CAPÍTULO 9: La primera puerta

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Los rayos de sol iban perdiendo su calor a medida que el mes de octubre llegaba a su fin. El otoño había sitiado las calles de adoquín que vestían la ciudad de Strana. Las hojas amarillentas y anaranjadas bañaban la piedra y el musgo que nacía entre sus hendiduras, y los edificios de colores, se tornaban brillantes a la hora del atardecer, que cada vez se pronunciaba antes.

A los lejos, las colinas de Hammondland, recónditas e imposibles de localizar para quien no conociera su paradero, habían ido renunciando a su verdor y habían dejado paso a la mezcla de intensos ocres, a las peladuras de castaña y a las anchas ramas de los árboles. Estas, desembocaban en robustas raíces que recorrían los suelos y rodeaban la institución tal y como harían las venas que alimentan la vitalidad de un cuerpo.

Aquel espléndido atardecer, Matt había empaquetado sus maletas, ligeras, pues debía partir solo unos días para, según sus palabras exactas: «continuar con mis investigaciones sobre el abuelo», o esa patraña le había contado al garante. Star Moon no se fiaba ni un pelo, sin embargo, aquella tarde tenía cosas más importantes en las que pensar. Por esta razón, observó cómo el Entherius se alejaba colina abajo, dado que se negaba a desatomizarse en los terrenos de Hammondland, y después buscó a Ben.

Su garante se había encerrado en el despacho, que había dispuesto junto a Matt, llevándose consigo una pila de emparedados de atún y mariposas. Últimamente, se había pasado los días recorriendo Hammondland a escondidas de ella. —O al menos, eso creía el gato. Porque Star sí se había percatado del asunto. Era Star Moon, una Sorgeni, y él era su garante. ¡Por supuesto que se había dado cuenta!— Así pues, debía aprovechar la ocasión, mientras Ben estuviera enterrado entre hojas y apuntes, para terminar la labor que se había autoencomendado: restaurar por completo el mural quemado.

—¿Necesitas algo? —preguntó Star asomando la cabeza por la puerta entreabierta del despacho. Ben no pudo esconder su asombro debido a la inesperada amabilidad de Star. Desde aquella conversación en la cocina, nunca sabía de qué humor iba a encontrarla. Se sentía enormemente culpable por mantenerla prácticamente encerrada, pero realmente confiaba en que era lo único que podía haber para protegerla. Cuando se topaba con una Star de buen humor, trataba de estar feliz por ello y disfrutar de ese momento.

—No, gracias. —Ben le sonrió con ese gesto de garante juguetón—. Estaré aquí todo el día.

—¿Puedo preguntarte qué...? —Star se disponía a preguntarle qué se traía entre manos, pero se lo pensó mejor. Debía mantenerse enfocada y concentrada en sus asuntos—. Ya, ya... Mejor no preguntar —resolvió levantando los brazos en lo que retrocedía unos pasos.

—Gracias, Star... —agradeció Ben tratando de que la chica no se marchara enfadada—. ¿Qué te parece si cenamos juntos?

—Pues... la verdad es que estoy un poco cansada. —La verdad es que no sé cuánto tiempo me va a llevar terminar el mural, corrigió en su cabeza—. ¿Desayunamos, mejor?

—Sí, por favor ¿Tortitas?

—Tortitas de mariposas para ti y huevos revueltos para mí.

—Trato hecho.

Star cerró la puerta y se dirigió a la «habitación en llamas». Ella misma había bautizado la estancia con ese nombre, después de pasar cada uno de los atardeceres del mes allí. Aquella noche, iba a ser «la noche». Solo le quedaban algunos retales por restaurar, y cuando lo hiciera, por fin sería capaz de descifrar aquello que se escondía tras el humo y las quemaduras del incendio.

Atravesó el puente de mármol, dejando que las casi ya desvanecidas chispas de sol del día le acariciaran la piel. Cerró los ojos para disfrutar un momento del aire fresco y entró en la habitación en llamas.

La primera noche, accedió a ella con cierto temor, curiosa, pero con cautela. No obstante, después de tantas visitas a hurtadillas, ese lugar se había convertido en su espacio seguro. Su rincón en el que sentirse completamente a salvo. De este modo, empujó impaciente el chirriante portón de madera, deseosa de reencontrarse con lo único que le había permitido seguir viviendo en Hammondland de ese modo tan asfixiante: sin salir y sin volverse loca. Como una cordial rehén por avenencia, por llamarlo de algún modo amable.

Casi todos los muros de piedra habían quedado al descubierto, así mismo, el tejado resultaba sano y limpio, ya. Star había hecho un gran trabajo, y cuanto más restituida lucía la habitación, más sólida y contundente se sentía ella. Se paró en la entrada de la habitación y se percató de que solo un recoveco mantenía aún la negrura de las llamas: un pozo oscuro que le había servido de asiento en cada visita. Allí donde se posicionaba a observar con nostalgia el mural, podía verse la brasa pegada al suelo.

Mirase donde mirase, Star no conseguía, de ninguna de las maneras, dilucidar forma alguna en el fresco. Era abstracto, como uno de esos cuadros modernos de Kandinsky que una vez vio con Claire, en una de las visitas que organizaba anualmente el instituto Brighton Chestnut Valley al Museo Central de Sceneville.

Se apretó los auriculares una vez más y presionó el play de su viejo walkman, el único objeto que todavía le recordaba que había tenido una vida anterior. Suerte que había conservado al menos eso, a pesar de que no tenía ni la menor idea de cómo había terminado ese aparato en Hammondland, porque no recordaba haberlo llevado encima en su incursión en el templo sagrado de la mansión Eville.

Agitó la cabeza para sacudirse de encima aquellos pensamientos que no hacían más que distraerla. Además, no le gustaba pensar en Claire. Prefería ignorar que alguna vez había existido realmente, prefería considerar que su vida anterior había sido una especie de sueño. Estaba tan inquieta por terminar, que la amígdala del cerebro le estaba jugando malas pasadas, entreteniéndola fácilmente con imágenes insignificantes.

—¡Concéntrate, maldita sea! —masculló.

Cuando comenzaron a sonar las notas de Rebel Yell de Billy Idol, se acercó a la mancha negra del suelo con respeto. Se inclinó y colocó las palmas de sus manos justo encima, notando la rugosidad del carbón entre sus dedos. Selló los párpados, dejando que sus pestañas, unas oscuras y otras blancas, se tocasen ligeramente, levantó la barbilla y colocó la nariz mirando hacia el tejado. Su mente atravesó los techos de Hammondland y pudo ver los miles de estrellas brillando en el cielo cian que cubría las montañas y el bosque.

La negrura se fue debilitando hasta convertirse en un líquido pegajoso como el alquitrán, que finalmente se evaporó, mostrando los restos del dibujo que quedaban por ser revelados. De pronto, un violento chasquido invadió la sala, como una detonación de corriente estimulante.

Star abrió los ojos, aturdida, y observó cómo su fulgor azulado, recorría no solo el suelo, sino también los muros y el tejado de la habitación. Los trazos de pintura se movieron como peces de colores, y formaron una nueva configuración de líneas y caminos que acogió con gusto una paleta de colores.

Envuelta en el frenesí del momento, Star se tumbó en el suelo y se dejó llevar por la transformación de la habitación en llamas. Como un ave fénix, resurgió de las cenizas con un aspecto completamente diferente. Ahora lo veía claro, ante sí, una bella mujer concebía un bebé, la sangre se esparcía por cada módulo de acrílico. Al otro lado, se celebraba un enlace, un casamiento entre una figura roja y negra como el fuego y una figura azul. Del mismo azul que dormía entre su piel y sus huesos. Una muerte, trazada con óptima excelencia, yacía bajo la espalda su espalda. El funeral de una joven muchacha de cabellos blancos y negros. «Un parto, una boda y un funeral. Un parto, una boda y un funeral. Otra vez, un parto, una boda y un funeral».

Cuando el fresco terminó de reubicarse, hubo una nueva explosión. Esta vez no se había escuchado solamente a través de los auriculares de Star, sino que retumbó en toda la estancia. La muchacha se quitó los cascos y miró hacia los extremos, tratando de averiguar si dicha explosión se había escuchado más allá de esos muros.

Pronto se dio cuenta de que no. Solamente, había podido oírla quién se encontrase en el interior de aquella habitación en llamas. Se acercó al lugar desde el cual había emergido el estrépito, levantó la mano para tratar de localizar exactamente el punto, y al hacerlo, la palma de su mano jamás llegó a encontrarse con el muro de piedra, duro y sólido.

Lo atravesó sin remedio. Lo atravesó sin poder hacer nada para evitarlo.

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Cómo me imagino la ambientación del capítulo 📼

https://youtu.be/1eSWMxwjRhM

La canción que Star escucha mientras abre la primera puerta 🎸

https://youtu.be/VdphvuyaV_I

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