CAPÍTULO 14: Maldito aniversario

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La cruda verdad era que hasta esa mañana Star no había pensado demasiado en sus padres. Toda su vida se había acostumbrado a ser un ente invisible para Nahama y de Hanson Moon, un mosquito idiota al que cualquiera querría dar un manotazo para que dejara de zumbar. Deambulaba como una sombra molesta por los harapientos y estropeados pasillos de la casa familiar. A decir verdad, tristemente, en los últimos meses se había acordado mucho más de Claire que de sus propios padres. Muchísimo más: pintaba con detalle su preciosa sonrisa, su forma de caminar segura y sin esfuerzo, sus discursos sobre por qué debería aprovechar su maldita juventud y acompañarla a las fiestas de sus compañeros de clase. «En definitiva, vivir y ser dueña de tu propia vida, Star», solía decir.

Cuando, cada mañana, se colgaba la mochila al hombro e iba al Brighton Chestnut Valley de Sceneville, todo aquello le parecerían una sarta de estupideces. Ella disfrutaba de su música y sus partidas en la sala de Arcade. Tal vez el único motivo era que aquellos lugares, se habían convertido en los únicos en los que se sentía bien: a salvo y capaz. Tal vez si hubiera sido un poco más como su amiga, habría disfrutado francamente de todas esas actividades de las que se suponía que una persona de su edad debería de disfrutar. En aquel instante, encerrada en Hammondland, después de todo, lo echaba de menos. Al menos, echaba de menos un espejismo alterado de su yo del año anterior: sin poderes, sin criaturas, y sobre todo, sin ningún Entherius molesto queriendo acabar con ella.

Siempre había pensado que los sueños eran el acontecimiento más alucinante que un ser humano podía experimentar, y que no tenían nada de simplones. Bien es cierto, que todas aquellas reflexiones filosóficas dejaron de rondar su cabeza cuando murió y revivió en las mohosas alcantarillas de la ciudad central y su vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Se desperezó lista para saltar de la cama, pero volvió a cubrirse la cabeza con la gruesa manta, cuando comprendió que su paso por Sceneville no había resultado ser un simple sueño. Al final, optó por revolcarse en su guarida unos minutos más, con la sensación de que se había despertado en un día en el que pasaba algo, pero conseguía identificar el qué.

—¡Chorradas! —Resopló cansada de tanto desbarajuste mental. ¡Necesitaba despejarse de una vez por todas! Por esa razón, salió del nido de mantas y decidió que lo mejor sería darse una ducha.

Dejó que el agua caliente envolviera su cuerpo. Siempre le había encantado esa sensación que el agua le provocaba en los oídos, creando una burbuja invisible que le aislaba del resto del mundo. Esto le empujaba a una especie de trance interior. Cuando era humana le daba vueltas a millones de cosas: a cómo conseguiría pasar de la pantalla cinco del Ghouls 'n Ghosts, también se imaginaba a ella misma en un lugar menos hostil que la aceptase tal y como era, visualizaba a Claire, y en cuando jugaban a brujas y princesas, ella siempre era la bruja, Claire la princesa, sin discusión. Pero habían pasado demasiadas cosas y nada de aquello importaba ya.

Esa mañana, en Hammondland, solo necesitaba procesar la conversación con Matt: las dos puertas, la explicación sobre la masacre y la sed de saber más acerca de ese patrón que le perseguía allá donde fuese: un parto, una boda y un funeral. También tenía que asimilar las imágenes que había visto de su bisabuela Belia y el abuelo Robert en la mansión Moon. Todavía no podía creerse que su abuelo renunciase a los poderes, aunque pensó que quizá ella hubiera hecho lo mismo, si algún día descubría que su padre no era su padre biológico, y por si esto fuera poco, su padre biológico resultaba ser una bestia malvada.

Algo le hizo clic en la cabeza: a esas alturas, ciertamente disponía de esa información clave que Nahama llevaba buscando meses. Tenía el antídoto a ese virus que había matado las raíces de su familia, poco a poco.

La casa Moon se vino abajo el día en que el abuelo Robert renunció a sus poderes. Y no solo la casa Moon, sino toda esperanza de prosperidad y felicidad se esfumaron con acto de rechazo a su linaje. Star no había tenido tiempo de reflexionar demasiado sobre que, antes que ella, otros Sorgeni habían convivido con la dualidad del poder Gravithus y Entherius. Bueno, otros no, otro: su abuelo. Y que esa posesión conflictiva había podido con su alma hasta tal punto de decidir tirarlo todo por la borda, por muy alto que fuera el precio a pagar.

Star podría eliminar gran parte del sufrimiento de Nahama y Hanson, contándoles la verdad. En su interior, había comprendido que cualquier historia extraña sobre poderes, renuncias y maldiciones no les resultaría insólita en absoluto. El día en que volvió a casa junto a Ben convertida en una Star diferente y más fuerte, no hicieron demasiadas preguntas, y eso hizo que barajara la posibilidad de que sus padres esperaran una respuesta más allá de lo ordinario, que explicara el por qué de todas sus desgracias.

Allí, mientras se perdía en sus ensoñaciones, sintió que tenía la responsabilidad de hablar con sus padres. Sobre todo con su madre, que de algún modo había sido la que más misterios había desentrañado sobre el pasado de los Moon. Debía salir de Hammondland. Eso significaba que, por desgracia, incumpliría la promesa que había sellado con Matt mucho antes de lo que le hubiera gustado. Y, si no iba a ser posible encontrar con ellos en persona, encontraría un buzón de mensajería al que arrojar una carta o daría con una cabina telefónica, si es que en Strana había cabinas, claro.

No tenía ni la menor idea de dónde encontrar nada en esa ciudad. Por eso, sin reparar en que lo había hecho, había tomado una decisión inapelable. Sin elegir a propósito, había comprendido que la única solución era aceptar la invitación de Gloria e ir a esa fiesta de Halloween.

El sol casi se había puesto, así pues, no le quedaba mucho tiempo para huir: iría al BewitzMuzik Pub y averiguaría cómo contactar con sus padres desde Strana. Era una estrategia arriesgada, pero era lo que su interior le gritaba a voces que debía hacer.

Salió del agua y se sentó entre el vapor durante un rato a disfrutar del silencio, y mientras clavaba los ojos con la mirada perdida en la antigua piedra de aquel baño regio y hermoso, cayó en la cuenta de un detalle que complicaría sus planes si deseaba salir de Hammondland en unas horas.

—Oh genial... —susurró para sí misma, enterrando la cabeza en la toalla. ¡Es mi cumpleaños! Eso era lo que pasaba y solo podía significar dos cosas: una, que era el aniversario de su renacimiento. La otra, que probablemente Ben se empeñaría en celebrarlo. No aquel horrible suceso, sino su cumpleaños. Eso suponía un claro problema si lo que deseaba, era salir del seminario sin ser vista.

Al salir del baño, se pegó un buen susto al comprobar que, de repente, Ben le esperaba en el umbral dando saltitos, convertido en una preciosa bola de pelo. Star se agachó y lo acarició con cariño.

—Te echaba de menos —confesó cogiéndolo en brazos. Y era absolutamente cierto. En lo más profundo de su corazón, a pesar de todo: de las dudas y de la sensación de que algo entre ambos se había roto, echaba de menos a su precioso gato abisinio, juguetón y chistoso. Quizá solo era nostalgia por el aniversario de su transformación. A fin de cuentas, sin Ben, no habría sobrevivido ni un solo día en su nuevo cuerpo con sus nuevos poderes. ¿Estaba siendo demasiado dura con él?

—Miauuu, miauuu... —ronroneó el gato.

—¿Me quieres enseñar algo? —De un bote, Ben se posó en el suelo y correteó hasta el lugar en el que este se pasaba horas y horas, últimamente: el despacho.

—¡Felicidadeeees, «chica renacida»! Uy, lo siento.

—Ben... —suspiró Star—. No pidas perdón por eso, idiota —dijo dándole un codazo—. Te juro que me suena más raro que intentes llamarme Star todo el día, con ese tono tan serio: Star, Star, Star...

—Está bien, «chica renacidaaa»

—Tampoco te pases —sonrió de medio lado. Ben le sacó la lengua, que todavía estaba rugosa. Parecía que el tiempo no hubiera pasado entre ambos.

—Últimamente, no sé, te noto muy distante. Sabes que me tienes para lo que haga falta y te juro, que si hubiera tenido otra opción, jamás habría recurrido a Matt.

—¿Seguro?

—¿Qué significa eso?

—Nada. Nada.

—Bueno, pues... ¡Espero que esto te anime un poco! ¡Muchas felicidades! —dijo destapando una sábana que cubría algo cuadrado y grande—. Es... es una radio.

—¡Haaalaaa! —Justo lo que necesitaba—. ¿Esa radio funciona? ¿Puedo llamar a mis padres? —No se lo podía creer, quizá no tendría que incumplir su promesa.

—Oh, no, por desgracia solo funciona a unos cuantos kilómetros, y solo nos permitirá hablar con Matt cuando salga, por seguridad, ya sabes. Pero lo más guay, y ese es tu regalooo, es que la he configurado para que puedas escuchar música. ¡Música nueva! Estarás cansada de rebobinar y rebobinar siempre las mismas cintas...

—Guuuau, ¡me encanta, Ben! ¡Es increíble! —Aunque en su interior se sentía decepcionada porque, a pesar de gustarle el chisme, tenía que seguir con su plan de escapar de Hammondland y acudir a la fiesta de Gloria.

—¡Venga! ¿Lo probamos? —Star asintió sonriente. Después de un rato, solo consiguieron sintonizar canciones en un idioma desconocido—. Oh, lo siento, mañana probamos otra vez, ¿Vale? Venga, dime, qué quieres hacer por tu cumpleaños. No podemos salir de aquí, ¡pero seguro que hay algo que quieras hacer!

—Mmm, la verdad es que tengo un sueño terrible. Creo que lo que más me apetece es dormir... Oye, ¿Matt ha salido? —debía preguntar para cerciorarse de que la ruta estuviera despejada.

—Sí... bueno, no le parecía buena idea estar aquí hoy.

—Lo entiendo.

—Entonces, ¿vas a dormir?

—Ajá.

—Está bien. Estaré aquí si cambias de opinión. Y si cambias de opinión mañana o dentro de tres semanas, siempre podemos celebrar tu cumpleaños en cualquier otro momento. Supongo... que hoy no será el mejor día para hacerlo. 

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