45.

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Advertencias: angst, drama, temas de género.

El mundo nos rompe a todos, mas después, algunos se vuelven fuertes en los lugares rotos.

~Ernest Hemingway~

No le importó que hubiera alguien fuera: se puso de rodillas y vomitó el desayuno.

Sin embargo, antes de poder proseguir a meterse los dedos a la garganta –como si de esa forma pudiera quitar la sensación de algo embistiendo contra su boca– escuchó la puerta abriéndose y a alguien tirando de ella, alejándola del inodoro.

Esta vez fue el turno de Namjoon. La vez anterior había sido Lisa.

Débilmente trató de luchar, de resistirse, pero estaba cansada y agotada, y sin fuerzas para poder hacer algo excepto gruñir y quejarse.

Al levantar la vista se encontró con el triste rostro de Namjoon, pero ahora sólo provocó un ligero fastidio en su interior.

No quería compasión. No quería pena. Sólo quería que le dejaran en paz, aunque eso acabara en su muerte.

―Tienes que comer otra vez ―murmuró Namjoon.

―Lo vomitaré ―amenazó Yoonji, sin mirarlo―. No quiero comer nada.

El agarre de Namjoon se tensó.

―¿Por qué haces esto? ―murmuró Namjoon, sin acusación en su voz―. Todos están preocupados por ti, Yoongi.

Miró la cerámica sin expresión, queriendo lucir indiferente, pero su cuerpo terminó acurrucándose contra el de Namjoon.

―¿Después de todo el daño que les hice? ―preguntó débilmente―. ¿Después de haber cometido error tras error?

―Yoongi... ―dijo Namjoon suspirando, acariciándole el cabello―. Tú único error ha sido querer hacer feliz a todo el mundo. No puedes hacer eso. No puedes anteponer tu propia felicidad por sobre la del resto. No es justo para ti.

Sollozó, ocultando su rostro en el pecho de Namjoon.

―Yo sólo... sólo quería que papá y mamá me quisieran ―sintió las lágrimas cayendo por su rostro―. Sólo quería que los malos sentimientos se fueran y que todos estuvieran orgullosos de mí. Pero lo arruiné. Yo no... yo no soy tan fuerte. No puedo soportarlo y seguir adelante como si todo eso no me afectara. Y ahora todos parecen tan... tan orgullosos de Yoonji, que duele, duele aquí ―miró a Namjoon, su voz temblando―. Todos están felices y eso me hace pensar que quizás sea lo correcto, que lo otro no era más que un capricho, que...

―Yoongi ―le interrumpió amablemente Namjoon―, ya lo hemos hablado. No puedes hacer feliz a todo el mundo ―hizo una pequeña pausa―. Eres como el niño de Omelas, ¿lo sabes? Sufriendo para mantener la felicidad del resto ―Yoonji parpadeó―. ¿Y qué fue lo que dijimos cuando hablamos de eso?

Yoonji bajó la vista, su voz apenas un hilillo:

―Que no era justo. No es justo.

Namjoon asintió, dándole un pequeño beso en la frente.

―Puedes seguir sufriendo para hacer al resto felices, Yoongi, pero... pero siempre habrá gente que no quiera esa felicidad falsa. Siempre habrá gente que no le parecerá justo que sufras y decida irse de Omelas. ¿Y sabes lo que pasa con la gente que se va de Omelas, Yoongi?

No quería oírlo. No quería escucharlo.

―Desaparece, Yoongi. Toda esa gente que no quiere esa falsa felicidad por el sufrimiento de un inocente se irá para no ver su dolor ―hizo una pequeña pausa―. Te queremos, Yoongi, pero tampoco podremos soportar tu dolor, y tarde o temprano... tarde o temprano nos iremos para no seguir viendo cómo te destruyes a ti mismo.

Quiso decir algo, pero su voz no salió.

Namjoon suspiró, dándole otro beso pequeño.

―Anda, regresa a la cama, debes estar agotado.

Se dejó arrastrar como si nada, aunque algo en su interior se estuviera pudriendo lenta y dolorosamente.

Había tratado de dormir para relajar su cuerpo, para tratar de no pensar en el hambre, con el cansancio cerniéndose sobre ella sin control alguno. Sin embargo, su cabeza estaba pensando en otra cosa, porque volvió a tener una pesadilla.

Despertó agitada, con el estómago vacío, y pudo oír las voces de sus amigos en el comedor, hablando con la madre de Jin. Taeyeon no estaba, pero dijo que volvería en la noche, y todos estaban esperando allí.

Le sorprendió que no hubieran dejado a nadie en el cuarto, considerando que le estuvieron vigilando duramente las últimas horas, sin embargo, notó que sus ropas –vestía un enorme pijama de Jin– se las llevaron, así no tenía manera alguna de irse.

Se volteó en la cama, acurrucándose. Su mano izquierda agarró el brazo derecho para comenzar a hacer presión.

Las heridas ardieron y jadeó por el dolor, pero era lo que necesitaba en ese instante. Necesitaba aferrarse a algo. Necesitaba que su mente se concentrara en el dolor para que se calmara, para no comenzar a pensar en cosas que luego le pasarían la cuenta.

El dolor era real. Era palpable. Era efectivo.

Sabía que tenía un problema, que necesitaba ayuda, que debía comenzar a buscar una solución no sólo a su propia identidad, sino también a todos esos pensamientos que, a veces, parecían rodearla y la hundían en su pozo oscuro. Tenía que buscar apoyo para dejar de ahogarse en todo ese dolor que no parecía tener fin.

Pero por debajo de todo eso, había otro pensamiento que no parecía querer desaparecer.

¿Realmente valía la pena vivir?

Miró la cortina, sin emoción alguna reflejada en su rostro.

¿Valía la pena seguir viviendo? ¿Valía la pena ponerse de pie cada día, cuando todo estaba en tu contra? ¿Valía la pena enfrentarse a tanto?

¿No era acaso la felicidad algo inalcanzable o un estado efímero?

Yoonji lo aprendió, lo supo todo el tiempo: el dolor era recordable, era eterno, era una sensación que quedaba para siempre en el alma. En cambio, la felicidad, la alegría, las risas... las sensaciones buenas sólo se sentían un instante y luego desaparecían. Uno podía rememorar todo el daño, todo lo malo, porque carcomía lo bueno, envenenaba las sonrisas y las convertía en lágrimas fáciles de soltar.

Ese dolor que sentía lo cargaría para siempre, las cicatrices quedarían, la pena no se iría. Y sí, podía experimentar más adelante una breve felicidad que la haría sentir bien, pero luego... luego, ¿qué ocurriría?

¿No era mejor irse y dejar de sufrir?

Sin embargo, ese hilo de pensamientos no continuó porque sintió a alguien entrar a su cuarto. Cerró sus ojos, como si estuviera durmiendo.

No se volteó, pero sabía quién era por la respiración: Hoseok.

―¿Estás durmiendo? ―susurró Hoseok.

No contestó.

No quería ver su rostro, su expresión, porque vería la pena, y querría hacerse pequeña, desaparecer de allí, alejarse de todos.

Sintió movimiento a su alrededor, pero no se volteó. De pronto, un lado de la cama se hundió y una suave mano acarició su cabello.

―Te ves tan tranquilo así ―masculló Hoseok―, tan precioso, Yoongi. ¿Cómo no lo noté antes?

Su labio tembló, a punto de llorar.

―Sabes, yo... ―la voz de Hoseok se volvió titubeante―, quería decírtelo, pero... pero no tuve la oportunidad, y ahora... Bueno, sólo quería... quería decirte que enfrenté a papá ―su tono se sacudía, sin embargo, notó que no era por la pena, sino por la emoción―. Le dije mi sueño, Yoongi, le dije que quería ser bailarín. Se enojó mucho, me pegó, pero no me importa. No me importa porque cumpliré mi sueño, Yoongi ―de pronto, los brazos de Hoseok la rodearon―. Así que sólo queda que tú cumplas tu sueño, mi amor. Ahora sólo queda que tú seas feliz. ¿Lo serás por mí, bebé?

Quizás...

Quizás sí valía la pena vivir.

Aunque al principio doliera, quizás sí valía la pena.

Esa misma noche, salió del cuarto en el que estuvo encerrada casi un día.

Entró al comedor, viendo a sus amigos sentados en la mesa, cenando, y los observó en silencio unos segundos.

A Tae dándole de comer a Lisa de forma torpe, manchando la mejilla de su novia. A Jin cortando la carne, conversando con su mamá, mientras a su lado Kyungsoo hablaba con Namjoon en voz baja. A Taeyeon sentada a la mesa, con unos lentes sobre su rostro y el pelo recogido, revisando unos papeles.

Y a Hoseok, brillando, sonriendo mientras hablaba con Lisa, iluminando el cuarto sólo con su presencia.

―¿Yoongi?

Hyoyeon habló, llamando la atención de todo el mundo, y se volteó a mirarla, aturdida.

Su estómago gruñó por el hambre.

―Iba a decirle a Jin que te llevara la comida, no es necesario que te levantes ―dijo Taeyeon.

―Yo... ―su voz sonó ronca a sus propios oídos y se aclaró la garganta―, ¿puedo... puedo comer con us-ustedes?

Hubo un pequeño silencio en el cuarto, pero no era tenso, sólo un poco sorprendido.

―Ven, siéntate, cariño ―dijo Hyoyeon, poniéndose de pie―. Te serviré enseguida algo.

Se tambaleó hasta la mesa, débil, y Lisa se puso de pie yendo a ayudarla. Se sentía cansada, agotada, y su estómago se retorció cuando un plato de sopa fue puesto frente a ella.

Algo en su interior le murmuraba que no comiera, que terminaría vomitando todo, pero se obligó a ahogar esa voz.

Esperanza. Necesitaba concentrarse en eso. No en lo malo. No en lo tóxico.

―Iremos con una nutricionista para que te dé una dieta ―dijo Taeyeon, ante el silencio en el comedor―, te ayudará a controlar la anemia. Además, te dará también vitaminas y suplementos con hierro. La próxima semana me acompañarás al hospital y te haremos exámenes, ¿está bien?

Quiso negarse, sacudir la cabeza, repetir como hizo hasta ahora que estaba bien, pero se contuvo.

―Sí ―dijo en su lugar, en voz baja.

Casi pudo sentir como todos suspiraban por el alivio.

―Además ―agregó Taeyeon con cuidado―, el miércoles tendrás una cita con el psicólogo Jo Kwon ―se tensó, su corazón palpitando con fuerza―. Es luego de clases y Jin te acompañará.

Su garganta se apretó, quiso echarse al suelo y desaparecer de allí.

Podía sentir los músculos de su cuerpo rígidos, con su vientre dando vueltas, sus manos temblando y transpirando por la ansiedad que la atacó.

Sus ojos ardieron.

―No, yo no... ―su voz era apenas un susurro―. No necesito un psicólogo, es... Estoy bien. Estoy bien, lo juro. No volveré a... no trataré de cortarme otra vez, por favor, no necesito un psicólogo... Estoy bien...

―Yoongi ―Taeyeon habló con tono suave, pero firme―, hazlo una vez. Sólo una vez. Por mí. Por favor.

Yoonji miró a la mujer, a su rostro dulce y materno, sus ojos cariñosos y llenos de un infinito amor que no vio esos últimos meses. Que quiso ver tantas veces en los ojos de su mamá.

Sollozó.

―Está... está bien... ―aceptó, temblando.

Taeyeon sonrió.

―Me llenas de orgullo, Yoongi ―apuntó al plato de comida―. Ahora, a comer. Tienes que engordar esas piernitas de pollo, cariño.

No pudo evitarlo: soltó una risa entrecortada.

Y por primera vez en semanas, algo se sintió bien.

¡gracias por leer!

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