CAPÍTULO 31: En la boca del lobo

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Cuando los cazadores salieron a la calle, parecía que un huracán cargado de nieve había arrasado con la ciudad. Como en un campo de batalla, había restos de coches, edificios por toda la calle, haciendo que la nieve se tiñera de negro, y de rojo, porque aquellos presos no habían sido los únicos que se habían vuelto locos durante la tormenta. Había cadáveres por todas partes, muchos más de los que a Star le hubiera gustado.

—¿Estás bien, Gloria? —preguntó Taleb mientras la ayudaba a caminar hacia el borde del río.

—Creo que sí —gimió—. Habéis llegado justo a tiempo.

—Menos mal que esto se ha acabado —dijo Samira. Star la miró de reojo apretando su coleta alta.

—Creo que esto no ha terminado, Samira... Creo que esto solo acaba de empezar. —Terence observó con detenimiento a Star.

—Puede... pero esta noche solo queda tener esperanza. Confiar en que por lo menos, por ahora, todo ha vuelto a la normalidad.

—Sí, porque creo que no sería capaz de enfrentarme a nadie ahora mismo —suspiró Gloria.

—Lo mejor es que te acompañe a casa, ¿vale? —se ofreció Taleb—. Gloria sonrió levemente y se fue alejando con una leve cojera, ayudada por el chico.

—¡Esperadme! —gritó Samira—. Me voy con vosotros... Creo que si sigo viendo este panorama —refiriéndose al desastre—. Voy a potar. Nos vemos mañana... en... Bueno, no sé dónde, porque todo está patas arriba, pero nos vemos mañana, ¿vale? —Star y Terence asintieron.

Durante unos segundos el silencio invadió los cuerpos de Terence y Star que miraban abrumados cómo sus amigos se iban alejando poco a poco y se iban abriendo paso entre los restos y los presos que habían salido del trance y vagaban de un lado al otro sin saber qué diantres había podido ocurrir. La sirena de una hilera de coches de policía rompieron el silencio y la confusión del ambiente.

—Vámonos de aquí —dijo Terence agarrando a Star por los hombros, mirándola con empatía y algo de tristeza.

—¿A dónde? —respondió esta todavía algo aturdida.

—No lo sé, pero lejos de este sitio... La policía va a hacer preguntas... y no creo que al jefe de policía le haga gracia dar con un par de cazadores en el escenario del crimen. Creo que ya nos odia bastante, sobre todo a Gloria, por acusarles de encubrir algún que otro asesinato.

—Tienes razón...

—Vamos. Encontraremos algún sitio en el que refugiarnos. Espero que algo se haya mantenido en pie... Hace demasiado frío para quedarse en la calle esta noche.

—Te sigo... —Star estaba completamente resignada, perdida y aturdida, pero salir del BewitzMusik en ruinas y de la ribera del río le parecía la mejor idea que podía tener. Alejarse de allí donde había invocado su Entherius, que por lo que sabía, no le había abandonado del todo. Lo recordaba cada vez que se apretaba la coleta para asegurarse de que los pequeños cuernos de hueso no fueran en absoluto visibles para nadie y mucho menos para Terence.

—Oye, ¿estás bien? Te noto como... ida...

—Sí... —pensó—. Creo que sí... con todo esto que ha pasado... Todavía estoy un poco alucinada. Tú... pareces muy tranquilo —observó la muchacha.

—Ya... —dijo Terence encogiéndose de hombros—. Supongo que por fuera puedo parecer... algo duro, pero te aseguro que tengo miedo. Mucho miedo: Zoila ha desaparecido, y lo de esta noche... no puedo ni decirlo sin sentirme idiota. —Star le azuzó con la cabeza para que continuara hablando—. Es como si fuera... sobrenatural como si la vida real se hubiera terminado para siempre y algo más allá de nuestra comprensión hubiera ocurrido...

—¿Fantasmas y esas cosas?

—Sí... fantasmas y esas cosas —sonrió el chico—. Te debo parecer un completo pirado.

—No te creas...

A pesar de la nieve, que les llegaba casi hasta las rodillas, avanzaban con sorprendente facilidad. Atravesaron las calles de Strana que se hallaban en completo silencio. A ambos lados solo se veía nieve, restos de edificios, pequeños fuegos que aún se mantenían vivos, y por desgracia, los cuerpos inertes de algunos habitantes de Strana que no habían sobrevivido ni a la tormenta, ni al caos provocado por los rituales de La Colmena.

—Mira, ¡ahí! —Terence señaló una pequeña casita que se mantenía en pie entre los escombros—. Creo que servirá.

—¿No habrá alguien dentro ya?

—Puede... pero tenemos que intentarlo. —Terence se acercó por un lado y Star por otro. La chica, localizó un pequeño ventanal. Frotó el cristal con cuidado para limpiar el hielo, y con las manos, rascó la nieve para dejar el suficiente hueco para mirar. Acercó la nariz al cristal—. Creo que no hay nadie —dijo Terence desde el otro lado.

—Sí, yo tampoco veo a nadie —La casa era muy antigua. Star no se explicaba cómo se había mantenido en pie una casucha que de por sí, ya parecía estar en ruinas. La cocina era de madera roída, la mesa y las sillas parecían hechas para personas muy pequeñas. Todo era muy antiguo, puede que del siglo pasado—. ¿Entramos? —preguntó Star. Terence asintió y se acercó a la puerta con cuidado. La abrió y miró a ambos lados para confirmar que efectivamente, estaban solos.

—Encenderé un fuego, ¿vale? Tú... Siéntate. —Mientras Terence se agachaba en la chimenea, Star no se sentó, deambuló alrededor de la casa abriendo algunos armarios antiguos. No se había dado cuenta hasta ahora pero sentía un agujero en el estómago. Puso la mano sobre él y este le rugió como demandando alimento inmediatamente. En un armario, localizó un pedazo de pan duro lo suficientemente grande como para saciar su hambre.

—Terence... ¿quieres? —Ofreció mostrándole el pedazo de pan. El chico negó con la cabeza y continuó avivando el fuego—. ¿Crees que encontrarán a Jeff entre los escombros? Había al menos diez personas más en el Bewitz esta noche...

—Espero que sí —dijo el chico encogiéndose de hombros. Se puso en pie y se sentó en otra silla frente a la chica—. ¿Has entrado en calor? —le preguntó alzando la mano y frotando el brazo de la chica.

Star, tragó el mendrugo de pan que tenía entre los dientes con dificultad. Levantó la mirada y sus ojos, azules, vivos y eléctricos se toparon con los del chico. Terence tenía una mirada especial, sus ojos eran del color de la arena o el ámbar. Se quedó ensimismada observando cómo las llamas de la chimenea se reflejaban en sus iris, como espejos infinitos. Después, inevitablemente, llevó su mirada hacia sus labios, carnosos, que formaban una sonrisa dejando entrever sus paletas algo separadas.

No tenía ni la más mínima idea de qué le ocurría con ese chico, pero el corazón se le aceleraba sin que pudiera hacer nada al respecto. Su estómago se encogía ante el misterio que desentrañaba su actitud respecto a ella. Como si la conociera de antes.

—Star... —dijo el chico llevando la palma de su mano a la mejilla de la chica. Posó su mano en su rostro con suavidad, ayudándola a levantar los ojos hacia los suyos de nuevo.

—Dime... —susurró esta tratando de ocultar el sonido de su corazón, que delataba su nerviosismo.

—¿Por qué me miras así? —susurró como una serpiente que sisea.

—Así... ¿cómo?

—Como si quisieras comerme...

—Yo... —dijo esta mordiéndose el labio—. No tengo ni idea... se miró los zapatos avergonzada—. Lo siento...

—No me pidas perdón... —dijo acercando sus labios al lóbulo de la oreja de la chica—. Es mutuo... —besó con suavidad el pedazo del cuello que se esconde detrás de la oreja.

Star se estremeció. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Algo que le decía que ese chico provocaba en ella sensaciones muy extrañas y contradictorias a la vez. Le gustaba tanto que era capaz de sacar de su interior un sentimiento parecido al fuego, parecido a la rabia que despertaba su Entherius.

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