xlii. Promises Break

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chapter xlii.
( titan's curse )
❝ promises break ❞

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Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol. Después de tener que lidiar con montar en Blackjack, y ahora un jabalí, fue todo lo que mi pobre trasero pudo soportar. No creí que pudiera caminar después de esto, pero me las arreglé. Dejamos al jabalí en silencio mientras comía, con cuidado de no molestarlo y nos escabullimos. Cuando terminó, chilló ante lo que teníamos delante antes de salir corriendo de vuelta a las montañas.

—Prefiere las montañas —dijo Percy.

—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.

Ante nosotros se extendía el pueblo que ganó el premio por ser el más triste de la historia. La carretera de dos carriles estaba medio llena de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado años y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona.» Más allá había una serie de colinas que ni siquiera lo eran. El terreno estaba plagado de montones de coches viejos, electrodomésticos y chatarra. El depósito parecía infinito.

—Whoa... —murmuró Percy.

—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?

Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo que no tenía sentido para mí, pero que Grover observaba con gesto preocupado.

—Esos somos nosotros. Esas cinco bellotas de ahí.

—¿Cuál soy yo? —preguntó Percy.

Zoë y yo tuvimos la misma idea, porque armonizamos:

—La pequeña y deformada.

—Cerrad el pico.

—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.

—¿Un monstruo? —preguntó Thalia.

Grover parecía muy inquieto.

—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten. Nuestro próximo desafío...

Señaló directamente la chatarrería. Compartí una mirada nerviosa con Bianca.

° ° °

Decidimos acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Era una opción razonable, porque la noche se acercaba y ninguno quería ir a buscar en la oscuridad.

Zoë y Bianca sacaron seis sacos de dormir y colchones de espuma de sus mochilas. Quiero una de esas ahora mismo.

La noche refrescó rápidamente. Mientras Grover y Percy se fueron a buscar tablas de madera a la casa en ruinas, yo volví a coger el abrigo de León de Nemea para acurrucarme en él y mantenerme caliente. Bianca aprovechó para acercarse y sentarse a mi lado. Le envié una pequeña sonrisa.

—¿Aún piensas en unirte? —preguntó—. A las cazadoras.

Parpadeé. A decir verdad, lo había pensado durante un rato. El hecho de que Zoë me lo hubiera ofrecido se me había pasado por alto recientemente. Tal vez fue porque estuvimos peleando con leones y guerreros-esqueleto, que aún no pude concentrarme en cuál era mi decisión.

—Um... no lo tengo claro, lo siento.

Bianca se encogió de hombros.

—Está bien. Zoë es mucho más íntegra que yo en estas cosas.

Respondí afirmativamente con la cabeza.

Ella soltó una risita. Dejé escapar una y juntas vimos cómo Zoë nos enviaba una mirada suspicaz y estrecha, como si supiera que estábamos hablando de ella. Pero parecía saber que todo era de buen grado.

Pronto, la mirada de Bianca se desvió hacia la casa de madera, donde Percy y Grover estaban recogiendo leña.

—Um... No quiero entrometerme, pero... ¿la razón por la que dudas es por Percy? ¿Estáis juntos?

—Oh, dioses no —negué con la cabeza—. Ni en un millón de años —Bianca se rió de mi reacción—. El mundo se acabaría si ocurriera. O yo me tiraría de un puente.

—No te creo —soltó una risita, y yo puse los ojos en blanco—. Debe gustarte, por lo menos. La forma en que actuáis...

—¡No me gusta! ¡Qué asco!

—¿Y por qué te sonrojas?

—No me sonrojo.

—Sí —Bianca no podía dejar de reírse. Notaba lo calientes que estaban mis mejillas, lo cual era extraño. Tal vez era el abrigo, pero de cualquier manera, me subí el cuello más allá de mis mejillas para que ella no pudiera verlas si se sonrojaban—. Entiendo por qué no quieres unirte.

—¡No, no tiene nada que ver con Percy! —le susurré, pero no había forma de hacer cambiar de opinión a Bianca. Ella sólo arqueó una ceja—. ¡Hablo en serio! Un chico no me obligará a decidir cosas, y mucho menos Percy.

Bianca frunció.

—¿Por qué no admites que te gusta?

—Porque no.

—Pues yo digo que sí.

Me callé, juntando los labios. Tal vez me gustaba Percy, pero no quería que eso cambiara nada en nuestra amistad. Tal y como era, apenas se sostenía por los hilos. Siempre nos peleábamos, terminábamos ignorándonos y odiándonos... todo el rato. ¿Cómo era saludable si...? ¡No lo sé! Es raro pensar en ello. Sólo tengo trece años, la idea de las relaciones y esas cosas... suena aterrador y es algo en lo que no planeaba pensar hasta que fuera mayor. Muy mayor.

—No importa —le dije—. Lo que sí es que mataste a ese esqueleto. ¿Sabes cómo lo hiciste?

Bianca negó con la cabeza.

—No... No lo sé. Sólo lo apuñalé y estalló en llamas. Y yo no he cogido nada de tu desinfectante de manos.

—Sí, lo sé —dije—. Literalmente todo está en Washington, en el asiento del coche. Todo lo que tengo es lo que hay en mi daga.

Percy y Grover volvieron con un montón de madera. Thalia les dio una descarga eléctrica para encender una hoguera. Pronto estuvimos tan cómodos como se puede estar en un... bueno... un pueblo fantasma.

—Han salido las estrellas —observó Zoë.

Miré hacia arriba y tenía razón. Las estrellas eran un espectáculo nuevo después de haber vivido en Nueva York prácticamente toda mi vida. Por la noche, el cielo estaba mayormente nublado y anaranjado por las luces de la ciudad.

—Increíble —dijo Bianca—. Nunca había visto la Vía Láctea.

—Esto no es nada —repuso Zoë—. En los viejos tiempos había muchas más. Han desaparecido constelaciones enteras por la contaminación lumínica del hombre.

—Lo dices como si no fueses humana —dijo Percy a mi lado.

Zoë arqueó una ceja.

—Soy una cazadora. Me desazona lo que ocurre con los rincones salvajes de la tierra. ¿Puede decirse lo mismo de vos?

—De «ti» —la corrigió Thalia—. No de «vos».

Zoë alzó las manos, exasperada.

—No soporto este idioma. ¡Cambia demasiado a menudo!

Grover suspiró. Miraba las estrellas como si estuviera pensando en el problema de la contaminación lumínica.

—Si Pan estuviera aquí, pondría las cosas en su sitio.

Zoë asintió con tristeza.

—Quizá haya sido el café —añadió él—. Me estaba tomando una taza y ha llegado ese viento. Tal vez si tomase más café...

Percy frunció los labios, y tuve la sensación de que pensábamos lo mismo.

—¿Realmente crees que ha sido Pan? Ya sé que a ti te gustaría que así fuera...

—Nos ha enviado ayuda —insistió Grover—. No sé cómo ni por qué. Pero era su presencia. Cuando esta búsqueda termine, volveré a Nuevo México y tomaré un montón de café. Es la mejor pista que hemos encontrado en dos mil años. He estado tan cerca...

Sé que Grover quería demostrar que los consejeros estaban equivocados, y que iba a cumplir sueño y el de sus padres antes que él, y salir de esto con vida y éxito. Pero después de dos mil años, ¿había realmente alguna esperanza?

—No importa —prosiguió Zoë—. Ya hallaremos la respuesta. Entretanto, hemos de planear el próximo paso. Una vez cruzada esa chatarrería, tenemos que seguir hacia el oeste. Si encontráramos una carretera transitada, podríamos llegar en autostop a la ciudad más próxima. Las Vegas, creo.

Percy parecía querer protestar, pero Bianca llegó antes que él.

—¡No! —gritó—. ¡Allí no!

Parecía presa del pánico, como si acabara de bajar la pendiente más brutal de una montaña rusa.

Zoë frunció el entrecejo.

—¿Por qué?

Bianca tomó aliento, temblorosa.

—Cr... creo que pasamos una temporada allí. Nico y yo. Mientras viajábamos. Y luego... ya no recuerdo...

Me di cuenta. Compartí una mirada nerviosa con Percy. Él estaba pensando lo mismo. No quería que fuera la verdad... pero, Bianca había dicho que la última vez que había estado en D.C., no había habido metro. Ese metro se inauguró en los años 70.

—Bianca —empezó Percy suavemente—, ese hotel donde estuvisteis... ¿no se llamaría Hotel Casino Loto?

Ella abrió unos ojos como platos.

—¿Cómo lo has sabido?

Cerré los ojos.

—Fantástico...

—A ver, un momento —intervino Thalia—. ¿Qué es el Casino Loto?

—Hace un par de años —explicó Percy—, Grover, Claire, Annabeth y yo nos quedamos atrapados allí. Ese hotel está diseñado para que nunca desees marcharte. Estuvimos alrededor de una hora, pero cuando salimos habían pasado cinco días. El tiempo va más rápido fuera que dentro del hotel.

—Pero... no puede ser —Bianca meneó la cabeza.

—Tú me contaste que llegó alguien y os sacó de allí —dijo Percy.

—Sí.

—¿Qué aspecto tenía? ¿Qué dijo?

—No... no lo recuerdo... No quiero seguir hablando de esto. Por favor.

Zoë se echó hacia delante, con el entrecejo fruncido.

—Dijiste que Washington estaba muy cambiado cuando fuiste el verano pasado. Que no recordabas que hubiera metro allí.

—Sí, pero...

—Bianca, ¿podrías decirme cuál es el nombre del presidente de Estados Unidos?

—No seas tonta —resopló Bianca—. George W. Bush.

—¿Y el presidente anterior?

Ella reflexionó un momento.

—Roosevelt.

Junté los labios. Zoë tragó saliva.

—¿Theodore o Franklin?

—Franklin —dijo Bianca—. F.D.R.

—¿Como la autovía? —preguntó Percy. Enarqué una ceja en su dirección.

—Bianca —Zoë lo ignoró—, el último presidente no fue Franklin Delano Roosevelt. Su presidencia terminó hace casi setenta años.

—Imposible —murmuró Bianca—. Yo... no soy tan vieja —se miró las manos como para comprobar que no las tenía arrugadas.

Thalia la miró con tristeza. Ella sabía muy bien lo que era quedar sustraída al paso del tiempo.

—No pasa nada, Bianca. Lo importante es que tú y Nico os salvasteis. Conseguisteis libraros de ese lugar.

—¿Pero cómo? —Percy no sabía cuándo dejar una conversación tranquila—. Nosotros pasamos allí sólo una hora y escapamos por los pelos. ¿Cómo podrías escaparte después de tanto tiempo?

—Ya te lo conté —Bianca parecía a punto de llorar—. Llegó un hombre y nos dijo que era hora de marcharse. Y...

—Pero ¿quién era? ¿Y por qué fue a buscaros?

Antes de que pudiera responder, un fogonazo repentino nos deslumbró. Los faros de un coche aparecieron de la nada. Cogimos nuestros sacos de dormir y nos apartamos mientras una limusina blanca se detenía frente a nosotros.

La puerta trasera de la limusina se abrió justo al lado de Percy. Antes de que él pudiera apartarse, la punta de una espada tocó su garganta.

Inmediatamente di un paso adelante, desenvainando mi daga. Detrás de mí, Zoë y Bianca sacaron sus flechas. Cuando el dueño de la espada salió del coche, Percy retrocedió muy lentamente, receloso de la punta de la espada que se clavaba bajo su barbilla.

Ares sonrió con crueldad.

—Ahora no eres tan rápido, ¿verdad, gamberro?

—Ares —Percy refunfuñó.

El dios de la guerra me miró y dónde tenía mi daga apuntando hacia él.

—Adivina quién ha vuelto. ¿Nuevo peinado? ¿Qué pasó con el dorado? ¿Ya no es tan cálido?

Un estallido de ira me hizo dar un paso adelante, pero Ares se limitó a poner su otra mano en mi hombro y me empujó hacia atrás como si fuera una mosca.

—Tranquila, chiquilla —chasqueó los dedos y nuestras armas cayeron al suelo—. Esto es un encuentro amistoso —dijo, mientras hundía la punta un poco más bajo la barbilla de Percy—. Me encantaría llevarme tu cabeza de trofeo, desde luego, pero hay alguien que quiere verte. Y yo nunca decapito a mis enemigos ante una dama.

—¿Qué dama? —preguntó Thalia.

Ares la miró.

—Vaya, vaya. Sabía que habías vuelto.

Bajó la espada y empujó a Percy. Le agarré del brazo, adoptando una postura protectora frente a él, mirando a Ares con desprecio. Él se limitó a poner los ojos en blanco y a centrar su atención en Thalia.

—Thalia, hija de Zeus —murmuró—. No andas en buena compañía.

—¿Qué pretendes, Ares? —replicó ella—. ¿Quién está en el coche?

Sonrió, disfrutando de la atención.

—Bueno, dudo que ella quiera veros a los demás. Sobre todo, a ésas —señaló con la barbilla a Zoë y Bianca—. ¿Por qué no vais a comeros unos tacos mientras esperáis? Percy sólo tardará unos minutos.

—No vamos a dejarlo solo con vos, señor Ares —contestó Zoë.

—Además —acertó a decir Grover—, la taquería está cerrada.

Ares chasqueó los dedos de nuevo. Las luces del bar cobraron vida súbitamente.

Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel cambió a "abierto."

—¿Decías algo, niño cabra?

Agarré con más fuerza el brazo de Percy. No quería dejarlo con Ares, no después de la maldición que le había enviado la última vez que se cruzaron.

—Hacedle caso —nos dijo—. Yo me las arreglo solo.

Dudé, pero le dejé ir. Envié una mirada a Ares mientras seguía a los demás hacia la taquería. Pero Percy venció al dios anterior, puede hacerlo de nuevo.

° ° °

Bien. En un segundo estaba sentada malhumorada en un puesto con los demás en la taquería, y al siguiente todo se esfumó y me encontré de pie en mitad de la chatarrería, con montañas de desechos metálicos extendidas en todas direcciones. Percy estaba en el suelo.

Se levantó y yo me crucé de brazos.

—¿Qué has hecho ahora?

Percy explicó su charla con Afrodita. Me di cuenta de que se estaba dejando algunas cosas fuera... y cada vez que lo hacía me miraba antes de volverse hacia los demás, muy rojo. Fruncí el ceño.

—¿Qué quería de ti? —preguntó Bianca.

Percy no nos habló de eso. Una vez más, sus ojos parpadearon hacia mí, antes de enrojecer y tragar con dureza.

—Pues... en realidad no estoy seguro —sabía que mentía. Lo conozco demasiado bien—. Me dijo que tuviéramos cuidado en la chatarrería de su marido. Y que no nos quedáramos nada.

Zoë entornó los ojos.

—La diosa del amor no haría un viaje sólo para deciros esa tontería. Cuidaos, Percy. Afrodita ha llevado a muchos héroes por el mal camino.

—Por una vez, coincido con Zoë —dijo Thalia—. No puedes fiarte de Afrodita.

Percy se puso muy rojo. Se aclaró la garganta y se rascó la nuca. Por alguna razón, no me miró a los ojos.

—Bueno —dijo—, ¿y cómo vamos a salir de aquí?

—Por este lado —señaló Zoë—. Eso es el oeste.

—¿Cómo lo sabes?

Zoë rodó los ojos.

—La Osa Mayor está al norte. Lo cual significa que esto ha de ser el oeste.

Señaló al oeste y luego a la constelación del norte. Percy asintió al darse cuenta.

—Ah, ya. El oso ese.

Zoë pareció ofenderse.

—Habla con respeto. Era un gran oso. Un digno adversario.

—Lo dices como si hubiera existido.

Le eché una mirada.

—Percy. Llevas dos años sabiendo esto ¿y todavía no te entra en la cabeza que todo lo que has oído es probablemente real?

Percy frunció.

—¡Pero no es mitología griega!

—Muchas cosas provienen de las Historias Griegas. Occidentalizadas, ¿recuerdas?

—No es real. ¿Cómo puede ser real el oso ese...?

Antes de que le diera un golpe en la cabeza, Grover irrumpió:

—Chicos. Mirad.

Habíamos llegado a la cima de la montaña de chatarra. Montones de objetos metálicos brillaban como estrellas: cabezas de caballo metálicas, rotas y oxidadas, piernas de bronce de estatuas humanas, carros aplastados, toneladas de escudos, espadas, coches, frigoríficos, lavadoras, pantallas de ordenador...

—Whoa... —dijo Bianca—. Hay cosas que parecen de oro.

—Lo son —respondió Thalia, muy seria—. Como ha dicho Percy, no toquéis nada. Esto es la chatarrería de los dioses.

—¿Chatarra? —Grover recogió una bella corona de oro, plata y pedrería. Estaba rota por un lado, como si la hubiesen partido con un hacha—. ¿A esto llamas chatarra? —mordió un trocito y empezó a masticar—. ¡Está delicioso!

Se la arranqué de las manos.

—¡No te comas la chatarra!

—¡Mirad! —Bianca se lanzó corriendo por la pendiente, dando traspiés entre bobinas de bronce y bandejas doradas. Recogió un arco de plata que destellaba —. ¡Un arco de cazadora!

Soltó un gritito de sorpresa cuando el arco empezó a encogerse para convertirse en un pasador de pelo con forma de luna creciente.

—¡Es como la espada de Percy!

El rostro de Zoë era sombrío. Me pregunto si conocía a la cazadora a la que había pertenecido ese arco.

—Déjalo, Bianca.

—Pero...

—Si está aquí, por algo será. Cualquier cosa que hayan tirado en este depósito debe permanecer aquí. Puede ser defectuosa. O estar maldita.

Bianca dejó el pasador a regañadientes.

Thalia frunció los labios. Se aferró a su lanza.

—No me gusta nada este sitio.

A mí tampoco. No sé si fue por morir y volver no del todo viva, o de estar en los dominios de Hades o lo que sea... todo esto es muy confuso... pero ese mismo escalofrío que sentí en el Inframundo, lo sentí aquí. El mismo que sentía siempre que Hades estaba cerca... siempre que había muerte.

—¿Crees que nos atacará un ejército de frigoríficos asesinos? —le preguntó Percy a Thalia.

La hija de Zeus le lanzó una mirada fulminante.

—Zoë tiene razón, Percy. Si han tirado todas estas cosas, habrá un motivo. Y ahora en marcha. Tratemos de salir de aquí.

—Es la segunda vez que estás de acuerdo con Zoë —rezongó Percy, pero ella no le hizo caso.

Iniciamos el camino a través de la chatarra. Era difícil no perderse entre la tentación del metal y el oro de los objetos malditos. Había una tristeza subyacente en este lugar. Todo aquí estaba muerto, abandonado y olvidado. Me recordaba al río Estigio en el Inframundo; esperanzas y sueños perdidos, historia y memoria malditas.

Finalmente, a un kilómetro divisamos el final de la chatarrería. Pude ver las luces de una autopista que cruzaba el desierto. Pero entre nosotros y la autopista...

—¿Qué es eso? —exclamó Bianca.

Justo enfrente se elevaba una colina más grande y larga que las demás; el tamaño de un campo de fútbol y tan alto como las porterías.

En uno de sus extremos había diez gruesas columnas metálicas, apretujadas unas contra otras.

Bianca arrugó el entrecejo.

—Parecen...

—Dedos de pies —se adelantó Grover.

Ella asintió.

—Pero colosales.

Zoë y Thalia se miraron, nerviosas.

—Daremos un rodeo —dijo la hija de Zeus—. A buena distancia.

—Pero la carretera está allí mismo —protestó Percy—. Es más fácil trepar por ahí.

Al reconocer la mirada de Thalia, me volví hacia él.

—Percy...

¡Tong!

Thalia blandió su lanza y Zoë sacó el arco, pero sólo era Grover. Había lanzado un trozo de metal hacia aquellos dedos gigantescos y había acertado a uno, haciendo un gran eco, como si las columnas estuvieran huecas.

—¿Por qué has hecho eso? —lo riñó Zoë.

Grover la miró, avergonzado.

—No sé. No me gustan los pies postizos.

Suspiré, sacudiendo la cabeza. No puedo esperar hasta que salvemos a Annabeth y pueda tenerla cerca para que cuide de estos estúpidos chicos.

—Vamos —dije. Le eché una mirada a Percy—, demos una vuelta.

No discutió.

Tras varios minutos más de caminata, finalmente entramos en la autopista.

—Lo conseguimos —dijo Zoë—. Gracias a los dioses.

Habló muy pronto. En ese momento, se oyó un ¡crash!, como el de mil compactadores de basura aplastando metal.

Nos volvimos y, detrás de nosotros, la montaña de chatarra se movió. Se elevó y se convirtió en un gigante de bronce con armadura griega. Era tan alto como un rascacielos, con brazos y piernas enormes, brillando con maldad a la luz de la luna, y cuando miró hacia nosotros, vi que su cara estaba deformada. Tenía el lado izquierdo medio fundido. Sus articulaciones crujían de óxido, y en su pecho blindado, escrito en grueso polvo por algún dedo gigante, estaba la palabra LÁVAME.

—Me da la impresión de que quiere que le lavemos —murmuré a Percy.

—¡Talos! —Zoë ahogó un grito.

Percy juntó las cejas.

—¿Quién es Talos?

—Una de las creaciones de Hefesto —le respondí—. Pero éste no puede ser el original, ¿verdad? Es demasiado pequeño.

—Un prototipo quizá —dijo Thalia—. Un modelo defectuoso.

Creo que tal vez la palabra defectuoso era un poco sensible para Talos. Se llevó una mano al cinturón de su espada y desenfundó su arma: el sonido era como el de mil clavos de metal arrastrándose contra una pizarra metálica. La hoja medía treinta metros de largo, quizá incluso más. Ser golpeado por eso sería como ser alcanzado a toda velocidad por un acorazado.

—Alguien se ha llevado algo —dijo Zoë—. ¿Quién ha sido?

Se quedó mirando acusadoramente a Percy y éste negó.

—Seré muchas cosas, pero no soy un ladrón.

Bianca no dijo nada. Su mano se metió en el bolsillo de la chaqueta y yo entrecerré los ojos hacia ella. Parecía culpable, pero no hubo tiempo de preguntarle, pues el gigantesco Talos defectuoso dio un paso hacia nosotros, acortando la mitad de la distancia y haciendo temblar el suelo.

—¡Corred! —gritó Grover.

Sería un gran consejo si no fuera el peor de todos. Esta cosa podría superarnos en un paseo tranquilo. Pero nos separamos de todos modos, como hicimos con el León de Nemea. Thalia sacó su escudo y lo levantó mientras corría por la carretera. El gigante blandió su espada y se llevó por delante una hilera de cables eléctricos, que estallaron en chispas y se esparcieron por el camino de Thalia.

Las flechas de Zoë volaron hacia su cara, pero no hicieron nada. Grover rebuznó y se fue trepando por una montaña de metal.

Percy y yo corrimos juntos. Creo que hubo algo en mi muerte del verano pasado que hizo que Percy quisiera tenerme muy cerca en todo. Terminamos junto a Bianca, escondidos detrás de un carro roto.

—Cogiste algo —le dije—. ¿Qué te has llevado?

—El arco, ¿verdad? —dijo Percy.

—¡No! —contestó, pero la voz le temblaba.

—¡Devuélvelo! —ordenó Percy—. Tíralo ahora mismo.

—N-No me he llevado el arco. Además, ya es tarde.

—Bianca —dije, más severamente esta vez—. ¿Qué has cogido?

Ella metió la mano en el bolsillo de nuevo, fue a hablar, pero Percy gritó:

—¡MOVEOS!

Me agarró del brazo y nos lanzamos colina abajo, con Bianca justo detrás de nosotros, mientras el pie del gigante hacía un cráter en el suelo donde nos habíamos escondido.

—¡Eh, Talos, tío! —gritó Grover, pero el monstruo levantó su espada y nos miró a Bianca, Percy y a mí. En la autopista, las líneas eléctricas caídas comenzaron a moverse. Uno de los postes con cables eléctricos voló hacia la pierna trasera de Talos y se enredó en su pantorrilla. Los cables echaron chispas y enviaron una sacudida de electricidad por el trasero del gigante.

Talos se volvió, chirriando y echando chispas; teníamos unos segundos.

—¡Vamos! —Percy le dijo a Bianca, pero ella no se movió. Se quedó congelada. De su bolsillo sacó una pequeña figura de metal, una estatua de un dios.

Me la mostró.

—Era para Nico. Es la única que le falta.

—¿Cómo puedes pensar en la Mitomagia en un momento como éste? —dijo Percy.

Había lágrimas en sus ojos. De repente me sentí muy culpable por haberle gritado antes.

—Tíralo —dijo Percy—. Quizá el gigante nos deje en paz.

Lo dejó caer de mala gana, pero no ocurrió nada.

Talos continuó persiguiendo a Grover. Clavó su espada en una colina de chatarra, casi dándole. Pero se lanzó una avalancha sobre él y dejé de verlo.

—¡NO! —Thalia gritó. Apuntó con su lanza y un arco azul salió disparado, golpeando al monstruo. El gigante se desplomó, pero empezó a levantarse de nuevo casi inmediatamente.

Me preguntaba cómo diablos íbamos a detenerlo, pero entonces levantó el pie para pisar fuerte y vi algo que me dio una idea loca. Había un agujero en su talón, como una gran alcantarilla, y había palabras rojas pintadas alrededor: Sólo mantenimiento.

Me volví hacia Percy.

—Idea loca.

Él asintió.

—Sí.

Les conté a él y a Bianca lo de la escotilla de mantenimiento.

—Quizá haya un modo de controlar a esa cosa, un interruptor o algo así. Voy a meterme dentro.

—No —dijo Percy inmediatamente—. Lo haré yo.

Le eché una mirada.

—Sólo porque haya muerto no significa que necesite que me cuides...

—... ¡yo no te cuido!

—... ¡Sí! Todavía puedo hacer cosas, ¿sabes?

—¡¿Cómo vas a entrar?! —protestó—. ¡Tendrás que ponerte debajo del pie! ¡Te aplastará...!

—¡Distráelo! Lo haré en el momento adecuado y subiré.

—Genial, gracias, así lo haré.

—Percy...

—¡Chicos! —por un segundo, pensé que Bianca era Annabeth diciéndonos que nos calláramos. Y salté, sólo para sentirme ligeramente decepcionada—. ¡Dejadlo ya! Yo iré.

Al mismo tiempo, Percy y yo nos quedamos boquiabiertos.

—¿Qué? No...

—Tú no puedes hacerlo —continuó Percy—. ¡Eres nueva! Te mataría.

—El monstruo se ha puesto a perseguirnos por mi culpa —dijo ella—. Es responsabilidad mía.

—Bianca —me puse delante de Percy para agarrarla por los hombros y contemplar su mirada verde—, no tienes que hacerlo. Es peligroso, lo más probable es que sea un viaje de ida. No dejaré que lo hagas.

—No pasa nada —me dijo.

—Sí que pasa.

—¡No tenemos tiempo! —dijo. Se agachó y cogió la pequeña estatua de oro y la puso en la mano de Percy—. Si me pasara algo, dásela a Nico. Dile... dile que lo siento.

—¡No, Bianca!

Pero ella no nos esperó. Corrió directamente hacia el pie izquierdo del monstruo.

Thalia tenía su atención por el momento. Encontró la manera de mantenerse cerca y no ser aplastada. El monstruo era grande, pero lento, ella podía correr alrededor de él y permanecer viva. Al menos, funcionaba hasta ahora.

Bianca se situó junto al pie del gigante y procuró mantener el equilibrio sobre los hierros que se movían y balanceaban bajo su peso.

—¿Qué vas a hacer? —le chilló Zoë.

—¡Haz que levante el pie! —gritó ella.

Zoë disparó una flecha a la cara del monstruo que le entró por un orificio de la nariz. Talos se enderezó de golpe y sacudió la cabeza.

—¡Aquí, Chatarrillas! —le gritó Percy—. ¡Aquí abajo!

Corrió hasta su dedo gordo y le clavó a Contracorriente. Su plan funcionó. Talos le miró y levantó el pie. Percy corrió tan rápido como pudo, y el pie bajó justo detrás de él y se lanzó al aire. Corrí detrás de él —que estaba aturdido frente a un refrigerador olímpico— tratando de alcanzarlo antes de que el monstruo pudiera acabar con su vida definitivamente.

Conseguí llegar hasta él antes que Talos y lo agarré del brazo para ponerlo en pie, pero no fui lo suficientemente rápida. El monstruo iba a acabar con nosotros, pero de alguna manera Grover se había desenterrado del montón de chatarra. Tocó sus flautas frenéticamente, y su música hizo que otro poste eléctrico golpeara la pierna del monstruo. Talos se volvió. Grover debería haber corrido, pero estaba demasiado agotado. Gritamos su nombre cuando cayó, y no volvió a levantarse.

Corrimos hacia él, pero íbamos a llegar demasiado tarde. El monstruo levantó su espada para aplastar a Grover, cada vez más alto antes de que empezara a caer...

Se congeló.

Talos inclinó la cabeza. Percy, Thalia y yo nos detuvimos, observando con asombro cómo empezaba a mover los brazos y las piernas de forma extraña. Luego, cerró el puño y se dio un puñetazo en la cara. Solté una carcajada.

—¡DALE, BIANCA! —grité.

Zoë lucía horrorizada.

—¿Está ahí dentro?

Talos se tambaleó y me di cuenta de que todavía estábamos en peligro. Percy, Thalia y yo agarramos a Grover y corrimos hacia la carretera. Zoë iba delante.

—¡¿Cómo va a salir de ahí dentro?! —gritó.

El gigante volvió a golpearse en la cabeza y dejó caer la espada. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, antes de empezar a tambalearse hacia los cables de alta tensión.

—¡Cuidado! —gritó Percy, pero era demasiado tarde.

El tobillo de Talos enganchó los cables y destellos azules de electricidad se dispararon por su cuerpo. Se me cayó el estómago: si el interior no estaba aislado... Bianca... El gigante volvió a caer en el depósito de chatarra y su mano derecha se desprendió, aterrizando con un horrible CLANG.

Su brazo izquierdo se soltó, se estaba desmoronando.

Talos comenzó a correr.

—¡Espera! —Zoë gritó. Corrimos tras él, pero no pudimos seguirle el ritmo. Los pedazos seguían cayendo, interponiéndose en nuestro camino.

Se desmoronó, derrumbándose en una montaña de chatarra. Con Bianca aún atrapada dentro. Corrimos hacia los restos y cuando finalmente llegamos, buscamos frenéticamente, gritando por Bianca. Nos arrastramos durante horas y horas. Buscamos hasta que empezó a salir el sol.

Zoë se sentó y lloró. Ella se había rendido, pero yo no.

Estaba destinada a protegerla. Se lo prometí a Hades. Lo prometí con mi vida.

—No —negué con la cabeza mientras Thalia gritaba de rabia y clavaba su espada en el rostro destrozado del gigante. Me volví hacia Percy—. No, tenemos que seguir buscando.

Pero incluso él sabía que era inútil. Me negué a llorar. Estaba viva. Tenía que estarlo.

Volví a ponerme de rodillas sobre el metal y seguí buscando, gritando su nombre. Arranqué trozos, escarbando todo lo que pude. El polvo me hizo toser, pero continué. Percy tuvo que agarrarme los brazos y apartarlos.

—Claire, es inútil.

—¡No! —le grité—. ¡Tenemos que encontrarla! ¡Está viva! Tiene que estarlo.

Sacudió la cabeza.

—La profecía, Claire: Uno se perderá en la tierra sin lluvia.

Me golpeó, y caí derrotada. Esta vez lloré. ¿Por qué había sido tan estúpida? ¿Por qué la dejé ir? Estábamos en el desierto y Bianca di Angelo se había ido.






¡Holap! He publicado una nueva traducción de PJO de la misma autora que este fanfic, por si queréis pasar a leerla. Se llama GLORY AND GORE, ¡espero que le deis una oportunidad! <3

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