Epílogo

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Cuatro años después

—¡Abuelo, no nos hagas esperar! —Annie, tan amante de la organización como siempre, le estaba leyendo la cartilla, incluso en su día.

—Una buena fiesta no empieza hasta dos horas después, por el hecho de que sea mi cumpleaños, no significa que tengo que llegar temprano, niña. —contesto mientras su nieta rodaba los ojos y daba una vuelta, para atender a los invitados.

Annie ya no era una niña. La llamaba así solo por costumbre. Su nieta era una joven mujer, de camino a ser bachiller de universidad. Cosa que, de vez en cuando, comentaba con orgullo. A sus sesenta y tres años, Ray Walker seguía siendo un hombre taciturno y ensimismado que solo hablaba lo necesario. La gente del pueblo lo consideraba sabio, lo que Walker dispersaba con un chiste: «No se trata de ser sabio, se trata de hablar poco. Mientras nadie sepas nuestros asuntos, un mundo de pecado, se convierte, ante la ignorancia de todos, en un dechado de virtudes.»

No es que consideraba las peores cosas que tuvo que hacer en la vida un pecado, pero si fuera a contarlas...

Solo él sabía a dónde fue a parar el cuerpo de Vana Fisher. Lo enterró con sus propias manos en uno de esos lugares en donde pocos se atreven a pisar. Veló junto a ella toda la noche, porque es lo menos que merece un alma atormentada. Al despuntar del alba, no hubo señal que indicara que su espíritu quedó errante. La maldad se levantó del suelo con la bruma fina de la mañana.

Walker hubiese querido quedarse allí, envuelto en el resplandor azul de la montaña, pero no era su tiempo.

Nadie sabrá lo que sintió al visitar a Lidia Sutherland y a Ivy Harrington. Fue un sentimiento extraño, un bucle de eventos que le recordaba que el dolor es una experiencia humana compartida. No hay madre que acepte separarse de sus hijos, los hayan traído al mundo, o se lo haya entregado la vida. Lidia pidió la verdad, y a cambio, Ray pudo entregarle el cuarzo de los Sutherland.

—Si alguna vez quieres verlo —le dijo—, solo debes usar el collar.

—Soy una mujer de iglesia —contestó, con los ojos llenos de lágrimas—, y prefiero verlo al final del tiempo. Dios dio, Dios quitó, sea su nombre bendito.

A Ivy no le esperó más que una mentira, una curada a perfección por aquellos que conocían que Grafton no era un lugar como todos. Ella perdió a Lena en una tormenta, cuando su hija, arriesgando todo, decidió cruzar uno de los tantos pasos traicioneros para atender a un paciente en necesidad.

El cuerpo, que nunca se recuperó, dio lugar a una tumba vacía, la cual la mujer se negó a visitar hasta dos años después. Ray estuvo con ella, cuando, al colocar las flores sobre el marcador, una suave brisa levantó unos cuantos pétalos finos que se posaron en su cabello, como una caricia...

—¿Dónde andas, Walker? No te me escapas, oíste. Me debes un baile. Hoy, hasta lo mínimo a las tres de la mañana, en algún momento tienes que estar lo suficientemente borracho como para entrarle a la salsa. O al reguetón pa' abajo, si andamos muy dignificados.

La voz de Zuri era inconfundible, y sus ocurrencias únicas. Venía de mano con un chiquillo de unos seis años, quien corrió a los brazos de Walker como si se tratara de su propio abuelo.

—Pensé que andabas de luna de miel todavía, doctorcita. ¿Annie te mandó a buscarme, porque se cansó de tratar de mandarme la vida?

—Supongo.

Zuri lloró por días, al salir del hospital no quiso volver a la casa de Grafton, se quedó con Annie y con Walker en el terreno que daba al bosque. No hizo más que derramar su miseria en lágrimas durante el resto del verano, hasta que un día se levantó, se lavó la cara, preparó el café más cargado que Walker probaría en su vida y declaró que volvía a Nueva York para atar todos sus cabos, y luego volver.

Así lo hizo. Abrió un consultorio de familia en Grafton, donde conoció a un agrónomo, padre soltero, a quien, según ella misma, se encargaba de contar entre carcajadas, sedujo después de tasarlo como un diez. Una de esas tantas historias fortuitas que empezaron a engrandecer a Grafton desde el día en que...

—Yo también los extraño —Zuri le interrumpió el pensamiento—, pero hay tiempo para todo y hoy es tu tiempo.

—Solo un par de minutos más —aclaró Ray, sosteniendo al pequeño Charlie en su regazo—. A veces, se ven milagros, regalos de cumpleaños que no vienen envueltos.

Apenas las palabras salieron de su boca, cientos de luces doradas empezaron a titiritar en la oscuridad, danzando en la bruma azul de la montaña. Ya no eran ojos vigilantes, o pesadillas que se adherían a la piel, para robar la razón. Eran solo luciérnagas, marcando el final del verano.

Los ojos de Charlie eran muy jóvenes aún, los de Zuri, estaban concentrados en la realidad presente, pero para los viejos y algo cansados ojos de Ray, fue una alegría verlos danzar, moviendo la bruma.

A veces eran Lena y Key, como los recordaba en esos últimos días antes de que los reclamara el espíritu de la montaña. Otras veces eran niños, o adolescentes. Cada vez, eran felices, viviendo por siempre y para siempre los años perdidos, los cuales les fueron recompensados con una eternidad.

FIN

Fecha de comienzo: 26 de mayo del 2024

Fecha de conclusión: 13 de junio del 2024

48, 100 palabras, excluyendo notas de autor y otros apuntes

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