xlvi. Zoë's Pet Dragon

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chapter xlvi.
( titan's curse )
❝ zoë's pet dragon ❞

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¿No corre más este cacharro? —preguntó Thalia.

Zoë le lanzó una mirada furibunda.

—No puedo controlar el tráfico.

—Sonáis las dos igual que mi madre —dijo Percy.

—¡Cierra el pico!

Zoë se metió entre el tráfico del Golden Gate. El sol se hundía ya en el horizonte cuando llegamos por fin al condado de Marin y salimos de la autopista.

Las carreteras eran increíblemente estrechas y avanzaba en zigzag rodeada de bosques, subiendo montañas y bordeando escarpados barrancos. Zoë no disminuyó la velocidad y sentí que Thalia se arrepentía de haberse sentado en el asiento del copiloto.

—¿Por qué huele a pastillas para la tos? —preguntó Percy.

—Son eucaliptos —Zoë señaló los enormes árboles que nos rodeaban.

—¿Es esa cosa que comen los koalas?

Rodé los ojos.

—Y los monstruos —contestó—. Les encanta masticar las hojas. Sobre todo a los dragones.

—¿Los dragones mascan hojas de eucalipto?

—Créeme —dijo Zoë—, si tuvieras el aliento de un dragón, tú también las mascarías.

Delante se alzaba el monte Tamalpais. En términos de montañas, era pequeña, pero parecía enorme. Y mucho más grande teniendo en cuenta lo que nos esperaba.

—O sea, que ésa es la Montaña de la Desesperación —dijo Percy.

—Sí —respondió Zoë con voz tensa.

—¿Por qué la llaman así?

Ella permaneció en silencio durante casi un kilómetro.

—Después de la guerra entre dioses y titanes, muchos titanes fueron castigados y encarcelados. A Cronos lo cortaron en pedazos y lo arrojaron al Tártaro. El general que comandaba sus fuerzas, su mano derecha, fue encerrado ahí, en la cima de la montaña, junto al Jardín de las Hespérides.

—El General —dijo Percy. Compartió una mirada conmigo, y supo que yo sabía lo que pasaba. Sabía quién era el General, y si se trataba del padre de Zoë, supe exactamente a dónde nos llevaba y quién era ella. Íbamos a luchar contra Atlas, el Titán que sostenía el cielo en el Monte Tamalpais. Y si no lo hacía ahora, ¿entonces quién?

Una parte de mí estaba preocupada de que fuera Annabeth.

—¿Qué es eso? —murmuró Percy, mirando la montaña. Las nubes se iban arremolinando alrededor de la cumbre, como si la montaña las atrajera—. ¿Una tormenta?

Zoë no respondió. Tuve la sensación de que sabía lo que significaban aquellas nubes y no le gustaba nada.

—Hemos de concentrarnos —advirtió Thalia—. La Niebla aquí es muy intensa.

—¿La mágica o la natural?

—Ambas.

Las nubes grises se arremolinaban aún más. Mentiría si no estuviera nerviosa. Sabía que tendríamos que luchar, y no creo que pueda hacerlo. No tengo mis poderes. Soy inútil. Todo lo que soy es alguien que necesita que la protejan y la cuiden para que no vuelva a morir. Percy frunció el ceño al ver mi cara y me tendió la mano en busca de consuelo, como diciendo: está bien, estoy aquí, estamos juntos en esto. Pero me limité a negar y a mirar por la ventana. Seguía enfadada, y quería que él lo supiera. Me hacía dudar.

O tal vez era yo misma.

Y entonces vi algo. Se me heló la sangre.

—Él está aquí —dije.

—¿Qué? —Percy frunció.

—L-Luke —señalé el agua de abajo—. S-su barco. El Princesa Andrómeda.

Había muerto en ese barco, verlo de nuevo fue como una patada en el estómago. Estaba anclado en la playa; blanco perlado y demoníaco.

—Entonces vamos a tener compañía —discurrió Zoë con tono lúgubre—. El ejército de Cronos.

Mi agarre de la manilla sobre la puerta se tensó. Pero se aflojó cuando se me erizaron los vellos de la nuca. Miré a Percy... Conocía esta sensación.

Thalia dio un salto.

—¡Frena! ¡Rápido!

Zoë pisó el freno a fondo sin hacer preguntas. Dimos dos vueltas antes de detenernos en el borde del acantilado.

—¡FUERA! —Thalia abrió la puerta y saltó.

Empujé a Percy fuera y rodamos sobre el pavimento. Al segundo siguiente: ¡BOOOM!

Fulguró un relámpago y el coche del doctor Chase estalló. Percy y yo habríamos muerto de no ser por el escudo de Thalia. Miré por encima una vez que había terminado, y el auto estaba esparcido por todo el suelo en pedazos afilados y amarillos.

—Me has salvado la vida —soltó Percy a Thalia.

—«Uno perecerá por mano paterna» —murmuró—. Maldito sea. ¿Es que piensa destruirme? ¿A mí?

Percy le frunció.

—Eh, oye, no puede haber sido el rayo de Zeus. Ni hablar.

—¿De quién, entonces?

—No lo sé. Zoë ha pronunciado el nombre de Cronos... Tal vez ha sido...

Thalia sacudió la cabeza, furiosa.

—No. Ha sido él.

—Un momento —dijo Percy—. ¿Dónde está Zoë? ¡Zoë!

Los dos corrimos alrededor del destrozado Volkswagen. Nada en el interior, nada en la carretera y nada en el acantilado.

—¿Dónde está? —pregunté—. ¿Zoë?

—¡Zoë! —llamó Percy.

De pronto nos la encontramos a nuestro lado.

—¡Silencio, idiota! ¿Quieres despertar a Ladón?

—¿Ya hemos llegado?

—Estamos muy cerca —dijo—. Seguidme.

Había sábanas de niebla deslizándose por la carretera. Zoë atravesó una de ellas y, cuando la niebla pasó de largo, había desaparecido.

—Whoa —susurré.

—Concentraos en Zoë —me recomendó Thalia—. La estamos siguiendo. Meteos entre la niebla con esa idea en la cabeza.

—Un momento, Thalia —Percy volteó hacia él—. Lo que ha sucedido en el muelle... Quiero decir, lo del mantícora y el sacrificio...

—No quiero hablar de eso.

—¿Tú no habrías llegado a...? Bueno, ya me entiendes.

Odié la mirada culpable de Thalia.

—Estaba confusa. Nada más.

Sabía que mentía, pero no tenía sentido insistir.

—Thalia —dije—. Sé que piensas que fue tu padre quien intentó matarte, pero no. Ha sido Cronos. Intenta manipularte, hacer que odies a tu padre.

Me dio una ligera sonrisa.

—Claire, ya sé que lo dices para que me sienta mejor. Gracias. Pero ahora vamos. Hay que seguir adelante.

Cruzó la niebla y desapareció. Compartí una mirada con Percy antes de seguirla. Al entrar, pensé en Zoë y en el lugar al que nos llevaba. Un frío me invadió y una vez que pasé, estaba al otro lado de la carretera, pero era de tierra y no de alquitrán. La hierba era más espesa y el atardecer formaba un tajo rojo sangre sobre el mar. La cima de la montaña estaba ahora más cerca, y el camino hacia la punta estaba justo delante. Conducía a través de una exuberante pradera de flores y hierba.

Ya casi estábamos allí.

° ° °

El jardín era hermoso. La hierba brillaba en el atardecer, como si hubiera hadas bailando entre los helechos. Las flores eran maravillosas, de colores brillantes de púrpura, rosa, naranja y azul que parecían refulgir en la oscuridad. Los peldaños, de mármol negro pulido, rodeaban un manzano de diez pisos de alto con manzanas doradas.

Recordé que Annabeth mencionó algo sobre manzanas doradas... y entonces me di cuenta con un grito ahogado.

—¡Las manzanas de la inmortalidad! ¡El regalo de boda de Zeus a Hera!

Percy parecía querer coger una, pero se detuvo al ver al dragón enroscado alrededor del árbol. Su cuerpo era más grueso que el tronco, con escamas de cobre y más cabezas de las que podía contar. Parecía dormido, las cabezas yacían enroscadas como un gran espagueti sobre la hierba, con los ojos cerrados.

Entonces las sombras que teníamos delante empezaron a agitarse. Hermosas voces —cantos inquietantes— resonaban en el jardín, haciendo vibrar las flores y la hierba a nuestros pies. Percy echó mano de su espada, pero Zoë extendió la mano para detenerlo. Cuatro figuras aparecieron; cuatro mujeres jóvenes, todas ellas casi idénticas a Zoe. Piel de caramelo, cabello negro como la medianoche. Sus hermanas, las hespérides, parecían encarnaciones de la luz de la luna; hermosas y peligrosas.

—Hermanas —saludó Zoë.

—No vemos a ninguna hermana —replicó una de ellas con tono glacial—. Vemos a dos mestizos y una cazadora. Todos los cuales han de morir muy pronto.

—Estáis equivocadas —Percy dio un paso al frente—. Nadie va a morir.

Las chicas estudiaron a Percy. Tenían ojos negros y vidriosos como la obsidiana.

—Perseus Jackson —dijo una de ellas.

—Sí —musitó otra—. No veo por qué es una amenaza.

—¿Quién ha dicho que yo sea una amenaza?

La primera hespéride echó un vistazo atrás, hacia la cima de la montaña.

—Os temen, Perseus. Están descontentos porque ésa aún no os ha matado.

Señaló a Thalia. La hija de Zeus entrecerró los ojos.

—Una verdadera tentación, a veces. Pero no, gracias. Es mi amigo.

—Aquí no hay amigos, hija de Zeus —dijo la chica—. Sólo enemigos. Volved atrás.

—No sin Annabeth —replicó Thalia.

—Ni sin Artemisa —añadió Zoë—. Hemos de subir a la montaña.

—Sabes que te matará —dijo la chica—. No eres rival para él.

—Artemisa debe ser liberada —insistió Zoë—. Dejadnos paso.

La chica meneó la cabeza.

—Aquí ya no posees ningún derecho. Nos basta con alzar la voz para que despierte Ladón.

—A mí no me causará ningún daño —dijo Zoë.

—¿No? ¿Y qué les pasará a tus amigos?

Zoë hizo lo último que esperaba. Se volvió hacia el dragón y gritó:

—¡Ladón! ¡Despierta!

El dragón se removió y las hespérides se dispersaron chillando. La mayor le gritó a Zoë:

—¡¿Te has vuelto loca?!

—Nunca has tenido valor, hermana —respondió ella—. Ése es tu problema.

Ladón se retorcía ahora, con cien cabezas dando vueltas y lenguas trémulas. Zoë dio un paso adelante, con los brazos levantados.

—¡No, Zoë! —gritó Thalia—. Ya no eres una hespéride. Te matará.

—Ladón está adiestrado para guardar el árbol —dijo Zoë—. Bordead el jardín y subid hacia la cima. Mientras yo represente para él una amenaza, seguramente no os prestará atención.

Seguramente... —repetí—. No suena muy tranquilizador.

—Es la única manera —dijo ella—. Ni siquiera los cuatro juntos podríamos con él.

Ladón abrió sus bocas. El sonido de cien cabezas silbando a la vez me produjo un escalofrío. Me di cuenta de que Zoë tenía razón. No podíamos luchar contra él, por mucho que deseara poder alejarla.

Así que nos separamos. Thalia y yo fuimos a la izquierda. Percy a la derecha. Zoë caminó directamente hacia el monstruo.

—Soy yo, mi pequeño dragón —dijo—. Zoë ha vuelto.

Ladón se desplazó hacia delante y enseguida retrocedió. Algunas bocas se cerraron. Otras siguieron silbando. Se hizo un lío. Entretanto, sus hermanas se disolvieron y retornaron a las sombras. La voz de la mayor susurró:

—Idiota.

—Yo te alimentaba con mis propias manos —prosiguió Zoë con tono dulce, mientras se iba aproximando al árbol dorado—. ¿Todavía te gusta la carne de cordero?

Los ojos del dragón destellaron.

Percy, Thalia y yo habíamos bordeado ya la mitad del jardín. Podía ver el sendero que llevaba a la montaña y a Annabeth. La tormenta aún se arremolinaba sobre ella, girando en la cima como si fuera el eje del mundo. Supongo que lo es.

Casi salimos del prado cuando sentí un tirón en el estómago. Noté el cambio de humor del dragón. La sensación de un centenar de cabezas embistiendo hizo vibrar el suelo, y me giré para ver a Ladón atacar a Zoë.

Dos mil años de entrenamiento la mantuvieron viva. Esquivó una cabeza y cayó bajo otra. Se abrió paso mientras corría en nuestra dirección por el horrible aliento del dragón. Percy sacó a Contracorriente para ayudarla.

—¡NO! —jadeó Zoë—. ¡Corred!

El dragón la golpeó en el flanco y ella dio un grito. Grité su nombre mientras Thalia sacaba la Égida y el dragón siseaba. En este momento de indecisión, Zoë pasó corriendo por delante de nosotros hacia la montaña y la seguimos.

Corrimos hacia la montaña tan rápido como pudimos. Las hespérides reanudaron su canto en las sombras, pero ya no era tan hermoso como antes. Tal vez era porque estaba medio muerta y medio viva, pero sabía que la canción era sobre la muerte. Antigua, espeluznante, y no sabía si era de la nuestra o de otra.

Todo lo que sabía era que tenía frío. Más del que había tenido nunca.

La cima de la montaña estaba sembrada de ruinas, llena de bloques de granito y de mármol negro tan grandes como una casa. Las columnas rotas que se habían derrumbado llevaban el fantasma de un lugar antaño poderoso que ahora parecía despojado y débil.

—Las ruinas del monte Othrys —susurró Thalia con un temor reverencial.

—Sí —dijo Zoë—. Antes no estaban aquí. Es mala señal.

—¿Qué es el monte Othrys? —preguntó Percy. Iba a hacer mi habitual "eres estúpido, ¿cómo no puedes conocerlo?", pero entonces vi su cara. Parecía avergonzado por no saberlo. Fruncí... todas las veces que hablé así, nunca lo hice con mala intención, siempre estaba bromeando, pero... ¿realmente le había hecho pensar que era tonto? Percy no lo era. Era más inteligente de lo que creía. El sentimiento de culpa se agitó en mi pecho.

—La fortaleza de los titanes —respondió Zoë—. Durante la primera guerra, Olimpia y Othrys eran las dos capitales rivales. Othrys era...

Inmediatamente, di un paso adelante. Puede que no sea capaz de curarla, pero reconozco una lesión cuando la veo.

—Estás herida —le dije—. Déjame ver.

—¡No! No es nada. —sabía que no era así, pero me miró y yo apreté los labios. No obstante, di un paso atrás—. Decía que... en la primera guerra, Othrys fue arrasada y destruida.

—Pero... ¿cómo es que sus restos están aquí? —Percy arrugó las cejas.

Thalia miraba alrededor con cautela.

—Se desplaza en la misma dirección que el Olimpo —dijo—. Siempre se halla en los márgenes de la civilización. El hecho de que esté aquí, en esta montaña, no indica nada bueno.

—¿Por qué?

—Porque ésta es la montaña de Atlas —dije—. Desde donde él sostiene... —me callé. Habíamos llegado a la cima. A pocos metros, las nubes grises se arremolinaban en un vórtice pesado, formando una nube que casi tocaba la cima. Sin embargo, en su lugar reposaba sobre los hombros de una niña de doce años con el pelo castaño y un vestido plateado hecho jirones: Artemisa—. Desde donde... sostenía el cielo.

Zoë jadeó.

—¡Mi señora!

Zoë corrió hacia ella, pero Artemisa gritó:

—¡Detente! Es una trampa. Debes irte ahora mismo.

Su voz era tensa. Estaba bañada en sudor. Ver a una diosa sufriendo hizo que se me apretara el pecho. Los dioses nunca tenían dolor... No podía imaginar qué suponía sostener el cielo si a un dios le resultaba doloroso. Zoë sollozaba. Corrió a pesar de las protestas de Artemisa y tiró de las cadenas con desesperación.

—¡Ah, qué conmovedor!

Incluso el cielo parecía temblar un poco. Nos dimos la vuelta y allí estaba; el General, o Atlas. A su lado estaban Luke y Jay, junto con media docena de dracaenae que llevaban el sarcófago dorado de Cronos. Annabeth también estaba allí. En cuanto la vi, grité su nombre y fui a correr hacia ella, pero Jay me tendió una espada para detenerme. Probablemente fue lo mejor, porque Luke tenía la punta de su espada en su garganta.

Me encontré con sus ojos, tratando de hacerle mil preguntas. Annabeth también tenía una mirada que era una mezcla entre: ¿estás viva? y ¡huid!

—Luke —gruñó Thalia—, suéltala.

La sonrisa de Luke era débil y pálida... Nunca lo había visto así. Él parecía cansado, muerto... De hecho, Luke se veía asustado. A pesar de todo, tenía ganas de ir hacia él y preguntarle qué le pasaba. Llevarle a casa; llevarles a él y a Jay a casa.

—Esa decisión está en manos del General, Thalia. Pero me alegra verte de nuevo.

Thalia le escupió.

Luke me sonrió entonces.

—Así que la profecía era cierta. Has vuelto, tal y como dijo el Señor Cronos.

Intenté ocultar lo mucho que me temblaban los dedos.

—Luke... suelta a Annabeth, por favor.

El General rió entre dientes.

—Ya vemos en qué ha quedado esa vieja amistad. Y en cuanto a ti, Zoë, ha pasado mucho tiempo... ¿Cómo está mi pequeña traidora? Voy a disfrutar matándote.

—No le contestes —gimió Artemisa—. No lo desafíes.

—Un momento... —intervino Percy—. ¿Tú eres Atlas?

Atlas le echó un vistazo.

—¡Ah! Así que hasta el más estúpido de los héroes es capaz de hacer por fin una deducción. Sí, soy Atlas, general de los titanes y terror de los dioses. Felicidades. Acabaré contigo enseguida, tan pronto me haya ocupado de esta desgraciada muchacha.

Saqué mi daga.

—Toca a Zoë y te arrepentirás.

Percy se adelantó junto a mí.

—No vas a hacerle ningún daño a Zoë —dijo—. No te lo permitiré.

Atlas sonrió desdeñoso.

—No tienes derecho a inmiscuirte, pequeño héroe. Esto es un asunto de familia.

Percy arrugó el entrecejo.

—¿De familia?

—Sí —dijo Zoë, desolada—. Atlas es mi padre.

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