xxii. Jason And The Argonauts

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chapter xxii.
( the sea of monsters )
❝ jason and the argonauts ❞

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JASÓN Y LOS ARGONAUTAS. Un cuento griego milenario. Lo aprendí en las primeras semanas que estuve en el Campamento Mestizo, Thalia lo mencionó una vez en nuestros viajes. Una historia de lealtad, traición, muerte y heroísmo, como toda tragedia griega. No sé por qué soñé que volaba en el Argo esa noche. También soñé con Medea, la malvada hechicera que se casó con Jasón y mató a sus hijos cuando él la dejó. Y luego soñé con ovejas doradas. Fue un sueño extraño, pero como todo sueño de semidiós, tenía significado.

Y creo saber qué es. El vellocino de oro. Lo he estado pensando desde que Percy mencionó su sueño y su vínculo de empatía con Grover el día de la carrera. A Grover lo capturó Polifemo, el cíclope que también capturó el vellocino. Lo único que podía salvar a Thalia y al campamento.

Pero no podía hacer nada con Tántalo como encargado del lugar. No podía importarle menos que estuviera en peligro. Y tampoco al señor D, si el campamento queda reducido a cenizas ya no tendría que lidiar con nosotros y podría regresar a su vida piadosa donde podría beber todo el vino que quisiera. Mientras tanto, yo tenía que lavar platos con las arpías como "castigo" por arruinar la carrera de carros.

Percy no ayudó. Le había dicho a Tántalo que se fuera a perseguir donuts.

Las arpías lavaban los platos con lava en vez de agua, así que Percy, Annabeth y yo tuvimos que ponernos delantal y guantes de asbesto. A Tyson no le importaba, sumergió las manos y ya. El resto tuvimos que trabajar cuidadosamente con lava durante horas. Y también hubo platos extra, ya que Tántalo pensó que sería genial hacer un banquete especial para celebrar la victoria de Clarisse en la carrera. Comieron pájaros del Estínfalo fritos y me alegra habérmelo perdido.

Lo que nos proporcionaron las horas de trabajo fue un enemigo en común y tiempo de sobra para hablar. Después de escuchar otra vez el relato del sueño de Percy sobre Grover, me pareció que quizá empezaba a creerlo. Especialmente después de mi extraño sueño. Pero era peligroso... Además, ¿cuándo no hacemos algo que sea peligroso y desafíe a la muerte?

—Si realmente lo ha encontrado —murmuró Annabeth.

—Tiene que haberlo hecho —dije, lo que hizo que Percy arqueara una ceja. Estaba demasiado ocupada para devolverle la mirada a su rostro engreído—. Yo también tuve un sueño al respecto antes de la cena. Quiero decir, si pudiéramos recuperarlo...

—Esperad un momento —dijo Percy—. Actuáis como si eso que Grover ha encontrado, sea lo que sea, fuera la única cosa del mundo capaz de salvar al campamento. ¿Qué es exactamente?

—Te voy a dar una pista —dijo Annabeth—. ¿Qué es lo que consigues cuando despellejas a un carnero?

—¿Montar un estropicio?

—Lo juro por los dioses de arriba, Percy... —quería sumergirle la cabeza en la lava, pero Annabeth no me lo permitió.

—Un vellón —interrumpió—. La piel del carnero se llama vellón o vellocino, y si resulta que ese carnero tiene lana de oro...

—El Vellocino de Oro. ¿Hablas en serio?

Cuando Annabeth raspó unos huesos de pájaro del plato y los lanzó a la lava, dije:

—Percy, ¿te acuerdas de las Hermanas Grises? Dijeron que conocían la posición de lo que andabas buscando, y mencionaron a Jasón. A él le explicaron hace tres mil años cómo encontrar el Vellocino de Oro. ¿Conoces la historia de Jasón y los Argonautas?

—¡Sí! —asintió—. Esa vieja película con los esqueletos de arcilla.

—¡Oh, dioses, Percy! No tienes remedio.

—¿Cómo era, pues?

Antes de que pudiera asesinarlo, Annabeth decidió contar la historia.

—Escúchame bien. La verdadera historia del Vellocino de Oro trata de dos hijos de Zeus, Cadmo y Europa, ¿sí?, que iban a convertirse en víctimas de un sacrificio humano y suplicaron a su padre que los salvara. Zeus envió un carnero alado con lana de oro, que los recogió en Grecia y los trasladó hasta Cólquide, en el Asia Menor. Bueno, en realidad sólo trasladó a Cadmo, porque Europa se cayó en el trayecto y se mató. Pero eso no importa.

—A ella sí le importaría...

—La cuestión —intervine—, es que cuando Cadmo llegó a Cólquide, ofrendó a los dioses el carnero de oro y colgó el vellocino en un árbol en mitad de aquel reino. El vellocino llevó la prosperidad a aquellas tierras. Los animales dejaron de enfermar. Las plantas crecían con más fuerza y todo ese rollo. Por eso Jasón quería el vellocino, porque logra revitalizar la tierra donde se halla. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica...

—Podría curar el árbol de Thalia.

Asentí.

—Y reforzaría también las fronteras del campamento. Pero lleva siglos perdido; montones de héroes lo han buscado sin éxito.

—Pero Grover lo ha encontrado —dijo Percy—. Salió en busca de Pan y ha encontrado el Vellocino de Oro, porque los dos irradian magia natural. Tiene sentido, chicas; podemos rescatarlo y salvar el campamento al mismo tiempo. ¡Es perfecto!

Annabeth vaciló.

—Quizá un poquito demasiado perfecto, ¿no crees? ¿Y si es una trampa?

—¿Qué alternativa tenemos? —dijo Percy—. ¿Vais a ayudarme a rescatar a Grover, sí o no?

Ambas compartimos una mirada antes de mirar hacia donde Tyson jugaba con la lava, haciendo botes de juguete con tazas y cucharas. Tenía la sensación de que estábamos pensando lo mismo.

—Percy —susurré—, tendremos que luchar con Polifemo, el peor cíclope. Y sólo hay un sitio donde puede estar su isla: el Mar de los Monstruos.

—¿Dónde queda eso?

¿Es tonto? Mira, mejor no voy a responder.

—El Mar de los Monstruos —lo miré—. El mismo mar por el que navegó Ulises, y Jasón, y Eneas, y todos los demás héroes griegos.

—¿El Mediterráneo, quieres decir?

—No. Bueno, sí... pero no.

—Otra respuesta directa, muchas gracias.

Annabeth intervino una vez más. Podía ver la expresión de mi rostro.

—Mira, Percy, el Mar de los Monstruos es el mar que cruzan todos los héroes en sus aventuras. Estaba en el Mediterráneo, sí, pero, como todo lo demás, ha cambiado de posición a medida que el centro de poder occidental se desplazaba.

—Como el monte Olimpo, que ahora está encima del Empire State, ¿no? —se dio cuenta Percy—. O como el reino de Hades, que se encuentra en el subsuelo de Los Ángeles.

—Exacto.

—Pero un mar entero lleno de monstruos... ¿Cómo puede ocultarse algo así? ¿No verían los mortales que pasaban cosas raras, quiero decir, barcos tragados por las aguas y demás?

—Oh, claro que lo ven —sonreí—. No lo comprenden, pero saben que ocurre algo extraño en esa parte del océano. Tienes que conocer el Triángulo de las Bermudas.

Percy lucía exhausto.

—Claro... Al menos, sabemos dónde buscar.

—Es un área enorme, Percy. Buscar una pequeña isla en unas aguas infestadas de monstruos...

—Eh, yo soy hijo del dios del mar. Ése es mi terreno. ¿Tan difícil puede ser?

Me dio la impresión de que resultaría difícil ahora que lo dijo, pero me mantuve en silencio. Annabeth frunció el ceño.

—Tendremos que hablar con Tántalo y obtener su autorización para emprender la búsqueda; aunque nos dirá que no.

—No si se lo decimos esta noche al calor de la hoguera, delante de todo el mundo. El campamento entero lo oirá, lo presionarán entre todos y no será capaz de negarse.

—Tal vez —dijo Annabeth con un pequeño resquicio de esperanza en su voz—. Mejor que terminemos con estos platos. Pásame el pulverizador de lava, ¿quieres?

*

NO SE ME PERMITIÓ CANTAR ESA NOCHE. Quería gritarle a Tántalo, pero lo quería de buen humor para lo que estábamos a punto de preguntarle. Vi como mis hermanos cantaban lo habitual —Down by the Aegean, I Am My Own Great-Great-Great-Great-Grandpa, This Land is Mino's Land— pero ninguno cantaba a la par. Los ánimos habían bajado tras el ataque de las palomas. La hoguera tenía un color apagado, solo chispeaba con brasas. Jenna, Kylie y Jay ni siquiera parecían querer jugar, lo cual era algo raro.

El señor D se había marchado temprano después de sufrir con algunas canciones. Le había lanzado a Tántalo una mirada desagradable antes de regresar a la Casa Grande. Me senté junto a Percy cerca del frente con un malvavisco que no estaba tostado y una manta (a pesar de ser verano, esta noche hacía frío). Intenté no quedarme dormida, pero mi cabeza estaba en el hombro de Percy mientras miraba el fuego, pensando en lo que íbamos a decir. Hiciéramos lo que hiciéramos, tenía que funcionar.

Cogiendo el malvavisco, decidí dejar de asarlo y meterlo en la boca. Encontré mi amistad con Percy extraña. En un momento, estaríamos lanzándonos a la yugular del otro, y al siguiente éramos mejores amigos que andábamos con Annabeth a mi lado y Grover al suyo. Tal vez eran la muerte de Thalia y la traición de Luke lo que me había puesto algo nerviosa, y no pude evitar desquitarme con Percy porque todas estas cosas siempre parecían girar en torno a él, todo por ser hijo de uno de los Tres Grandes y estar destinado a destruir o salvar el Olimpo. Odiaba esa incertidumbre, y cuando dañaba a los que amaba, era normal estar nerviosa.

Percy me frunció. Él estaba igual de nervioso. Todo lo que sucedía le molestaba porque tampoco sabía nada. Diablos, sabía menos que yo. No conocía la profecía y lo que le esperaba. Pero me di cuenta de que tenía un presentimiento, y eso lo asustaba.

—Oye —me dio un codazo, hablando en voz baja—, todo saldrá bien.

—No lo sabes —respondí, mirando a Tántalo mientras intentaba atrapar un malvavisco que se escabullía de su alcance.

—Tengo un buen presentimiento y eso es suficiente para mí.

Suspiré, encogiéndome de hombros.

—Estoy preocupada.

Percy asintió.

—Lo sé. Todos lo estamos, pero lo superaremos, salvaremos el campamento. Lo sé. Y... —pude ver una idea brillar en sus ojos verde mar, y antes de darme cuenta se acercó y cogió el malvavisco directamente de mi palo.

—¡Eh! —traté de arrebatárselo, pero él se lo llevó a la boca con una sonrisa codiciosa—. ¡Eso era mío, idiota!

Se encogió de hombros, sonriendo estúpidamente.

—No te lo estabas comiendo.

No pude evitarlo. Sonreí.

Quizá por eso éramos amigos. Peleamos, por supuesto, pero todos lo hacen. Lo que importa es que, al final, nos apoyamos mutuamente. Y en un momento como este, era importante.

Cuando hubo sonado la última canción, Tántalo exclamó:

—¡Bueno, bueno! ¡Ha sido precioso!

Echó mano de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocarlo, saltó a las llamas. En este punto, Tántalo estaba cometiendo un genocidio de malvaviscos.

Se volvió hacia nosotros con una fría sonrisa.

—Y ahora, veamos los horarios de mañana.

Percy me lanzó una mirada antes de gritar:

—¡Señor!

El ojo de Tántalo se movió nerviosamente.

—¿Nuestro pinche de cocina tiene algo que decir?

Algunos campistas de Ares reprimieron una risita. Percy compartió una mirada conmigo y asentí. Juntos, miramos los ojos grises de Annabeth entre los hijos de Atenea. Apretó la mandíbula y nos dio una mirada que decía ahora o nunca. Casi al mismo tiempo, los tres nos pusimos de pie. Percy respiró hondo y dijo:

—Tenemos una idea para salvar el campamento.

Silencio sepulcral. Había conseguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.

—Sí, claro —dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tiene algo que ver con carros...

—El Vellocino de Oro —dije con firmeza—. Sabemos dónde está.

Las llamas se volvieron anaranjadas. Antes de que Tántalo pudiese responder, Percy y yo contamos de un tirón nuestros sueños y Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino.

—El vellocino puede salvar el campamento —concluyó—. Estoy completamente segura.

—Tonterías —dijo Tántalo—. No necesitamos ninguna salvación.

Todo el mundo lo miró fijamente. Empezó a sentirse incómodo.

—Además —añadió—, ¿el Mar de los Monstruos? No parece una pista muy exacta que digamos; no sabríais ni por dónde empezar a buscar.

—Sí, sí, lo sé —dijo Percy.

Frunciendo, susurré:

—¿De veras lo sabes?

Él asintió.

—Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce —dijo, y me di cuenta. Los números de las Hermanas Grises. Eran coordenadas. Exactamente lo que necesitaba Percy.

—Muy bien —silbó Tántalo—. Gracias por compartir con nosotros esas cifras inútiles...

—Son coordenadas de navegación —aclaró Percy—. Latitud y longitud. Lo estudié, eh... en sociales.

Incluso Annabeth pareció impresionada.

—Treinta grados, treinta y un minutos norte; setenta y cinco grados, doce minutos oeste. ¡Tiene razón!

—¡Las Hermanas Grises nos dieron las coordenadas! —sonreí y le di un puñetazo en el brazo. Me miró ceñudo, sosteniendo su brazo de manera protectora—. Debe de caer en algún punto del Atlántico frente a las costas de Florida; el Mar de los Monstruos. ¡Hemos de emprender una operación de búsqueda!

—Un momento —intentó Tántalo.

Pero todos los campistas se pusieron a corear:

—¡Una búsqueda! ¡Una operación de búsqueda!

—No hace falta...

—¡UNA BÚSQUEDA! ¡UNA BÚSQUEDA!

—¡Está bien! —gritó Tántalo, los ojos llameantes de furia; hizo que mi estómago se revolviera. Tenía que recordarme que Tántalo había sido castigado terriblemente en el Inframundo por una razón, y al mirar esos ojos, definitivamente pude creer que había sido un hombre terrible en vida—. ¿Queréis que autorice una operación de búsqueda, mocosos?

—¡Sí!

—Muy bien —estuvo de acuerdo, pero su tono era sombrío—. Daré mi autorización para que un paladín emprenda esa peligrosa travesía, recupere el Vellocino de Oro y lo traiga al campamento, o para que muera en el intento.

El alivio se apoderó de mí. Era lo que esperaba hacer desde que tuve el sueño por primera vez; encontrar la cura y salvar a Thalia y el campamento. Para salvar a Grover. Para traer de vuelta el Vellocino de Oro. Luego vino la emoción. Me erguí un poco, esperando que tanto nos permitiera a mí, a Percy y a Annabeth participar en la búsqueda. Quiero decir, tenía que hacerlo. Éramos los campeones. Detuvimos al ladrón del rayo.

—Permitiré que nuestro paladín consulte al Oráculo —anunció Tántalo—. Y que elija dos compañeros de viaje. Creo que la elección es obvia.

Tántalo nos miró a Percy, a Annabeth y a mí como si quisiera desollarnos vivos.

—Ese paladín tiene que ser alguien que se haya ganado el respeto de todos, que haya demostrado sus recursos en las carreras de carros y su valentía en la defensa del campamento. ¡Tú dirigirás la búsqueda... Clarisse!

Me congelé en mi lugar. El fuego chisporroteó con un millar de colores diferentes. La cabaña de Ares empezó a patear el suelo y estalló en vítores:

—¡CLARISSE! ¡CLARISSE!

Clarisse se puso en pie, atónita. Tragó saliva y su pecho se hinchó de orgullo.

—¡Acepto la misión!

—¡Un momento! —gritó Percy—. Grover es mi amigo. El sueño me llegó a mí.

—¡Siéntate! —aulló un campista de Ares—. ¡Tú ya tuviste tu oportunidad el verano pasado!

—¡Sí! ¡Lo que quiere es ser otra vez el centro de atención! —dijo otro.

Aquello me enfureció. Giré sobre mis talones y grité:

—¡¿Quieres que te clave una flecha en el cráneo, Xavier?!

Percy me agarró del brazo para detenerme. Clarisse nos lanzó una mirada fulminante.

—¡Acepto la misión! ¡Yo, Clarisse, hija de Ares, salvaré el Campamento Mestizo!

Los de Ares la vitorearon aún con más fuerza. Annabeth y yo protestamos, y los demás campistas de Atenea y Apolo se unieron. Todo el mundo empezó a tomar partido, a gritar y discutir y a tirarse malvaviscos. Pensé que se convertiría en una guerra civil de comida hasta que Tántalo gritó:

¡Silencio, mocosos!

Todos se quedaron en silencio, su tono nos dejó pasmados.

—¡Sentaos! —ordenó—. Y os contaré una historia de fantasmas.

No sabía qué estaba pasando, pero me senté con los demás. El fuego se había reducido a un azul espantoso, iluminando el rostro de Tántalo más oscuro que cualquier monstruo que hubiera visto.

—Érase una vez un rey mortal muy querido por los dioses. —Se puso la mano en el pecho y tuve la sensación de que hablaba de sí mismo—. Ese rey incluso tenía derecho a participar en los festines del monte Olimpo. Pero un día trató de llevarse un poco de néctar y ambrosía a la Tierra para averiguar la receta (sólo una bolsita, a decir verdad), y entonces los dioses lo castigaron. ¡Le cerraron la puerta de sus salones para siempre! Su propia gente se mofaba de él, incluso sus hijos le reprendían su acción. Sí, campistas, tenía unos hijos horribles. ¡Chavales como... vosotros!

»¿Sabéis lo que les hizo a aquellos niños ingratos? —preguntó en voz baja—. ¿Sabéis cómo se vengó de los dioses por aquel castigo tan cruel? Invitó a los Olímpicos a un festín en su palacio, para demostrarles que no les guardaba rencor. Nadie notó la ausencia de sus hijos, y cuando sirvió la cena a los dioses, mis queridos campistas, ¿adivináis lo que había en el guiso?

Nadie se atrevió a responder. El resplandor del fuego era más oscuro que antes y Tántalo nos lanzó una sonrisa sombría.

—Ah, los dioses lo castigaron en la vida de ultratumba. Vaya si lo hicieron; pero él también gozó de su momento, ¿no es verdad? Sus niños no volvieron a replicarle más ni tampoco a cuestionar su autoridad. ¿Y sabéis qué? Corren rumores de que el espíritu de aquel rey mora en este mismo campamento, a la espera de una oportunidad para vengarse de los niños ingratos y rebeldes. Así pues... ¿alguna otra queja antes de dejar que Clarisse emprenda su búsqueda?

Silencio.

Tántalo le hizo un gesto con la cabeza.

—El Oráculo, querida. Vamos.

Ella se removió inquieta; tampoco quería convertirse en su mascota.

—Señor...

—¡Ve! —gruñó él.

Esbozó una torpe reverencia y se apresuró hacia la Casa Grande.

—¿Y tú, Percy Jackson? —preguntó Tántalo, con los ojos posados en el hijo de Poseidón—. ¿Ningún comentario de nuestro lavaplatos?

Con la mandíbula apretada, Percy se mantuvo en silencio.

—Muy bien —dijo Tántalo—. Y dejad que os lo recuerde a todos: nadie sale de este campamento sin mi permiso. Quien lo intente... bueno, si sobrevive al intento, será expulsado para siempre, pero ni siquiera hará falta llegar a ese punto. Las arpías montarán guardia de ahora en adelante para reforzar el toque de queda. ¡Y siempre están hambrientas! Buenas noches, estimados campistas, dormid bien.

Con un movimiento de su mano, la hoguera se extinguió.

*

CLAIRE... CLAIRE...

—Largo —susurré en mi almohada, negando con la cabeza y esperando que desapareciera.

Vamos, Niña de la Luz, no seas así —respiró Cronos—. Pensé que empezábamos a llevarnos bien.

Miré al borde de la cama de Michael Yew.

—¡Fuera!

El señor del tiempo chasqueó la lengua con decepción.

Querida mía, ¿acaso tu madre no te enseñó modales cuando te cuidaba? Esos tiempos donde fue amorosa y cariñosa... antes de que tu padre llegara y arruinara todo en tu vida. Antes de que te dejara en ese callejón, antes de que se fuera con Timmy, tu hermano pequeño.

—¡Cállate! —grité al aire—. ¡Déjame sola!

Hmmm —dijo Cronos—, yo creo que no —sentí un escalofrío a lo largo de mi mejilla, como si alguien pasara una uña larga por ella—. ¿Has visto a tu hermano desde esa noche, Claire? ¿Sabes dónde está, cómo es o si te recuerda? Puedo decirte que tiene tu nariz. Los genes son fuertes.

No pude evitar decir:

—¿Cómo conoces a mi hermano?

Él rió sombríamente.

Conozco a muchos, Niña de la Luz. Lo veo todo... Soy el Rey de los Titanes. Nadie puede esconder nada del tiempo. El tiempo lo ve todo. Cada recuerdo, cada risa, cada momento deseando ser revivido, cada lágrima intentando ser olvidada. Puedes ver a tu hermano otra vez, Claire Moore, si dejas que te lo enseñe.

Se fue sin que yo le gritara esta vez... y eso me asustó.

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