CAPÍTULO 23: Voces en el exterior

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Los terrenos de Strana presenciaron cómo el crepúsculo conquistaba sus recovecos, al menos en cinco ocasiones, después de la dura asamblea en la recuperada biblioteca. La atmósfera en Hammondland no había cambiado demasiado a los ojos de Star, puesto que desde que había puesto un pie en el seminario, la soledad se había convertido en su fiel compañera, con la excepción de momentos muy escasos en los que parecía haber recuperado la fe en su amistad con Ben.

Tras la llegada de los disidentes, su situación seguía siendo exactamente la misma: paseaba o entrenaba sola todo el tiempo o se refugiaba en su música. La única novedad era que podía leer el viejo cómic que Matt le había regalado la noche de Halloween.

El resto de los inquilinos de la fortaleza se dedicaban a las tareas asignadas por Ben, que había colgado en uno de los corredores, un tablero de madera con las misiones y sus responsables. Los últimos días se había cruzado con Matteo más que nunca en los pasillos, pues este había aceptado delegar sus investigaciones en la ciudad y sus alrededores, por cuestiones de seguridad, al sabio Kuna. El Entherius solía ir acompañado de un peludo gato abisinio que no paraba de rascarse con las esquinas de los muros.

Ben, había escogido mantenerse el mayor tiempo posible en su forma animal. Star supuso que su garante no tenía ganas de hablar con nadie, y en el fondo, aunque le diera pena, lo agradecía porque ella tampoco se sentía con fuerzas de seguir discutiendo con su mejor amigo.

—¡Qué hay, Star! ¿Te vemos esta noche en la cena? —solía preguntar Matt cada mediodía.

—Mmm, no lo creo. Hoy no tengo mucha hambre. —No tenía muy claro el motivo, pero ambos chicos exploraban el terreno de la academia; por áreas y por días.

A Mary Dorcas y Nahama se les había asignado una tarea de investigación documental. Con el paso de los días, la Sorgeni había ido cayendo en la cuenta de que la presencia de su madre le había afectado más de lo que hubiera querido: por un lado, se sentía arropada, pero por otro, y aunque ahora su madre conociera la causa de todas sus desgracias, no lograba dejar atrás el pasado y olvidar.

—¡Hola, Star! ¿Quieres echarnos una mano con esto? —Star solía husmear desde el umbral de la puerta, viendo cómo las dos mujeres se entendían muy bien. Mary Dorcas tenía el conocimiento y Nahama la intuición, y esta última, había encontrado cierto refugio en Mary para hablar acerca del abuelo Robert.

—La verdad es que tengo cosas que hacer, mamá. Pero gracias por preguntar.

—¡Todos estos libros son increíbles! Hay tanta información, hija... Están todas las respuestas a las preguntas que tu padre y yo nos hemos hecho durante años...

—Me alegro, madre...

—Lo cierto es que Matt ha hecho un gran trabajo, recopilando los libros de la mansión Moon —añadió Mary Dorcas una vez.

Aquella mañana, el sol brillaba esplendoroso en el cielo, y a pesar de que no hubiera ni una sola nube gris que anunciara tormenta, el frío del invierno comenzaba a ser cada vez más frecuente. Star se levantó de un salto de la cama, se frotó los ojos y alcanzó un pantalón y una camiseta. Asomó la cabeza por la vidriera del corredor y al ver el agradable clima, decidió subir a la azotea del edificio para entrenar. Antes de subir, agarró su walkman, se recogió su pelo negro y blanco en una trenza y se colocó los auriculares, que comenzaban a desconcharse por el continuo uso.

Disfrutaba de veras de la libertad que encontraba subida a la terraza. Si bien era cierto que era una absurda quimera y que seguía siendo, muy a su pesar, una reclusa, ver las colinas alzarse, vislumbrar el firmamento que se extendía sin aparente cierre o escuchar las hojas del bosque rozarse unas con otras al silbido del viento, le regalaban esa pizca de ánimo que necesitaba para seguir adelante con toda aquella majadería.

Puso a todo volumen Here I Go Again de Whitesnake y emprendió una carrera al ritmo de la música. La canción le traía recuerdos de los viejos tiempos en el laboratorio subterráneo de Ben, por eso, no pudo evitar tararear durante todo el camino. Continuó al trote atravesando el puente, dejando que la brisa gélida enfriara sus mejillas. Alcanzó una velocidad de noventa y ocho kilómetros por hora, o al menos, eso le decía el aparatoso chisme que Ben le había construido para medir su velocidad, y que debía llevar atado al cuello.

Más tarde puso en marcha, en el ático del edificio gemelo, la rutina de ejercicios que solía repetir en la piscina del cuartel secreto de Sceneville. Anhelaba entrenar sus poderes, pero por el momento había decidido poner el foco en la preparación física por dos motivos: el primero, que era así cómo Gloria necesitaba que la ayudaran, aunque no supiera si algún día volvería a verla o no, quería estar lista por si las moscas. Y el segundo, porque prefería mantener al margen su materia oscura y su energía azul, por si acaso. Por mucho que se empeñara en negarlo, la intromisión de los disidentes le había preocupado.

Mientras aporreaba el aire, sintió cómo una descarga le invadía primero los oídos y después, con una vibración, el cerebro. Instintivamente, lanzó los auriculares al suelo y se tapó las orejas con las manos. Cuando se recuperó, volvió a colocarse los auriculares y, súbitamente, escuchó aquellas interferencias de radio. Pero, ¿Cómo podía ser? Si habían sellado la puerta de la habitación en llamas, pensó. Frenó en seco y se tumbó en la piedra fresquita para descansar el cuerpo. Respiraba rápido a causa de la actividad. ¿Se lo había imaginado? Puede que... puede que se hallara cerca de la segunda puerta puzzle.

—Ssstaaar... Staaar... —La voz de un chico se fundía distorsionada con el siseo de las interferencias—. Staaar... ¿me oyes? ¿Hola?

—¿Terence? Pero, ¿cómo...? —Star se sentó de golpe y miró hacia los lados, por si el chico se encontraba allí, con ella, escondido en alguna parte—. ¿Eres tú?

—¡Hola! Sí, soy yo y... no tengo ni la menor idea... —Su voz se escuchaba enlatada, con una reverberación propia de un programa radiofónico—. ¿Me oyes bien?

—¿Estás ahí fuera? —quiso saber Star, inquieta. Rogándose por dentro mantener la calma. No podían haber descubierto su paradero.

—Estoy en el cementerio, cerca de las gárgolas...

—¡Guauuu! ¿Cómo narices podemos estar hablando si yo estoy en...? —La muchacha hizo una pausa para rectificar sus palabras, antes de revelar su ubicación real—. Mi casa, y tú en el cementerio... Eso está, ¡a tomar por saco!

—Ni idea. Te lo juro, pero me alegro de escuchar tu voz. —Se hizo un silencio en el que Star sintió un pellizco cerca de su estómago—. Estaba justo donde apareció la chica la otra noche, por si había algún detalle que habíamos pasado por alto, y de pronto... escuché tu voz, como lejos... Estabas tarareando esa canción... ¡Here I Go Again, nananaaa! —canturreó con gracia.

—¿Me has escuchado cantar? —Star se tapó la cara avergonzada y divertida por la actitud chistosa de Terence—. ¡OH, MALDITA SEA, NO!

—¡Sí...! No te preocupes, te aseguro que no has estado nada mal —rio el chico con amabilidad. Mientras, Star se mordía el labio sin dejar de sonreír—. De hecho, la próxima vez que nos veamos, pasamos del BewitzMusik Pub y vamos a un karaoke. Vamos a ser los reyes de la noche, nena —dijo partiéndose de risa. Star no pudo evitar reírse también, y en ese preciso instante, se dio cuenta de cuánto necesitaba a alguien así en su vida—. Reconocí tu voz al instante. Pensé que bueno... que eran imaginaciones mías...

—Oye, te ríes demasiado tú, ¿no? ¿Qué pasa con el chico creído y borde del otro día? ¿Es que se te va la olla? Si tu intención es volverme majara... te prometo que no hace falta. Esa misión fue completada hace mucho tiempo por otros —se burló Star. Lo cierto es, que estaba siendo completamente sincera. Sin embargo, siguió la estrategia de Terence de utilizar la comedia para hablar de cuestiones importantes. Por eso, se sorprendió cuando el chico se tomó su tiempo para responder y se esforzó en encontrar una actitud más amable.

—Sí... Oye, perdona si el otro día fui un imbécil. A veces no sé cómo actuar cuando conozco a alguien nuevo, y mucho menos si ese alguien nuevo es alguien... como tú.

—¿Como yo?

—Sí, ya sabes... Alguien con personalidad... fuerte... y muy guapa.

—Oh... Vale. —Star se sonrojó. Era la primera vez en su vida que alguien le decía que era guapa. Lo de la personalidad y lo de fuerte... saltaba a la vista desde la transformación, pero nadie, jamás, nadie, le había hecho sentir hermosa—. No pasa nada.

—¡Esto es una pasada! ¡Eres tú de verdad! —exclamó volviendo a su actitud traviesa anterior.

—Sí, soy yo.

—¡Es increíble! Tengo que contárselo a Gloria y a los demás... ¿Crees que tiene algo que ver con lo que está pasando? Quiero decir... es tan extraño como todo eso de los asesinatos...

—Puede que tengas razón. Pero... mejor no le digas nada a Gloria todavía —respondió Star jugueteando con el cable de sus auriculares.

—¿Por qué? —Star no tenía ningún motivo real para pedirle a Terence que mantuviera el secreto. Lo hacía porque, a pesar de sentirse feliz por haber hablado un rato con ese chico, tan creído, tan borde, pero que le hacía reír tanto y tan amable al mismo tiempo, sabía que aquello que había unido la comunicación entre Hammondland y el exterior, no podía significar nada bueno para ella y para los demás. Era demasiado peligroso.

—No sé... creo que de momento es mejor que no le despistemos de su objetivo con chorradas. No, hasta que no estemos seguros de que tiene que ver con los asesinatos, ¿vale?

—Tienes razón. Trato hecho, será nuestro secreto, entonces.

—Nuestro secreto... —susurró Star, absorta en la voz del chico—. Ejem, sí, eso: secreto.

—Y bien, ¿vendrás mañana?

—¿A dónde?

—Yo y Los Cazadores, iremos al BewitzMusik para montar guardia.

—¿Los Cazadores? —preguntó Star sorprendida.

—Sí, así nos hacemos llamar.

—Los Cazadores... Pues, no. Ya me gustaría pero estoy castigada. Me han... me han quitado las llaves de casa.

—¡Qué mala pata!

—Lo sé... ya os dije que mis padres eran muy estrictos. No les llamé por teléfono, ¿recuerdas? Así que... hasta nuevo aviso estoy bajo barrotes —bromeó.

—Seguro que hay otra forma de salir... A escondidas.

—¡No seas mala influencia! Puede que sí. No lo sé. —mintió. Sí, sabía de la existencia de una segunda puerta, pero desconocía su ubicación. Además, restaurar la primera le había llevado semanas. Por desgracia, no sería tan sencillo dar con ella.

—Inténtalo, Star. Te necesitamos —Terence carraspeó—. Te necesito.

—Lo intentaré, pero de momento, aprovecharemos esto. Sube a las gárgolas en un par de días a la misma hora. Yo estaré preparada para conectar contigo. Así podrás ir informándome de lo que ocurre si es que no consigo salir de aquí jamás en la vida -dramatizó.

—Cuenta con ello.

—Genial, ¡hasta luego!

—Star....

—Dime.

—Me ha enrollado hablar contigo. Eres una tía guay, lo sabes, ¿no?

—A mí también me ha gustado hablar contigo. Hasta dentro de dos días.

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https://youtu.be/WyF8RHM1OCg

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