CAPÍTULO 4: El gato y el diablo

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Sceneville, 6 de julio de 1912

—¡Chist, chist! Eh, ¡muchacho! —susurró una sombra, mientras removía los arbustos de los límites de la casa de los Moon. Las hojas de los setos resultaban densas y se apreciaba el buen cuidado del jardín. El sonido de la fricción de las ramas se arremolinaba con el del viento sur que indicaba el principio del verano—. ¡Eh, venga! Sé que me estás escuchando...

—Shhh. Calla de una vez —farfulló un apuesto joven que trataba de observar cómo brotaba un fruto de una Terminalia Chebula preciosa, que crecía en la parte más frondosa del patio.

—Vamos... Me aburro soberanamente... —suplicó la sombra con capricho.

—Te fastidias. —El joven, rubio y delgaducho, se recolocó las gafas y le dedicó a su visitante una mueca.

—No seas malo conmigo, anda... ¡Cuéntame! —dijo excitada la sombra—. ¿Esperas a que la Terminalia dé sus frutos para hervirla? ¿Es otro de tus experimentos modernos?

—Sí... —El chico se dejó llevar por la emoción solo un momento y relajó su rostro serio—. Me ayuda a calmar... ya sabes... las bolas de pelo. —Carraspeó, agitó la cabeza y volvió a su postura rígida—. ¿No deberías estar...? No sé... ¿Planeando el fin del mundo con tu abuelo, o algo así?

—Vamos, Ben... Sabes que yo no tengo nada que ver con eso... —protestó suplicante, ávido de que ese chico le proporcionara la diversión que necesitaba—. Además, —se enfurruñó—. Si hablamos de acabar con el mundo... tu protegida se lleva la palma.

—Lo sé... ¡JA! —accedió Ben soltando una carcajada involuntaria—. Como te escuche...

—Como me escuche... intentará asesinarme. —Ambos bromeaban con complicidad. Si algo estaba claro, era que, a pesar de sus diferencias y la palpable distancia, los dos mostraban más signos de amistad que de todo lo contrario. El espectro se tornó visible, y de él, surgió un joven hermoso de rasgos simétricos y una mirada, a una profundidad de trece millones de años luz. Oscura y colmada de astros.

—No nos pueden ver juntos, Matt. No, después de lo que pasó con Belia. De hecho, tú no deberías salir de la mansión... Tenéis un pacto. ¿Cómo consigues escaparte sin que haya consecuencias?

—Uno tiene sus secretos —respondió el muchacho, ataviado con un traje de chaqueta y pantalón, cincelado a su impecable silueta—. Venga, ¿qué dices?, ¿vendrás al lago?

—No puedo... —Ben resopló con resignación—. Tengo que cuidar del bebé.

—Diantres, Ben... Mi hermanastro tiene dos...

—¡Calla! —interrumpió este tratando de no hablar demasiado alto. Cortó el tallo de una planta y se alejó de Matt unos metros.

—¡Qué! —Matt volvió al tono anterior, murmurando con cuidado.

—No le llames así en voz alta...

—¿Cómo?

—Ya sabes cómo...

—Está bien... Bueno, pues... El niño ese tiene ya dos años. No es ningún bebé. ¿No puede cuidarse solo? Además, tú eres... un garante, no un... niñero.

—No puede cuidarse solo. Robert está desarrollando poderes inusuales... Y, a veces, me lo encuentro colgando de un armario o a pocos metros de caerse por el hueco de la ventana.

—¡Mejor! —exclamó Matt entre risas.

—¡Matt! —se quejó Ben colocando las manos en jarra. Después, se acercó a los ojos una bolsita con las muestras de las plantas recogidas, se encogió de hombros y puso rumbo a la casa.

—Era broma... —se disculpó Matt tratando que retrocediera hacia él—. ¡Eh, Ben! ¡Que era broma!

—Está bien... Iré al lago... Pero será esta noche. Ahora, no puedo.

—¡Claro que sí! Estaré contando cada minuto de mi aburrida existencia hasta esta noche.

Ben guardó el saquito en una diminuta caja de metal y se la metió en el bolsillo interior de la chaqueta de ante color marrón. Después, miró a su alrededor comprobando que nadie observaba (un hábito que no era necesario en aquella casa colmada de protecciones, pero que había obtenido a lo largo de los años), se reubicó las gafas y, de un salto, se transformó en un precioso gato abisinio. Un gato dorado y juguetón.

El felino entró por una puerta principal tallada en piedra, recogida con arcos misteriosamente ovalados, de una mansión que irradiaba elegancia y esplendor. Alguien de gran importancia debía residir en esas paredes, alguien con un título noble, pero peculiar, alguien que decidió construir su hogar de una manera que llamara la atención, uniendo formas y patrones dispares.

Star conocía ese paraje. Lo conocía muy bien, pero siempre lo había visto como un amasijo de ruinas, un vertedero a rebosar de malos recuerdos que, de algún modo, había esclavizado a su familia durante años. Los techos raídos no estaban, los hierbajos que, como un virus, se propagaban por cada hueco libre de la piedra, tampoco existían. Intentó tocar el suelo con sus manos, pero nunca llegó a alcanzar tierra firme, y como una acuarela, la imagen se difuminó y desapareció, dando lugar a una nueva.

Hacía calor, y el único punto en el que la brisa llegaba templada, con algunos grados menos, era entre los árboles del parque que rodeaba el gran lago de la villa de Sceneville. Bajo las copas de los altos troncos, la vida se tornaba contemplativa y mucho más placentera que entre los edificios que, a principios de 1900, ya comenzaban a levantarse en Sceneville Central. No obstante, existía una ubicación incluso mejor. Una que solo alcanzaban los animales más diestros en la escalada, como las ardillas, los mapaches, y cómo no, los gatos y los Entherius. Y ahí, lejos de la multitud, escondidos entre las ramas más altas, se encontraban ellos: dos muchachos aparentemente normales.

Uno colocaba las piernas sobre el tronco y el resto del cuerpo sobre una consistente rama, dejando uno de sus brazos colgado e inerte hacia abajo. De vez en cuando, lo recogía para levantar ligeramente sus anteojos y enfocar la vista sobre el libro que sostenía con la mano sobrante: «El Futuro de la Ciencia Moderna».

El otro, se dedicaba a observar una ardilla que había cazado con sus dos manos. Aun con su gesto juguetón, el chico, guardaba una elegancia natural. Casi, se fundía con la textura del tronco.

—¿No te aburres de leer tanto? —preguntó este, burlón.

—No, claro... —Ben contestó sin levantar la mirada ni un ápice de su libro—. ¡Qué bien se está aquí!

—Lo sé —rio Matteo Eville, alcanzando con soltura la pierna de Ben y agitándola con gracia—. Yo tampoco... Yo tampoco me canso, quiero decir. Aunque... he de confesar, querido Ben, que ver una ardilla, por primera vez, fuera de un libro me resulta excitante.

—¿Son preciosas, verdad?

—Bueno, diría que son... graciosas. Sí, eso es. Son graciosas. —Acercó su nariz a la del roedor para ver más de cerca su complexión—. Sus dientes son largos y sucios, y tiene los ojos redondos y saltones. Me mira raro... Creo que le gusto.

—Matt, eres un Entherius... —Matt se encogió de hombros antes esa respuesta—. Gustarías a cualquiera —aclaró Ben.

—Ah ya... —afirmó con sorna mientras dejaba libre a la ardilla, que rápidamente se colocó en otra rama—. ¿A ti también, he de asumir?

—A mí también, idiota. —El chico agarró algunas hojas caídas del árbol y se las lanzó con complicidad.

—Ven —pidió Matt invitando a su amigo a aproximarse. El garante cerró el libro, lo dejó a un lado con cuidado y apoyó la cabeza en el regazo de Matteo Eville para dejar que este le acariciara el pelo—. ¿Crees que algún día podremos estar juntos de verdad?

—Mmm... Me gustaría decirte que sí. Sin embargo...

—Ya... No digo más que tonterías. Mi padre...

—Sí... ¡Y Belia!

—Desde que se separaron, todo está patas arriba. Cada cual es más tozudo. No hay manera de deshacer este entuerto, querido Ben.

—Lo sé... Belia está absolutamente desquiciada —confesó este con amargura—. Figúrate que ahora, casi cien años después, empieza a sentirse culpable por lo que hizo.

—¿No me digas...? —curioseó Matt susurrando con interés.

—Te lo juro, Matt. Mira a Robert y veo tristeza en su mirada. Pero ya no hay vuelta atrás...

—Pero como siempre, no es culpa suya. ¡Todo es culpa de mi abuelo! —gruñó con frustración llevándose las manos a las sienes—. Belia no mató a nadie, Ben. Fue mi abuelo.

—Tu abuelo es... tu abuelo. Pero Damon y Belia, sabían que no podían tener un hijo bajo el yugo de Michael. Un mestizo de ambos poderes sería... es demasiado peligroso para él.

—Ya... y tú, querido garante, y un servidor, sabemos que no deberíamos estar juntos, ¡y aquí estamos! —resolvió alborotándole el cabello.

—Ufff...

—Sí: Ufff...

***

Star Moon despertó de golpe en 1988 envuelta en un sudor frío y pegajoso. Violentamente, como un meteorito, impactó contra su juicio todo lo que Michael le había contado en la cámara sagrada sobre Belia y Damon. Desde luego, tras su salida del coma y después de haber presenciado la masacre de Hammondland, presumió que, contra todo pronóstico, el Dómine había sido sincero al compartir esta información con ella. Ahora bien, tan solo con posterioridad a ver a Matt y Ben hablar de un hijo prohibido, confirmó con palpable cólera que todo, absolutamente todo, era real.

Eso significaba... que, en cierto modo, Matteo Eville y ella eran algo así como familia, y que el terrible y malvado Michael Eville era tan antepasado suyo como lo era Belia. La misma sangre rebosante de crímenes corría por sus venas.

Pensar en aquello, le ponía la piel de gallina y le provocaba un hambre voraz. Las tripas le rugían, así que atravesó, totalmente descalza, los fríos pasillos de Hammondland para buscar la cocina. Al acercarse, oyó las voces de Ben y Matt parlotear entre susurros. Esta se escondió tras la puerta para escuchar atentamente su conversación. Ahora que entendía mucho más, quería saber qué tramaban. Había visto una parte diferente de Matt en ese retroceso, pero ni aún así llegaba a fiarse de él. Algo tuvo que pasar para que se volviera capaz de matar como lo hizo, y para que se volvieran tan enemigos como para que Ben quisiera terminar con él sin miramientos cuando pasó todo lo de Claire el año anterior. ¡Cuánto echaba de menos a Claire! Aunque cada día que pasaba, se encontraba más y más lejos de su amiga.

—¿Todavía sigue igual? —indagó Matt con aparente preocupación. Star se sorprendió al escucharle hablar en ese tono. Pensándolo bien, casi nunca había escuchado a ese chico hablar como un humano normal, que hace cosas normales, como tomar una taza de té calentito en la cocina a las tantas de la madrugada.

—Sí... —respondió Ben, abatido—. Ella dice que está bien, pero no sé... La verdad es que no parece la misma.

—Todo esto es por mi culpa, Ben. —Star escuchó cómo alguien soltaba la taza en el fregadero e inmediatamente arrastraba una silla para sentarse. Ben no respondió—. Si no le hubiera hecho aquello... Por mi culpa estamos aquí y por mi culpa... esa chica...

—Pero soy yo quien te ha traído aquí —le cortó Ben—. Soy yo quien acudió a ti. Soy un garante terrible...

—No. Te preocupas por ella y sabías... sabes que soy el único que puede ayudaros de verdad. Tú conoces bien a mi familia y a los suyos, pero yo, por desgracia, les conozco mucho mejor. Todo ha cambiado mucho. Ha pasado demasiado tiempo.

—Sí, siglos desde 1915...

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