CAPÍTULO 32: No deberías esconderte

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—Terence... —balbuceó la chica—. Casi no nos conocemos... —respondió echándose hacia atrás. Por mucho que ese chico le gustase, era la primera vez que estaba a solas de esa forma con uno . Debía mantenerse en su postura, aunque le costara tanto.

—Lo sé, pero... ¿no te ha pasado a ti también? —dijo agarrando su mano entre las suyas.

—¿El qué?

—Es... como si nos conociéramos de antes... La noche en la que Gloria te trajo al cementerio, en cuanto te vi... es... todas mis alarmas se encendieron de golpe. Para mí es... como haber encontrado algo que llevaba años buscando. Un corazón en el que sentirme como en casa. Y después... ¿no te parece raro? Que de pronto... de la nada... algo nos conecte para que podamos hablar... es...

—De locos... —dijo ella asintiendo.

Terence llevó su mano al pecho de Star, justo en el lugar en el que su corazón se escondía. Permaneció quieto durante unos segundos, escuchando y después, llevó la mano de Star a su corazón.

—¿Lo ves?

—Laten al mismo tiempo —dijo Star. Terence tiró un poco del brazo de la muchacha, hasta que sus rostros estaban tan cerca que lo único que se le ocurrió a la chica fue mantener el aliento. El chico acercó sus labios a los suyos, y los dejó durante un rato. Star pensó que su boca estaba muy caliente, a una temperatura superior a la de cualquier persona—. Estás ardiendo —masculló la chica sin separarse de los labios del chico.

Terence no respondió, alzó su brazo y ayudándose de la mano, atrajo empujando el cuello de la chica, su rostro, para besarla con más intensidad.

El chico subió por su cuello, jugueteando con los dedos. Star se sentía como si volara, como si estuviera en otro planeta. Hasta que un gesto brusco la despertó.

Sin querer, Terence había rozado los cuernos de hueso que se escondían tras su alta coleta. Sin dejar pasar ni un segundo, se levantó de golpe de la silla, y se alejó todo lo que pudo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Terence—. ¿He hecho algo malo?

—No... es solo qué... —respondió Star sin darse la vuelta, con los ojos húmedos y mordiéndose los carrillos con nerviosismo. Se llevó la mano a la cabeza y después de apretarse fuerte la goma de la coleta, se aseguró de que sus cuernos permanecieran bien escondidos bajo la mata de pelo. Parece que al menos, habían disminuido su tamaño desde que habían salido de la zona del BewitzMusik—. Nada. No es nada... —Terence se levantó despacio y se acercó a ella. Colocó la cabeza sobre el hombro de la chica con delicadeza y besó de nuevo su cuello.

—No deberías preocuparte por eso... —dijo susurrándole al oído con una mezcla de ternura y misterio.

—¿Por... por qué? —balbuceó Star. No podía ser, no podía ser que Terence supiera lo que era...

—Por ser diferente... No deberías preocuparte por ser diferente. —Star se movió incómoda y despacio, para volverse hacia el chico. Terence levantó su cabeza del cuello de la chica para dejar que se moviera. Al darse la vuelta, los ojos del chico habían dejado atrás su color ambarino para pasar a un rojo sangre y bajo sus ojos, se habían dibujado unas ojeras que le hacían parecer mucho más oscuro y peligroso.

—Terence... tus ojos...

—No eres la única que es diferente —interrumpió el chico. Esa forma de pensar, sería... demasiado arrogante. Aunque no me sorprendería... viniendo de una Sorgeni...

—Eh —exclamó Star aunque sin levantar demasiado la voz, por la sorpresa, a la vez que retrocedía varios pasos—. ¿Cómo sabes tú...?

—No deberías esconderte. —Terence avanzó muy rápido, tan rápido que pilló por sorpresa a Star. De un gesto, soltó la goma de pelo de la chica, dejando a la vista las dos montañas blancas de hueso. Star instintivamente, se llevó las manos para cubrírselos. Estaba completamente desconcertada—. Yo odio tener que esconderme. —Terence se alejó unos pasos, y se colocó cerca de la chimenea. Star instintivamente también retrocedió unos pasos, a la vez que el suelo temblaba bajo sus pies.

—¿Qué haces Terence? —preguntó Star.

—No deberías confiar en desconocidos, dadas las circunstancias Star.

—¿Dadas las circunstancias?

—Eres una Sorgeni mitad Entherius... No dejarán que te escapes. Te quieren bajo tierra... Michael te quiere muerta.

—¿Conoces a Michael?

—¿Conveniente, verdad? Que apenas a unos pasos de Hammondland, ocurran desgracias y muertes tan terribles... que un grupo de cazadores busquen el problema, y que den contigo... alguien que parece tener más fuerza que cualquier otro ser sobre la tierra... —Star no respondió, durante un rato se quedó callada, confusa, esperando a que el chico continuara, pero no lo hizo.

—¿Gloria y los demás...?

—Gloria y los demás no tienen ni idea... Bueno, Zoila quizá cayó en la cuenta de que no era humano cuando le arranqué la cabeza.

—¡¿Qué eres!? —gritó Star, preparada para atacar al asimilar las palabras que había dicho el chico.

—Soy un Sibum, el siervo de aquel que quiere acabar contigo.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que Damon me envió a por ti, a buscarte, a descubrir tu escondrijo para que cuando el amo se despertara, pudiera venir a por ti y arrancarte el corazón de cuajo. Me envió a mantenerte vigilada, Renacida.

—¿Renacida?

El suelo siguió temblando con más violencia bajo sus pies. Terence no llegó a responder, pues mientras Star ejecutaba su última pregunta, la mandíbula del chico se había desencajado por completo. De pronto, su mandíbula se había vuelto más pronunciada y su nariz había adquirido un color negruzco y una textura húmeda. De la garganta del chico surgió un gruñido de dolor. Dio una sacudida incontrolada y su cuerpo crujió doblándose hacia atrás, quedando completamente plegado, como si su columna vertebral se hubiera partido en dos.

Star dio varios pasos lentos hacia la puerta de salida, tratando de no hacer ningún movimiento brusco. Fuera lo que fuera, Terence parecía peligroso y no quería arriesgarse a que le hiciera añicos. Mientras se alejaba, observó cómo las rastas del chico se encogían hasta volverse un pelo rugoso que se extendió por todo su cuerpo. Parecía un perro abandonado, sucio y mugriento, pero era mucho más grande, sus patas terminaban en garras y sobre sus fauces eran seis los ojos que pestañeaban, dejando entrever su color rojo sangre. Su columna vertebral estaba dibujada por unas anchas escamas, como las de un cocodrilo, del mismo color oscuro que el de su pelo, y alcanzaba hasta la punta de su larga cola.

Star alcanzó la puerta justo a tiempo, la abrió de golpe al momento en el que el Sibum saltaba sobre ella. No le quedó más remedio que cerrar los ojos y levantar el brazo para provocar un golpe azul eléctrico invisible que golpeara a la criatura con tanta fuerza como para derribarla y ganar el tiempo suficiente para salir corriendo.

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