lv. The God Complex

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chapter lv.
( battle of the labyrinth )
❝ the god complex ❞

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Los sándwiches sabían muy bien, lo cual era de esperar ya que habían sido conjurados por la mismísima reina de los cielos. Hera nos sirvió los vasos de limonada, observándonos con ojos amables que me hicieron sentirme incómoda en mi asiento. Había algo en la amabilidad de sus ojos que parecía artificial.

—Grover, querido —dijo ella—, utiliza la servilleta. No te la comas.

—Sí, señora —murmuró él.

—Tyson, te estás consumiendo. ¿No quieres otro sándwich de mantequilla de cacahuete?

Tyson reprimió un eructo.

—Sí, guapa señora.

Los ojos de Hera se posaron en Cain y la amabilidad desapareció por un segundo. Cain se puso rojo, como si se diera cuenta de que tenía el mismo efecto sobre los dioses que sobre el resto. Me hizo preguntarme seriamente: ¿quién era su padre? ¿Quién era ese dios que engendró a alguien tan poderoso que incluso hacía que los dioses vieran sus miedos? También me hizo preguntarme cuál era el miedo de Hera.

Al notar la mirada de Hera, Annabeth se apresuró a hablar:

—Reina Hera... —inmediatamente, la sonrisa volvió a aparecer en su rostro al volverse a mirarla—. No puedo creerlo. ¿Qué hacéis en el Laberinto?

Su sonrisa se iluminó. Movió un dedo y el pelo de Annabeth se peinó solo. Toda la suciedad y la mugre habían desaparecido. Me llevé la mano al mío, molesta porque Hera no había hecho lo mismo.

—He venido a veros, desde luego.

Se intercambiaron miradas nerviosas. Normalmente, cuando los dioses venían a buscarte, nunca era por la bondad de su corazón. Querían algo de ti. Sin embargo, en cualquier caso, yo tenía hambre y me comí mis sándwiches. (Y como Hera era la Reina del Olimpo, no quería disgustarla.)

—No creía... —Annabeth titubeó—. Eh, no creía que os gustasen los héroes.

Hera sonrió con indulgencia.

—¿Por aquella pequeña trifulca con Hércules? ¡Hay que ver la cantidad de mala prensa que he llegado a tener por un solo conflicto!

—¿No intentasteis matarlo un montón de veces? —dije con la boca llena de cordero asado—. Le hicísteis matar a su esposa e hi...

Hera hizo un gesto desdeñoso.

—Eso ya es agua pasada. Además, él era uno de los hijos que mi amantísimo esposo tuvo con otra mujer. Se me acabó la paciencia, lo reconozco. Pero desde entonces Zeus y yo hemos asistido a unas excelentes sesiones de orientación conyugal. Hemos aireado nuestros sentimientos y llegado a un acuerdo. Sobre todo, después de ese último incidente menor.

—¿Habláis de cuando tuvo a Thalia? —dijo Percy. Fue un error. Tan pronto como dijo su nombre, la mirada de Hera se volvió hacia él, sus cálidos ojos marrones se volvieron glaciares.

—Percy Jackson, ¿no es eso? Una de las... criaturas de Poseidón —tuve la sensación de que tenía otra palabra en la punta de la lengua en lugar de «criaturas»—. Por lo que yo recuerdo, en el solsticio de invierno voté a favor de dejarte vivir. Espero no haberme equivocado.

Cain miró a Percy desde la espalda de Hera mientras ella volvía a poner toda su atención en Annabeth.

—A ti, en todo caso, no te guardo ningún rencor, querida muchacha. Comprendo las dificultades de tu búsqueda. Sobre todo cuando tienes que vértelas con alborotadores como Jano.

Annabeth bajó la vista.

—¿Por qué habrá venido aquí? Me estaba volviendo loca.

—Lo intentaba —asintió Hera—. Debes comprenderlo, los dioses menores como él siempre se han sentido frustrados por el papel secundario que desempeñan. Algunos, me temo, no sienten un gran amor por el Olimpo y podrían dejarse influenciar fácilmente y apoyar el ascenso al poder de mi padre.

—¿Vuestro padre? —dijo Percy. Luego se dio cuenta—. Ah, vale.

—Debemos vigilar a los dioses menores —prosiguió Hera—. Jano, Hécate, Morfeo. Todos ellos defienden el Olimpo de boquilla y no obstante...

—Por eso se ausentó Dioniso —recordó Percy—. Para supervisar a los dioses menores.

—Así es —Hera contempló los descoloridos mosaicos—. Verás: en tiempos revueltos hasta los dioses pierden la fe. Y entonces empiezan a depositar su confianza en cosas insignificantes; pierden de vista el cuadro general y se comportan de un modo egoísta. Pero yo soy la diosa del matrimonio, ¿sabes? Conozco las virtudes de la perseverancia. Hay que alzarse por encima de las disputas y el caos, y seguir creyendo. Has de tener siempre presentes tus objetivos.

—¿Cuáles son vuestros objetivos? —preguntó Annabeth.

Ella sonrió.

—Conservar a mi familia unida, naturalmente. A los olímpicos, me refiero. Y por ahora, la mejor manera de hacerlo es ayudaros a vosotros. Zeus no me permite interferir demasiado, la verdad. Pero una vez cada siglo más o menos, siempre que sea en favor de una búsqueda que me importe especialmente, me permite conceder un deseo.

—¿Un deseo?

—Antes de que lo formules, déjame aconsejarte, eso puedo hacerlo gratis. Ya sé que buscas a Dédalo. Su laberinto me resulta tan misterioso a mí como a ti. Pero si quieres conocer su destino, yo en tu lugar iría a ver a mi hijo Hefesto a su fragua. Dédalo fue un gran inventor, un mortal del gusto de Hefesto. No ha habido ningún otro al que haya admirado más. Si alguien se ha mantenido en contacto con Dédalo y conoce su destino, ése tiene que ser Hefesto.

—Pero ¿cómo podemos llegar allí? —preguntó Annabeth—. Eso es lo que deseo. Quiero encontrar el modo de orientarme en el Laberinto.

Hera pareció decepcionada.

—Sea. Sin embargo, deseas algo que ya te ha sido concedido.

—No entiendo.

—Ese medio de orientación lo tienes a tu alcance —miró a Percy—. Percy conoce la respuesta.

Parpadeó.

¿Yo?

—Pero eso no es justo —dijo Annabeth—. ¡No me estáis diciendo qué es!

Hera movió la cabeza.

—Conseguir algo y saber utilizarlo son cosas distintas... Estoy segura de que tu madre, Atenea, coincidiría conmigo.

Un trueno lejano retumbó en la sala. Hera se levantó.

—Debo irme. Zeus empieza a impacientarse. Piensa en lo que te he dicho, Annabeth. Busca a Hefesto. Tendrás que cruzar el rancho, imagino. Pero tú sigue adelante. Y utiliza todos los medios disponibles, por comunes que parezcan.

Señaló las puertas y ambas se disolvieron, mostrando dos corredores.

—Una última cosa, Annabeth. Sólo he aplazado el día en que hayas de elegir, no anulado. Pronto, como ha dicho Jano, tendrás que tomar una decisión. Y una última cosa —volteó hacia mí—. Hija de Apolo, Claire Moore.

—¿Sí? —odié lo incómoda que sonaba.

—Aquí es donde te separas de tus amigos.

—¿Qué? —Percy dijo la pregunta antes que yo. Sin embargo, sonaba mucho más enojado con la idea—. ¿Por qué?

Sus ojos volvieron a mirar fijamente, pero Percy, a pesar de lo estúpido que era, no parecía asustado.

—Es parte de su propia búsqueda —respondió Hera—. Encontrar lo que busca, ¿no es así, Claire?

No me gustaba cómo me observaban en confusión.

—No lo sé. ¿Qué queréis decir, Lady Hera?

—Ya sabes lo que quiero decir, Claire Moore —sonrió. Agitó la mano y apareció otra puerta en el lado opuesto—. Debo advertirte que debes tener cuidado de en quién confías y a quién escuchas. Cuidado con el traidor en el laberinto.

Esto llamó mi atención. Me adelanté, ignorando el ceño de Percy.

—¿Conocéis la profecía?

Se burló, poniendo los ojos en blanco.

—Mi querida niña, ¡todos conocen la profecía! Ahora, ¡sigue tu camino! No puedo quedarme aquí mucho más tiempo.

—Ella no va a ninguna parte —Percy se adelantó. Le puse la mano delante del pecho, temiendo que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse después.

—Percy —le susurré—, ¿recuerdas lo que te dije, por qué estoy aquí?

—Sí, pero pensé que lo haríamos juntos —susurró de vuelta, y los otros nos observaron con el ceño fruncido—. No que te vayas de rositas.

Me crucé de brazos.

—Puedo arreglármelas.

—No digo que no puedas —dijo—, sólo que no quiero que te pase nada.

Normalmente no puedo decir cuando me sonrojo. Ya no puedo sentir el calor. Pero parecía que sentía todo el calor del mundo alrededor de Percy. Y por eso me tropecé en mis palabras.

—Oh... bueno... gracias... esto...

—Déjame ir contigo —dijo, enrojeciendo como si acabara de darse cuenta de lo que había dicho—. Estamos todos juntos en esto...

—No me cites High School Musical.

Él frunció el ceño.

—¿Qué? No, sólo...

—Percy —me acerqué, ignorando a los demás—, tienes que quedarte aquí y ayudar a Annabeth. Ella te necesita en esta búsqueda. No estaré ausente muro rato. Encontraré el camino de vuelta —él apretó los labios—. Lo prometo —añadí, esperando que eso le hiciera sentirse mejor, pero no parecía funcionar. Así que le agarré la mano—. Volveré. Nos reuniremos pronto, y tal vez pueda iluminarnos para salir de aquí.

Percy asintió. Todavía parecía inseguro, así que suspiré.

—Me llevaré a Cain... —se puso tenso y fue a decir algo, pero le apreté la mano—. Estaré bien —dije, más severamente esta vez—, no va a hacer nada. Tienes que aprender a confiar en él.

—Lo sé, es que...

—¿Qué?

Con el rabillo del ojo, vi que Hera rodaba los ojos.

—Estará bien, Hijo de Poseidón. Pero debes irte ahora. No puedo quedarme más tiempo.

Asentí con la cabeza y le di a Percy una última sonrisa. Luego me volví hacia Cain.

—¿Vienes?

Se encogió de hombros.

—¿Tengo alguna opción?

Ladeé la cabeza.

—Pues...

Cain hizo girar su espada corta en su mano.

—Imagino que hay cosas más peligrosas que separarse en el laberinto más peligroso del universo.

—¿Ya está resuelto? —Hera sonrió—. ¡Maravilloso! ¡Buena suerte! —agitó la mano y se transformó en humo blanco. Los bocadillos y la limonada se fueron con ella, así como el agua de la fuente romana. Volvía a estar agrietada y seca.

Annabeth, ceñuda, se volvió hacia mí.

—¿Estáis seguros de esto? Podemos encontrar otra forma de ir juntos...

—No —negué con la cabeza—, tenemos que separarnos. ¿Qué tal si nos reunimos en el rancho?

Annabeth frunció los labios.

—Vale. Tened cuidado.

Le sonreí y saludé con un dedo.

—A sus órdenes, capitana.

Ella sonrió. Fui a guiar a Cain hacia la puerta que teníamos detrás, pero Percy me detuvo. Puse los ojos en blanco.

—Deja de ser un cliché —le dije.

—Si no estás en el rancho —dijo—, iré a buscarte. Lo prometo.

—Esperemos que no tengas que hacerlo.

Y con eso, Cain y yo nos alejamos y atravesamos la puerta. Ésta se cerró tras nosotros, dejándonos de nuevo en la más absoluta oscuridad.

° ° °

A ver —Cain iluminó con su linterna frente a nosotros—, ¿sabemos a dónde vamos?

Sinceramente, no lo había pensado.

—Eh... ¿sí?

Me miró y suspiré.

—No... Pero sé lo que estamos buscando.

Cain me alumbró con la linterna y me protegí los ojos de la luz.

¿Si?

—¡Sí! —dije, y luego retrocedí—. Bueno, más o menos... quizá... probablemente no —suspiré, derrotada.

—Genial —dijo.

—¡Hey! —yo también le iluminé—. No tengo mucho. Me dijeron una línea de una profecía que tiene que ver con este laberinto, un sueño que no me dijo nada excepto que este es el lugar donde debo buscarlo y estúpidos mensajes que esos bichejos decidieron darnos.

—¿Por qué no le preguntaste a Hera? —preguntó entonces Cain.

Tampoco había pensado en eso...

—¡No habría dicho nada útil! Es Hera.

Cain suspiró.

—Como sea —su linterna volvió a iluminar el camino—. Sólo hay un sendero. Esperemos que sea el correcto.

Anduvimos durante unas horas por este largo y oscuro túnel sinuoso. Goteaba agua por encima y olía como el desván de la Casa Grande después de una tormenta en invierno. Húmedo, mojado, frío... Parecía extraño que el camino para encontrar mis poderes de nuevo fuera frío, pero tal vez ese era el punto. Seguíamos sin encontrarnos con nada. Había otro esqueleto, un gato, y el suelo de piedra se convertía en tablones de madera y viceversa, pero aparte de eso, no se parecía en nada a la pequeña aventura que tuvimos con Annabeth. No había múltiples puertas que elegir, ni dioses romanos, ni definitivamente Hera.

Al ver que el laberinto se desplazaba, me pregunté por qué parte caminaban Annabeth, Percy y los demás. Esperaba que no estuvieran en peligro. No se lo dije a Percy, pero si tampoco aparecía en el rancho, nada me impedía volver a bajar y buscarlo también.

A la tercera hora ya estábamos cansados. No sé cuánto tiempo habíamos estado caminando, pues el tiempo aquí abajo era diferente al de arriba. Si Percy y yo sólo estuvimos durante unos quince minutos, y fue una hora para todos los demás... no, eso incluía cálculos, no me voy a molestar en calcularlo. Sólo ha pasado un tiempo, ¿de acuerdo?

Decidimos montar el campamento. Cain sacó unas galletas que había guardado y las comimos, mirando el fuego que habíamos encendido en el frío y húmedo pasillo. Incluso con el fuego, la oscuridad era total a ambos lados. Cualquier cosa podía asaltarnos sin previo aviso. Sabía que esta noche no iba a darnos un sueño plácido.

Cain rompió su galleta por la mitad.

—¿Dijiste que habías soñado con recuperar tus poderes aquí abajo?

Asentí.

—No fue mucho. Me desperté de nuevo en el mismo lugar en el que Percy y yo caímos en él. Estaba muy negro. Estaba asustada, buscando a tientas la marca Dédalo cuando de repente, la luz apareció. Como si nunca hubiera muerto y los hubiera perdido.

Cain frunció. Se metió la mitad de la galleta en la boca. Masticó.

—Entonces —dijo con la boca llena—, ¿sólo tenemos que volver al lugar donde empezamos?

—No exactamente —le dije—. El lugar al que entramos era completamente diferente al que Percy y yo caímos. Y el hecho de que yo estuviera allí en mi sueño no significa que sea exactamente donde lo encuentre.

Suspiró.

—Pues qué bien.

Agaché la cabeza.

—Siento no tener mucha idea. Debería haber pensado en esto antes de irme y arrastrarte.

Cain se encogió de hombros.

—Está bien —se metió la otra mitad en la boca—. No tenía mucho tiempo para pensar. Hera se limitó a mover la mano en plan 'tienes que hacer esto.'

No pude evitar sonreír.

—A Hera no le gustará que te burles así de ella.

Cain sonrió.

—No hará nada, está asustada.

—Es la Reina de los Dioses, Cain —me reí—. No te tiene miedo.

—Sí lo tiene —dijo—. Y Percy. Y Annabeth. Y tú. Puedo sentirlo, verlo. Está asustada por algo que podría pasar en el futuro.

Fruncí los labios.

—Bueno, esperemos que no muestre su miedo haciéndote desaparecer.

Cain se limitó a sonreír.

—¡Me encantaría! —me sorprendió la confianza en su voz. Gritó hacia el laberinto—. ¡Ven a buscarme, Hera! Estoy aquí —le di una palmada en el brazo para que se callara, pero se limitó a rió. Cuando no pasó nada, me devolvió la sonrisa—. ¿Ves? ¡Te lo dije!

—Eres peor que Percy.

—Y tú lo sabrías, ¿no?

Me quedé boquiabierta y él se rió.

—¡¿Desde cuándo te has vuelto tan confiado?!

Vaciló y frunció, como si acabara de darse cuenta.

—Um... No lo sé. Esto es raro, pero... Me siento a gusto aquí. Siento el miedo en este lugar, la oscuridad, ira y... es como si estuviera en casa. Todos tenéis miedo de ir a través del laberinto; asustados de terminar como Chris Rodríguez. Este lugar es el mayor miedo de Clarisse, y sin embargo... no tengo miedo por una vez...

Fruncí el ceño ante eso.

—Es... un poco deprimente.

Cain frunció los labios.

—Sí, bueno... no sé —suspiró—. Es como es. Cualquier lugar que grite miedo para los demás me hace... deleitarme. Me da un poco de miedo.

Cuando no dije nada y me limité a fruncir, Cain se puso rojo.

—Sí... um... ¿qué tal si yo echo un vistazo primero? Te despertaré.

Fui a protestar, pero por su mirada supe que quería estar solo. Así que, con un suspiro, apoyé la cabeza en mi mochila y cerré los ojos. No esperaba quedarme dormida tan rápido.

Pero sé exactamente cómo sucedió, porque cuando me desperté, estaba en el Inframundo. O más exactamente, en el salón del trono de Hades.

Se hallaba sentado en su trono de hueso, mirándome fijamente con su túnica de almas gritonas. Hice un gesto incómodo con la mano.

—Hola.

—Que le haya dado un cambio de imagen a tu arco, Claire Moore, no significa que no quiera matarte todavía —dijo el Señor del Inframundo, y yo me encogí.

—Oh... —murmuré.

—Soy el Rey de los Rencores —gruñó Hades—, y tú mataste a mi hija.

—Lo siento...

Levantó la mano.

—Pide perdón una vez más y te mataré.

—Si me odias tanto —me sentí un poco más valiente—, ¿por qué me has dado un arco nuevo? ¿Por qué me hablas? ¿Por qué no me has matado?

La mano izquierda de Hades agarró con más fuerza el borde de su trono.

—Es mejor no cuestionar a los dioses, Claire Moore. Estaba siendo generoso. No voy a ser cuestionado.

—Es porque él te dijo que no lo hicieras, ¿verdad?

Hades se levantó, situándose a la altura de un dios por encima de mí. No me inmuté. Me miró fijamente, sus ojos (completamente vacíos, sin alma) estallaban con un fuego extraño y muerto.

—Intento ayudarte, mestiza —escupió—, ten un poco de gratitud.

Permanecí en silencio y un gruñido inhumano salió de la garganta de Hades. Sabía que quería matarme, pero no podía. O no lo haría. No sé.

Al final, volvió a sentarse. El suelo tembló, pero no retiré la mirada. No quiero parecer débil ante él.

—¿Qué haces en el laberinto? —preguntó entonces.

—Buscamos el taller de Dédalo.

—No, no me mientas, mestiza. ¿Por qué estás en el laberinto?

—Tuve un sueño. Me mostró que puedo recuperar mis poderes en el Laberinto.

La risa de Hades retumbó en toda la sala, resonando en la piedra negra.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Claire Moore? ¿Cuántas?

—¿Decirme qué?

—Qué divertido —chasqueó la lengua—, ¿todavía no lo sabes? ¿Cuánto tiempo ha pasado, Claire Moore? ¿Medio año? Y todavía no te has dado cuenta.

¡¿De qué hablas?!

—¿No escuchaste la profecía? —preguntó Hades, sonriendo bajo la luz diabólica.

—¡Pues claro que sí!

Se rió.

—Pues escucha de nuevo, Niña de la Luz.

Levanté las manos.

¡¿Por qué?! ¿Qué olvido? ¿Qué se supone que debo saber?

—Deja de buscar tus habilidades, Claire Moore —dijo entonces Hades, inclinándose hacia delante—. No te traerá fortuna, ni respuestas. No te traerá más que desesperación.

¿Cómo?

—Has sido advertida —Hades se inclinó hacia atrás—. Y no lo haré otra vez.

Entonces agitó su mano y me desperté.

Me levanté y Cain retrocedió de un salto.

¡Whoa! Estaba a punto de despertarte. Encontré algo.

Lo miré con el ceño fruncido. Algo brilló en su rostro, iluminando sus ojos marrones.

—¿Qué has encontrado?

Asintió con la cabeza detrás de mí. Fue entonces cuando sentí un extraño calor. Miré hacia atrás y luego jadeé.

Una esfera de luz dorada se cernía sobre mí. Inmediatamente miré mis manos, pero no sentía ningún cosquilleo. No había calor. Seguía teniendo frío en todo el cuerpo, excepto en el lugar donde la luz me iluminaba la cara.

—¿Has sido tú? —me preguntó Cain. Sacudí la cabeza.

—No.

La luz se acercó de repente e iluminó el pasillo. Se quedó allí durante un segundo y sentí una sensación familiar. No sé por qué, pero sentí que quería que la siguiéramos.

—Recoge —le dije a Caín.

—¿Por qué?

Sonreí.

—Ya tenemos guía.

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