CAPÍTULO 8: La fuente de poder

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Colega, pero... ¿estás seguro de que está aquí? —De un brinco, Ben pasó de su aspecto felino, ambarino y peludo, y se posó descalzo en los largos y viejos tablones de madera del suelo. Habían hecho un buen trabajo adecentando ese cuartucho como despacho. Era, sin duda, la sala más cálido después de las cocinas.

—No me cabe la menor duda, querido amigo. —Matteo Eville asintió una sola vez. No le hacía falta darle más vueltas al asunto. Tenía claro, desde el principio, que aquello que Ben buscaba, se encontraba bajo los dominios de Hammondland. Cuando el garante le rastreó el año anterior, mientras se ocultaba cerca del bosque de Prunus Serrulata que vestía los cielos de un color rosado, y le preguntó por ello, se apresuró a investigar el asunto con todo su empeño—. Estoy seguro.

Okay Makey, y... si está aquí... —respondió Ben sirviéndose de un tono casi dramático—. ¿Dónde narices está?

—La cuestión... —explicó Matt desenlazando los dedos de sus manos, apoyadas con elegancia en la espalda, relajando así su postura como signo de derrota—. Es que carezco de esa información. —Se sentó en una desvencijada silla e invitó al guardián a sentarse, colocando otra frente a él—. Si bien ese es el motivo que nos ha traído hasta aquí, ¿verdad?

—Por eso, y porque sospechas que lo que se esconde es tan fuerte como para disfrazar la presencia de Star y forjar las suficientes defensas para no ser localizados... Ya... ¡Ya lo sé!

—Eso es más... como bien dices una sospecha, una mera corazonada. Si Star permanece tras los muros de Hammondland, estará resguardada de cualquier contratiempo. Y además, si tú te quedas con ella como hemos acordado... —Ante estas palabras Ben resopló, se quitó las gafas y las soltó sobre la mesa. Después, se echó hacia atrás en la silla, columpiándose, poniendo en duda que algo de lo que habían tramado, fuera a funcionar en serio.

—Sí... si esto ya lo hemos hablado —dijo, hastiado. No era la primera vez que hablaban de ello y repasan el plan—. No lo repitas más, porfa, que aún me estoy arrepintiendo de hacerte caso y quedarme aquí de brazos cruzados. Creerás que es pan comido dejar que seas solo tú el que sale por ahí. ¡Soy un gato! Además, Star no se fía de ti, colega. Y es por este motivo, precisamente.

—Lo sé... pero debemos mantenernos fuertes. Resistir ante la adversidad. Todos nosotros. Tú y yo, pero sobre todo... ella. Ella es la clave.

—Total, que no podemos permitir que salga... Aunque solo sea por una «mera corazonada».

—Sí, aunque solo se trate de una corazonada —zanjó con determinación—. No tenemos muchas más opciones. Sin embargo, de la otra cuestión estoy convencido, querido amigo. No sé dónde yace lo que buscamos, pero es aquí, en Hammondland. Está oculto en alguna parte.

—¿Y cómo vamos a encontrarlo?

—Tengo mis sospechas.

—¡Más sospechas! —berreó Ben, dejando escapar un gritito desesperado mientras se ponía en pie. Resonó en la sala como un maullido lastimero. A continuación, hizo un aspaviento de protesta en el aire y comenzó a dar vueltas en círculos sobre sí mismo, nervioso. Matt ni se inmutaba ante dicha actitud. Ben pensaba que si alguien los viera conversar desde fuera, sería una situación curiosa, pues se encontraban en aquel despacho el pasado y el presente. Matt, recto, elegante, y Ben, un antiguo que había conseguido adaptarse a los tiempos y que aún guardaba en su interior cierta rebeldía y vida de juventud que rebosaba por todos sus poros. Pero precisamente era aquello lo que le gustaba de Matt, que era diferente. El Entherius cogió aire, sonrió y de nuevo, con un gesto, le pidió que se sentara. Una vez se hubo sentado, Matt acercó su silla a la de Ben.

—Cuando mi abuelo entró aquí, siglos atrás, perdió algo. Algo que le había arrebatado por la fuerza al reverendo Quigen Moon, la misma noche en la que este sentenció su destino. Antes de caer sin remedio en las llamas del subsuelo, el abuelo Michael, consiguió esconder dicho objeto robado en este lado. Cuando Belia liberó a mi padre y a todos los desterrados, Michael fue en su busca y lo encontró, Ben. Lo encontró. —Matt se levantó con delicadeza y se acercó a la mesita de madera en la que, minutos antes, Ben había dispuesto una tetera caliente. Sirvió dos tazas de té humeante, bebió un sorbo de una de las tazas y ofreció la otra a Ben.

—Continúa, por favor.

—¿Sabes lo que creo? Creo que si no hubiera encontrado aquello que le fue arrebatado al reverendo, jamás habría podido entrar en Hammondland, ni tampoco tener la fortaleza suficiente para dar muerte a casi todas las criaturas atípicas. Piénsalo, Ben... Michael no era tan poderoso en aquel entonces.

—Tiene sentido... pero, ¿qué pasó?, ¿cómo se permitió perder algo que le daba tanto poder?

—En la lucha... Igual que ocurrió con Star en la sagrada cámara, al utilizarlo, el poder se le debió de descontrolar... y lo perdió. Al fin y al cabo, era un objeto robado de un Gravithus muy poderoso. —Ben bebió un poco más de té, tratando de asimilar toda la información con cada trago. Aunque Matteo le había contado con anterioridad algunas cuestiones, cada vez había más datos adicionales que el Entherius había conseguido recabar o había logrado conectar—. Estuve investigando y no está ni en la mansión Eville, ni en el templo, ni en ningún otro lugar del mundo. Se le cayó aquí, en este lugar.

—¿Y nunca volvió a por ello? ¿Por qué? No tiene sentido...

—Tiene todo el sentido del mundo, querido amigo. En primera instancia, después de asesinar a sangre fría a todas aquellas criaturas, Michael dejó de ser quien era. Toda su parte humana se desvaneció para siempre y comenzó su camino hacia lo que es hoy, el Dómine. Y el Dómine, por mucho que nos irrite admitirlo, posee poderes inimaginables. Hace mucho que no se vale de esos objetos para aumentar sus capacidades. No obstante, hay un motivo aún más vital por el que no volvió a buscar lo que perdió.

—¿Cuál? —preguntó Ben entre susurros.

—Utilizó un poder que, no solo no le pertenecía, sino que además profesaba abnegación a su más directo contrario. Se sirvió de un poder que no fue capaz de controlar, y a Michael no hay nada que le dé más miedo que la pérdida de control. La pérdida de control, es la pérdida de poder. No volvió a por él porque teme que su manipulación provoque su ulterior y propia destrucción.

—El Dómine... ¿tiene miedo? —preguntó Ben dudoso, con los ojos bien abiertos.

—No lo llamaría miedo como tal. Lo llamaría más bien: poner todo su empeño para conservar su liderazgo. Sin embargo...

—Sin embargo, ¡qué! —exclamó el garante.

—Mmm... creo que algo ha cambiado en el orden de los acontecimientos. —Al decir estas palabras, Matt se giró de cara a la pared. No sabía si su amigo reaccionaría bien a esta última información—. Nunca vino porque nunca tuvo ningún por qué, pero ahora que se ha revelado que las historias de La Renacida podrían ser ciertas... quizá intente recuperar el objeto. No para utilizarlo, sino para esconderlo de Star.

—Tenemos que encontrar la piedra antes de que lo haga él —resolvió Ben levantándose y colocando una mano sobre el hombro de Matt—. Y después... Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes. Aunque no nos encuentre a propósito... si viene a por la piedra, dará con nosotros, sí o sí, colega.

—Lo sé... —afirmó Matteo con lástima—. Debemos estar atentos a Hammondland: a sus peculiaridades, a sus cambios, a sus sonidos... Así encontraremos la piedra. Ha tenido que echar raíces después de tantos años sobreviviendo en las entrañas de esta institución, y eso, habrá dejado una huella.

—Una piedra... ¿puede echar raíces como si fuera un árbol?

—No es una piedra cualquiera, querido amigo. Es una piedra caída, igual que la que Star guarda en sus costillas. Esa piedra es como un parásito, necesita un huésped para mantenerse con vida. Su huésped ha de ser Hammondland.

***

Star se pasaba las noches sentada frente al mural. Posaba sus manos sobre la pared y se concentraba para darle su energía Gravithus. La pintura, no parecía tener límites, pues el lienzo era la piedra que recorría los suelos, las paredes y el tejado de la estancia quemada.

Después de aplicarle el ungüento de poder, se acomodaba en el centro, se colocaba los auriculares y escuchaba música hora tras horas. Lo observaba con cariño y ponía atención para escuchar, tras las notas de sus bandas favoritas, cómo con susurros, la pintura trataba de comunicarse con ella.

------------------

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro