lvi. Taurus Comes For A Visit

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chapter lvi.
( battle of the labyrinth )
❝ taurus comes for a visit ❞

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Cain y yo seguimos la luz a través de múltiples recovecos. Los suelos de madera desaparecían en mosaicos astillados, rotos, sucios, pero podía decir que solían ser hermosos. O tal vez no. Esa podría ser la cuestión. En cualquier caso, entramos en una parte antigua del laberinto. Las paredes eran de ladrillo... o no, no lo sé. Annabeth sabe de estas cosas, pero lo único que conozco es que son del mismo material que usaban en los templos.

Él entrecerró los ojos ante la luz que se cernía frente a nosotros. Arrastraba los dedos por el lado del pasillo. Parecía muy cansado, como siempre, pero me di cuenta de que mientras yo dormía y decía que nos moviéramos inmediatamente, él no lo hacía.

—Pararemos pronto —le dije— Para descansar y comer algo.

—Estoy bien —dijo Cain—. Volveré a hacer la guardia.

—Tienes que descansar —le fruncí el ceño—. No puedes no dormir, Cain.

Se encogió de hombros.

—De todas formas, no puedo dormir.

—¿Por qué no?

El rostro de Cain se ensombreció.

—Todo el mundo tiene miedo de algo, Claire.

Y con eso, no habló más. Cain era una persona inquietante. Crees que sabes mucho sobre él después de ir de búsqueda en búsqueda, pero al mismo tiempo, no. Sólo conozco la superficie de lo que era: muy cerrado; incluso más que Percy. Y eso era decir mucho. Sabía que nunca había tenido amigos, sabía que le gustaban los sándwiches de helado y que odiaba la idea de dejarse crecer el bigote; sin embargo, no sabía nada de su madre, ni de su vida familiar, ni de por qué estaba en una escuela militar. No sabía su fecha de cumpleaños, ni qué quería hacer con su vida, ni a qué le tenía miedo. A Cain le gustaba guardar esa parte para sí mismo.

A veces, me preocupa. Otras, tengo que dejarlo pasar.

Seguimos la luz hasta un lugar despejado. El estrecho pasillo se abría de par en par en una amplia sala redonda con techos pintados con visiones de lo que parecían los Doce Trabajos de Hércules. Allí estaban el León de Nemea, la Hidra, el Toro de Creta... en el centro, había un santuario. A lo lejos, podía oler la sal del mar, y supe a quién se dedicaba este santuario.

—Qué raro —murmuró Cain—. Un santuario al azar de Poseidón en medio del laberinto.

—Bueno, la luz nos ha guiado hasta aquí —observé mientras se cernía sobre la cuenca del fuego muerto—. Pero no sé qué quiere que hagamos.

—¿Crees que tenemos un vínculo especial con Poseidón?

—¿Eh? —arqueé una ceja ante la pregunta aleatoria de Cain.

—Pues yo soy amigo tuyo, y tú tienes buena amistad con Percy, que es el hijo favorito de Poseidón...

Puse los ojos en blanco.

—No vayamos por ahí.

—¡Es una cuestión seria!

Me acerqué a la hoguera ritual. Me pareció raro que no estuviera encendida; había una atmósfera fría en este lugar. Temblé.

—La conexión con este lugar y el mar es muy fina —miré a Cain, dándome cuenta de lo que sentía—. Sigue ahí, por lo que esta hoguera sigue existiendo, pero es muy débil... por eso no hay fuego.

—¿Y por qué nos ha traído aquí tu amiguita luminosa?

—Ya te he dicho que no lo sé —entrecerré los ojos ante la pequeña esfera de luz flotando justo ante mi cara. Nada tenía sentido, para ser honesta. Yo no había convocado esta luz, mi padre me dijo que no me tendría poder de vuelta (y a los dioses no se les permitía involucrarse al cien por cien en las misiones de los semidioses). La profecía tampoco decía que los tendría. Me pregunté si era Hades, pero no tenía sentido. Cronos no tendría el poder para hacer esto... no estaba en sus habilidades, y además, no era físico. El Señor del Tiempo era sólo un espíritu que flotaba en el aire. No sería capaz de hacer algo así (al menos, en el estado en que se encuentra ahora). Mi mente cambió entonces a la posibilidad de que fuera otro hijo de Apolo; alguien que fuera como yo. Siempre pensé y me dijeron que yo era la única persona que podía aprovechar la luz y manipularla, pero...

Mi corazón dio un vuelco. No, no puedo pensar eso. No debería tener grandes esperanzas. Sé que Timmy está vivo en alguna parte, pero ¿la probabilidad de que esté en el laberinto? ¿Y con las mismas habilidades que yo? No, es imposible.

Y sin embargo, aunque lo haya pensado, por mucho que lo haya evitado, quería que fuera así.

—¿Debemos sacrificar algo? —salté cuando Cain apareció de repente a mi lado—. ¿Unas galletas de agua, tal vez?

Traté de imaginar a Poseidón recibiendo galletas de agua como sacrificio y me las arreglé para sonreír un poco.

—No... no lo creo...

Cain volvió a mirar al techo.

—¿Son los Doce Trabajos de Hércules?

—Sí... —puse las manos en las caderas, mirando hacia arriba—. Hércules le rezó a mi padre para que lo guiara. Recibió esa guía a través del Oráculo que le dijo que tenía que servir bajo el Rey Euristeo y hacer los Doce Trabajos como castigo por el asesinato de su esposa e hijos. Al menos, esa es la historia. Aunque a mi padre le gusta decir que envió a Hércules a por el León de Nemea, Quirón me dijo que fue Hera la que puso la idea de los Doce Trabajos en la cabeza de Euristeo. Cosa que tiene sentido, porque Hera quería someterlo a la miseria, razón por la que mató a su familia en primer lugar.

—¿Por qué? —cuestionó Cain.

Me encogí de hombros.

—Lo de siempre, lo volvió momentáneamente loco. ¿Conoces a la dama de la que se enamora Hércules en la película de Disney?

—Sí, Megara... ohhh...

—Sí.

—Los dioses no son muy simpáticos —Cain puso la mano en la empuñadura de su espada.

Sacudí la cabeza, dejando escapar un triste suspiro.

—No... a veces pienso que si nos hubieran tratado de otra manera, tal vez no estaríamos en esta situación. Entonces Luke no se habría apartado, Jay tampoco... pero al final, eres tú como individuo el que toma la decisión. Por eso creo que aún queda esperanza en Luke. Conozco al individuo que lleva dentro. Él... volverá.

—No suenas muy segura...

No lo estaba. Simplemente no quería admitir que, incluso después de todo este tiempo, Luke se había ido.

—Mucha gente no lo entiende... —suspiré, frotándome el ojo. Me picaba. Cain frunció—. Luke... era mi héroe. Me encontró en el callejón con Thalia. Me tomó bajo su protección y me prometió una familia que... no acabaría igual que mi madre y... me prometió que nunca me abandonaría.

—Pero te dejó.

Sacudí la cabeza.

—¡No! Intenta cumplir su promesa de la manera que cree que debe hacerlo; creando un mundo mejor, por eso...

—Claire —Cain suspiró.

Pude sentir las lágrimas antes de que cayeran, y por eso aparté la mirada.

—Sigue allí. No me importa si ser incapaz de dejarlo ir es mi Defecto Fatídico. Luke sigue ahí dentro. Volverá. Tiene que hacerlo.

—¿Y si eso es lo que te matará?

—Luke nunca me mataría.

—El Luke que conocías, no —corrigió Cain—. El que conoces ahora...

—¡No lo conoces como yo! —grité. Mi voz resonó en el espacio—. ¡Es una buena persona! Es... es un héroe...

—¡Quiere destruir el Campamento! —Cain gritó de vuelta—. ¡Se ha ido, Claire! ¡Luke se ha ido y no va a volver! ¡Tienes que darte cuenta!

¡No! —pateé el santuario de Poseidón con frustración. Odié las lágrimas en mi cara. Me dije a mí misma tantas veces: está muerto, se ha ido... como me dice Cain ahora. Intenté creerlo. Pero no puedo. ¡No puedo dejarlo ir!

En cuanto lo hice, toda la estancia se estremeció. La ira entre nosotros se desvaneció y fue sustituida por el miedo. Me alejé de la pila de fuego, dándome cuenta de que probablemente no debería haberla pateado.

—¿Qué fue eso? —preguntó Cain, agarrando la empuñadura de su espada.

Mis dedos volaron hacia mi collar.

—No lo sé.

—¿Es Poseidón?

—¡No lo sé!

La estancia volvió a temblar y me quité el collar. Lo hice girar en el aire y el arco dorado Portador del Sol era ahora un peligroso y elegante arco negro que se mezclaba con las sombras que nos rodeaban. Cain y yo retrocedimos, cada uno mirando hacia puertas opuestas con los ojos entrecerrados. No sabía de dónde venía esto.

El suelo parecía a punto de ceder. Fue entonces cuando escuché un sonido consistente: múltiples pasos avanzando hacia el lugar, como si se tratara de una carrera. Pero eran tan rápidos, como si hubiera muchas personas o algo a cuatro patas.

—Prepárate —murmuré a Cain, y él asintió. Agarró el mango de su espada. Yo apunté una flecha y mis dedos erizaron la pluma. Podía oír de dónde venían los pasos: justo delante de Cain. Me di la vuelta para situarme a su lado, apuntando ya a la entrada.

Segundos después, un gran toro entró con estrépito. Tensé la flecha con más fuerza, observando con la respiración contenida al toro que daba zarpazos sobre el suelo de mosaico. No creía que un toro pudiera ser hermoso, pero este me hizo dudar de su belleza. Su pelaje era limpio, liso y brillante, y los cuernos de su cabeza eran fuertes y magníficos. Sus ojos relucían; oscuros, peligrosos. Fruncí al verlo, pues me resultaba familiar. No fue hasta que Cain levantó su espada, dispuesto a luchar, que me di cuenta.

—¡Espera! ¡Cain, no, para! —susurré. Él dudó.

—¿Qué pasa? —Cain sonaba molesto. No estaba segura de si era por nuestra discusión anterior o porque le había dicho que parara.

—No le hagas daño —le dije de nuevo, mientras el toro seguía pateando el suelo. Parecía estar buscando algo y espero que no fuéramos nosotros.

—¿Por qué?

—Es el Toro de Creta.

—¿Ese Toro de Creta? —las cejas de Cain se alzaron—. ¿Con el que luchó Hércules, el representado en el techo?

Asentí.

—El padre del Minotauro.

—¿Y qué hace aquí? —Cain dio un paso nervioso. No estoy segura de si fue para tener ventaja con la espada o para hacerle sentir mejor con mi arma de largo alcance.

Me preguntaba lo mismo, hasta que el Toro se fijó en la llama del fuego del sacrificio, vacía, y se dirigió hacia ella. El Toro pertenecía a Poseidón; fue él quien dio vida a la bestia. Hércules debía sacrificarlo, pero nunca lo hizo. Fruncí, observando cómo daba zarpazos en el suelo junto al brasero. Tenía un mal presentimiento, especialmente cuando pateé el brasero de Poseidón y el toro apareció de la nada. Sus orejas se movieron, como si se diera cuenta de que estábamos aquí. En el fondo de mi cabeza, suspiré: oh, qué idiota eres, Claire Moore.

—Cain —le susurré a mi lado—, prepárate para dividirnos.

—¿Por qué?

—Yo a la derecha, tú a la izquierda.

—¿Por qué...? —Cain fue a preguntar de nuevo, pero entonces vio que el Toro nos miraba directamente a nosotros. Su cabeza con cuernos bajó al suelo, y sus pezuñas raspaban contra las baldosas. Se estaba preparando para cargar—. Ah.

—Prepárate —murmuré, mientras el toro seguía raspando el suelo—. En tres... dos... ¡uno!

El toro embistió y Cain y yo nos separamos. Quería ver a quién perseguía. Si era yo, sabía lo que podía hacer. Cain tendría la ventaja y podría atacarlo si lo ignoraba por completo.

El Toro de Creta se detuvo junto a las puertas por las que entramos. Me puse en pie, observando cómo se reponía, molesto. Cain me miró desde el lado opuesto, preocupado.

—¿Qué piensas hacer? —me preguntó.

Supe que acerté cuando el toro se centró en mí en lugar de en Cain, y un plan empezó a formarse en mi cabeza.

—¡Cain! —grité, rodando de nuevo mientras el toro corría hacia mí—. Voy a distraerlo y enviarlo cerca del santuario. Una vez que esté allí, ¡tendrás que matarlo!

—¿Qué quieres decir con una vez que esté en el santuario?

Apunté una flecha y disparé, sólo para enfurecerlo aún más.

—El toro siempre ha sido sacrificado a Poseidón. Cada vez que vuelve, es para ser sacrificado en el Santuario... no esperaba que estuviera en el Laberinto.

Cain pareció darse cuenta de algo.

—¿Te refieres al santuario que pateaste?

—Sí.

—¿Eres idiota?

—¡Me enfadaste!

Me aparté de nuevo del camino. Esta vez, Cain se apartó también. Hizo girar su espada y comenzó a escalar la pared, observando al toro con ojos brillantes. Éste no parecía notarlo en absoluto. Se centraba en mí y sólo en mí.

Disparé otra flecha. La sensación de usar este arco era diferente. Y a la vez igual. Era el mismo peso, el mismo arco con las mismas cuerdas, las mismas flechas y los mismos esbozos de lianas, pero a la vez no. Era extraño en mis dedos, y sin embargo, reconfortante. La flecha no atravesó la piel del toro, pero definitivamente la irritó.

¡Mira, Poseidón! ¡Lamento haber pateado tu santuario! ¿Puedes perdonarme? ¡Soy la mejor amiga de Percy! A pesar de lo que dijo Cain, no creo que eso me hiciera estar en la lista de los buenos de Poseidón. Sin embargo, valía la pena intentarlo.

Me quedé quieta mientras el animal empezaba a embestir. Los afilados y curvados cuernos de su corpulenta cabeza apuntaban directamente hacia mí, tan grandes que raspaban el suelo. En el último momento, salté para apartarme. Cain trató de darle un golpe, pero falló.

—¡Maldición! —gritó.

Mientras lo hacía, me puse en pie y corrí hacia el santuario. Al detenerme junto a él, un terrible pensamiento acudió a mi mente. Oh, por favor, perdóname Señor Poseidón.

—¡Eh, Vaca Feliz, por aquí! —y siendo la idiota que soy (en serio, me lo ha pegado Percy) volví a dar una fuerte patada al brasero. Me dolió el dedo del pie, pero conseguí la reacción que quería.

La Vaca Feliz gritó de rabia. Corrió hacia mí, pero se detuvo en seco cerca del brasero. No se atrevería a dañar el santuario de Poseidón.

—¡Cain! —grité—. ¡Prepárate!

Cain asintió y empezó a acercarse sigilosamente mientras yo me burlaba del toro, saltando de un lado a otro del santuario y riéndome de que no pudiera alcanzarlo. Al final, patinó demasiado y cayó de espaldas. Pegó un alarido, pataleando con las piernas para intentar volver a levantarse, pero Cain llegó antes y le clavó su espada en el estómago.

Mientras lo hacía, grité:

—¡Señor Poseidón! Toma esta ofrenda y concédele un viaje seguro de regreso al mar —en el fondo de mi cabeza, recé: ¿y, ya de paso, puedes mantener a Percy a salvo? Gracias.

Una brisa me llevó el pelo a la cara. Olía a sal marina. Vi cómo el toro se disipaba como el agua en el calor, convirtiéndose en niebla en el aire. Verlo morir fue casi triste... era el toro más hermoso que había visto.

Cuando la brisa se fue, lo único que quedaba del Toro de Creta eran sus dos cuernos, grandes y curvados. Cain frunció los labios antes de agacharse y recogerlos. Los sostuvo con cuidado, incluso parecía estar molesto por haber matado a la criatura.

Un pensamiento cruzó la mente de Cain. Me aparté del camino mientras él se dirigía al santuario. Arrodillándose, colocó los dos cuernos al pie del brasero.

—Vuelve al mar —susurró.

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