leer directo del informe de admisión, mientras descubría lo difícil que era distanciarse de la realidad, a pesar de su nivel de educación y conocimiento. Solo veía a su madre, magullada, marcada por el resultado de una acción que hasta el momento de cometerse, fue inconcebible. La mujer se encontraba postrada, con un suero conectado, en una cama que contaba con un par de esposas de restricción de velcro, para garantizar su seguridad.

—¿Es posible que pase el caballero que me acompaña? Se apellida Sutherland, y está en la sala de espera. —Lena acarició el brazo de su madre. Su rostro se veía sereno a pesar de las heridas y sus ojos exhibían el movimiento plácido del sueño profundo.

—Por supuesto, siendo hija de la paciente, usted determina quién puede llegar como vista. Pero eso no tengo que explicarlo. Les dejo por un instante.
Los pasos de la enfermera hicieron eco en el pasillo, hasta desaparecer. Lena tomó la mano de Ivy entre las suyas, depositando un suave beso.

—Todo estará bien, mamá. Tienes que despertar. ¿Sabes qué? No sé qué pudo llevarte a tomar semejante decisión, pero tenemos un mundo de interrogantes que discutir. No quiero saber la cantidad de cosas que pasaron por tu mente, en estos años, pero me consta que nunca te perdonaste haber tenido que abandonar a Lidia Sutherland en su peor momento. ¿Sospechaste algo sobre mi asignación en el sur? ¿Fue acaso eso el desencadenante? Si es así, mamá, debes estar tranquila. Key está bien. Está aquí, conmigo. ¡Cuánto diera porque pudieras verlo!  

Un suave toque en la puerta le avisó que no estaba sola. Key era un caballero y, a pesar de estar dispuesto a consolarla en su dolor, recordaba lo que Lena odiaba llorar en público. Ya lo había hecho demasiado ese día, y Sutherland temía que, llegado el momento, ella comenzara a resentirlo solo por ser testigo.

Se sentía culpable de pensar estupideces en esos instantes, tal como que su fascinación de niño solo se transformó en una atracción instantánea sobre la cual no había tenido tiempo de trabajar, no era el momento.

—¿Puedo? —preguntó, echando a un lado los pensamientos intrusos e inapropiados.

Lena asintió.

Se paró al pie de la cama, en silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho. No guardaba ninguna relación con la mujer en la habitación, excepto los recuerdos de su infancia y, por razones obvias, ver a una mujer como la que recordaba, entrada en años y en tan tristes condiciones, le hizo pensar en su madre. Lidia Sutherland no tenía idea de lo que había sucedido y cuando la llamó  desde el aeropuerto, para condensar la historia de un reencuentro tras veinte años y una tragedia en un par de minutos. La mujer colgó airada, tras decirle que recoger los pedazos de Lena Harrington no era responsabilidad suya:

«Cada día le doy gracias a Dios que no recuerdas por completo lo sucedido. No vayas buscando lo que no se te ha perdido, Ciaran. Tu mundo está aquí, tu vida está en cualquier lado, excepto al lado de Lena Harrington. Las estupideces que hiciste cuando chiquillo para impresionarla nos costaron un mundo de dolor.»

—Lo lamento tanto, señora Harrington. Espero que esté con nosotros de vuelta, solo para descubrir que Lena es apreciada, y está en buenas manos.

La enfermera de turno llegó a avisar que el horario de visitas había terminado, tocando la cara de su reloj sin decir otra palabra. Key asintió y se movió hacia Lena, separando con cuidado sus manos de entre las de Ivy, y acomodando las manos de la mujer inconsciente sobre las sábanas. 

—Vamos, doctora, ha sido un día largo —acarició el cabello de Lena, el cual, por costumbre, la mujer había recogido en una coleta—. No se convierta en una de esas visitas que pone impacientes a las enfermeras...

—No quiero ir a la casa, no quiero ver la escena de un intento de suicidio. No estoy lista. —Estaban en la carretera principal, una cantidad de hoteles asomaban sus rótulos a la orilla del camino, indicando la salida más cercana—. Vamos a un hotel Key —propuso, solo para añadir de forma inmediata y algo nerviosa que podían alquilar un par de habitaciones.

—No hay problema —comentó Sutherland, de la manera más casual—. Conozco una cadena nacional que tiene habitaciones aledañas que comparten puertas interiores. Si me necesitas, no tendrás que salir afuera a tocar.

Tomaron la siguiente salida, y alquilaron una habitación tal y como lo habían dispuesto en el camino. Lena tomó una ducha y se lanzó sobre la cama, sin expectativas de alcanzar el sueño, pero su cuerpo terminó traicionándola.

Pensó dormir toda la noche, pero una fuerza mayor la hizo abrir los ojos, y tocar la puerta...

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