vi. Fury On A Greyhound

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

╔═══════════════╗

chapter vi.
( the lightning thief )
❝ fury on a greyhound ❞

╚═══════════════╝

TAN PRONTO COMO VOLVÍ A MI CABAÑA, Lee, Will, Jenna, Kylie, Michael y Jay se encontraban parados en medio de la habitación, esperando mis noticias.

—¿Y? —Jay preguntó—. ¿Qué dijo Quirón?

Fingí verme triste y todos y cada uno de mis hermanos suspiró con tristeza, pero pronto estallé en una sonrisa y sus ojos se abrieron con esperanza.

—Tengo una misión —dije, rebotando en la punta de mis pies con entusiasmo.

Antes de darme cuenta, me bombardearon con abrazos. Me tensé, sin estar segura de qué hacer entre el estruje de tantos niños de Apollo, pero pronto Lee los hizo retroceder.

—Vale, vale, los abrazos para luego, ahora tenemos que preparar a nuestra querida hermana.

Jay se quedó conmigo mientras todos corrían por la cabaña. No me había movido ni un centímetro, y al final me quedé de pie en la puerta con los ojos muy abiertos. Pronto, Jenna corrió hacia mí con una mochila verde.

—Bien, dentro tienes dos pares de ropa de repuesto, artículos de tocador, un largo rollo de cuerda de bronce celestial para tu arco, por si acaso, comida, Will agregó una pequeña cantimplora de ambrosía y néctar, y Lee se fue a buscar algo de dinero —estaba a punto de protestar pero ella me hizo callar—. Te van a prestar, de todos modos. Necesitarás tanto dinero en efectivo como dracmas. Ahora, ¡todo lo que necesitas hacer es enorgullecer a Apolo! —sonrió—. Ay, esto es genial. Hacía mucho que no teníamos campista de misión desde que Lee está aquí, o incluso tú.

De repente sentí la determinación de hacer que mis hermanos se sintieran orgullosos, pero las palabras de Jenna presionaron mis hombros y no pude evitar tragar saliva.

—Cállate, Jenna —dijo Jay—. La estás presionando —se volvió hacia mí con una sonrisa amable—. Lo harás increíble, esos monstruos no saben lo que les espera.

Me sentí sonreír.

—Gracias, Jay Jay.

—No hay problema, Claire Bear.

La puerta se abrió y apareció Lee, pero parecía enrojecido y con los ojos muy abiertos. Me pasó una bolsa llena de dracmas y cien dólares, pero no se movió de la puerta.

—Claire, hay alguien en la linde del bosque que quiere verte.

—¿Quién? —fruncí.

—Quizás quieras verlo por ti misma.

Luego me acompañó afuera, y lo vi cerrar la puerta detrás de mí, y pude ver a todos mis hermanos saludando y sonriendo desde las ventanas. Me reí entre dientes antes de dirigirme al bosque.

No fue hasta que llegué a la linde que me di cuenta de que olvidé mi arco y mi daga.

—Oh, Estige —juré en voz baja, y un trueno estalló en lo alto y la lluvia cayó aún más fuerte.

—¿No te dijo tu madre que no juraras, Claire?

Me quedé helada. La voz era tan familiar. Hizo que mi cuerpo se calentara y mi corazón y mi estómago se apretaran. Me di la vuelta lentamente para ver a un hombre guapo apoyado contra el tronco de un árbol. En la oscura tormenta, su cuerpo parecía irradiar una luz sobre la hierba húmeda y la corteza. Tenía el pelo rubio dorado alborotado y gafas de sol negras. Me dio una sonrisa.

Era Apolo. Mi padre.

—Papá —solo pude decir—... ¿Hola?

Su sonrisa se convirtió en una mueca.

—Hola, hija mía.

Luego fruncí y mi ira creció.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dije con dureza—. Se supone que tienes reunión en el Olimpo.

O no se dio cuenta de mi tono duro o decidió ignorarlo. Apolo se encogió de hombros.

—Estuve para lo importante, ahora solo están Zeus y Poseidón peleando sin parar.

Truenos y relámpagos chocaron arriba, Apolo miró al cielo.

—¡Sabes que es verdad! —luego volvió su atención a mí—. Dime, ¿cómo te sientes? Tu primera misión, ¡qué emocionante!

No sonreí, miré a mi padre con una mirada indiferente y suspiró.

—Mira, entiendo por qué estás enojada conmigo, y créeme cuando digo que no pude intervenir con tus poderes hasta esta mañana, las Parcas siempre han sido estrictas conmigo. Dios de las profecías y cosas así... ¡En fin! —dio un paso hacia mí—. Esta búsqueda te ayudará más que nada, Claire, y Percy, sin importar cuánto no te guste, te ayudará a encontrar el propósito. Vuestros destinos están unidos. ¿Qué decían? Ya sabes, a ese hijo de Hécate hace tantos años —negué con la cabeza, frunciendo—. ¡Ah, sí! Tú y Percy sois como las dos caras de la misma moneda, y no importa si no quieres que no sea así, es verdad.

Arrugué mi nariz. No dije nada, pero por la expresión divertida de mi padre, lo entendió.

—Me temo, Claire, que eso es todo lo que el Destino me permite decir sobre tu futuro —Apolo suspiró—. Pero diré algo: esto es solo el comienzo, hija mía, solo el comienzo.

Mi ceño, si es posible, se profundizó.

—¿Qué quieres decir con 'el comienzo'?

Apolo tenía una cara tensa, pero no respondió a mi pregunta, en cambio, metió la mano en su bolsillo y sacó una llave dorada y antigua que estaba atada a un trozo de cuerda. Me la tendió y la tomé con cuidado, dándole vueltas entre los dedos.

—Es una llave de repuesto para mi carro solar, en caso de que quieras usarlo. También es un arma. Gírala en tus manos.

Y así lo hice, y jadeé cuando vi que la misma luz a mi alrededor se doblaba en un magnífico arco recurvo, mientras sentía el peso de un carcaj en mi espalda. Las enredaderas de oro rodeaban desde el punto inferior hasta el superior. Había un grabado en la empuñadura: Ήλιος-κομιστής.

Ílios-komistís —murmuré—. Portador del sol.

—En efecto —Apolo asintió—. La cuerda del arco nunca se romperá, y tu carcaj de flechas nunca se agotará. Solo piensa en la flecha que necesitas y ahí estará. Para revertirlo, golpéalo contra la correa de tu carcaj. Y como te has olvidado la daga... —una vez más deslizó su mano en su bolsillo y sacó un cuchillo de bronce celestial en forma de hoja de nueve pulgadas. Lo miré con los ojos muy abiertos mientras lo tomaba de las manos de mi padre.

—¿Cómo lo has hecho? —murmuré, señalando el bolsillo de su chaqueta.

Apolo se encogió de hombros.

—Son más grandes por dentro —entrecerré los ojos ante la referencia de Doctor Who—. Yo le di esa idea al creador. Era un hijo de Apolo, ¿sabes?

Tosí con sorpresa, mis cejas se alzaron y Apolo sonrió.

—Debería irme ya. Buena suerte en tu misión —luego desapareció en un destello de luz y tuve que taparme los ojos. Me quedé mirando el arco y la daga en mis manos, y vacilante, moví mi arco a la correa de mi carcaj sobre mis hombros y se redujo a una llave. Resbalé la daga en mi bota antes de correr hacia el árbol de Thalia donde Percy, Annabeth, Grover, Quirón y Argo estaban esperando.

Al verme, Percy frunció.

—¿Dónde demonios has estado? —preguntó, y me detuve frente a él, poniendo el collar sobre mi cabeza y metiendo la llave debajo de mi camisa.

—Ocupada —fue todo lo que respondí.

Annabeth entrecerró los ojos, dándome una mirada calculadora. En sus brazos había un libro sobre arquitectura clásica famosa, escrito en griego antiguo. Sacándola de su bolsillo pude ver su gorra de los Yankees, y envainada bajo la manga de su camisa estaba su larga daga de bronce. No dijo nada, pero sabía que iba a preguntar más tarde.

Grover llevaba sus pies falsos y pantalones holgados para pasar por humano, encima de su cabello rizado había una gorra verde estilo rasta, en su bolsillo estaba su mágica flauta de junco y colgada de un hombro estaba su mochila naranja.

Percy era posiblemente el más sencillo de todos, solo con pantalones cortos y una camiseta. No tenía un arma, aparte de su mochila, si realmente quería golpear a un monstruo muy duro para quitar el polvo.

Lo que nunca funcionaría.

—Ah, Claire —dijo Quirón, sentado en su silla de ruedas—. Confío en que su charla haya sido muy informativa.

Asentí con la cabeza, viendo las tres miradas curiosas de mi amigos, pero no respondí a ninguna.

—Estuvo muy interesante.

El centauro asintió antes de volverse hacia Argo. Era el jefe de seguridad del campo. La gente creía que cada gramo de su piel estaba cubierto de ojos, lo cual era una suposición bastante educada, ya que normalmente se podían ver ojos en sus brazos, piernas y cuello. Hoy, vestía un uniforme de chófer, por lo que los únicos ojos extra visibles estaban en sus manos, rostro y parte superior del cuello.

—Éste es Argos —le dijo Quirón a Percy—. Os llevará a la ciudad y... bueno, os echará un ojo.

Escuché pasos detrás de mí y me di la vuelta para ver a Luke. Sonreí a modo de saludo.

Llegó corriendo colina arriba, con un par de zapatillas de baloncesto.

—¡Eh! —jadeó—. Me alegro de pillaros aún.

Moví las cejas hacia Annabeth cuando pude verla sonrojarse, ella me miró.

—Sólo quería desearos buena suerte —dijo Luke—. Y pensé que... a lo mejor te sirven.

Le entregó los zapatos a Percy y sonreí con complicidad cuando reconocí el grabado mágico en la parte inferior.

Maya! —Luke cantó, y alas de pájaro blanco brotaron de los talones de las zapatillas. Sobresaltado, Percy los dejó caer. Los zapatos se agitaron en el suelo antes de que las alas se plegaran y desaparecieran.

—¡Alucinante! —musitó Grover.

Luke sonrió.

—A mí me fueron muy útiles en mi misión. Me las regaló papá. Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado... —apreté los labios cuando entristeció la expresión.

—Eh, tío —dijo Percy con gratitud—. Gracias.

—Oye, Percy... —Luke parecía incómodo—. Hay muchas esperanzas puestas en ti. Así que... mata algunos monstruos por mí, ¿vale?

Se dieron la mano. Luke le dio una palmadita a Grover entre los cuernos y un abrazo de despedida a Annabeth, que parecía como si fuera a desmayarse antes de volverse finalmente hacia mí. Me miró y me dio una sonrisa antes de poner sus manos en cualquiera de mis hombros.

—Cuídate, ¿vale, Claire? —asentí—. Y... no hagas nada estúpido —fruncí ante su tono pero lo aparté.

—Puedes contar conmigo, Luke —le dije, y él sonrió antes de darme un abrazo. Revolvió mi cabello cuando se fue y yo lo alisé con el ceño fruncido mientras Percy se volvía hacia Annabeth.

—Estás hiperventilando.

—De eso nada.

—Pero ¿no le dejaste capturar la bandera a él en lugar de ir tú?

La cara de Annabeth se puso aún más roja.

—Oh... Me pregunto por qué querré ir a ninguna parte contigo, Percy.

Luego pisó fuerte cuesta abajo hasta donde un SUV blanco estaba esperando en el arcén de la carretera. Argo la siguió, haciendo sonar las llaves del coche.

Percy recogió los zapatos mágicos de Luke después de que Annabeth se fuera y les frunció antes de volverse hacia Quirón.

—No me aconsejas usarlas, ¿verdad?

Negó con la cabeza.

—Luke tenía buena intención, Percy. Pero flotar en el aire... no es lo más sensato que puedes hacer.

Percy asintió, decepcionado, pero pronto, sus ojos se iluminaron y se volvió hacia Grover.

—Eh, Grover, ¿las quieres tú?

Los ojos de Grover se agrandaron.

—¿Yo?

Pronto, Percy había atado los zapatos sobre los pies falsos de Grover y estaba listo para despegar.

Maya! —gritó.

Grover despegó sin problemas, pero al poco se cayó de lado, desequilibrado por la mochila. Las zapatillas aladas seguían aleteando como pequeños potros salvajes.

—¡Práctica! —le gritó Quirón por detrás—. ¡Sólo necesitas práctica!

Me reí de mi amigo cabra antes de despedirme de Chiron y seguir a Grover colina abajo, dejando a Percy y Quirón solos.

*

UNA VEZ QUE PERCY ENTRÓ POR FIN en el coche, Argo arrancó. Nos sacó del campo y nos llevó al oeste de Long Island. Miré por la ventana, una sonrisa en mi rostro cuando vi el mundo real. Cada persona en un automóvil, cada McDonalds, cada edificio me resultaba interesante. Cuando pasamos una valla publicitaria, Percy se inclinó sobre mí para mirar por la ventana y leer las palabras.

—¿Podrías no hacer eso? —le dije, y él frunció el ceño antes de sentarse correctamente de nuevo.

—De momento bien —me dijo, mirando a Grover a su otro lado y a Annabeth en el otro asiento delantero—. Quince kilómetros y ni un solo monstruo.

—No hables así —le dije con brusquedad, dándole una mirada irritada—. Nos darás mala suerte, Niño Acuático.

Percy suspiró.

—Recuérdamelo de nuevo, ¿vale? ¿Por qué me odias tanto?

—No te odio.

—Pues casi me engañas.

—Nada más te encuentro... demasiado molesto.

Percy puso los ojos en blanco.

—Entonces, me odias.

—Agh, olvídalo —gruñí.

—Solo preguntaba...

—¡He dicho que lo olvides!

Vi un ojo azul en el cuello de Argo guiñando en dirección a Percy, e hice un movimiento para estrangularlo más tarde.

No presté mucha atención el resto del viaje. Me di cuenta de que Percy creó una conversación con Annabeth bastante civilizada, en la que describió la rivalidad entre Poseidón y Atenea, y Percy la dejó allí.

Ni siquiera noté que me había quedado dormida hasta que Percy me despertó y casi lo golpeo con sorpresa.

—Hemos llegado —dijo y suspiré, saliendo de la camioneta a la estación Greyhound en el Upper East Side de Manhattan. Ya era el atardecer y empezaba a llover.

Por el rabillo del ojo, vi a Percy rasgar algo pegado a un buzón. Fingí que no me había dado cuenta, ya que podía ver lo que estaba furioso por eso.

Argo descargó nuestras maletas y se aseguró de que tuviéramos nuestros boletos de autobús antes de alejarse, con un ojo en el dorso de la mano mirándonos mientras salía del estacionamiento. Una vez que se fue, Annabeth se me acercó.

—¿Lista? —preguntó y yo la miré, asintiendo—. Mantente alerta, es la prioridad, no te distraigas.

Una vez más, asentí, sin encontrar nada que decir. Annabeth sonrió y cogió mi mano.

—Nos mantendremos unidas, como todos esos años.

Una sonrisa se formó en mi rostro.

—Sí. Pasaremos por esto juntas. Nos aseguraremos de que Percy no quede K.O.

Ella soltó una carcajada en la que la seguí. Luego se puso seria y murmuró en voz baja:

—La charla que tuviste antes... ¿fue con tu padre?

—Sí —pero no continué, y Annabeth entendió. Realmente no quería decirle a nadie que Percy era "una cara de una moneda" y yo era la otra, o el hecho de que esta misión era sólo el comienzo de algo, por la expresión del rostro de mi padre, y era horrible.

La lluvia siguió cayendo, y al final, después de que los cuatro comenzamos a inquietarnos esperando el autobús, decidí tomar una de las manzanas de Grover y comencé un juego de Hacky Sack. Supongo que era el don de precisión y coordinación ojo-mano de mi padre, pero yo era bastante buena en el juego. Juntas, Annabeth y yo nos turnamos para hacer trucos, haciéndola rebotar sobre nuestras rodillas, hombros y codos. Percy tampoco era tan malo, manteniendo la manzana al menos cinco veces antes de pasar. El juego terminó cuando le tocó a Grover y se la acercó demasiado a la boca. El sátiro se comió la manzana, con tallo, corazón y todo.

Grover se sonrojó y trató de disculparse, pero todos estábamos ocupados riendo.

Finalmente, llegó el autobús y formamos fila para abordar. Estaba detrás de Percy y Grover, y podía escuchar su conversación. El sátiro olfateó el aire con nerviosismo, haciendo que Percy frunciera el ceño.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—No lo sé —respondió Grover, tenso—. A lo mejor no es nada.

Fingió ignorarlo, pero me encontré a mí misma echándome hacia atrás para tomar la mano de Annabeth con fuerza, ella la apretó para tranquilizarme. Pero cuando Percy me miró, vi sus ojos verde mar y sentí que me calmaba al escuchar el sonido de las olas en la distancia. Sin darme cuenta, le dediqué una pequeña sonrisa.

Me sentí aún más aliviada cuando finalmente abordamos y nos dirigimos al asiento trasero. Me senté en el centro, mientras Percy y Grover se sentaban a mi derecha y Annabeth a mi izquierda. Los demás guardaron sus mochilas, pero tuve una sensación dentro de mí que me hizo mantener la mía en mi regazo, con mis brazos alrededor de ella con fuerza.

Los últimos pasajeros subieron y mis ojos se abrieron cuando vi entrar a una anciana. Llevaba un vestido de terciopelo arrugado, guantes de encaje y un gorro de punto naranja que ensombrecía su rostro, pero cuando la vi, tuve un mal presentimiento en el estómago y supe quién era.

Era la señora Dodds, la ex-profesora de introducción al álgebra de Percy.

Dejé escapar un breve jadeo y apreté mi mano sobre la rodilla de Percy.

—Percy —le susurré con dureza, asintiendo con la cabeza a la Sra. Dodds.

Miró hacia arriba y sus ojos se agrandaron antes de encogerse rápidamente en su asiento.

Mis ojos se abrieron aún más cuando tres mujeres la siguieron, eran exactamente iguales pero con sombreros de diferentes colores. Miré a Annabeth con preocupación y ella se mordió el labio, con los ojos fijos en las tres Furias que estaban sentadas en la primera fila. Las dos en el pasillo cruzaron las piernas sobre la pasarela, haciendo una 'x'. Fue bastante casual, pero envió un mensaje claro: nadie se va.

El autobús salió de la estación y comenzó a recorrer las calles de Manhattan.

—No ha pasado muerta mucho tiempo —me dijo Percy en un susurro apresurado, su voz temblando de vez en cuando—. Creía que habías dicho que podían ser expulsadas durante una vida entera.

—No, no lo dije..

Me miró confundido y suspiré.

—Eso pasa si tienes suerte. Evidentemente, no la tienes.

Esperaba que Percy dijera una respuesta inteligente, pero no lo hizo. En cambio, Grover sollozó a su lado.

—Las tres. Di immortales!

—No pasa nada —dijo Annabeth, y me di cuenta de que estaba pensando mucho—. Las Furias. Los tres peores monstruos del inframundo. Ningún problema. Escaparemos por las ventanillas.

—No se abren —musitó Grover.

—¿Hay puerta de emergencia? —intentó la hija de Atenea.

Miré alrededor. No había ninguna. Pero incluso si hubiera, no habría ayudado, ya estábamos en la Novena Avenida, dirigiéndonos directamente al túnel Lincoln.

—Oh, maravilloso —murmuré enojada—. De todos los monstruos que pueden atacarnos, tenían que ser ellas.

—No nos atacarán con testigos. ¿Verdad? —cuestionó Percy.

—Los mortales no tienen buena vista —replicó Annabeth—. Sus cerebros sólo pueden procesar lo que ven a través de la niebla.

—Verán a tres viejas matándonos, ¿no?

Annabeth apretó los labios, pensativa.

—Es difícil saberlo. Pero no podemos contar con los mortales para que nos ayuden. ¿Y una salida de emergencia en el techo...?

La primera Furia, 'la señora Dodds', se levantó y mi respiración se atascó en mi garganta. Con voz plana, como si lo estuviera ensayando frente a un espejo, anunció a todo el autobús:

—Tengo que ir al aseo.

—Y yo —añadió la segunda hermana.

—Y yo —repitió la tercera.

Las tres echaron a andar por el pasillo y mi cerebro se detuvo en busca de una idea, hasta que vislumbré a Annabeth y obtuve una.

—Percy —susurré con dureza—, escúchame. Ponte la gorra de Annabeth.

—¿Qué? —dijeron Percy y Annabeth al mismo tiempo.

—Te buscan a ti. Vuélvete invisible y déjalas pasar. A lo mejor puedes llegar a la parte de delante y escapar.

Annabeth, comprendiendo el plan, le entregó a Percy su gorra. Él la tomó, sacudiendo la cabeza hacia mí.

—Pero vosotros...

—Existe la posibilidad de que no nos vean —lo interrumpí—. Eres hijo de uno de los Tres Grandes, tu olor es abrumador.

Pero Percy seguía siendo terco.

—Pero me dijiste que con tu po...

Palidecí, tenía razón.

—Comparada contigo... puedo pasar desapercibida.

—Pero ¿y si no?

—Pelearemos. ¡Ahora vete!

—No puedo dejaros.

—¡Percy, ponte la maldita gorra! —solté con dureza, empujando la gorra en sus manos hacia su pecho.

—No te preocupes por nosotros —insistió Grover—. ¡Ve!

Las manos de Percy estaban temblando, pero finalmente asintió con la cabeza, se puso la gorra y se volvió invisible.

Sabía que no podía usar mi arco tan cerca, así que lentamente me acerqué a mi bota y saqué mi cuchillo, deslizándolo por mi manga. Entonces Annabeth, Grover y yo nos deslizamos hasta el suelo, escondiéndonos detrás de la fila frente a nosotros. Me arriesgué a asomarme por el borde. Las tres Furias continuaban su camino hacia abajo antes de que se detuvieran de repente, y esperé con la respiración contenida cuando la señora Dodds se volvió rápidamente a la derecha, olfateando. Pero pronto lo dejó y continuó con sus hermanas.

Estábamos casi fuera del túnel Lincoln cuando las Furias llegaron a la última fila. Cerré los ojos antes de ponerme de pie, mirando a las tres hermanas con mi mirada más mortal que pude reunir. Annabeth y Grover dudaron antes de hacer lo mismo. Una sonrisa cruel apareció en el rostro de la señora Dodds antes de que ella y sus hermanas soltaran un aullido idéntico y comenzaran a transformarse.

Sus cuerpos se encogieron hasta convertirse en cuerpos de arpía marrones y coriáceos, con alas de murciélago y manos y pies como garras de gárgola. Los bolsos se habían convertido en fieros látigos.

Estaba completamente aterrorizada, pero me mantuve firme. A nuestro alrededor, los pasajeros gritaban y los niños lloraban, encogidos detrás de sus asientos.

Las Furias nos rodearon, azotando con sus látigos.

—¿Dónde está? ¿Dónde? —silbaban entre dientes.

—¡No está aquí! —les grité—. ¡Se ha ido!

Las Furias levantaron sus látigos y tanto Annabeth como yo sacamos nuestras dagas, mientras Grover agarraba una lata de su mochila y se preparaba para lanzarla. Cogí mi mochila con la mano izquierda, lista para usarla si era necesario.

De repente, el autobús se tambaleó. Grité de sorpresa cuando fui arrojada hacia la derecha junto con pasajeros y monstruos por igual. Por el rabillo del ojo, pude ver al conductor luchando por el volante con una persona imaginaria y sonreí. Vamos, Percy.

—¡Eh, eh! —gritó el conductor—. ¡Uaaaah!

Jadeé cuando el autobús se estrelló contra el costado del túnel, rechinando metal; pude ver chispas volando detrás de nosotros. Todos fuimos lanzados nuevamente a la izquierda. Miré a Annabeth y Grover.

—¡Sujetaos a algo! —me abracé a ellos y asintieron. Grover agarró una barra, mientras Annabeth agarraba la manija del costado de la silla, y yo tomé la que estaba junto a la silla en la que me había caído—. Ojalá funcione, Niño Acuático —murmuré para mí misma.

Salimos del túnel Lincoln y nos deslizamos por la carretera mojada. Los gritos y chillidos de los pasajeros iban acompañados de los siseos alarmados de las tres Furias. Los coches se apartaron del camino como bolos.

De alguna manera, el conductor encontró una salida y los demás salimos disparados de la autopista, a través de una docena de semáforos, abriéndonos paso por una carretera con bosques a nuestra derecha y el río Hudson a la izquierda. Mis ojos se abrieron cuando nos acercamos al río.

Entonces, se echó el freno de mano.

El autobús aulló, girando derrapando ciento ochenta grados en la carretera mojada. Todo era borroso a mi alrededor, pero logré agarrar mi mochila que había dejado caer mientras se deslizaba por el pasillo. Cuando vislumbré los árboles que se acercaban, me preparé casi sin pensar (debe haber sido el TDAH) y apreté los dientes cuando chocamos contra éstos.

Se encendieron las luces de emergencia y la puerta se abrió de par en par. El conductor fue el primero en salir, y los pasajeros lo siguieron gritando como enloquecidos.

Rápidamente me puse de pie y me preparé mientras las Furias se recuperaban. Nos golpearon con sus látigos a Annabeth, Grover y a mí. Annabeth les gritó en griego antiguo, diciéndoles que retrocedieran. Grover arrojó latas. Hice girar mi daga en mi mano, alejándome del látigo. No sabía qué hacer, cómo luchar contra ellas.

Fue entonces cuando Percy reapareció en la parte delantera del autobús.

—¡Eh! —gritó, y las Furias se giraron para mirarlo. No lo admitiré, pero por primera vez, me alegré de ver al Hijo de Poseidón.

La señora Dodds caminó por el pasillo hacia él. Cada vez que movía el látigo, las llamas rojas bailaban a lo largo del alambre de púas. Sus dos hermanas se subieron a las sillas a cada lado de ella y se arrastraron por encima como lagartos.

—Perseus Jackson —dijo la señora Dodds con tono de ultratumba—, has ofendido a los dioses. Vas a morir.

—Me gustaba más como profesora de matemáticas —replicó Percy enojado.

Ella gruñó.

Miré a mis amigos y compartimos un asentimiento antes de comenzar a seguir con cautela detrás de las otras dos furias, buscando una abertura. Me quedé con Grover, pareciendo que realmente solo tenía una lata como arma. No es que lo subestime, puede patear traseros si realmente quisiera.

Percy sacó un bolígrafo de su bolsillo y lo destapó. Mis ojos se agrandaron cuando vi una espada de doble filo de bronce celestial en forma de hoja.

¿Desde cuándo tiene un objeto mágico?

Las Furias dudaron al ver la espada.

—Sométete ahora —silbó la señora Dodds entre dientes— y no sufrirás tormento eterno.

—Buen intento —contestó Percy.

—¡Cuidado! —Annabeth advirtió de repente y vi a la señora Dodds azotar su látigo alrededor de la muñeca de Percy mientras las otras dos Furias se abalanzaban sobre él. De alguna manera se las arregló para mantener su espada en su agarre y golpeó la empuñadura contra la Furia de la izquierda, enviándola hacia mí para asestar con mi mochila a través de su rostro aturdido, enviándola a tropezar. Luego dejé caer la bolsa al suelo y preparé mi daga. Bien, ¿todo lo malo que dije antes sobre las mochilas como armas? Lo retiro todo.

Percy se volvió hacia la Furia de la derecha y la cortó de un lado a otro. Tan pronto como la hoja tocó su cuello, gritó y estalló en polvo. Annabeth le dio a la señora Dodds una llave de cabeza y tiró de ella hacia atrás mientras Grover le arrancaba el látigo de las manos.

—¡Ay! —gritó él—. ¡Ay! ¡Quema! ¡Quema!

Esquivé un latigazo de la hermana restante y me hice a un lado. Retrocedí antes de agitar mi palma sobre mí. Sentí un tirón cálido en mi cuerpo antes de que la luz a mi alrededor atravesara el rostro de la Furia con un destello y gritara, ahora temporalmente cegada. Aproveché mi oportunidad, di un paso adelante y clavé mi daga en su pecho, estallando en polvo.

Percy dejó caer su espada desde el aire, perdiendo la oportunidad de matar a la Furia él mismo. Le sonreí, dándole una mirada de 'ja, perdedor' antes de volverme hacia donde Grover y Annabeth luchaban contra la señora Dodds.

La Furia estaba tratando de sacar a Annabeth de su cuello. Se agitaba y pateaba, pero la hija de Athena aguantaba mientras Grover ataba de alguna manera sus piernas con su propio látigo. Finalmente, la empujaron hacia el pasillo.

Casualmente limpié mi daga y la deslicé de nuevo en mi bota mientras ella trataba de ponerse de pie, pero sus alas atadas seguían haciéndola caer de nuevo al suelo.

—¡Zeus te destruirá! —prometió—. ¡Tu alma será de Hades!

Braceas meas vescimini! —Percy le gritó. Fruncí el ceño al latín, sin tener idea de dónde lo había sacado, pero tenía la sensación de que significaba «Y un cuerno».

Fue entonces cuando un trueno sacudió el autobús y se me erizó el pelo de la nuca.

Miré a Annabeth, que no perdió un momento.

—¡Salid! —ordenó—. ¡Ahora!

No necesitamos que nos lo dijeran dos veces. Salimos corriendo fuera y encontramos a los demás pasajeros vagando sin rumbo, aturdidos, discutiendo con el conductor o dando vueltas en círculos y gritando impotentes.

—¡Vamos a morir!

Me habría reído, pero un turista con camisa hawaiana y una cámara tomó una foto del rostro de Percy antes de que pudiera volver a tapar su espada, y como tenía tanta suerte, también aparecí en la imagen.

—¡Nuestras bolsas! —chilló Grover, y mis ojos se abrieron al darme cuenta—. Hemos dejado nues...

¡BOOM!

Las ventanas del autobús explotaron y los pasajeros corrieron despavoridos. Respiré profundo y atemorizado en el lugar donde un rayo había hecho un enorme agujero en el techo. Sin embargo, un aullido enfurecido me dijo que la señora Dodds no había muerto en la explosión, pero aún estaba viva y bien.

Pero no fue solo eso.

—¡Corred! —encontré fuerzas en mi voz para decir—. ¡Está pidiendo refuerzos! ¡Tenemos que largarnos de aquí!

Así que nos internamos en el bosque bajo un diluvio, con el autobús en llamas a nuestra espalda y nada más que oscuridad ante nosotros.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro