𝟬𝟱 🎸⤸₊ ❝ now i eat pizza everyday ❞

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❝ 0.5 Y AHORA COMO PIZZA TODOS LOS DÍAS ❞

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。゚♡゚・🎸・゚episode five . . . 🎧

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   Con el pasar de los días y la situación de su familia empeorando, Dylan comprendió que sus padres tardarían un poco más en regresar. Lo que significaba que su estadía en la Estación de Bomberos se prolongaba de manera indefinida.

— ¿Sigues sin encontrarlo? — le preguntó en un momento Joe mientras la chica se sentaba a su lado en el sofá con gesto rendido. Dylan resopló a modo de negación. — Ya aparecerá.— añadió para tranquilizarla.

  Sí. Su diario seguía desaparecido.

  No estaba en el colegio, no estaba entre sus cosas... Comenzaba a pensar que ya podía darlo por perdido. Luego de la fiesta de cumpleaños de la señora Jonas, la cual resultó terminar muy bien, por suerte, las cosas habían ido bien. A excepción del misterioso suceso de su diario de la infancia. Todo marchaba tranquilo. Bueno, tan tranquilo como pueden marchar las cosas para la banda sensación del momento.

   Dylan intuía que se avecinaba un nuevo dilema.

   Demasiada tranquilidad, demasiados días sin que le salieran canas verdes... Demasiadas cajas de pizza.

   Los chicos se estaban comportando de manera extraña últimamente. La casa estaba repleta de cajas de pizza. Y ni siquiera era buena pizza.

   Dylan, como la fan número uno de dicha comida —porque sí, para nuestra Dyl no valía aquello de que la pizza era comida basura— no solo aborrecía ver a sus chicos ingerir aquella atrocidad sino que había desarrollado un odio específico hacia el restaurante en el que pedían cada noche.

      Cada. Maldita. Noche.

       Dyl ignoró el aroma a queso que imperaba en la sala, recostó su cabeza al hombro se Joseph mientras ambos disfrutaban del programa que pasaban por la tele. Suspiró. El olor a salsa de tomate terminó opacado por el fuerte shampoo de su amigo. La chica frunció el ceño, ¿era muy raro que el pelo de Joe oliese a lavanda?

      Justo cuando estaba a punto de entrar en un debate interno por el descubrimiento, el timbre sonó.

      Casi de inmediato, Kevin y Nick se deslizaron por los tubos de bomberos.

      Joe, sin quedarse atrás, se levantó con tal rápidez del sofá que la cabeza de Dylan cayó y rebotó sobre el cojín.

—Es para mí, he pedido pizza.— dijeron a coro los tres.

  Dylan giró a verlos.

  Vaya, eso fue raro.

—¿En dónde la ordenaron?— preguntó la señora Jonas junto a su marido.

—De Picarilo* —contestaron al unísono el trío de hermanos.

   Dylan, sin poder evitarlo hizo una mueca.

—¿En serio? Su pizza es terrible. —Dylan no podía estar más de acuerdo con la madre de los chicos.

   —¿Terrible? ¿Cómo puedes decir eso?— Joe arrastró las palabras como un idiota.

   ¿Cómo podría no decirlo? la chica prácticamente gritó en su cabeza.

    Dirigió su mirada hacia la puerta con curiosidad, justo en el instante en el que la repartidora se quitaba su gorra y la cabellera caía como en un maldito comercial por sus hombros. Parpadeó, incluso juraría que había algún ventilador oculto por la forma tan mágica en que se balanceaba enmarcando su rostro cual chocolate derretido. Alzó una ceja entendiendo todo, no hacía falta más que ver aquellos ojos y mejillas. Era una chica muy, muy guapa.

» es la pizza más hermosa del mundo. — de pronto Dyl dejó de sentirse molesta y asqueada, aquello era divertido. La expresión de ensueño de Joe mientras la repartidora esperaba que tomaran la pizza no tenía precio.

—Ahora ya entiendo porque piden de Picarilo. —sonrió la madre de los chicos.

—Dyl, cariño...

    Media hora más tarde la mesa estaba puesta. La pizza cortada y servida en los correspondientes platos de cada uno. Dylan tocaba con un tenedor su porción haciendo su mejor esfuerzo.

—Ah, está bien, es solo que no tengo mucha hambre.— forzó una sonrisa que pareció convencer a la mamá de los chicos.—¿Quieres la mía, Frankie?

    El niño la ignoró.

    Joe rió cuando su hermanito menor le dió la espalda a Dylan fingiendo no haber oído la pregunta. Al oírlo reírse, Dyl estrujó una servilleta y se la lanzó, la bolita de papel lo golpeó en la nariz.

—Bueno es redonda y tiene algo fundido encima... —la señora Jonas agitó su pedazo. —Pero no puedo llamarla pizza.

—No dejo de masticar y masticar y cada vez es más grande.— se quejó el padre de los chicos.

—Es el rompedientes. Yo lo ordené.—Joe parecía muy orgullloso.

—No puedo creer esto.

—Papá, ¿Dónde dice que la pizza siempre debe saber bien?—Joseph empujó su plato animándolo a comer más.

—¿En la parte en la que pagas por ella?— Dylan, para este punto, tenía los brazos cruzados.

—¡No!— esta vez fue Kevin quien le arrojó una servilleta. —Picarilo respeta el medio ambiente. Su eslogan es, “Usamos todo lo que los demás tiran”.

—¿Y vuestro repentino gusto por Picarilo tiene algo que ver con cierta repartidora?

—¿Quién?— el par fingió demencia.

  Dyl estaba por rodar los ojos cuando sintió que alguien retiraba la silla a su lado.

—Hola, Nick.

—Hola.— Nick borró su pequeña sonrisa de repente y señaló el plato intacto de su amiga. —No has comido nada.

  Dyla elevó una ceja burlona.

—La próxima vez podrían pedir en un lugar que nos guste a todos.— Nick no pudp hacer más que sonrojarse, no había forma de defender aquella pizza y realmente no podía culparla. No obstante, él estaba preocupado por otra cosa, la respuesta no lo convencía del todo. Dylan notó eso, así que se inclinó y susurró en su oído. —Ey, está bien, tengo algunas barras de chocolate escondidas en el cajón de mis calcetines.

   Nick aún podía sentir su cabello cosquilleando en su mejilla aún cuando Dylan ya se había retirado.

—Ah... e-es... — como no podía ser de otra manera, volvió a sonrojarse. Tosió con falsedad para simular su tartamudeo. —Es que, ya sabes, no me gustaría que te vayas a dormir sin haber comido nada.

   La sonrisa de Dylan se transformó en un gesto serio e imperturbable.

—No te preocupes. Ya no hago esas cosas.

—No. No quise decir...

   Volvió a sonar el timbre.

   Dylan se levantó de la mesa para llevar su plato hacia el fregadero.

—¡Dyl! ¡Mira lo que hago! — Kevin agitó el brazo tratando de llamar la atención de su mejor amiga. Acto seguido, le mostró cuanto podía estirar el queso entre sus dedos. — Es muy pegajoso.

   Dylan no se rió, Kevin dejó de juguetear con el queso, extrañado. Ella siempre se reía de sus chistes, aunque fuesen muy malos.

   El señor Jonas —quien había acudido a abrir la puerta— emitió un grito de espanto.

—¡No! ¡Tú otra vez!

—Reparto pizzas.— sonrió la chica de Picarilo. —Es mi trabajo.

  En un abrir y cerrar de ojos, los tres chicos ya se habían amontonado sobre la puerta. Dylan estaba sorprendida de que María no se hubiese ido corriendo.

—¿Qué tal, María? — preguntó Joe recargándose al marco.

—Esto es demasiado para mí.— Dylan ya no tenía ganas de burlararse de sus patéticos intentos de coqueteo. Arrojó su pizza intacta a la basura y se lavó las manos.

   Se despidió de la señora Jonas y de Frankie diciendo que se iría a dormir temprano.

   Nick notó que Dylan abandonaba la sala, largó un suspiro olvidándose de María por completo.

   Sacarse a su mejor amiga de la cabeza estaba resultando mucho más complicado de lo que imaginó.

—¿Por qué tengo que ver eso?

  A la mañana siguiente, Dylan trataba de no mirar a Joe luchando por safar el botó de sus pantalones.

—Como tenga que seguir ensanchando vuestros pantalones va a haber escacez mundial de tela vaquera.— Stella irrumpió en el salón esquivando las cajas en el suelo y haciendo una mueca al escuchar un eructo.

—¡Nos quedan bien!— Joe se incorporó a la defensiva.

—Mientras no nos movamos.— añadió Kevs.

  El ruido de la tela rasgandose demostró que tenía razón.

—Pues, si no dejais de comer pizza... Tendreis que salir al escenario en chándal. Ajá, buen look. — dijo sarcástica.

—¡Sí! Y puedes diseñarnos unos muy geniales... Con... ¡Bolsillos especiales para guardar la pizza!— Joe en cambio no lo veía mal.

Stella le arrojó los pantalones de mezclilla a la cara antes de irse y fingir que esa última parte de la conversación no sucedió.

—¡Eh! — Nick apareció en las escaleras. —¿Habéis probado los chándal? Hay más sitio para moverse.

   Dylan parpadeó preguntándose si llegaría el fin de su sufrimiento. Los chicos estaban descendiendo a la locura.

—Caballeros, una palabra... — el señor Jonas llegó agitando unos recibos. — Al parecer este mes hemos gastado más de quinientos dólares en pizza, entre comillas, de Picarilo.

—¿Solo quinientos? Yo apostaría a que ha sido más. — una torturada Dylan miró los números rojos en el papel.

—¿Qué?

—Ni hablar.

—No hemos gastado tanto.

—¡Eh! —Frankie abrió la puerta de su castillo improvisado hecho con cajas de pizza. —Así no hay quien duerma.

—Oh, Dios ¡Frankie! ¿Puedo vivir contigo? —Dylan prácticamente saltó en su dirección, lo que sea con tal de no ver a sus amigos en ese estado.

  Lamentablemente Kevin no la dejó escapar.

—Vale, mirad, entiendo que os guste la chica del reparto...

—¿Gustarnos?¿La chica del reparto? —Joe hizo muecas que ni su padre ni Dylan creyeron.

  Kevin y Nick alargaron una risa menos creíble.

—Oigan, no es cosa de risa falsa. La fiesta ha acabado. Nadie pedirá más pizza.— dicho eso, se fue.

—Imagínate. Papá cree que nos. gusta la repartidora. Solo porque María tiene el pelo tan brillante como la berenjena.

—¿Qué?— Dylan lo miró de reojo.

—Y huele deliciosa, como el orégano tostado...

—Oigan, a veces no puedo creer que ustedes compongan canciones. — Dyl rió, sus halagos eran algo raros.

—La añoro. —trató de explicarle Joe.

—Pues... Hagan una canción.— Dylan sonrió.

—Bueno...

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