xxiii. Run Boy, Run

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chapter xxiii.
( the sea of monsters )
❝ run boy, run ❞

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NO.

—¡Ni siquiera sabes lo que voy a decir!

Le di a Percy una mirada desde la puerta de mi cabaña.

—Sea lo que sea, es una idea estúpida.

Fue a discutir, pero vaciló.

—Sí... vale, lo es, pero... ¡escúchame!

—No —negué con la cabeza—. Porque ya sé lo que vas a decir —echando una mano detrás de mí, alcancé mi mochila—. Y sí, ya voy.

Las cejas de Percy se levantaron.

Era casi el final del toque de queda. Después de mi conversación unilateral con Cronos, no pude dormir. Fue entonces cuando tomé una decisión. No iba a permitir que Cronos obtuviera lo que quería. No iba a permitir que me quitara a Luke. Sabía que todavía estaba ahí, tenía que estarlo. El chico que me hizo promesas todos estos años no envenenaría el árbol de Thalia. Estaba bajo la manipulación de Cronos, era fácil caer. Iba a encontrarlo, hacerle entrar en razón, encontrar el vellocino y salvar a Thalia y al campamento antes del fin de semana.

Me había preparado cuando iba en busca de Percy y Annabeth cuando apareció en mi puerta, listo.

—Tenemos cinco minutos —me dijo después de un rato, dando un vistazo fugaz por encima del hombro—. Annabeth y Tyson nos esperan en la orilla. Casi nos pillan las arpías, pero no podía irme sin ti.

—Un momento, ¿Tyson viene con nosotros?

Percy me frunció.

—Sí, pero no lo vamos a discutir ahora, Claire, las arpías están cerca y tenemos que alcanzar el barco de Luke.

Percy —herví al salir de la cabaña, mochila en hombro.

—¡No podemos dejarlo aquí! —me susurró con dureza mientras corríamos—. ¡Tántalo le haría pagar a él nuestra escapada!

Escondidos detrás de las cabañas y los árboles, intentamos llegar a la playa.

—No creo que lo entiendas —dije, buscando arpías antes de doblar una esquina—. ¡Tyson es un cíclope! ¡Vamos a la isla de Polifemo! Y Polifemo es un «ese», «i», «ce»... Digo, un «ce», «i», «ce»... ¡oh, por los cielos! ¡Sabes a qué me refiero!

—Tyson puede venir si quiere —me dijo Percy—. Y él quiere.

Quería matarlo, pero no teníamos tiempo, porque habíamos llegado a la playa y Annabeth y Tyson nos esperaban junto al agua. Annabeth tampoco parecía feliz con Tyson a su lado, pero el tiempo se agotaba y salvar el campamento era más importante que discutir.

Suspiré.

—Bien, Niño Acuático, ¿cómo pretendes que subamos a ese barco?

—Hermes dijo que mi padre me ayudaría.

¿Hermes?

—¿Y bien? ¿A qué esperas? —dijo Annabeth.

Percy asintió y dio unos pasos hacia el agua. Miró hacia el océano antes de hablar con torpeza.

—Hummm, ¿padre? ¿Cómo va todo?

—¡Percy! —cuchicheó Annabeth—. ¡Esto es urgente!

—Cierto —respiró hondo y cerró los ojos. Observamos con anticipación. Annabeth siguió mirando por encima de su espalda en busca de las arpías, que sonaban como si las tuviéramos justo detrás—. Necesitamos tu ayuda —llamó de nuevo—. Tenemos que subir a ese barco antes de que nos devoren y tal, así que...

Al principio, no pasó nada. Mi mano fue a mi collar, lista para luchar contra las arpías. El yate de Luke se encontraba lejos y traté de ignorar lo nerviosa que me encontraba ante la máxima posibilidad de verlo una vez más. La última vez que nos vimos pensé que era mi amigo... Y ahora intentaba salvarlo, y a Thalia y al campamento, de su mente manipulada.

Entonces, a unos cien metros mar adentro, surgieron tres líneas blancas en la superficie. Se movían muy deprisa hacia la orilla, como las tres uñas de una garra rasgando el océano. Al acercarse más, el oleaje se abrió y la cabeza de tres caballos blancos surgió entre la espuma. Jadeé.

—¡Ponis pez! —soltó Tyson, asombrado.

—¡Hipocampos! —me tapé la boca con las manos—. ¡Son preciosos!

Y lo eran. El hipocampo relucía con escamas plateadas y aletas color arcoíris con cuerpo de caballo en la parte delantera. El más cercano relinchó ante mi comentario y rozó mi mano. Nunca fui fanática del agua (aunque ser la mejor amiga del hijo de Poseidón me ayudó a familiarizarme, aún tenía miedo cuando me mareaba), pero no podía esperar para subirme en uno. A pesar de todo, sonreí. Miré a Percy, pensando que estaba igual de asombrado, pero solo me devolvió la mirada. Le fruncí.

—Ya los admiraremos luego —me dijo—. ¡Vamos!

—¡Ahí están! —chilló una voz a nuestra espalda—. ¡Niños malos fuera de las cabañas! ¡La hora del aperitivo para las arpías afortunadas!

Había cinco de ellas revoloteando en la cima de las dunas: pequeñas brujas rollizas con la cara demacrada, garras afiladas y unas alas ligeras y demasiado pequeñas para su cuerpo. No eran muy rápidas, gracias a los dioses, pero sí muy crueles si llegaban a atraparte.

—Claire —llamó Percy—, ¡agarra un petate!

—¡Ya tengo uno!

—¡Que lo agarres!

No discutí más. Extendí la mano y agarré los dos petates de lona: uno para mí y otro para Tyson. Con un empujón, hice que se moviera hacia los hipocampos. Poseidón debía de saber que Tyson sería uno de los pasajeros, porque un hipocampo era del tamaño adecuado para un cíclope. Sin embargo, no había un cuarto para mí.

—¡Es injusto, somos cuatro! —dejé salir.

—¡No importa, Claire! —gritó Percy—. ¡Sube!

Eché un vistazo a las arpías por encima del hombro.

—¿Queréis algo para comer? —me quité la mochila, solo llena de ropa, ambrosía y cosas que Hermes pensó que eran útiles) y la arrojé a una de sus caras. Ella chilló por el golpe—. ¡Que disfrutéis de la comida! —sonreí antes de saltar detrás de Percy.

—¡Arre! —dijo Percy, y nuestro hipocampo dio media vuelta y se zambulló entre las olas. De inmediato, me sujeté de sus hombros cuando el agua comenzó a salpicarnos la cara. Annabeth y Tyson nos siguieron, dejando a las arpías chillando.

Percy me miró por encima de su hombro.

—¿Le acabas de lanzar tu mochila a las arpías?

Empujé su cabeza.

—Los ojos en las olas, chico percebe.

Muy pronto la orilla del Campamento Mestizo no fue más que una mancha oscura. Navegamos por el agua más rápido que cualquier barco. Mantuve mis ojos en el crucero que se vislumbraba cada vez más, centrándome en cada centímetro. Era blanco y las palabras PRINCESA ANDRÓMEDA se encontraban pintadas en oro en la parte posterior. Me mantuve distraída con el agua a mi alrededor, pero me enfadaba y me ponía nerviosa por muchas cosas.

Y antes de darnos cuenta, el crucero de Luke se cernía sobre nosotros: nuestro pasaporte al Mar de los Monstruos.

*

EN LAS HISTORIAS, ANDRÓMEDA fue encadenada a una roca por sus propios padres como sacrificio a un monstruo marino. Su héroe, Perseo —no el idiota frente a mí, su tocayo—, la salvó a tiempo y convirtió al monstruo en piedra usando la cabeza de Medusa. Perseo recibió la mayor de las suertes entre todos los héroes griegos. Si bien la mayoría fueron envenenados, asesinados de todas las espantosas formas posibles, traicionados o maldecidos por los dioses, Perseo siguió viviendo. Tuvo un final feliz. Literalmente el único.

Pero una parte de mí pensaba que este crucero era más un monstruo que una doncella inocente. El casco blanco tenía al menos diez pisos de altura y estaba rematado con una docena de cubiertas a distintos niveles, cada una de ellas con sus miradores y sus ojos de buey profusamente iluminados. Adosado a la proa, un enorme mascarón de tres pisos de alto: una figura de una mujer con la túnica blanca de los antiguos griegos, esculpida de tal modo que parecía encadenada al barco. Era hermosa, con el pelo negro y largo, pero tenía una expresión aterrorizada.

—¿Cómo vamos a subir a bordo? —gritó Annabeth para hacerse oír entre el fragor de las olas. Pero los hipocampos parecían saber lo quemqueríamos. Se deslizaron hacia el lado de estribor del barco, cruzando sin dificultad su enorme estela, y se detuvieron junto a una escala de mano suspendida de la borda.

—Uh, ¿aquí? —dije. Annabeth rodó los ojos—. Tú primero.

Asintió. Se echó al hombro el petate y se agarró al último peldaño. Cuando se hubo encaramado, su hipocampo soltó un relincho de despedida y se sumergió en el agua. Annabeth empezó a ascender. Aguardamos a que subiera varios peldaños y la seguimos.

Me puse el petate y esperé que Percy subiera primero. Como Annabeth, esperé que estuviera unos peldaños por encima antes de agarrarme a la escalera. Al final, solo Tyson quedó en el agua. Su hipocampo giraba en redondo y daba brincos hacia atrás, haciéndolo reír. El sonido rebotaba en el casco del barco.

—¡Chitón, Tyson! —exclamó Percy—. ¡Vamos, muévete!

—¿No podemos llevarnos a Rainbow? —preguntó, mientras la sonrisa se desvanecía de su rostro.

Percy lo miró atónito.

¿Rainbow?

El hipocampo relinchó como si le gustara su nuevo nombre.

—Tenemos que irnos, Tyson —dijo Percy—. Y Rainbow... bueno, él no puede subir por la escala.

No sabía cuál lucía más molesto: si Rainbow o Tyson. Ambos se lamentaron y miraron a Percy con ojos de cachorrito que se veían extrañamente similares. Al final, Tyson se sorbió la nariz y se volvió hacia el hipocampo.

—¡Te voy a echar de menos, Rainbow! —y apretó su rostro en su crin. Puse los ojos en blanco.

—Tenemos que movernos, Percy —le susurré con dureza al hijo de Poseidón.

Percy asintió antes de voltearse hacia Tyson.

—Quizá volvamos a verlo en otro momento.

—¡Sí, por favor! —dijo Tyson, animándose de inmediato—. ¡Mañana!

Percy no hizo ninguna promesa, pero logró que Tyson subiera por la escalera. Con un triste relincho, Rainbow dio una voltereta hacia atrás y se zambulló en el agua.

La escala conducía a una cubierta de servicio llena de botes salvavidas de color amarillo. Había una doble puerta cerrada con llave que Annabeth logró abrir con su cuchillo y una buena dosis de maldiciones en griego antiguo.

No tenía idea qué nos esperaba, pero mi estómago dio un vuelco cuando se abrieron las puertas; como si esperase que Luke estuviera mirándome. Él parecía ser todo en lo que pensaba: cómo evitarlo, dónde estaba, si nos observaba, qué iba a hacer yo una vez que lo encontrara.

Pensaba que tendríamos que movernos a escondidas, pero el barco parecía desierto después de recorrer unos cuantos pasillos y de asomarnos por un mirador. Era plena noche y no sabía si buscábamos monstruos, mestizos, a Luke o simples mortales, pero literalmente no había nadie, ni siquiera un solo ruido.

—Es un barco fantasma —murmuró Percy.

—No —dijo Tyson, jugueteando con la correa de su petate—. Mal olor.

Annabeth frunció el ceño.

—Yo no huelo nada.

—Los cíclopes son como los sátiros —dijo Percy—. Huelen a los monstruos. ¿No es así, Tyson?

Asintió, nervioso. Hizo que mi estómago se encogiera. Mis dedos rozaron mi collar. Ahora que estábamos fuera del Campamento, la niebla volvía a hacer que viera su cara distorsionada, pero no me hacía sentir mejor porque si no me concentraba mucho, veía dos ojos, y luego recordaba que estaba con un cíclope y me volvía a poner tensa.

—Está bien —dijo Annabeth—. ¿Qué hueles exactamente?

—Algo malo.

—Fantástico —refunfuñé con los dientes apretados—. Eso lo aclara todo.

Nos aventuramos a salir a la cubierta de la piscina. Había filas de tumbonas vacías y un bar cerrado con una cortinilla metálica que no me dieron buenas vibras. Debería haber gente. ¿Dónde estaba la gente?

—Necesitamos un escondite —dijo Percy—. Algún sitio seguro donde dormir.

No sabía cómo podría dormir en el crucero de Luke sin sentir la necesidad de llorar o romper algo, mas no dije nada.

Exploramos unos cuantos corredores más, hasta que dimos en el noveno nivel con una suite vacía. La puerta estaba abierta, cosa que me pareció rara, y en la mesa había una cesta con golosinas de chocolate y en la mesilla de noche una botella de sidra refrescándose en un cubo de hielo, así como, sobre la almohada, un caramelo de menta y una nota manuscrita: «¡Disfrute del crucero!»

Me dio recuerdos del Casino Loto y no me gustaron.

Abrimos nuestros petates.

—Vaya —susurró Percy—, Hermes pensó en todo.

No conocía toda la historia, pero estuve de acuerdo. Hermes, de alguna forma, había guardado todas las cosas que había tenido previamente en mi mochila. Incluyendo la daga que mi padre me regaló el año pasado, la cual cogí y metí en mi manga. Guardó mudas de ropa, artículos de tocador, víveres, una bolsita de plástico con dinero y también una bolsa de cuero llena de dracmas de oro. Hasta puso la gorra de baseball de Annabeth y el paquete de hule de Tyson, con sus herramientas y piezas metálicas.

Fuimos a diferentes habitaciones. Annabeth y yo cogimos la segunda con la cama principal (Percy intentó conseguirla primero, pero se llevó un propinazo en la espinilla.) Percy y Tyson se quedaron en la sala.

No conciliaba el sueño.

Mi daga se encontraba apretada en mi mano bajo la almohada, y mis ojos estaban fijos en la puerta, como si esperara que sucediera algo malo. Me concentré con fuerza a mi alrededor para tratar de oír algo, pero todo lo que había era el sonido de las olas chocando contra el crucero, balanceándose muy levemente...

... Genial, ahora quiero vomitar.

Me levanté para hacerlo. Una vez me lavé los dientes y salí del baño, Annabeth habló.

—¿Puedes dormir?

Su voz me hizo saltar.

—¡Por los dioses, Annabeth!

Encendió la lámpara de la mesilla de noche. Me miró ceñuda.

—Lo siento, solo... Luke está en este barco...

Eso me hizo darme cuenta. Todo este tiempo estaba ansiosa por Luke, igual que Annabeth. Me sentí horrible por no estar ahí para ella. A veces era difícil darse cuenta cuando Annabeth estaba molesta porque lo escondía tras una fachada de piedra. Era raro escucharla así a menos que fueras cercano a ella. Suspiré.

—Lo sé... Intento ignorarlo... —me rasqué la nuca.

—Y envenenó el árbol de Thalia...

—No lo hizo —le dije inmediatamente—. Fue Cronos.

Annabeth se acercó las rodillas al pecho.

—Intentó matar a Percy...

—Luke no se encontraba en el estado de ánimo adecuado. Sigue sin estarlo —suspiré y me senté en la cama con ella—. Aún podemos salvarlo, Annabeth.

—¿Y si no podemos? —preguntó suavemente—. ¿Y si Luke se ha hundido demasiado?

—Aún no se ha ahogado. No me rendiré hasta conseguirlo. Lo traeré de vuelta a casa, Annabeth. No lo perderemos también, lo prometo.

Annabeth no parecía convencida, pero no dijo nada. Me hizo fruncir.

—Annabeth, lo prometo.

Ella solo asintió.

Me desperté con un hombre de acento australiano hablando por megafonía. No noté haberme quedado dormida, y cuando la voz habló muy felizmente, me hizo saltar.

—¡Buenos días, señores pasajeros! Hoy pasaremos todo el día en el mar. ¡El tiempo es excelente para bailar el mambo junto a la piscina! No olviden el bingo de un millón de dólares en el salón Kraken, a la una de la tarde. Y para nuestros invitados especiales, ¡ejercicios de destripamiento en la galería Promenade!

Me tomó un segundo frotarme los ojos y querer volver a dormir antes de que el tipo dijo destripamiento y no estiramiento. Compartí una mirada con Annabeth, cuyo ceño era igual que el mío. En segundos, salimos de la cama y fuimos a la sala en busca de Percy y Tyson, todavía tumbados; este último era tan grande que sus pies tocaban la puerta del baño. Me encontré con los ojos de Percy.

—No somos las únicas en escuchar destripamiento, ¿verdad?

En cuanto estuvimos todos vestidos, y sin el pelo de Annabeth pareciendo un nido de pájaros, nos aventuramos por el barco y descubrimos asombrados que había más gente. Una docena de personas de edad avanzada se dirigían a tomar el desayuno. Un padre llevaba a sus tres críos a la piscina para que se dieran un chapuzón. Los miembros de la tripulación, vestidos con impecable uniforme blanco, saludaban a los pasajeros tocándose la gorra con dos dedos.

Nadie nos preguntó quiénes éramos. Nadie nos prestaba atención.

—Estoy confusa —dije.

Mientras la familia que iba a nadar pasaba por nuestro lado, el padre les dijo a sus hijos:

—Estamos de crucero. Nos estamos divirtiendo.

—Sí —dijeron al unísono con expresión vacía—. Nos lo estamos pasando bomba. Vamos a nadar a la piscina.

Eso me confundió más. Me volví hacia Annabeth y Percy.

—Perdona, ¿qué?

Un miembro de la tripulación se nos acercó.

—Buenos días —nos dijo con ojos vidriosos—. Nos lo estamos pasando muy bien a bordo del Princesa Andrómeda. Que tengan un buen día —y pasó de largo.

—Vale, esto me está volviendo loca.

—Chicos, esto es muy raro —susurró Annabeth—. Están todos en una especie de trance.

Al pasar frente a una cafetería, vimos al primer monstruo. Era un perro del infierno: un mastín negro con las patas delanteras subidas al buffet y el hocico enterrado en una fuente de huevos revueltos. Debía de ser muy joven, porque era bastante pequeño comparado con la mayoría, pero aún así era grande. Di un paso hacia Percy. Casi lo mata uno el verano pasado.

Pero eso no fue lo más extraño: era la pareja de mediana edad en la cola, justo detrás del perro del infierno, esperando con paciencia su turno. Ellos no parecían notar nada anormal.

—Ya no tengo hambre —murmuró Tyson.

Antes de que alguno pudiéramos responder, se oyó una voz de reptil al fondo del pasillo:

—Ssseisss másss ssse nos unieron ayer.

Annabeth gesticuló frenéticamente hacia el escondite más cercano —el lavabo de mujeres— y los tres nos abalanzamos a su interior. Una cosa —o mejor, dos— se deslizaron frente a la puerta del baño con un ruido como de papel de lija sobre linóleo.

—Sssí —dijo una segunda voz de reptil—. Él losss atrae. Pronto ssse volverá muy vigorossso.

Se deslizaron hacia la cafetería con un siseo glacial que tal vez fuera una risa de serpiente. Odiaba a las serpientes, me daban ganas de retorcerme y correr. Volteé hacia Percy.

—Tenemos que salir de aquí.

—¿Crees que me gusta estar en el lavabo de señoras?

Resistí el impulso de pegarlo.

—¡Quiero decir del barco, Percy! Tenemos que salir del barco.

—Huele mal —asintió Tyson—. Y los perros se comen todos los huevos. Claire tiene razón, tenemos que salir del baño y del barco.

Era raro estar de acuerdo con un cíclope, pero ese hecho pareció aclarar los pensamientos de Percy. Estaba a punto de decir algo más cuando una voz resonó en el interior, dejándome paralizada.

—... sólo es cuestión de tiempo. ¡No me presiones, Agrius!

Era Luke. Agarré el brazo de Annabeth, mirando fijamente la puerta con miedo repentino. Él estaba ahí fuera. Luke estaba ahí fuera. Muy cerca. A solo un paso... No podía mover mis pies. Todo lo que podía hacer era mirar y escuchar.

—¡No te estoy presionando! —refunfuñó un tipo. Su voz era más grave y sonaba más furiosa—. Lo único que digo es que si esta jugada no resulta...

—¡Resultará! —replicó Luke—. Morderán el anzuelo. Y ahora, vamos, tenemos que ir a la suite del almirantazgo y echar un vistazo al ataúd.

Sus voces se perdieron por el fondo del pasillo.

Tyson dijo en un susurro:

—¿Nos vamos ahora?

Quería. Pero cuando miré a Percy y Annabeth, supe que no podía. Los tres llegamos a un acuerdo silencioso.

—No podemos —le dijo Percy a Tyson.

—Hemos de averiguar qué se propone Luke —agregué.

Annabeth asintió.

—Y si es posible, le daremos una buena paliza, lo encadenaremos y lo llevaremos a rastras al monte Olimpo.

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